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❃ Capítulo dos

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Campanillas de invierno

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                    Desde que salieron del palacio, Florence se estaba comportando de una manera irritante, acabando con la paciencia y oídos de todos los Price. Al llegar a la mansión, la duquesa siguió a su hija menor escaleras arriba, tratando de tranquilizarla con palabras suaves que llegaron a oídos sordos, las cuales luchaban en contra de las continuas quejas que narraban su temprana derrota en la temporada. La jovencita se sentía tan desdichada desde que la reina apenas le dirigió una mirada que no denotó más que aburrimiento, y culpó al escandaloso desmayo de Prudence Featherington como la principal distracción.

          Cuando Stella, Owen, Rosalind y Florence estuvieron acomodados al interior de uno de los carruajes de regreso al hogar, Flor no tardó mucho en después tirar el agua sucia a Elliot, por haber despertado en ella la ilusión de ser el diamante de la temporada. Insistía que no se había despertado con aquel deseo hasta que su hermano hizo el comentario, que ella misma había aceptado con ojos brillantes pero que ahora declaraba fuera de lugar. Incluso trató de que Rose apoyara su versión de los hechos, recibiendo de su parte silenciosos asentimientos de cabeza. De todas maneras, no habría podido hablar si lo hubiese intentado.

          Una vez cruzaron la entrada principal y los criados se afanaron a recoger los guantes y recibirlos, Florence se apresuró a dejar en claro su descontento con Elliot de frente. El pobre trató de consolarla con palabras alentadoras, asegurando que ella era mejor que un diamante, pero en medio del enojo de la joven, no atendió a cumplidos ni consejos y siguió cediendo a la decepción. En definitiva, no fue sorpresa alguna que, en el momento en que se escuchó el portazo en la segunda planta, los restantes soltaron un suspiro de descanso, lamentando los tímpanos de su madre y las doncellas que quedaron atrapadas en el huracán que implicaban los berrinches de la menor.

          Por parte de Rosalind, estuvo agradecida con la atención desviada y, a pesar de que no podía terminar de tragarse la culpa, el infortunio de una de sus vecinas hizo que su presentación pasara de ser un momento crítico a uno efímero. Sí, claramente recibió más miradas largas que las que Flor mantuvo sobre sí, pero ella sabía de sobra que la única razón de eso superaba cualquier indicio de elegancia o belleza que los demás pudiesen llegar a encontrar en ella.

          Hacía casi dos años que no pisaba Londres, las personas estaban curiosas y atentas a cada paso que daba. No estaría impactada si en algún momento llegasen rumores sobre lo que los demás especulaban que había sucedido con ella.

          Y eso solo había sido el primer día de una larga temporada.

          Lucy, su doncella, se acercó con rapidez hacia ella y le entregó el bastón. Bajo la atenta mirada de sus hermanos y padre, a Rose no le quedó de otra más que aceptarlo y dejar de usar a Elliot para mantener el apoyo, aunque la mirada que él le dirigió dejó en claro que todavía estaba lejos de cansarse.

          —Gracias, hermano —dijo Rosalind con una media sonrisa agotada—. A partir de ahora usaré un apoyo inanimado. Con permiso. —Asintió hacia los hombres a modo de despedida y se dirigió hacia las escaleras alfombradas, con Lucy detrás de ella para asistirle.

          Sin duda había hecho un gran esfuerzo aquella mañana y su rodilla estaba protestando cada vez más. Necesitaba descansar o nunca estaría lista para el baile de apertura de Lady Danbury, la siguiente prueba que tendría que superar.

          El silencio de los hombres no tardó en hacerse notar. No era necesario expresar en palabras la preocupación que despertaba en ellos al ver a la joven en tal estado, pues no necesitaban ni siquiera especular lo que las gentes dirían si alguna vez la vieran caminar así. Encontrarle un buen marido que ignorase lo obvio no iba a ser sencillo. Las apariencias eran tan importantes en la sociedad, que cualquier indicio de debilidad era sinónimo de destrucción. Rosalind necesitaba casarse pronto para poder asegurarse una buena y cómoda vida.

          —Asegúrense que esta noche sus hermanas estén siempre acompañadas —comenzó a hablar el duque—. Caleb, hablaremos en mi oficina.

          Sin dirigir ni una mirada a ninguno de sus hijos, emprendió camino hacia dicho lugar. El menor de todos tragó saliva de manera visible y su expresión sufrió numerosos cambios en el transcurso de unos cuantos segundos. El temor dominó de tal manera que tanto Elliot como Felix le palmearon los hombros en un corto gesto de apoyo, antes de que el castaño saliese casi corriendo detrás del duque. Lord Price era impaciente por naturaleza, pero con el menor de sus hijos era particularmente estricto.

          —¿Tienes algo que ver con esa repentina reunión? —inquirió Elliot.

          La mirada de reojo que le dirigió su hermano mayor fue toda la respuesta que necesitó. Un suspiro exasperado fue lo único que se escuchó en el recibidor y, sin esperar otro segundo, Elliot emprendió camino en la misma dirección que tanto duque como hijo tomaron. Felix se afanó en igualar sus pasos y detenerlo, sosteniendo su antebrazo izquierdo. El más joven se mostró irritado, mientras que el contrario, con su cabello negro ondulado y siempre peinado hacia atrás para dejar su rostro despejado, ladeó la cabeza al tiempo que alzó una ceja.

          —Te aseguro que aquella es la ayuda que nuestro hermanito necesitaba.

          —Te escuché en la presentación de nuestras hermanas —aclaró con seriedad y se soltó para enfrentarlo—. La Reina escogió a Daphne Bridgerton como el diamante de la temporada, pero todavía no me queda claro lo que tiene que ver ella con...

          —Padre no quiere que Caleb herede nada en su nombre —le interrumpió en un susurro, dejándolo pasmado en su sitio.

          Felix chasqueó la lengua y lo volvió a agarrar del brazo para arrastrarlo hacia la siguiente habitación más cercana. Al ingresar no dudó en cerrar la puerta y volverse hacia Elliot, quien se había acercado al escritorio de la biblioteca para tomar asiento.

          —¿Él te lo dijo? —preguntó y alzó la mirada hacia su hermano mayor para verlo asentir con la cabeza—. Pero después tú serás el duque, de seguro hay algo que puedas hacer.

          —Nuestro padre todavía se ve muy lejos de la tumba —resaltó con un bufido—. Tú y yo tenemos títulos subsidiarios, el de Caleb es solo pura cortesía. Estoy seguro que el dote de Bridgerton será más que suficiente para su futuro. Si él es tan inteligente como sus notas en Oxford lo demuestran, sabrá hacer buenos negocios.

          —¿Así como tú dices ser bueno en tus negocios? —Alzó una ceja con gesto acusatorio. No era tan ignorante como Felix creía y quería asegurar con su ego.

          —No empieces —advirtió, bajando su tono de voz y levantó la mano izquierda para señalarlo con severidad.

          Elliot negó con la cabeza y se pasó las manos por el rostro. Deseó poder tener alguna otra solución que no fuera la caza del dote de una dama inocente, pero si la determinación con la que tanto era conocido el duque de Dorset sirviese como un indicativo, Owen no permitiría otra opción. La familia de la señorita Bridgerton era una de las más prolíficas y respetadas que conocían, si su progenitor ya había señalado a la hija mayor de la vizcondesa como única opción, Caleb no podría cortejar a nadie más que al diamante hasta contraer matrimonio. Y eso no sería sencillo, puesto que no dudaba que aquella competencia por la mano de la fémina sería... casi imposible de ganar.

          —Supongo que Anthony jamás podrá saber esto —comentó entre dientes.

          —Es mi amigo y lo aprecio, pero es demasiado sobreprotector.

          —No puedes culparlo; las intenciones de Caleb serán todo menos honestas.

          —Conoces a nuestro hermanito —se quejó Felix al tiempo que torció los ojos—, cuando menos se lo espere estará enamorado de la señorita y todo estará solucionado. —Se cruzó de brazos luciendo satisfecho consigo mismo, algo que desagradó por completo a Elliot.

          —Si todo sale como es esperado...

          —Claro que saldrá bien —le cortó una vez más—, nos aseguraremos de ello. El futuro de nuestro hermano depende de eso y, aunque no lo creas, no le deseo el mal a la hermana del vizconde. Caleb está en la obligación de comportarse como lo que debe ser: un caballero.

          Elliot no se sintió orgulloso ni medianamente cómodo con lo planteado. Ni siquiera estaba seguro que el mellizo de Rose aceptara tales condiciones, pero si el duque cedió a la idea de Felix con nula resistencia, algo más tendría que estar en juego. Sin embargo, al ver que su hermano mayor no dijo nada más al respecto y salió de la estancia, supo que tendría que averiguarlo por su cuenta.

          Por alguna razón, un vacío no tardó en hacerse presente en su estómago, el presentimiento de nubes oscurecidas asomándose sobre su cabeza y en las del resto de su familia. Giró su cabeza y sus ojos oscuros fueron a parar en los rosales que se alcanzaban a ver a través de la ventana. Odiaba esa época del año, porque representaba todo lo que él detestaba en las personas con dinero; perfectamente arregladas y perfumadas, ocultando letales espinas.

          La visita de Hazel Lewis alegró la mayoría de espíritus, exceptuando el de Elliot y claramente el de Florence. El primero apenas pudo quedarse sentado en un solo sitio por un total de veinte minutos, antes de excusarse a hacer algo más que aseguró tener pendiente. Por parte de Flor... el único cambio fue que no hizo muchos comentarios a lo largo de la tarde, aunque su actitud denotaba que todavía no dejaba de pensar en su presentación y aparente fracaso. Owen se vio ligeramente más contento de ver a su hija mayor, tanto que intervino más veces en la conversación de lo que lo hizo con la llegada de la melliza de Caleb.

          Stella estaba demasiado encantada como para quedarse quieta, y pidió todos los aperitivos posibles para compartir. Tener la casa llena una vez más con todos sus hijos e hijas en verdad había levantado sus ánimos y no dejaba de asegurar que todo saldría de maravilla en la noche. Florence se excusó ante tales palabras y se retiró, pero los demás permanecieron algún tiempo extra en la sala, hasta que solo quedaron Hazel y la recién llegada a Londres.

          Rosalind pareció disfrutar más la compañía de la mayor, sobre todo cuando la vio tan cambiada; el semblante de una Hazel competitiva que buscaba esposo había sido apaciguado por el brillo de una cercana maternidad. No temía mostrar su vientre ligeramente hinchado usando vestidos livianos y carentes de un incómodo corsé.

          —La gente siempre va a hablar —había dicho la esposa del almirante Charles Lewis con una gran sonrisa—. Me parece mejor tener toda la intención de hacer algo escandaloso. Así, más pronto que tarde lo olvidan y se centran en otras cosas.

          Rose se preguntó si aquello podría ser posible en su caso, aunque no supo comprender muy bien qué podría hacer para que su antigua ausencia y sorpresiva presencia en sociedad fuese olvidada tan rápido. ¡Los cotilleos la comerían viva! De tan solo imaginarse las preguntas que los demás harían, las formas en las que iban a pretender ser tan educados y merecedores de husmear en su vida...

          ¿Qué funcionaría más? ¿Asistir al baile de apertura o no?

          —¿Cómo está el señor Lewis? —preguntó al cabo de unos pocos segundos, casi justo al tiempo en el que la menor de los Price decidió unirse al encuentro una vez más. Sostenía en manos un papel que parecía ser de gran importancia, puesto que Florence apenas alzó la vista del mismo y se sentó a un lado de la embarazada.

          —Ocupado —fue la única respuesta que decidió dar para la ocasión, mientras que Rose trató de ocultar su decepción—. ¿Esa es la revista de Lady Whistledown?

          La joven alzó la vista y Rose no supo cómo interpretar la expresión que adornó sus rasgos todavía suaves. Hazel ladeó la cabeza, quizás sintiendo lo mismo que ella.  Dudaba poder mantener la curiosidad a raya con respecto a lo que es la vida de una mujer casada, un matrimonio que, tenía entendido, había sido por amor. Centrar su atención en el periódico no era de su interés, más tuvo que contentarse —o quizás forzarse— por demostrar lo contrario. La idea de que quizás podría hacerle una pregunta más directa a su hermana mayor en otra ocasión le permitió no insistir sobre el tema.

          Llevó su mirada hacia hacia su taza medio llena, soltó un corto suspiro y la dejó cobre la baja mesa enfrente de ella.

          —¿Quién es? —preguntó entrecruzando los dedos de sus manos sobre su regazo.

          —La única persona que se atreve a hablar de la alta sociedad sin pelos en la lengua, ¿o debería decir pluma? —dijo Hazel—. Hasta utiliza nombres propios, pero nadie sabe quién es.

          —Y siempre está enterada de todo —resopló Florence entregando el papel a Rosalind, quien lo recibió con un ceño fruncido—. Ahora todo el mundo sabe que estás de regreso.

          —Bueno... si ya todos saben que estoy aquí, no debería preocuparme por esta noche, ¿verdad? —curioseó tratando de calmar sus crecientes nervios y de quizás aligerar el ambiente.

          —Esa no será opción, querida —intervino la mayor, dedicándole una corta mirada de compasión—. Muchas cosas podrán haber cambiado en tu ausencia, pero esa no es una de ellas.

          Observó el salón de tapices lila, los muebles de madera tallada, pulida y pintada en beige, el retrato cuya imagen representaba a sus hermanas y a sí misma, en un tiempo en el que permanecer de pie por horas no resultaba terrible, ni la mitad de complicado que ahora. Luego llevó su mirada oscura a la ventana, más allá de los pesados cortinajes dorados que la enmarcan, para detallar desde su posición el amplio jardín que se extendía mucho más de lo que se podía detallar en la mansión. A su parecer, nada había cambiado. Elliot seguía siendo caballero y protector, Felix algo soberbio y quizás más orgulloso, Caleb más callado, Florence había dejado de ser una chiquilla y los dobladillos de sus vestidos ya ocultaban sus tobillos. Hazel sería madre y la duquesa y el duque apenas habían agregado unas cuantas canas al repertorio de cabellos negros y rizados de la familia.

          Si algo había cambiado, Rosalind estaba segura que no había sido al interior de la casa Price ni sus integrantes. Al menos no de forma que ella considerase demasiado grande o importante para tener en cuenta.

            —Dice que el jardín Price está completo —informó Florence, estresada con el silencio de su hermana y porque todavía no leía lo que le había entregado—. Aunque también menciona a los Bridgerton y la banal manera en la que el difunto vizconde y la vizcondesa decidieron llamar a sus hijos.

          —A mí me parece práctico —comentó Hazel, llevando una protectora mano a su vientre hinchado.

          —Si tienes ocho hijos... ¿Piensas seguir los pasos de Violet Bridgerton?

          Ninguna de las dos mayores supo si considerar aquello una queja o insulto, empero optaron por estar tranquilas y dejar que Flor terminara de desquitarse con ellas. Dudaban que en el baile algún caballero tuviese la resiliencia para soportar a una insoportable jovencita. Un gran porcentaje de hombres temían a las mujeres y ni siquiera un buen apellido daba las suficientes agallas. Si de algo les había servido tener tres hermanos, era justo eso.

          —¿Has terminado? —inquirió Rosalind con amabilidad, decidiendo dejar el periódico a un lado, sobre la mesita de té, a un lado de las galletas de mantequillas a punto de acabarse.

          Los labios de la menor temblaron y sus ojos se aguaron, para luego recostarse desganada en el espaldar del sillón compartido.

          —¿Cómo podré conseguir esposo si ni siquiera Lady Whistledown escribe sobre mí? —suspiró con exageración, mirando hacia arriba—. Que mi nombre apareciese en ese papel, ¡sería la epítome de mi presencia en sociedad! Ahora nadie sabe que existo.

          —Nunca creí que te llegaría a ver tan preocupada por conseguir un marido —confesó Hazel con ligera confusión—. Además, Lady Whistledown no parece ser alguien que de muchos cumplidos.

          —No lo hace —confirmó—, pero tener mi nombre escrito sobre el papel es sinónimo de que alguien, allá afuera, dirá mi nombre y pensará en mí. Conseguir todos los pretendientes posibles ayudará a que...

          Los ojos chocolate se despegaron del techo y cayeron casi de inmediato en las piernas de Rosalind, para desviarse con mayor rapidez al rostro de la señora Lewis. Había sido una fugaz mirada, pero la implicada lo notó con rapidez y no pudo evitar sentirse extrañada, puesto que nunca antes había recibido algún énfasis o trato diferente por parte de su hermana menor.

          —¿Florence? —Rosalind se inclinó hacia su hermana lo que más pudo desde su asiento y estiró una mano, la cual fue recibida con rapidez.

          —Solo... no tengo deseos de tener que hacer esto el año entrante —simplificó encogiéndose de hombros.

          La mirada de disculpa no pasó desapercibida por Rose, sin embargo, no pudo hacer ninguna otra pregunta, puesto que una de las criadas irrumpió en la sala. Ya era hora de que las dos se alistasen para el baile.

          Hazel no tardó mucho en despedirse y prometió enviar con alguno de sus sirvientes una invitación oficial para que la fueran a ver a su hogar. Las despedidas fueron cortas y en su mayoría interrumpidas por el revuelo que Stella comenzó a armar, reclamando que había que apurarse. No obstante, tanto Florence y Rosalind, como los otros tres hermanos, no se veían entusiasmados. Si algo había en común, era que su ánimo por los bailes de la temporada no siempre igualaron los de la duquesa de Dorset.

          Cuando estuvo subiendo las escaleras con ayuda de Lucy, una incómoda sensación se asentó en su pecho y apretó su garganta. ¿Cómo podría aguantar toda una pieza de baile cuando apenas era capaz de llegar a su dormitorio?




NOTA DE AUTORA

Están pasando muchas cosas aunque no parezca ^^

Aconsejo tener siempre presente la parte de la sinopsis que dice "mantener secretos ocultos..." y no sé qué más ahre

Espero que les haya gustado el capítulo!
No se enojen, que el baile es el siguiente y pues... pasarán cosillas ;)

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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