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21. Fight and apologize.

¡Hola mis bonitos lectores! Me da mucha risa que ahora que debería tener tiempo libre, tenga menos que en el semestre porque se me vino encima todo lo acumulado. Pero estamos acá porque confío en que leyeron la notita, ya saben, esté capítulo igual es fuerte, no tanto como los que tuvieron advertencia pero igual. Muchas gracias por el cariño.

¡Espero que les guste!

Aslan se aferra a los costados del lavamanos, un hilo de bilis aún pende hacia su boca, las rodillas le retiemblan, su camisa se encuentra abierta, el frío de la porcelana le quema el vientre, tiene los ojos llorosos, él se obliga a mirarse a sí mismo en el espejo, reincorporándose a la realidad, no tiene ocho años, tampoco se halla en la cabaña de Barba Azul, está a salvo, en su hogar. Sus dedos se constriñen hacia los bordes del lavabo, aunque intenta volcar hasta las tripas, lo único que sale es un patético goteo de ácido estomacal, no le queda nada dentro. Él aprieta los párpados, todavía le arden, sigue procesando lo que ha pasado, incluso, sin tener la certeza de la situación, existe un latente deseo a despertar siendo alguien normal, expandiéndose por los pedazos de su corazón, pero no pasa, nunca pasa.

—¿Eiji...?

Sale con torpeza del cuarto, encuentra a su novio hecho un ovillo encima de la cama, está sollozando desconsolado, tiene la espalda desnuda, está temblando, luce realmente vulnerable en la orilla del colchón.

Ah.

Estaban tratando de tener sexo.

—Déjame solo, Ash.

Fue un día de mierda para los dos, lo notó cuando Eiji llegó de su terapia con la cara larga, él también había estado especialmente negativo, por eso, ambicionaron aplacar las penas dándose mimos, de besitos pasaron a toques más hambrientos hasta que finalmente acordaron dar el paso. Fue suave y respetuoso, de hecho, le sorprendió lo natural que el contacto se dio, estaba bebiendo del cuerpo de su novio entre risas y besos fugaces, todo iba bien hasta que anocheció. De pronto, no pudo verlo bien, sin embargo, ignoró el malestar retorciéndole las entrañas. De pronto, quiso darle placer, por eso le hizo una felación pero apenas el semen saltó hacia su torso desnudo, en completa oscuridad, los recuerdos intrusivos llegaron de golpe.

Es sumamente duro para Aslan saber que Eiji, su dulce Eiji, pasó de ser su adoración para convertirse en todos esos hombres que alguna vez le hicieron daño, en Fox violándolo en la bodega, en Marvin apuntándole una cámara a la cara mientras pide que los graben, en Dino, murmurándole palabras de confort mientras delira sobre hacerlo una buena esposa. Él se abraza a sí mismo, quiere vomitar, porque le duele mucho que el hombre más hermoso del mundo le haya provocado semejante asco por estímulos externos.

Es culpa de Ash, lo sabe.

Que Eiji desencadenara esa reexperimentación, es culpa de Ash.

Porque su novio siempre le permite guiar el ritmo de las caricias, dándole el poder, sabe que no se encuentra acostumbrado a tener el control de su propio cuerpo o su mente, pero de todas maneras, se lo da a ciegas. Eiji es tan dulce, paciente, suave y amoroso que lo hace cuestionarse si ha llegado al cielo para merecer semejante ángel.

Pero la jodió.

Y no puede arreglarlo.

Para ninguno es fácil de digerir, no es a propósito, son conscientes de aquello, de que las memorias lo arrastran hacia la deriva con una cruda vividez, porque la mente puede ser una prisión, igual que el corazón.

Pero duele.

Duele mucho querer avanzar y quedarse estancado.

—Estoy bien, onii-chan. —Trata de aligerar la tensión, pero Eiji sigue llorando, con el torso desnudo, con el boxer desordenado, y con una mirada que sinceramente le quiebra el corazón—. Podemos seguir intentándolo, ya estoy bien, me lavé los dientes.

—¿Seguir? —Se da vueltas, con los puños rígidos y las lágrimas escurriéndole hacia el mentón—. Se acabó, no puedes hacer esto. —Esas palabras son sumamente dañinas, parece darse cuenta—. No podemos hacer esto. —Así que se corrige, aunque el daño lo deja sangrando.

—Puedo hacerlo. —Insiste, sentándose en la cama, apenas toca el colchón siente que cae hacia el fondo del lago, por mucho que eleve los brazos, no alcanza la superficie—. Déjame seguir adelante con esto, por favor. —La desesperación quebrándose en su voz es evidente, el estómago de Eiji sigue sucio con semen, el de Aslan se haya rojo a causa de lo mucho que se limpió.

—Me voy a acostar.

—¡No! —El pánico le inunda el alma—. Puedo hacerlo. —No está pensando ni leyendo el ambiente, lo único que quiere es probarse a sí mismo que puede avanzar—. Ven acá, Eiji. —Trata de presionarle un beso en el mentón, no obstante, lo evade. Mierda, le duele.

Nunca antes había recibido rechazo físico de parte de su pareja y tenerlo lo hace profesarse tan...

Sucio.

—Te dije que no, Ash. —La ira enciende su voz—. Quiero acostarme a dormir. —Pero si se acuestan a dormir, nunca podrá ser una persona normal, iba tan bien, iba tan cerca. Alto, no quiere seguirse hundiendo, debe nadar un poco más, casi, ya casi lo logra.

—Cariño... —Pero el aludido luce demasiado herido, eso lo quiebra—. ¿Crees que esto es fácil para mí? —Intenta explicarse, sin embargo, es terrible encontrando las palabras correctas para desglosar el sufrimiento humano, eso coloca a su novio a la defensiva, lo precisa por la manera en que aprieta las sábanas y frunce la mandíbula.

—¿Solo para ti? —Se ríe—. ¡Soy yo el que...! —Las lágrimas vuelven a escurrirle por las mejillas, el cuarto está lloviendo, las paredes están respirando mientras el mundo se quiebra, se ahoga, se cae, se derrumba, basta, no puede sostenerlo, no puede sostenerse, su progreso se desmorona en miles de pedazos—. ¡Te doy asco! —Arremete, levantándose de la cama.

—¡No!

—¡Te doy asco porque soy un hombre!

—¡No es eso!

—¡Claro que lo es! —El rostro del moreno se ha puesto rojo por la pena—. ¿Crees que no te escuché vomitar? No sé qué hacemos juntos, esto no está funcionando, es obvio, debería regresar a Japón. —Parpadea, esa amenaza retumba como ruido blanco en su cabeza. ¿Cómo llegó a esa conclusión? Aunque trata de sonreír, finalmente se cae a pedazos.

Porque a pesar de todo, Eiji nunca se rindió.

—No hemos avanzado nada en nuestra relación. —¡No es verdad! Quiere gritárselo, pero la voz no le sale, yace congelado, concibiendo cómo la vida le escurre del alma en una carcasa congelada. Son un refugio mutuo. ¿Cómo puede decir eso? Él se aprieta el pecho, dolido—. Voy a dormir, Ash.

—¿Crees que escojo sentirme así? ¿Qué es agradable? —La frustración le escalda en las venas, cree que explotará y espera que así sea—. ¡¿Crees que me gusta estar roto?!

—¡¿Y por qué yo debo pagar las consecuencias?! ¡¿Crees que no me canso?!

—No dije eso, estoy tratando de explicarte. —Eiji parece al borde del colapso, tuvieron un día de mierda y haber intentado tener sexo fue la peor idea del mundo, ambos acabaron heridos por cosas que no eran culpa de ninguno, ni estaban en su control—. Lo siento.

—No quiero esas disculpas. —El moreno se abraza a sí mismo—. No quiero que me vuelvas a tocar.

—No discutiré contigo.

—Entonces, no lo hagas. —Musita, vacío—. Buenas noches. —Y se recuesta de espaldas en la cama.

En esta clase de situaciones, Aslan suele escapar y esperar que sea Eiji quien los arregle, no obstante, tiene la impresión de que si escapa, será sentenciarlos al final, así que se recuesta del otro extremo de la cama, sin musitar palabra alguna, pretende procesar lo sucedido. No es propio de su adoración reaccionar así, probablemente ocurrió algo durante la terapia, llegaron los dos reactivos en demasía y trataron de barrer el dolor debajo de la alfombra con caricias, una terrible idea por donde se mire.

—Eiji...

El nombrado se encoge, repudiando el contacto, Ash muere en ese momento.

Tal vez, quien le dio asco a Eiji fue él.

No al revés.

Es una puta.

Una mueca tiritona pende entre sus mejillas, su palma cuelga en la sábana, ansia acariciar la espalda de Eiji, abrazarlo, refugiarse y refugiarlo, pero no se mueve ni un solo centímetro.

Duele, hay mucha distancia incluso en la cama.

No duerme absolutamente nada, se queda helado en la manta, escuchando a Eiji sollozar del otro lado, desearía tener las palabras correctas, sin embargo, lo empeorará sino le da espacio. Pero huir es un error que no repetirá. Huir, ¿regresar a Japón? Aunque Aslan no se encuentra tan familiarizado con la situación, entiende que es la peor idea, porque la familia del moreno es bastante dura, tanto el estigma de la terapia como la dificultad para pedir ayuda, surgen de acá. Además, han construido toda una vida juntos en Nueva York, e incluso si ya no lo quiere siendo parte de esto, volver a su país natal le deja un sabor a cuajada agria en la lengua.

Izumo es el Cape Cod de Eiji, lo sabe.

¿Para qué volver sino tiene las herramientas necesarias?

—Ensalada de aguacates con camarones, se ve deliciosa. —Se reencuentran en la mesa para desayunar, no han entablado contacto visual desde el incidente de anoche, se ven como la mierda, un look perfectamente concordante con sus sentimientos.

—Es todo lo que había. —Eiji se encuentra jugueteando con la lechuga—. Los camarones vencían hoy.

—Ah... —Aslan no sabe saltar la pértiga, mucho menos volar—. Ya veo. —Por eso, le es imposible atravesar los muros de su novio.

—Sí, están algo desabridos. —Va progresivo, busca entrelazar sus dedos, que ambos sigan usando los anillos es una magnífica señal—. ¡No me toques! —Pero entonces, Eiji luce horrorizado con el mínimo toque, al borde del llanto.

—Lo siento. —El moreno se levanta, negando.

—No yo... —Traga duro, pensando en alguna excusa—. Tengo que terminar un proyecto para la facultad, estoy atrasado con los estudios.

—Pero estás de vacaciones. —El corazón le duele mucho.

—Para el otro semestre. —Y ahí lo sabe, no son barreras las que trata de atravesar, sino un girasol que ha llegado hasta el cielo—. Estaré fuera algunas horas. —Ni siquiera se esfuerza en articular una excusa coherente, tampoco tienen la fuerza suficiente para sostener esa fachada.

—¿Quieres que te acompañe? —Aun así, insiste, porque dejarlo ir, solo bajar los brazos... —. Podemos ir a la biblioteca pública, incluso te compraré perritos calientes, puedes pedirlos con natto.

—No. —Eiji se rodea a sí mismo—. No necesito nada.

Nada de ti.

Y huye.

Ash no sabe lo mucho que duele tener corazón hasta que se lo quiebran, lo comprende, debió ser sumamente duro para Eiji que reaccionase así a sus caricias, incluso cuando conocen la naturaleza involuntaria del estrés post traumático, el alma sangra.

No tiene la fuerza suficiente para seguir comiendo, así que se arrastra hasta su cuarto, haciéndose un ovillo contra sus rodillas, aunque quiere llorar, le es inadmisible sacar su tristeza, llorar nunca arregló nada, al contrario, le pegaban más fuerte mientras lo violaban si se lamentaba. No es justo herir a su novio con sus traumas. Debería renunciar. ¿Renunciar a esta relación? Ja, ni siquiera lo merece.

Pero lo ama.

Dios, lo ama y es un egoísta, porque si lo amara de verdad lo dejaría ir. Alto, ¿acaso no es ese un mensaje para la cobardía? Si Eiji lo hubiese dejado ir por amor, estaría muerto.

—Mierda.

Si Eiji ya no lo amara sería diferente, no obstante, sabe que es otra cosa, que fue algo puntual, pero es un bruto a nivel emocional y tener palabras de consuelo...

—Naciste como una vulgar prostituta, me tomaré el tiempo necesario para enseñarte. Te convertiré en una esposa decente.

Palabras de aliento ¿eh?

Ni siquiera lo veían como un ser humano.

Su atención salta hacia una fotografía, una que se tomó a sus catorce años, cuando usaba el cabello hacia atrás porque creía que se veía genial y le encantaban las camisetas con estampados de gatos, una donde Shorter sonríe a su lado, apoyados en una mugrienta camioneta en Downtown, con esa horrenda calva relumbrando sobre los lentes y un crop top tan vulgar, que lo hace carcajear todavía. No vacila al tomarla, la había escondido porque era demasiado doloroso mirarla, pero...

—Te extraño, cabeza de mármol. —Luego del memorándum las cosas cambiaron—. Creo que la jodí, no estoy seguro de qué hacer, soy malo consolando a los demás. —Sus yemas presionan el cristal, repasando desde el mondadientes que pende entre los dientes de su mejor amigo hasta sus lentes—. Quiero apoyarlo, quiero sacarlo hacia la superficie como él lo hace conmigo, la estamos pasando mal. ¿Debería dejarlo? ¿Sería más feliz dándole la libertad de amar a alguien bueno?

Porque Eiji siempre respeta sus límites, lo ama con una paciencia sublime, le ha mostrado una y otra vez lo que significa la incondicionalidad genuina. Pero sigue ahogado y es crudo darse cuenta de sus limitaciones humanas.

—Quiero que estés acá, quiero que me golpees y me regañes porque soy un bastardo afortunado.

Duele.

—Quiero mejorarme pronto y poder tocarlo sin sentirme sucio, quiero dejar de tener miedo, quiero poder amarlo bien, siento que lo estoy arruinando, lo jodí hasta mandarlo a terapia.

Mentira.

Eiji llevaba demasiados años arrastrando sus problemas en silencio, desde la lesión de tobillo, él se estaba ahogando, solo le dio el coraje suficiente para pedir ayuda por primera vez y validar eso.

—Quiero dejar de estar quebrado, quiero ser normal, quiero superar esto pronto, pero tengo miedo de que si lo supero no quede nada de mí, porque nunca he sido nada además de esto, yo... —Él aprieta la imagen con fuerza, desconsolado—. ¡Esto es una mierda! Y es una mierda que no estés tú para abofetearme y hacerme entrar en razón.

Lo extraña.

Lo extraña demasiado.

—Esto es una mierda, Shorter. ¿Qué diablos hago?

Y claro que sí, esto es una reverenda mierda para los dos enamorados. ¿Pero sería más sano fingir que todo se halla perfecto? ¿Esconderlo porque es incómodo? No. Incluso con los pensamientos catastróficos, logra precisar su avance no solo psicológico, sino en la vida. Recuerda las primeras metas que se propuso en sesión, esas que eran tan pequeñas que implicaban empezar a quererse aunque fuese un poquito. Recuerda los progresos en su relación amorosa, cuando ni siquiera podía darle la mano o lo ponía extraordinariamente nervioso llamarlo con un apodo cariñoso, no sentía que tuviese el derecho y ahora, han llegado tan alto.

—Los humanos pueden cambiar su destino. Tienen sabiduría que los leopardos no.

Así que no, esto no le ganará porque se le dio la jodida gana de cambiar y puede, esos pensamientos autodestructivos acompañados por esas voces casi delirantes que lo arrojan hacia abajo pueden irse al carajo.

Además, tú no eres un leopardo ¿verdad?

Ama a Eiji.

Eiji lo ama a él.

Tuvieron una pelea.

Se gritaron cosas hirientes y ya pasó.

¿Se reprochará por eso? Sí, se odia a sí mismo. Pero al mismo tiempo, no. Fue un estímulo puntual lo que lo trajo de regreso a ese mugriento cuarto de hotel, fue la oscuridad acompañada del semen ajeno cayendo en su cuerpo, lo único que significa es que hoy, acá y ahora, no tiene las herramientas necesarias para tocar a Eiji con las luces apagadas y sin condón. ¿Eso resta al procedimiento? Quizás, pero más adelante lo juzgará, lo importante es hablar y arreglarlo, ser un buen apoyo emocional, tal como lo ha prometido.

—Supongo que me habrías dicho algo así, que ni un evento ni un trauma, ni una reexperimentación me definen como persona, sino mi terrible gusto en libros. —Se burla—. Extraño que seas cursi a tu manera.

Deja la fotografía de su mejor amigo encima del estante, le hace mucha falta, lo va a extrañar por siempre y eso está bien.

Es humano caerse y extrañar, igual que cambiar.

Por eso, él borra esa nube de prejuicios autoimpuestos acerca de si es válido que viva, que tenga vida sexual, que esté con Eiji y bla bla bla. Uy sí, tuvo ideación suicida, fue abusado sexualmente, ha estado con sintomatología hasta el cuello ¿y qué? Se sigue parando a pesar de la adversidad, usando sus espinas para salir adelante y aprendiendo a amar sus pétalos.

Al diablo esas etiquetas, solo él sabe de lo qué es y será capaz, solo él decidirá eso.

Y el primer paso para poder construir una vida que valga la pena ser vivida, es estar vivo.

Ambos lo están, eso es suficiente, al carajo a quien no le guste.

—Hablaré con él, gracias por el consejo obvio. —No espera respuesta de la fotografía, tampoco se la da—. Espero que no estés tratando de coquetear con Marilyn Monroe allá arriba, porque está fuera de tu liga.

Se dispone a salir de la habitación.

—Yo... —Frena, contemplando la imagen por última vez, eran lastimosamente jóvenes y estaban increíblemente heridos—. Perdón por haberte tenido encerrado tanto tiempo, escondí todas tus fotografías como si hiciera la diferencia.

Alza el mentón, mirando el resto de las fotografías, esas que se tomaron en Los Ángeles, todos esos momentos que le demuestran que a pesar de lo dura que ha sido su vida, ha sido bonita. Hay muchas de Eiji, también de Shorter y de la familia de Max.

—Nos haces falta. —Se siente más ligero—. Así que asegúrate de que no te echen del cielo antes de que lleguemos. —Aunque el corazón todavía le sangra, sangra menos.

Y cada día sangrará un poquito menos.

Idiotas.

—Ahora debo disculparme con Eiji.

Actuó mal anoche, no se defiende, estaba con plena crisis activa y absolutamente nadie medita en medio de una crisis. Se equivocó, pelearon, tal como ocurre en todas las relaciones humanas, igual que se lo mencionaron Bones y Kong antes de ir al invernadero. Pero el amor incondicional es eso a fin de cuentas, es efectivamente permanecer en las buenas y en las malas, no solo en las malas más bonitas, sino en esas más destructivas también. Y la esencia de su relación, ese sentimiento de: «mi alma siempre estará contigo», es eso. No solo validar cuando se siente bien y puede comprar un anillo de compromiso, sino también cuando se quiere morir porque tuvo una reexperimentación muy fuerte.

Nada de esto los define.

Son mucho más y se niega a aceptar lo contrario.

—Ash... —Y el moreno entra al apartamento absolutamente devastado—. Lo siento. —Ambos están heridos, muy heridos, han perdido a demasiados seres amados. ¿Acaso no tienen el derecho a sacarlo? Al carajo a quien le incomode el sufrimiento porque es feo, hoy se siente mal, mañana no tiene que ser así.

—Eiji. —Así que se levanta del sofá y lo abraza.

—Mis padres se van a divorciar. —Le explica—. Me enteré hace poco y... —El quiebre en su voz no lo deja continuar, Aslan lo sostiene con fuerza, permitiéndole hacerse pequeño contra su camisa de franela, él acomoda su mentón contra esa rebelde matita abenuz, presionándole un beso—. Me desquité, fui injusto.

Eiji es un ser humano.

También se cansa.

Está bien.

—Todo se empezó a caer a pedazos, y ver que yo te di asco fue la gota que me rebalsó. —Ash niega de inmediato.

—No fuiste tú. —Le es duro hablar del tema—. Fue el semen escurriendo hacia mi pecho. —Porque lo hace recordar cosas feas—. Fue no verte la cara, no saber de quién era el esperma. —Un poco más—. Me desconecté, es mi culpa. —Y entonces, la atmósfera entre ellos regresa a la normalidad.

—Tampoco fue tu culpa, los únicos culpables son quienes te lastimaron. —Eiji cierra el abrazo, con suavidad, es dulce, es cálido, es su hogar—. Aunque sea culpa de quienes te lastimaron, lamento que seas tú quien tiene que resolverlo. —Y ambos se deshacen en la caricia.

—Lo sé. —Él se atreve a elevarle el mentón, aunque esos ojitos cafés se encuentran goteando puro dolor, esa chispa de ternura sigue ardiendo, invitándolo a permanecer para siempre—. ¿Qué pasó con tus padres? —A veces, los problemas se acumulan hasta estallar, nadie vive al manual de lo que debería hacer, para eso existe la libertad.

—Mi padre descubrió que mi madre lo engañaba. —Aslan nunca había escuchado a su novio hablar de su familia, ambos se dejan caer en el sofá, no se sueltan, sus manos siguen cariñosamente aferradas—. Me gritaron un montón de cosas crueles por teléfono, lo entiendo, me fui porque ellos me sobrepasaban constantemente, cumplir con sus expectativas de hijo normal era... —Traga—. Duro.

—Eiji.

—Mi padre me dijo que todas las mujeres eran iguales, que te dejan cuando no puedes satisfacerlas y yo entré en pánico. —De pronto, la insistencia de Eiji para seguir y lo herido que lució luego de la pelea, cobraron sentido—. Tengo miedo de que me dejes sino podemos intimar.

—Somos unos tontos, onii-chan. —Sonríe—. Porque tenemos el mismo temor. —Hablan las cosas con calma—. También debe ser aterrador para ti, soy tu primera vez ¿no? —Las mejillas de Eiji se encienden con un adorable carmesí, eso lo derrite. Aunque claro, todo sobre este implacable conejito lo derrite.

—Lo eres. —Antes de que se pierdan—. Eres el único, Aslan. —Ambos se encuentran.

—Debe ser asqueroso considerando que tengo este cuerpo.

—Jamás. —En las buenas y en las malas—. Nunca lo he pensado.

—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? No quería herirte, eso es lo último que yo... —Pero el nombrado niega, comprensivo y suave.

—Esta vez he sido yo quien ha andado demasiado cargado, lo lamento. —Aslan lo acerca, trazando círculos en su espalda en un tonto ritual de sanación, nada se equipara a la ternura de estos roces, le encantan, son relajantes y apacibles—. Ir a terapia es una mierda.

—¿Acaso maldijiste, Eiji Okumura? —El nombrado sonríe con picardía.

—También amenacé a mi terapeuta con denunciarla al comité de ética, aprendí del mejor.

—¡Eiji! —Ambos se ríen.

—Es mentira. —Le acomoda un mechón detrás de la oreja, la caricia es suave, apenas perceptible—. Pero odio que me haga hablar de estas cosas, me cuesta sacarlas porque llevan mucho tiempo enterradas. —Aslan le presiona un beso encima de los nudillos, justo sobre en anillo, el dorado se enciende un poco más bajo sus labios.

—Está bien. —Susurra—. La primera parte es la más difícil. —De repente, los dos sienten que han hecho una tormenta en un vaso de agua—. ¿Por eso hablaste de regresar a Japón? —Eiji asiente, apenado.

—Tampoco tenía mi cabeza ahí cuando esto pasó. —El flequillo se le enreda entre las pestañas, las luces del atardecer lo bañan, confiriéndole un aura absolutamente angelical o de flor soleada—. La próxima vez que lo intentemos... —El agarre se tensa en el sillón—. Usemos condones y tengamos la luz encendida.

—¿Próxima vez? —Aslan no sabe lo mucho que anhela esta oportunidad hasta que se la obsequia—. Pero creí que no querrías, que tal vez yo... —Y otra vez, ambos lloran, lloran porque les hace bien sacar el dolor en lugar de tragarlo, porque tienen pena, porque se gritaron cosas hirientes.

Lloran porque se aman y quieren que el otro esté bien lo más rápido posible.

Pero no hay atajos para una recuperación.

—Que hayas tenido una reexperimentación solo significa que acá y ahora, todavía no tienes las herramientas necesarias para que tengamos sexo con la luz apagada, está bien, no significa que más adelante no podremos hacerlo, tal vez no sea lo nuestro, tal vez sí. —El corazón se le inunda de un sentimiento que desconoce pero sabe perfectamente lo que es—. Lo averiguaremos juntos.

—Eiji... —Se ríe, aún con las lágrimas escurriendo, se ríe, porque esto es la verdadera felicidad, incluso con las recaídas, las peleas y las heridas—. Quédate a mi lado...

—Para siempre.

Porque una pelea no los define.

Una herida tampoco.

Sino lo duro que lo están intentando, aquello es lo que los hace tan humanos.

Se caen, se levantan, ¿ahora qué sigue?

Para entender lo qué paso con Eiji tenemos el siguiente capítulo, pero igual, es un humano, acababa de tener una discusión fuerte con su familia, está abriendo temas dolorosos, puede explotar y pasó, lo importante es cómo lidiaron con esto ahora y pasamos a la fase de remisión de los síntomas, o sea, entramos donde se ve más florida la recuperación y somos felices. Aprovecho de dejar anunciado igual mis actualizaciones aparte hasta fin de mes, porque admitamoslo, jodo a las mismas personas siempre. El sabado se sube Bird Cage, el domingo ¿Cómo casarse con un pandillero en 10 días?, el martes Gold Rush, el viernes de papá soltero a pandillero, y el 31 un OS de Halloween. Todo esto en paralelo al flufftober, obviamente. Para recordarmelo a mí misma y que no crean que deje morir todo lo demás en el olvido.

Mañana se viene uno de mis capítulos favoritos. ¡Nos vemos!

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