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❃ Capítulo cuatro



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Begonia

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                    Existía cierta especial habilidad en un hombre como Anthony Bridgerton para encantar a las jovencitas y a sus madres. Él no era ningún extraño en el juego de cortejo y seducción, caracterizándose por mostrarse seguro, por buscar abiertamente la futura vizcondesa que estaría a su lado y al frente de la familia, y porque estaba convencido de saber qué era lo que quería y necesitaba en su futura esposa.

          Pero eso no quería decir que estuviera interesado en algo como el amor. Tales sentimientos, tan fantasiosos como imposibles no tenían lugar en su vida tan ajetreada, donde el deber y el honor debían destacar impecablemente. Poco le interesaba si su futura esposa comprendería a fondo su carente entusiasmo por buscar afecto romántico. Lo único que importaba era que la trataría bien, que jamás faltarían las comodidades y por último, que pudieran tener como mínimo un heredero.

          Tenía que admitir que todo aquello no lo veía en la señorita Price, cuya repentina reaparición en sociedad despertaba curiosidad, en definitiva, pero nada más allá de eso. Tal vez era una joven hermosa, con rizos oscuros que enmarcaban un rostro cuadrado de piel morena y delicada. Quizás el pintalabios que tenía la señorita hacía ver su boca un poco más que atractiva, atrayendo sus ojos como imanes a sus labios más de una vez, pero Anthony no iba a dejar que sus pensamientos cayeran por ese camino que podría ser considerado pecaminoso. Y muy complicado.

           Era la hermana de Felix Price. Ella merecía algo mejor que un libertino pretendiendo estar reformado, por el bien de las apariencias y por mantener el nombre de su familia en alto. Además, a él tampoco le gustaría que Felix o Elliot decidieran acercarse a Daphne a cortejarla esta temporada. Las hermanas de los amigos eran... intocables.

          Rosalind Price era intocable, sin importar cuánto le interesara acercarse un tanto más a la joven durante la danza, solo para confirmar que aquel perfume dulce de rosas provenía de ella en verdad. O tal vez era de los numerosos arreglos florales que caían en enredaderas desde el techo de cúpula del salón central.

          —¿Qué tal ha sido regresar a casa, señorita Price? —preguntó de repente al darse cuenta que ella parecía no tener planeado entablar conversación con él en un tiempo cercano.

          Aquellos ojos oscuros se movieron de inmediato para encontrarse con los suyos y él no pudo evitar sonreírle de manera galante. Sabía de sobra que muchas miradas estaban puestas sobre ellos dos, y dar una mala impresión no estaba en sus planes. Tenía que mostrarse encantador y apuesto, después de todo, no se sabía si tal vez su futura esposa estaría observando desde alguna parte del conservatorio.

          —Sin acontecimientos importantes por comentar —contestó ella, aunque su tono de voz fue algo forzado.

          —Supongo que debe estar emocionada por el inicio de la temporada —continuó hablando Anthony, en aras de que la conversación no muriera tan rápido.

          —Claro.

          No le agradó mucho el tono que ella usó, aunque ocultó su disgusto con una sonrisa ladeada.

          —¿Qué tal le está pareciendo la velada organizada por lady Danbury?

          —Hmm.

          —¿Es usted talentosa en el piano forte? —decidió preguntar entonces, su expresión tornándose seria ante la falta de interés por parte de ella en siquiera ser una dama respetuosa.

          Rosalind solo negó con la cabeza, esta vez sin ofrecer una respuesta verbal.

          ¡Por todos los cielos! Esta jovencita era igual o peor que un hombre desinteresado que se las daba de altivo.

          El ritmo del baile los llevó a girar por el salón, pero el silencio incómodo entre ellos parecía llenar el espacio más que la música misma. Anthony luchaba por mantener la compostura ante la actitud distante de Rosalind, pero su frustración empezaba a hacer mella en su habitual encanto.

          Intentando cambiar el rumbo de la conversación hacia un tema más ligero, Anthony comentó: —He oído que Lyme es un lugar encantador. ¿Disfrutó de su estancia allí?

          —Sí.

          Anthony alzó una ceja al escuchar la respuesta de la joven dama, concisa y todavía carente de interés por siquiera mostrarse lo suficientemente civilizada. Él por su parte decidió no presionar más, no queriendo avergonzarse a sí mismo ni verse como un hombre demasiado ansioso por buscar conectar con la señorita Price. Después de todo, esto sólo era una pieza de baile que esperaba que no se volviera a repetir nunca.

          Rosalind por su parte, no lograba concentrarse lo suficiente en las preguntas de lord Bridgerton, mucho menos formular respuestas amenas y hacer sus propias preguntas.

          En realidad, ella estaba contando los segundos porque se terminara una canción que tenía la impresión de ser eterna. Le era inevitable a estas alturas pretender que no recargaba la mayor parte de su peso en su otra pierna, aquella que no había recibido la caída y posteriormente el peso del caballo. Corrientes de dolor incómodo e insistente trepaban desde su rodilla y atravesaban su columna, mientras que ella luchaba por mantenerse erguida y dejarse guiar en la danza.

          O al menos eso era lo que pretendía hacer hasta que lo pisó, con fuerza.

          El gruñido de queja por parte del vizconde no demoró en llegar a sus oídos, y el susto del momento le hizo tropezar de manera más torpe. Un pequeño jadeo brotó de sus labios cuando perdió el equilibrio, pero lord Bridgerton reaccionó a tiempo y la sostuvo con mayor firmeza.

          Sin embargo, con una corta mirada llena de vergüenza hacia el rostro masculino, Rose supo que el joven hombre estaba más que disgustado. Tragó grueso, sintiendo la garganta seca de repente, y su pecho pareció comprimirse cuando él se separó de ella e hizo un asentimiento de cabeza corto, para así despedirse y dar por terminado su baile. A mitad de la pieza.

          Mientras caminaba por el salón, Anthony luchaba por mantener la compostura, pero en su interior, una tormenta de emociones se agitaba. Se sentía avergonzado por su propia reacción ante el accidente, pero también irritado por la incomodidad que había surgido entre él y la señorita Price.

          Se maldijo a sí mismo por permitir que una dama como Rosalind lo afectara de esa manera. Sabía que debía ser cortés y educado, pero la decepción y el disgusto lo embargaban, como si el momento tan frívolo que acaba de pasar removiera sus sentidos de maneras inesperadas.

          Los murmullos no tardaron en colarse ante la escena entre el vizconde y la hija del duque de Dorset, de la cual no cabía duda que estaría en primera página la mañana siguiente en la revista de sociedad de Lady Whistledown. Rosalind echó una rápida mirada a su alrededor, tratando de tranquilizar su respiración y su corazón agitado. Debía mantener la compostura lo mejor que pudiera mientras tantos pares de ojos estuvieran sobre ella.

          Sintió sus mejillas arder quizás un poco más que su rodilla, y sus manos frías ahora sudaban. Una parte de ella no lograba comprender cómo es que un lord se había atrevido a dejarla plantada de repente bajo la mirada crítica de la alta sociedad londinense.

          La joven se aclaró la garganta y alzó el mentón con determinación. Quizás el vizconde había actuado así porque se sentía con derecho a hacerlo a su antojo, sin preocuparse por las consecuencias que sus acciones pudieran tener, al menos no en lo que respectaba a su propia imagen. Sin embargo, aquello implicaba una mancha bastante notoria en la imagen de Rosalind.

          Estaba más que claro que él esperaba deshacerse de su presencia como si fuera menos que un pensamiento fugaz, un rostro en un mar de muchos otros. Pero ella no podía permitirse eso, mucho menos en el baile de apertura, donde las apariencias lo eran todo.

          —Lord Bridgerton —trató de llamarlo, su voz suave pero entrecortada.

          El hombre no respondió a su llamado y siguió caminando sin mirar atrás. Rose no pudo evitar envidiar la facilidad con que él daba tales zancadas para salir pronto del lugar y desentenderse de la situación.

          —Sí, sí, un accidente —murmuraba una de las damas que bailaba con su pareja cerca de Rosalind—. Nadie la volvió a ver por meses.

          —¿A caballo? ¿Y qué hacía ella sin chaperón por los rincones más remotos de Regent's Park a caballo? —escuchó que preguntó un hombre esta vez.

          Rosalind no necesitó girarse para saber que sus miradas estaban sobre ella y la manera en que su cuerpo tenso parecía tratar de mantener el equilibrio. Se sintió acalorada, de seguro por el esfuerzo que estaba haciendo por no ceder a mostrar dolor.

          Volvió a girar su cabeza en busca de alguno de sus hermanos, o siquiera su madre. Stella debería haber estado pendiente de ella, ¿verdad? Aunque con Florence también haciendo su debut, la duquesa probablemente tenía sus manos llenas esta velada.

          —No, no estaba sola. Felix, el mayor de los hermanos Price estaba con ella. Escuché que discutieron, aunque los detalles de esa conversación todavía no...

          Pero dejó de escuchar cuando sintió que alguien rodeó sus hombros con un brazo y la sostuvo.

          —Tranquila, tranquila. Te tengo.

          —Elliot —suspiró aliviada, aunque cuando alzó su cabeza para mirar a su hermano, sintió sus ojos picar con lágrimas contenidas.

          —Vamos, Rose, estoy seguro que necesitas descansar.

          Los alrededores se volvieron un borrón en movimiento mientras Elliot ayudaba a Rosalind a salir del salón. Las luces blancas y amarillentas quedaron atrás, y la serena oscuridad de la noche, acompañada de una brisa fresca, los recibió una vez afuera del conservatorio.

          Elliot no vaciló en cargar prácticamente el peso de su hermana para ayudarla a descender los escalones hacia el camino del jardín. Sin embargo, la esperanza de encontrar tranquilidad en esos momentos se desvaneció cuando escucharon risas provenientes del otro lado de los arbustos de hoja perenne, adornados con flores blancas.

          —Es sorprendente cómo algunas damas se creen irresistibles e inalcanzables, cuando en realidad son altaneras y antipáticas —comentó una voz masculina, con un deje de cinismo.

          —¿Qué tan difícil puede ser encontrar una buena esposa entre el montón? ¿Acaso no estamos en la alta sociedad rodeados de damas educadas? —preguntó otro hombre, cuya identidad Elliot y Rosalind no lograban distinguir.

          —Lo único que pido es que tenga modales gentiles y un ingenio aceptable —añadió otro, esta vez Rosalind reconoció la voz.

          Después de eso hubo más comentarios que la joven se dispuso a ignorar abiertamente. En vez de eso, centró toda su atención en su hermano.

          —No quiero estar aquí —murmuró Rosalind, su tono suplicante reflejado tanto en su gesto como en su expresión.

          Pero sus palabras llegaron demasiado tarde, porque a los segundos siguientes, antes de que ella pudiera reunir fuerzas para desplazarse a otro sitio del jardín, uno de los integrantes del grupo rodeó el arbusto luego de haber dado por terminada la charla. Su corazón pegó un doloroso vuelco en su pecho en el instante en que los ojos cafés de Anthony Bridgerton se posaron en ella.

          Elliot Price avanzó hacia Anthony Bridgerton con determinación, su rostro contorsionado en una mueca de enojo por la indignación, sobre todo luego de haber escuchado los comentarios recientes. La música seguía sonando de fondo, pero en ese momento, la única melodía que llenaba la entrada al conservatorio era la tensión palpable entre los dos hombres.

          —Es usted un hombre desconsiderado, Bridgerton —escupió Elliot con el ceño fruncido—. ¿Qué clase de caballero deja a una dama sola a mitad de una pieza de baile?

          El vizconde ladeó la cabeza y resopló para luego soltar una corta risa ronca. No se le veía afectado para nada por la situación, aunque se aseguró de no estar mirando a Rosalind cuando decidió contestar al segundo hijo del duque.

          —Uno que no tenía intenciones de dejarse avergonzar ni perder más el tiempo con una señorita de carácter insustancial —dijo, su tono rebosante de sarcasmo.

          Aquella actitud no hizo más que molestar mucho más al hermano de Rosalind, quien no dudó en caminar hasta posicionarse enfrente de Anthony.

          Elliot apretó los puños, sus ojos centelleaban con furia. Rose comenzó a preocuparse por la posible reacción de su hermano mayor. Ni siquiera le dio tanta importancia al claro insulto de Anthony hacia su persona, porque sabía que él desconocía la verdadera razón por la cual ella había estado tan distraída durante la conversación al interior del conservatorio.

          Y como revelar o no su condición de movilidad reducida, que ella acaba de empujar hasta el límite al aceptar una pieza de baile, era su decisión, permaneció en silencio.

          —Cuidado, milord, no vaya ser que de pronto se encuentre con unos nudillos impactando en su rostro.

          La tensión en el aire era palpable cuando el vizconde respondió con frialdad: —¿Es esa una amenaza, Price?

          —Si así usted lo quiere tomar, no dudaré en cumplir sus deseos, Bridgerton.

          El silencio de Rosalind y la confrontación de Elliot resonaron en la mente de Anthony, aunque su actitud arrogante le impedía mostrar cualquier signo de debilidad. Se mantuvo erguido, con la mirada fija en el hermano de la señorita Price, desafiante y decidido a no ceder ni un ápice en su postura.

          Sin embargo, en lo más profundo de su ser, una pequeña voz de conciencia le recordaba la injusticia de sus acciones hacia Rosalind. Aunque su orgullo se resistía a admitirlo, sabía que había sido grosero y desconsiderado al abandonarla en medio del baile, y la mirada de dolor en los ojos de la fémina le perforaba el corazón de remordimiento.

          A pesar de sus pensamientos conflictivos, Anthony no estaba dispuesto a mostrar vulnerabilidad frente a ninguno de ellos dos. Con una mueca de desdén, se apartó de Elliot y esta vez dirigió su mirada hacia Rosalind, con una mezcla de arrogancia y desdén en su rostro.

          —No necesito ninguna lección sobre cómo tratar a una dama, señor Price —declaró Anthony con voz firme, su tono lleno de autoridad y presunción—. Y mucho menos de un hombre como usted, que parece dispuesto a saltar a la violencia ante el menor desafío.

          La tensión en el aire era palpable mientras el vizconde se acercaba a Rosalind, su mirada chispeando con un fuego de determinación y orgullo. Aunque en su interior se agitaba una tormenta de emociones contradictorias, Anthony se aferraba obstinadamente a su máscara de indiferencia y arrogancia, decidido a no dejar que nadie viera su verdadera vulnerabilidad.

          Aunque tal vez podía hacerlo sin estar mirando tanto a la señorita Price, pero sus ojos parecían tener vida propia, dado lo aparentemente imposible que le resultaba apartar la mirada de la delicada belleza que la luz de la luna resaltaba en el rostro femenino.

          Elliot frunció el ceño, sintiendo la ira bullir dentro de él. Estaba decidido a hacerle pagar al contrario por su falta de respeto hacia su hermana y su actitud pedante.

          —No me provoque, Bridgerton —advirtió Elliot, acercándose hacia él desde atrás, dado que Anthony le daba la espalda.

          En ese momento, Rosalind tomó la decisión de intervenir, su voz resonando con mayor firmeza de lo esperado, aunque un deje de preocupación teñía su tono. Ignoró la mirada intensa del vizconde sobre ella y la centró en su hermano, por más que una sensación extraña de cosquilleo despertó en su nuca. De repente fue muy consciente de los rizos de su cabello que lograban rozar esa zona.

          —Suficiente —exclamó, haciendo un gesto con la mano para detener la confrontación.

          Elliot se detuvo en seco, mirando a su hermana con preocupación. Sabía que tenía razón, que no valía la pena seguir discutiendo con alguien como Anthony Bridgerton.

          —No pienso gastar mi energía con un hombre que actúa como un chiquillo de trece años, que se ofende por un simple accidente en medio de un baile —añadió Rosalind, refiriéndose a Anthony. Estaba más que claro que no pudo evitar la oportunidad por siquiera devolver la pulla al vizconde, cansada de su disposición.

          Anthony observó la intervención de Rosalind con una mezcla de sorpresa y frustración. ¿Cómo se atrevía a cuestionar su comportamiento de esa manera? Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de admiración por la firmeza con la que hablaba, incluso cuando se dirigía a él con una crítica velada.

          A pesar de sus intentos por mantener una actitud indiferente, Anthony se sintió intrigado por la determinación de Rosalind. ¿Qué la impulsaba a defender su honor de esa manera, especialmente cuando él había sido el que la había dejado en una situación incómoda? Se preguntó si acaso había subestimado a la joven señorita Price, si había más en ella de lo que había visto a simple vista.

          Aunque una parte de él estaba molesta por las palabras de la señorita, otra parte reconocía que tenía razón. No valía la pena seguir discutiendo con Elliot, especialmente cuando su presencia claramente incomodaba a Rosalind. Con un suspiro resignado, Anthony decidió dar por terminada la confrontación y se apartó, permitiendo que los hermanos Price continuaran su camino.

          —Señor Bridgerton —dijo Rose en un tono de voz bajo y seco, a modo de despedida.

          Él no le correspondió con una respuesta verbal. La miró con detenimiento e hizo una leve inclinación de cabeza, sus ojos incapaces una vez más de apartarse del de ella. Incluso cuando ambos Price pasaron por su lado para dirigirse a otro lugar más tranquilo del jardín, el vizconde los siguió con su mirada.

          No pudo evitar sentir una mezcla de curiosidad y desconcierto por la joven Rosalind. Había algo en ella que lo intrigaba, algo que lo incitaba a querer conocerla mejor, a pesar de su inicial impresión de ella como otra dama más de la alta sociedad.

          Y sobre todo por la ligera cojera que pudo distinguir con mayor claridad esta vez.




NOTA DE AUTORA

Bueno, resulta que esta historia quiere resucitar, y les traigo capítulo nuevo ^^ Lamento la terrible demora de más de año y medio, creo. La verdad me centré más en mis otros proyectos, sobre todo el original que encuentran disponible en mi perfil. Cada viernes hay actualización en horas de la tarde (:

Espero que les haya gustado el capítulo. La verdad me costó volver a escribir esta historia, releí mis notas y los capítulos y el hype me volvió a dar, pero más que todo porque se viene nueva temporada y decidí volver a Bridgerton je

Muchas gracias a abraka-zabka por no solo ser una persona increíble y una amiga maravillosa, sino también por haber sido la lectora beta de este capítulo. love you!

¿Qué les ha parecido esta primera impresión de Anthony y Rosalind? Incómoda ahre Y no duden, porque va a influenciar mucho jijiji

¡Feliz lectura!

a-andromeda

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