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❀ Capítulo tres

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Flor aguileña

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                    Guardar esperanza para encontrar al amor se volvió cada vez más complicado, y eso que todavía no sostenía una conversación decente con ningún potencial pretendiente. Lo que le deparaba el futuro era demasiado incierto y aquello le hizo extrañar la seguridad que le proporcionaron sus días en Lyme, donde sus planes no dependían de nadie más que de ella. Su vida le pertenecía, o al menos eso fue lo que pudo sentir cuando recogió cada pedazo de su ser y los unió para ser una Rosalind nueva.

          Quizás ocultarse al fondo del salón no sirviera de mucho. Agachaba la cabeza, pretendía no buscar el apoyo de la pared y luchaba contra la idea pesimista que se instaló campalmente en su mente una vez llegaron al baile de lady Danbury.

          Las miradas ajenas hirvieron sobre ella y su familia. Distintos pares de ojos se detuvieron en Rose, analizándola de arriba a abajo, poniendo especial atención a la falda que cubría sus piernas. Casi lucían convencidos de que pudiesen ser capaces de desintegrar la tela para ver su mayor debilidad. Acaso sabrían ya de su problema gracias a los rumores que nunca tardan de recorrer bocas y llegar a oídos dispuestos. Con tan solo tener que considerarlo le molestaba.

          —Mamá no estará contenta cuando te vea en esta triste esquina.

          Rosalind pegó un respingo en su sitio y se giró de sopetón, encontrándose con Elliot. Una sonrisa que se tambaleaba entre los nervios y el alivio curvó sus labios. Sus ojos buscaron a su madre entre las personas del salón y no le fue difícil hallarla casi al otro extremo, acompañada de más mamás pendientes de que sus hijas consiguieran un baile esa noche. La misma Florence se encontraba danzando emparejada con un caballero que no pudo reconocer, pero a juzgar por la sonrisa de la duquesa de Dorset, era un buen partido.

          —Mientras mantenga su atención sobre nuestra hermana menor, creo que estaré bien.

          —¿Cómo te sientes? —inquirió inclinando un poco la cabeza hacia ella. Había evitado tanto hacer esa pregunta, pero de todas formas fue incapaz de ignorarla por más tiempo.

          —Bien —contestó con simpleza, aunque la mirada que le dirigió su hermano estuvo lejos de mostrar satisfacción por tal palabra.

          —Tal vez deba volver a hacer la pregunta y tal vez tú debas tener otra respuesta. Y que sea sincera, por favor.

          Ni siquiera su mellizo tenía la habilidad de conocerla tan bien, aunque cabe aclarar que el segundo hijo varón de Owen resultaba más perceptivo a las emociones ajenas, a comparación de Felix o Caleb. Supo que no le quedaba de otra más que ser terriblemente sincera, no solo con él, sino consigo misma. Lo más probable es que necesitase un milagro divino para no huir del lugar en cuanto terminase de hablar.

          —Siento que quiero irme de Londres para nunca volver a tener que pisar un salón de baile —soltó de sopetón, mirando a las personas cercanas para asegurarse que habló solo para su hermano—. No recuerdo que Hazel me haya dicho que esto era tan intimidante, mucho menos que la mayoría de jovencitas me creerían una especie de rival solo por el apellido de mi familia, o indigna de algún buen caballero por haber regresado sin aviso y no contar mi vida a todo aquel que se cruce en mi camino.

          Y eso que no se atrevió a poner en palabras su frustración más grande por miedo a que se hiciese realidad. ¿En qué estaba pensando cuando llegó a este lugar? ¡¿Un baile?!

          —Eres hija de un duque, era de esperarse —dijo Elliot encogiéndose de hombros.

          —Cuánto quisiera que eso no me definiera. —Suspiró con desgano.

          Su hermano pareció haber estado a punto de contestar, pero como dejó de mirarla al rostro y se fijó en sus alrededores, pudo ver a Stella Price acercándose a ellos con prisa. Se había esforzado tanto por estar lejos del radar casamentero de su progenitora, que se negaba a perder la batalla de esa noche. La duquesa no solo esperaba casar a sus hijas, también a sus varones y a sabiendas de lo competitiva que era la temporada, Elliot en verdad temía descuidarse siquiera un segundo y levantarse algún día y verse en la iglesia a punto de contraer matrimonio con una jovencita que no era Lo...

          —¿Qué tan rápido crees que puedas correr? —preguntó atropelladamente.

          —¿Correr? —preguntó Rose con ceño fruncido y mirándolo casi alarmada.

          Él asintió e hizo una seña hacia la nombrada con su cabeza.

          —Madre viene hacia acá y tiene compañía.

          Oh... ¡Oh! Rosalind giró el rostro hacia la misma dirección que su hermano y, efectivamente, la mujer tenía la vista pegada en ella al tiempo que cruzaba palabras con quienquiera que era el hombre que caminaba con ella. Se comenzó a inquietar y miró a Elliot con notoria zozobra en su expresión. Poco faltaba para que empezara a agitar los brazos al no encontrar palabra para decir ni acción que ejecutar. Estaba paralizada y entrando en pánico.

          —¡¿Q-qué debo hacer?! —chilló en un susurro.

          —Ahorrarle un dolor de cabeza a nuestra mamá o correr.

          —¡Elliot! ¡No puedo hacer eso!

          —¿El qué?

          —¡Correr! ¡No puedo correr!

          Los más cercanos se giraron a observarlos y Rosalind apenas pudo controlar el sonrojo en sus mejillas ante la vergüenza de haber casi gritado lo último. Una jovencita jamás alzaba la voz, mucho menos en un evento social y ante un hombre, incluso si aquel era familiar.

          Elliot abrió los ojos de sobremanera y de seguro soltó alguna grosería al tiempo que agachó la cabeza y sus labios se movieron. Tenía una mueca en la cara cuando miró a su hermana de nuevo, así que, sin atreverse a pensarlo de más, agarró el antebrazo de Rosalind y la guio consigo hacia la entrada del salón. Se aseguró de trazar un camino que interpusiera más personas entre su madre y el pretendiente que arrastraba consigo, pues eso colaboraría a que su hermana no se arriesgara a lastimarse durante la velada. La tarea fue bastante fácil a lo que creyó en un principio, incluso cuando tuvo el temor de que Rose diera un paso en falso y no pudiesen llegar a su improvisado destino.

          Al menos no se dirigieron a la sala de mujeres, pues tampoco era un sitio seguro al cual ir a ocultarse porque no habría manera de que Elliot la acompañara ni que Rose escapara. En cuanto ella había asomado la cabeza por los alrededores al comienzo de la noche, varias jóvenes y madres conectaron con su mirada, viéndose listas para saltar sobre ella como si fuese la nueva presa de la alta sociedad. Lo más probable es que sí lo fuera, aunque se negaba a aceptarlo aún.

          —Eso no fue correr, ¿verdad? —preguntó antes de soltarla justo afuera de las puertas que fueron abiertas por los uniformados sirvientes.

          Tenía el corazón latiéndole desbocado en el pecho y no se molestó en mirar atrás hacia los bellos jardines cuidados. Se removió en su lugar, atenta al dolor soportable en su rodilla y negó a modo de respuesta. El aire fresco de la noche acarició su cuello y parte de la espalda, gracias al corte redondeado de su vestido y el peinado recogido, no obstante, estuvo lejos de dejar sentirse acalorada. El sonido de la fuente se escuchaba muy suave a lo lejos, superado por la banda que todavía tocaba con gran ánimo al interior del conservatorio.

          —Reaccionaste a tiempo... no sé qué me pasó. —Resopló con una risa baja.

          Llevaba toda su vida hablando con hombres, pero tuvo que aceptar que con el prospecto de que alguno de los siguientes caballeros con los que entablaría una conversación no sería un hermano, sino su futuro esposo, le producía temor. Querer tener un matrimonio amoroso parecía cada vez más una fantasía si se ponía a considerar que no tenía ni la más mínima idea de qué era el amor en realidad. Cómo podría saberlo, cuándo se daría cuenta que aquel profundo sentimiento se alojaba en su corazón o que su espíritu se estremecería por y con el de alguien más.

          Todo aquello lo percibía tan abstracto y Rosalind se consideraba alguien con un pensamiento muy terrenal gracias a los gajes de la vida.

          —No te preocupes, fue notorio que lo que querías era escapar y yo también. —Elliot se encogió de hombros.

          —Una lástima que su anfitriona los haya atrapado —intervino una tercera voz.

          Ambos Price no tardaron en girar sus cabezas hacia la mujer, que parecía haber querido entrar al salón y se topó con ellos justo en el momento en que el joven Price decidió decir esas palabras. Lady Danbury se caracterizaba por ser una mujer directa, tanto que llegaba a ser algo aterradora. Sus juicios eran agudos y rara vez incorrectos. Elliot sentía un gran respeto por la viuda, sobre todo por el papel que desempeñó para uno de los amigos de Felix, Simon Basset, el nuevo duque de Hastings.

          —Lady Danbury —saludó el pelinegro asintiendo levemente con la cabeza. Luego se dirigió a Rose con una clara mirada de disculpa—. Déjeme presentarle a mi hermana, la señorita Rosalind Price.

          —Es un gusto, lady Danbury.

          Los suspicaces ojos de la mujer mayor la observaron con atención y brillaron con una emoción oculta que ella no pudo descifrar. Aquello solo sirvió para que sus nervios crecieran. No se había inclinado como debía y fue más que obvio que la contraria lo notó, más no se hizo ningún comentario al respecto. Rose tuvo la decencia de no relajarse ni tranquilizarse.

          —El gusto es mío, querida. —La sonrisa fue suave y amable, aunque no tardó en borrarse de sus labios y adoptó una expresión más severa—. Me parece que su hermana menor, Florence, sí está disfrutando del baile como debe ser.

          —Mis disculpas —se adelantó Rose—, apenas es mi segunda noche de vuelta en Londres y estoy bastante nerviosa.

          —Muchacha, si dejas que eso que llamas nervios te prive de vivir un poco, no harás nunca nada.

          A pesar del tono usado, brusco y lejos de ser una caricia, la sinceridad y experiencias fueron tan brillantes en lo dicho como las piedras del collar que llevaba puesto. Rosalind se tuvo que esforzar el doble para no agachar la mirada. Dios, casi podía jurar que cruzaba una plaza incendiada con pies descalzos desde que llegó al conservatorio acompañada de su madre, Florence y sus hermanos. No se había permitido ni un descanso ni sincera sonrisa. El peso creciente de tener que dar una buena impresión la ahogaba.

          —La velada apenas comienza y estoy casi segura que su madre anda buscándolos —les informó con cierto tono que dio a entender que ninguno de los dos se libraría de lady Price—. Me parece que la vi acompañada de lord Bridgerton.

          Sin siquiera excusar su salida, se alejó de ellos, dejándolos con los ojos abiertos y las bocas cerradas. La conversación había sido breve, empero el impacto que la mujer dejaba con unas pocas palabras era mucho más duradero.

          —¿Anthony Bridgerton? —inquirió Elliot con una mueca, una vez se hubo recuperado de la pequeña charla con lady Danbury.

          —¿Hay algún problema con eso?

          —Creí que ya habrías leído a lady Whistledown. Esa mujer escribe todo de todos con una pluma bien afilada.

          —Apenas llegué, Elliot, no he tenido suficiente tiempo para leer todas sus publicaciones —dijo con obviedad, tratando de ocultar su balanceo. Ya se sentía cansada y la rodilla comenzaba a dolerle, producto de haber permanecido tanto tiempo en pie.

          —Solo... —Inhaló profundamente, luciendo algo exasperado—. Anthony Bridgerton es justo el hombre del cual te tienes que mantener alejada. Puede que sea inevitable que bailes con él, pero puedes no entablar una conversación.

          —Eso sería de mala educación —comentó.

          —Rosalind... —dijo con ligera severidad, su rostro serio.

          Rose hizo una mueca, pero finalmente decidió asentir, no porque quisiese hacerle caso a su hermano puesto que su especialidad años atrás había sido sacarlo de quicio en cualquier oportunidad, sino porque comprendió sus palabras. A pesar de que su tiempo sumergida en la sociedad como una joven mujer apta para el matrimonio apenas había iniciado, Rosalind distaba mucho de ser alguien ignorante. Así que sí entendía a la perfección qué era lo que Elliot quería decir pero que no se atrevía a poner en palabras, mucho menos delante de ella.

          No le quedó de otra más que comprender que Anthony Bridgerton era un hombre libertino. Y eso significaba lo mucho que le iba a desagradar una vez su madre lo obligara a presentarse ante ella de nuevo.

          Los Bridgerton no eran unos desconocidos para los Price, sobre todo porque Felix compartía una gran y larga amistad con el ahora vizconde. Rose misma había pasado más de una tarde con Daphne, ya fuese paseando por Rotten row o alguna que otra lección en piano forte. Años atrás, cuando todavía le interesaba ensuciar su vestido en improvisadas excursiones, por lo general sucedían en los terrenos de Aubrey Hall, el hogar ancestral de la numerosa familia.

          Benedict más de una vez se puso en la misión de enlodar sus trenzas junto a Caleb, mientras que Colin se ofrecía cada vez a acompañarla con su madre a limpiarse. Hazel, Florence y Daphne por lo general preferían quedarse en los jardines a esperarla, porque sabían que Rosalind llegaría con más quejas y ojos llorosos, solo para volver a salir a jugar con los hermanos la mañana siguiente. Anthony no hacía nada de eso, pues prefería pasar tiempo con Felix que con los pequeños, a excepción de las competencias infantiles que a veces organizaban

          Sin embargo, ella ya no era una niña y ellos tampoco, a excepción de los últimos dos hijos de Violet. La siguiente vez que hablarían, Rosalind dejaría de ser la vecina y amiga, para ser una esposa potencial. Todavía estaba por decidir qué tanto mal le haría hablar con un hombre cuya reputación no estaba manchada por su alta cuna y género, pese a que sus idas y venidas como libertino no parecían ser un secreto.

          —Entonces me mantendré alejada verbalmente si se da el caso —dijo con total tranquilidad—. Después de todo, creo que nuestra madre no podrá...

          —¡Oh, querida Rosie!

          La duquesa de Dorset se acercaba al par con rapidez, aunque esta vez no tenía compañía. Los hombres que custodiaban la entrada le habían abierto las puertas para permitirle la salida y, lastimosamente, ellos no se encontraban tan lejos de las mismas, por lo que Stella pudo distinguirlos con facilidad desde el interior del salón. Era eso o pensar que lady Danbury delató su paradero. De todas maneras, ninguno de los dos supo sentirse aliviado ni pretender que la presencia de su madre les era grata.

          —Hablé demasiado pronto.

          —La llamaste —completó Elliot asintiendo con la cabeza—. Dijo tu nombre, no el mío y supongo que esta es mi señal para retirarme.

          —¿Qué? No me puedes dejar sola con nuestra mamá. —Una mueca de súplica se hizo presente en su rostro—. Por favor.

          —Alguno de los dos se tiene que salvar y al parecer no serás tú, hermana.

          —¡Elliot...!

          —Hija —suspiró lady Price con una sonrisa algo tensa—. Te he estado buscando casi toda la noche. Tengo que presentarte a alguien.

          —¿Tiene que ser ahora? –inquirió con una mueca y volvió la mirada hacia los jardines, esperando poder encontrarse entre los elegantes caminos que a punto de ser tragada por los invitados

          —Por supuesto que sí, niña —reprendió la mujer con el ceño fruncido—. Espero que hayas descansado porque le concederás este baile a un Bridgerton.

          Stella entrelazó sus brazos y la arrastró consigo al interior del conservatorio una vez más. Rosalind tragó saliva con dificultad e ignoró el ardor en sus ojos. De manera instintiva se arregló el collar que decoraba su cuello y se recogió un mechón invisible detrás de la oreja. Se sentía adolorida, no estaba preparada y aún así tendría que lanzarse al vacío sin tener la mínima oportunidad de ser atrapada.

          Todavía no estaba segura si estaba lista para tomar tales riesgos. Sus pasos de baile estaban algo oxidados y su inseguridad había crecido hasta tal punto de querer tomar la decisión abandonar sus deseos más profundos. Pero era paradójico, porque eso no era lo que quería en realidad.

          —Lord Bridgerton, lamento mucho las molestias —saludó Stella con una brillante sonrisa—. Aquí le presento a mi hija Rosalind Price.

          El joven hombre se giró en cuanto escuchó la voz de su progenitora y Rosa tuvo que hacer un ligero esfuerzo por mantenerse neutral y tranquila. Era un hombre bastante guapo, alto, con cabellos marrones oscuros espesos y hombros anchos. Sus ojos cafés la miraron e inclinó la cabeza con cortesía, aunque su mirada no se despegó de su rostro en ningún momento. Ella le devolvió el gesto a su manera, sintiendo las mejillas sonrosadas ante tal intercambio tan directo.

          —No son necesarias tantas formalidades, lady Price —dijo Anthony con una media sonrisa, una vez estuvo enderezado en su sitio—. Conozco a la señorita desde que tiene ocho años.

          —En definitiva no creo que en una reunión como ésta eso esté de más.

          La duquesa se rio y el hombre correspondió con una rápida sonrisa que de seguro atrapaba a madres e hijas por igual, pero Rosalind solo pudo desear estar en otra parte. Soltó el brazo de su madre y cruzó sus manos en la parte posterior de su cuerpo, casi imitando la postura del vizconde. Sin casi notarlo, una vez más volvió a detallarlo en aras de encontrar algún defecto que dejara de hacerlo tan atractivo a sus ojos, o al menos eso fue lo que intentó hacer. Lord Bridgerton correspondió su mirada y alzó ligeramente una ceja, como si la retara a ceder ante la intensidad de la misma.

          Rose achicó un poco sus ojos y no pudo evitar alzar un tanto el mentón con altanería. Debía recordar que era un libertino, así que justo como uno, de seguro esperaba que ella apartara sus ojos de los de él ofuscada. Claramente, la joven no iba a permitir que aquello sucediera.

          —¿Me concede esta pieza, señorita Price? —preguntó el castaño con otra seductora sonrisa.

          Los nervios que atacaron a Rosalind en ese instante claramente solo se debían que pronto iba a hacer el ridículo ante todo Londres. Por supuesto que no eran por la mirada que Anthony Bridgerton lanzó en su dirección junto con la invitación. ¿Qué tan raro sería no romper el contacto visual mientras hallaban su sitio en el centro del salón?

          —Con gusto, mi lord.

          Enseñó su muñeca con su tarjeta de baile y pretendió no comprender la expresión de Bridgerton, pues sabía lo que sus ojos vieron en el pequeño cartón. Su nombre sería el único escrito ahí, porque ella se encontraba segura de que después de esa danza, no podría hacer nada más el resto de la noche.

          Se acercó al hombre una vez este terminó de escribir y aceptó su mano. A pesar de tener guantes que hacen juego con su vestido, la calidez de la mano masculina la estremeció. Casi pudo jurar ver la manera en que los ojos del mismo bajaron siquiera un poco por su rostro, solo para dirigirse al frente una vez más. Rose decidió pasar eso por alto para mantener sus pensamientos a raya y dejó que él la guiase hasta que se posicionaron uno enfrente del otro.

          En cuanto las demás parejas se terminaron de organizar, la música inició.




a-andromeda

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