2. Hand holding.
¡Hola mis bonitos lectores! Tengo muchos sentimientos con este fic, siento que el inicio es lento, pero es solo porque los primeros pasitos que dan son pasotes para ellos. Muchas gracias por todo el apoyo que le han dado, de verdad, me llenan mi corazoncito, no los merezco.
¡Espero que les guste!
Aslan se deja caer encima del sofá de Max, sus zapatillas apenas caben contra los cojines, el barro pende desde las suelas hasta el tapiz, a Eiji le daría un infarto si hiciera lo mismo en el apartamento, piensa. Él se hunde en la cuerina, ha dejado caer su mochila en la alfombra de felpa con todos sus libros, recién ha salido de clases, no es que necesite esos conocimientos para titularse de literatura, el trámite es una mera formalidad para reafirmar su genialidad, pero ser un estudiante de primero es un dolor de culo. Su novio tiene suerte, le convalidaron las materias que vio en Japón, por eso va más avanzado, tanto que probablemente trabaje primero, el corazón le late con violencia.
—Eiji.
Su mente sigue tropezando con su novio una y otra vez, no puede dejar de sonreír al recordar esos estúpidos cupones, es adorable que le preste una voz. A pesar de ser el líder pandillero más temido de Nueva York, Ash nunca se ha sentido con una propia voz. Mientras más se negaba, más bruscos eran, ahí aprendió a guardar silencio, porque sus lamentos no le llegaban a nadie.
¿A nadie?
Mentira, hubo alguien que lo escuchó.
—Aunque el mundo entero esté en tu contra, yo siempre estaré a tu lado.
Eiji.
Su Eiji.
—Yo permaneceré a tu lado. Claro, sino te molesta.
Ama a Eiji.
Adora a Eiji.
No.
Va mucho más allá de esas palabras.
Es un sentimiento de «mi alma siempre estará contigo».
Sabe que ha estado enamorado de ese terco desde hace mucho tiempo. Aunque le parece imposible precisar el instante exacto en que sucedió, un día lo miró y lo supo. Aslan jamás se había enamorado antes, tampoco cree volverlo a hacer. Es un fenómeno extraño en demasía, Eiji es su cometa Halley, infinitamente fugaz, de belleza sublime y único cada cien años, ¿cien años? No, duda que alguien se le asemeje. Ser correspondido le resulta un sueño. Porque de todas las personas en el mundo, lo elige a él para darle su corazón.
Ash hunde su espalda en el sillón, se ahoga en estos pensamientos y se permite tenerlos, no lucha cuando lo inundan, es emocionante y aterrador en paralelo. Por mucho que adora a su novio, es incapaz de iniciar el contacto físico entre ellos dos, aunque recibe gustoso los abrazos que Eiji le proporciona, nunca nacen de su parte, no porque no quiera, sino porque no sabe cómo. Se presiona los párpados con el antebrazo y suspira. Por eso ha elegido un cupón burdamente sencillo para cumplir hoy.
Quiere mejorarse.
Quiere estar bien.
Quiere cambiar.
No es un leopardo.
—¿Cuándo llegaste? No te sentí entrar. —Max se incorpora en el comedor, una humeante taza de café pende de sus manos, las ojeras detrás de sus lentes delatan el insomnio, se ve cansado.
—Hace un rato. —Ash no se molesta en levantarse o en hacerle espacio—. Me invitaste a almorzar, ¿recuerdas? ¿o el Alzheimer te está afectando? —Trabajan juntos a pesar de haber terminado con los artículos acerca del Club Cod, en alguna parte de su corazón, sabe que el anciano lo ha inspirado a estudiar literatura, le presta su apellido y lo trata como lo haría un verdadero papá.
—Jessica está terminando de cocinar. —Max se sienta en el brazo del sofá.
—Bien.
—¡Mocoso! ¡Acababa de limpiar! —Un gruñido de frustración es retenido contra la cafeína apenas ve esas viejas converse embarradas, le ha ofrecido comprarle zapatillas nuevas, sin embargo, luce apegado a estas.
—No me fije, anciano. —Él suspira, se pregunta si Michael tendrá esa actitud de mierda cuando llegue a la adolescencia y los nervios se le ponen de punta.
—¿Acabas de salir de clase? —Aslan asiente, con los párpados todavía cerrados—. ¿Cómo va la terapia?
—Una mierda.
Aunque al principio se mostró reticente al tratamiento psicológico, tiene a personas que lo aman y se preocupan por él, no quiere hacerles la vida más dura convirtiéndose en un problema, no es justo que carguen con sus ataques de pánico o sus pesadillas de reexperimentación, mucho menos Eiji. Sus pies se relajan contra el cojín, el aroma de la cafeína le cosquillea bajo la nariz aún con su manga encima. ¿Por qué le cuesta tanto permitírselo? No es rico vivir así, quiere estar bien también por él mismo, pero es duro, jodidamente duro acoger su sufrimiento cuando la disociación es la solución más rápida y efectiva.
—Viejo... —Él se quita el antebrazo de la cara, se ve apenado e increíblemente nervioso, eso capta la atención del aludido—. ¿Qué haces cuando quieres darle la mano a Jessica? —Max parpadea como una lechuza, liado.
—¿Qué dijiste? Creo que te escuché mal. —Las orejas de Aslan se ponen rojas, una mueca que se confunde con un puchero lo fulmina, parece joven, no más de veinte años, pero eso tiene ¿no?
—Me escuchaste. —Él se levanta del sillón para sentarse como corresponde—. ¿Cómo le das la mano a alguien? —El corazón de Max se llena de un calor paternal. Él deja la taza en la mesita de enfrente y se acomoda al lado del chico. Un gato con las garras afuera o un lince listo para morderle la yugular.
—¿Estás teniendo problemas con Eiji? —Niega.
—Quiero ser un novio más afectuoso. —Y se hace pequeño en su chaqueta de mezclilla—. Quiero hacer cosas de pareja, pero estoy tan jodido, no sé cómo. —Ni siquiera logra mantener el contacto visual, es patético que este sujeto sea su referente amoroso, no obstante, debe contar que se vuelva a casar.
—Oh, Aslan... —Le gusta la manera en que dice su nombre, le recuerda un poco a Griffin—. A Eiji no le importan esas cosas. —Él tensa sus puños encima de sus rodillas, sus zapatillas chocan contra su mochila y escucha a algunos libros caer contra el forro.
—A mí me importa. —No logra reaccionar cuando Max lo abraza por los hombros. Acá hay otro ejemplo, recibe gustoso los mimos, pero le es imposible iniciarlos. ¿Por qué no puede tener un poco más de sensibilidad emocional? Así sería todo más fácil—. Quiero darle la mano.
—Te la pasas dándole la mano. —El pecho le quema—. Incluso cuando se dan los cinco.
—¡Pero así no! —Trata de apartarse en vano—. Quiero que se noten mis intenciones románticas, anciano. —El aludido rueda los ojos.
—Siempre se notó el ambiente entre ustedes dos.
—No entiendo.
—¿Cómo decirlo? Siempre me dieron la impresión de que se amaban, estabas dispuesto a hacerlo todo por Eiji y él por ti, si eso no es amor, entonces no sé qué es. —El corazón le martillea con violencia, tiene el instinto de hacerse pequeño contra la camisa del periodista y lo hace.
—Supongo que sí. —Permite que le sobe la espalda, una y otra vez, el toque es suave y amable, paternal, se ríe—. Gracias por decirlo. —Se profesa patético mostrándose tan vulnerable cuando es un adulto, sin embargo, Max no lo aparta, esa comprensión hace que respirar se vuelva imposible.
—A Jessica le gusta que le dé la mano cuando no lo nota.
—¿Cuándo no lo nota? —Sus ojitos verdes se encienden con curiosidad, se separa para escuchar mejor, no lo suficiente para romper el abrazo—. ¿A qué te refieres?
—En cosas cotidianas, mientras estamos en el supermercado o algo así. —Max se rasca el mentón, la barba suelta un ruido áspero contra movimientos compulsivos—. Creo que es íntimo a su manera.
—No le doy la mano a Eiji cuando hace los deberes. —Al contrario, ni siquiera lo acompaña. Porque Aslan odia los quehaceres domésticos, el estómago se le arremolina, su terapia debe ayudarlo a identificar y conectarse mejor con dichas sensaciones desconocidas, pero va jodidamente lento y él no tiene paciencia—. ¿Crees que le guste?
—Puedes preguntarle. —Es un consejo burdo y obvio.
—Eso le quita el romance, viejo. —Uno que ni con sus 200 puntos de IQ piensa.
—¡Deja de faltarme el respeto!
—¡Ash! —Michael se les abalanza encima antes de que reaccionen—. ¿Por qué no me avisaste? Te estaba esperando para jugar. —El abrazo se vuelve aún más rígido gracias a la presencia del infante. Es mucho más apegado de lo que admitirá con esta familia, es una sensación melancólica y linda.
—Tú papá me estaba regañando. —Michael tensa el ceño e infla los mofletes como protesta.
—No seas malo con Ash. —El periodista luce herido por el favoritismo de su hijo, pero en el fondo le alegra—. ¡Vamos! —El infante lo tira de la chaqueta.
—No corras, Michael.
—¡Mamá, Ash ya llegó! —Ambos le dan el gusto y se levantan para caminar hacia la cocina.
—Espero que le guste el natto. —Una mueca de disgusto tiembla—. Eiji me ha enseñado la receta.
El universo lo odia.
Ash reflexiona alrededor de las palabras de Max durante el almuerzo, se aprieta la nariz y contiene las lágrimas para tragarse esa repugnante plasta, está seguro de que Jessica cocinó con maldad. No puede creer que Michael disfrute genuinamente de esa abominación, a Eiji le encantará tener un concurrente que aprecie sus gustos culinarios, promete invitarlo más adelante a cenar, cuando pase el semestre y tengan tiempo para respirar.
Al regresar a casa, se encuentra con la oportunidad perfecta, no alcanza ni a girar la perilla cuando los ojos de su novio lo atrapan.
—Eiji... —Cada vez que lo pronuncia pierde el aliento. Un nombre bonito para un chico bonito, piensa y se queda corto.
—Ash. —Una bolsita reciclable de Nori Nori pende bajo su brazo—. Se nos acabó el café así que voy a comprar más.
Es una oportunidad perfecta.
—¿Puedo acompañarte? —Él mete sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, el pequeño cupón lo raspa contra el forro de mezclilla—. También hay cosas que quiero comprar. —Eiji ladea la cabeza, confundido, más no desagradado.
—¿Me quieres acompañar? —Asiente con timidez—. Claro. —Y su novio le da una sonrisa repleta de dientes, es tan lindo que apenas lo puede soportar.
Definitivamente le dará la mano.
Blanca le dijo que un lince y un conejo no podían ser amigos. Nunca entendió del todo la analogía, más que un conejo, Eiji se asemeja a un canario, lo vio volar alto, más alto que nadie.
Ahora, paseando por el supermercado, entiende a la perfección la alegoría. Primero están esos grandes ojos cafés, oscuros y suaves, como los algodones de azúcar que no le permite echar en el carrito, más brillantes que el cielo en Cape Cod, más profundos que una infancia perdida. Su cabello, esponjoso, casi rizado, le gusta la manera en que se le mece con fiereza contra la frente para hacerlo lucir aún más adorable, los saltos emocionados que da tras encontrar un objeto de la lista, la manera en que arruga la nariz ante la información nutricional escrita en los productos, aún no se adapta a la dieta Americana, mucha Coca-Cola, ensalada de aguacates y camarones, y café, bastante cafeína.
Un conejo que salta tan alto que vuela.
—¿Qué quieres comprar? —Ash tensa sus manos alrededor del soporte del carrito, puede sentir la calidez de su novio a través del plástico, está cerca, realmente cerca.
—Crema de afeitar. —El sonido de la barba de Max taladrando en su cabeza lo hace musitar aquello.
—¿Eh? —Eiji frena sus movimientos—. ¿No te afeitaste hace poco? —Y se inclina para mirarlo. Puede sentirle el aliento chocar contra su cuello, huele a cafeína y es suave, lo que es ridículo, por supuesto, nadie tiene el aliento suave.
—No sé hacerlo bien con las navajas de plástico, solo necesito más práctica. —Los focos parpadean arriba de ellos, se encuentran por el pasillo de las leches, aunque la música es una basura comercial, le agrada, le hace mover los pies contra las baldosas.
—Puedo ayudarte. —El rubor se le agolpa en los mofletes—. ¿Quieres que te ayude a afeitarte? —Entonces, sintiéndose más audaz y confiado, esboza una sonrisa burlona.
—¿Me vas a dejar tan feo como a Ibe? —Adora molestarlo—. ¿Es eso, onii-chan? —Y le arrebata la lista, sabiendo que tiene la guardia baja.
—¡Ash! ¡Regrésamela! —Él aprovecha la diferencia de altura al extender la libreta, asegurándose de que no la pueda recuperar, le da mucho amor que ni de puntitas lo alcance, mientras más tiempo pasa, más obvia se torna la brecha corporal entre ellos dos. Mete sus palmas dentro de sus bolsillos y vuelve a rozar el cupón, quiere usarlo, quiere tomar su mano.
—Puedo devolvértela con una condición. —Es el momento perfecto, su novio no lo espera al lucir completamente irritado. Sus suelas rechinan contra el refresco pegoteado en los azulejos, las luces apenas funcionan, probablemente cerrarán pronto.
—¿Cuál es la condición? —El japonés se cruza los brazos contra el vientre, ofendido.
—Pues...
—¡Eiji! —Su valor cesa apenas los interrumpe una voz realmente chillona—. ¡Cariño! ¡Tanto tiempo!
—Señora Owens. —Por el pánico la lista termina cayendo hacia el piso, la ansiedad no le permite moverse, por eso su novio la recoge—. Es un gusto volverla a ver.
—¿De compras nocturnas? —Eiji se encoge de hombros.
—Se nos acabó el café y estoy en periodo de exámenes. —El perfume de la señora lo hace toser, huele a anciana, es diferente al que usa Jessica, este se asemeja a la naftalina. Ella se inclina para pellizcarle una mejilla al moreno, se pregunta qué tan popular es.
—Te he dicho que eso no es sano.
Eiji parece un natural, la inversión de los roles le extraña, Aslan está acostumbrado a que vanaglorien su belleza y traten de captar su atención, ahora, se siente como un gatito asustado escondiéndose detrás. No por qué no sepa ser encantador, sino porque le impidieron seguir con su plan romántico, lo ha dejado vulnerable. Los pelos se le ponen de punta cuando los ojos de la mujer se enfocan en él, usa unos lentes tan gruesos que apenas dejan visible una densa sombra de ojos azules, tiene los labios arrugados y bañados en un llamativo rosa.
—Así que tú eres el novio de Eiji, creo que nunca nos presentamos formalmente. —Ella le extiende una mano—. Gladys Owens, vivo dos pisos más abajo que ustedes.
—Ash Glenreed. —Genial, termina dándole la mano a una anciana, esto no ha salido bien. Él palpa sus bolsillos y entra en pánico al no encontrar el cupón dentro de su chaqueta.
—Sería genial si un día nos acompañas a tomar té, todas nos morimos de curiosidad por conocer al novio de Eiji. —Le duele mucho el pecho el haber perdido algo tan valioso.
—Sí...
No emite otra palabra durante la salida al supermercado.
Ha perdido un cupón.
Un cupón para darle la mano.
Él carga esa horrenda bolsa de Nori Nori encima de su hombro, los víveres están pesados, el clima es agradable, su apartamento queda cerca. Aslan presiona los párpados y los vuelve a relajar, enfoca su atención en los distintos árboles que lo rodean, sabe que es estúpidamente simple, no necesita de un cupón para darle la mano. Pero lo necesita, mierda lo necesita, eso lo hiere, porque algo que es tan escueto para los demás, que ni siquiera lo tienen que pensar, a él lo agota emocionalmente.
Especula en una infinidad de metáforas en busca de ponerle nombre a lo que siente, se pregunta si el leopardo en las nieves de Hemingway tuvo la posibilidad de escapar de su carcasa, pero se hallaba paralizado. Sus palmas sudan contra los puños de mezclilla, la primavera le cosquillea debajo de la nariz. Ni siquiera es consciente del tiempo que vaga en su miseria, le frustra, Eiji hace todo lo posible para facilitarle la vida, lo hace sentir digno de una segunda oportunidad que no desea desperdiciar. Piensa en el cadáver del leopardo y en su posible dirección, quería bajar ¿verdad? Su mano está demasiado caliente para que articule un pensamiento coherente, los dedos de su novio son suavecitos a pesar de la pértiga y...
—¿Ah? —Le está dando la mano.
Alto, alto, alto.
Carajo.
Le está dando la mano.
—¿Qué? —Eiji parpadea, confundido por la repentina frenada—. ¿Estás muy cansado? ¿Quieres que yo cargue la bolsa?
—¿Por qué estamos tomados de la mano? —Entonces, Eiji se encoge dentro de su suéter y saca uno de los cupones, saca el cupón que jura perdido.
—Se te cayó con la lista de víveres, pensé que querrías canjearlo hoy. —Y Dios, es así de simple—. Lo siento si lo malinterpreté, pero parecías estar luchando para tomar mi mano.
—Gracias. —Ama lo simple que son las cosas con Eiji, lo normal que vuelve a ser. Mucho más que un asesino, prostituto, líder de pandilla o cualquier otra etiqueta que usa para destruirse, ama lo fácil que es ser un adolescente torpe y ya—. Quería tomar tu mano. —Esa sonrisa simplemente le derrite el corazón.
—¿Estás cansado? —Aslan niega, apretando con fuerza la mano de su novio. Sabiendo que no es cosa de despertar un día y que todos sus problemas se hayan arreglado por arte de magia.
—Quiero tomar el camino largo a casa. —Eiji asiente y corresponde.
—Vamos.
Se trata de sobrevivir un día a la vez.
Y de empezar a vivirlos.
El proximo capítulo me hace muy feliz porque está más enfocado en Eiji y tiene referencias a New York Sense. Mañana nos veremos dos veces, porque así iremos este mes, habrán actualizaciones regulares y de este fic para que nada muera en el olvido y mis tramas efectivamente se reactiven. Muchas gracias por el apoyo.
¡Nos vemos mañana!
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