❀ Capítulo cinco
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Gardenia
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REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN
20 de abril de 1814
Querido y gentil lector,
En los salones de la alta sociedad londinense, donde los secretos y las intrigas son moneda corriente, una simple velada puede convertirse en el escenario de un drama digno de las mejores novelas. Tal fue el caso del primer baile de la temporada, que ha traído consigo un sinfín de chismes y sorpresas, pero ninguno tan intrigante como el incidente entre una señorita y el apuesto vizconde Anthony Bridgerton. Parecía ser el comienzo de una velada prometedora en el conservatorio de la respetable Lady Danbury, pero poco sabían los presentes que la noche tomaría un giro inesperado.
El señor Anthony Bridgerton, conocido por su encanto y desenvoltura, se encontró en una situación inusual durante el baile inaugural de la temporada. Sus intentos por entablar una conversación con la joven fueron recibidos con una frialdad que no pasó desapercibida para los presentes. Aunque el señor Bridgerton hizo gala de toda su cortesía y encanto habituales, la señorita parecía estar más interesada en el techo del conservatorio que en las galanterías del apuesto vizconde.
Aunque, ¿quién podría culparla? Después de todo, Anthony Bridgerton es conocido por su reputación de libertino y su desinterés por los asuntos del corazón. Hasta donde podríamos saber, el vizconde quizás sólo haya querido agregar una rosa a su historial de conquistas, porque ¿quién podría resistirse al encanto de un hombre tan galán como peligroso?
Pues tal parece ser que sería Rosalind Price.
—Florence, te lo pido de nuevo: deja de leer eso en voz alta, por favor —repitió Rose por enésima vez, desde el otro lado de la sala de estar, recostada en el mueble con un libro en su regazo.
—¡Tu nombre ha salido en la revista de chismorreo más cotizada de la temporada! —insistió la menor agitando la hoja en una de sus manos—. ¿En verdad no quieres saber qué más dice sobre ti? Yo creo que Lady Whistledown es bastante ingeniosa con su modo de expresar las cosas, ¿no crees?
—En verdad, no me interesa saber más —contestó Rosalind de manera cortante, achicando sus ojos mientras trataba de concentrarse en seguir leyendo "Waverly".
Aunque le costara demasiado aceptarlo, sí sentía cierta curiosidad, lo que hacía de la situación mucho más irritante de lo que en realidad era. Ni siquiera el inicio de las aventuras del joven Edward Waverly en la Rebelión Jacobita en Escocia parecían ser tan jugosas como las palabras de la autora misteriosa de esa revista.
Sin embargo, no compartía la emoción de Flor, porque Rose sabía de sobra que lo siguiente que contaría esa mujer, era la manera en que el vizconde la dejó plantada a media pieza musical. Algo que ni siquiera ella, casi dos días después de esa velada, lograba olvidar. Y ni hablar del enojo de Elliot con lord Bridgerton, que también era algo que persistía sin duda alguna.
Su mueca de enojo era en definitiva un indicio sobre ello, cada vez que el nombre Bridgerton saltaba en alguna conversación. Aquello estaba sucediendo más veces de las que le gustaría a Elliot, gracias a la creciente popularidad de Daphne, la hermana del vizconde.
A Rosalind le preocupaba, porque por más que una actitud poco caballeresca de un hombre hacia una mujer no significara del todo culpa de la dama, la sociedad lo tomaba como una falta por parte de la mujer, no del contrario. Así que, seguramente, rumores de cómo ella no era una joven apta para ser la esposa de nadie, comenzaban a circundar por todo Londres.
Incluso cuando Elliot y su madre trataron de que sus ánimos no fueran arruinados para el resto de la temporada, ella se sentía responsable de la falta de caballeros llamando a la puerta para siquiera venir a cortejar a Florence.
Qué terrible es creer que se tiene el destino fijado y las esperanzas machacadas bajo la bota de una sola noche desastrosa.
—Bueno... —cedió la menor, quien soltó un suspiro pesado y se dejó caer en el mueble a un lado de Rosalind—. No estaba tan interesante después de todo.
Como tan solo eran ellas dos y Stella bordando en el diván junto a la chimenea, no se preocupó por sentarse recta. Más bien se asemejaba a una figura de extremidades flácidas, el vestido de tela satinada y velada totalmente arrugado. Sus rizos negros contrastaban fuertemente contra el espaldar del mueble de damasco color crema. Florence se quedó en esa posición, mirando el techo con aburrimiento creciente.
—¿Cuánto tiempo más debemos quedarnos aquí sentadas esperando a... nadie?
Rosalind frunció el ceño pero no dijo nada al respecto. El sentimiento viejo de culpa se volvió a instalar en la boca de su estómago hasta tal punto, que ni siquiera los pequeños pastelillos de fresa y mora resultaron tan apetecibles como antes había creído. Hasta el té se había enfriado y ella lo odiaba frío.
—No te afanes, querida —contestó la duquesa con un tono de voz suave y apacible—. Muchas veces los caballeros no recogen suficiente valor para llamar a la puerta de una dama distinguida en las primeras horas de la mañana.
—O tal vez ya leyeron a Whistledown —agregó Flor en un murmullo.
—¿Qué tendría que ver eso al respecto, Florence? —preguntó Stella, despegando su mirada del bordado para mirar a su hija menor.
—Pues que... —Florence gruñó y se cruzó de brazos—. No lo sé. Lady Whistledown supo que la reina favoreció a Daphne Bridgerton en la presentación, y la llamó el diamante de la temporada. ¿Acaso no viste cómo muchos hombres elegibles la miraban todo el tiempo?
—La señorita no bailó con nadie, un terrible error —apuntó la madre.
—Pero al menos ella sí pudo hablar con el duque de Hastings —agregó Florence con desgano—. ¿Pueden creer que Cressida Cowper me pisó? Estoy segura que la mueca en mi rostro no pasó desapercibida para él. ¡Un horror!
Rosalind cerró el libro de golpe y giró la cabeza para mirar a su hermana a los ojos antes de hablar: —El primer baile no se supone que sea el definitivo, Flor. Además, sabes que la señorita Cowper es una joven resentida, y no es como si Daphne se hubiera ya comprometido con el duque. Ten paciencia.
Florence frunció los labios y asintió en silencio, aunque se notaba demasiado su impaciencia con la cuestión de temporada de cortejo. Casi parecía ser como si se sintiera presionada a encontrar marido este mismo año, lo cual no le parecía correcto. Para Rose, esto no debería ser una competencia ni una carrera.
¿Acaso no importaba el encuentro de dos corazones que habían estado perdidos a la deriva, buscando su chispa gemela? Era, sin duda alguna, un asunto que no debería ser forzado. Cada corazón tiene su propio ritmo y tiempo para abrirse al amor, y Rose creía firmemente que el suyo y el de su hermana encontrarían su camino cuando fuera el momento adecuado.
A pesar de que no albergaba suficientes esperanzas para sí misma, no deseaba que su hermana menor compartiera ese sentimiento en absoluto. Tal vez Rosalind comenzaba a considerarse a sí misma como un caso perdido, pero estaba dispuesta a ser el apoyo de Florence en su búsqueda de un buen esposo.
Para ella, la idea de permanecer soltera no era tan desalentadora si eso significaba proteger a su hermana de las especulaciones de la élite y permitirse vivir una vida plena y feliz en el campo o cerca al mar. Estaba segura que su tía volvería a recibirla con los brazos abiertos, incluso cuando la alta sociedad de Londres no lo hiciera.
—Ah, parece que soy el primero en llegar. Espléndido.
Ambas hermanas llevaron su mirada hacia la entrada del salón de estar en cuanto escucharon la voz de Felix juntos con sus pasos estruendosos sobre el suelo alfombrado. Él irrumpió en la habitación con una presencia imponente, su porte rígido y su expresión seria no dejaban lugar a dudas sobre su posición como el hermano mayor de la familia Price. Felix era el vivo retrato de su padre, el señor Price: severo, seco y con una confianza que rozaba la arrogancia. Aunque se esforzaba por proteger a su familia, especialmente a Rosalind y Florence, en su papel de debutantes en la temporada de cortejo, su intento peligraba a ser torpe y mal ejecutado.
Y ninguna de las dos jóvenes lo pensaba solo porque su madre lo hubiera comentado cuando llegaron al salón diurno hacía una hora. No sería la primera vez que Felix decidiera morder más de lo que en realidad podía masticar.
—Y también serás el único —agregó Florence, acomodándose en su puesto para sentarse mejor.
—¿Cómo dices? —inquirió el heredero del ducado de Dorset, visiblemente confundido.
—¿Acaso no has leído lo que Lady Whistledown ha escrito sobre...?
—Bah, revista de chismorreo —interrumpió él, tomando asiento en una isabelina que daba la espalda a la ventana—. Si un caballero le cree a esa mujer, entonces todos deberíamos dudar de su buen juicio.
—Espero que no estés generalizando eso a todas las opiniones de las damas, querido —dijo Stella. Aunque tuviera su vista pegada en su bordado, los hermanos Price sabían de sobra lo que significaba que su madre usara ese tono que aparentaba tal tranquilidad.
—Para nada, madre —aseguró él, con una pequeña sonrisa santurrona que nadie compraba.
—Pues bien, porque esta debería ser la temporada en que decidas asentar cabeza y casarte, Felix. Tanto el duque de Hastings como el vizconde Bridgerton parecen estar listos para ser esposos de alguna señorita.
Rosalind se mordió el labio inferior al tiempo que Flor, aún a su lado, empezó a murmurar entre dientes que ella debería ser esa señorita para Simon Basset. Rose no recuerda haber visto a Florence tan encaprichada con un caballero hacía algún tiempo, al menos no uno que supiera plasmar grandes obras en el lienzo.
Felix pareció encogerse un poco en su puesto ante las palabras de la duquesa.
—¿Lo dices como mi madre o como Su Gracia?
—De la manera que funcione para que no salgas en la siguiente edición de esa revista de chismorreo —declaró su madre, finalmente dejando el bordado a un lado para mirarlo al rostro—. Si esa señora escritora reconoce a lord Bridgerton como un mujeriego con M mayúscula, no creo que tarde mucho en atar los cabos contigo.
—¿Alguien sabe dónde está Caleb?
Rosalind reprimió una sonrisa, apretando los labios con fuerza para no soltar una carcajada, mientras que su hermana no tuvo la misma suerte. Un sonido que se asemejaba al gruñido de un cerdo escapó de los labios de Florence, quien rápidamente se cubrió la boca con ambas manos. Sin embargo, eso no fue suficiente para protegerla de la mirada severa de su hermano mayor, cuyo mal disimulado intento de desviar la atención de sí mismo quedó expuesto por completo.
Pero lo que él no sabía, era que su pregunta no hacía más que poner una lupa a su desinterés por el matrimonio.
—Haciendo lo que tú no —contestó Stella poniéndose de pie—. Ha ido donde los Bridgerton para cortejar a la señorita Daphne.
—Huh, no perdió el tiempo —murmuró Felix para sí mismo.
Rose achicó los ojos al no comprender del todo a qué se refería su hermano con lo que alcanzó a escuchar. Caleb no era el más romántico de todos, y en definitiva no había demostrado mayor interés por nadie en especial. Tal vez Florence tenía razón y ser el diamante de la temporada ponía la mirada y las ventajas del lado de la joven Bridgerton.
—Si mi hermano se casa con Daphne, el duque podría fijarse en mí—comentó Flor.
—Si lord Basset, lord Bridgerton y Felix no fueran amigos, tal vez.
—Rosalind —la reprendió la duquesa al tiempo que Flor le daba un manotazo en el hombro a su hermana.
—Tiene razón —agregó Felix.
—Ni se te ocurra lanzarle ese cojín a tu hermano, Florence Price —se apresuró a advertir su madre en cuanto la menor fulminó con sus ojos al heredero y estiró su brazo hacia el cojín felpudo del mueble.
—Tengo una excelente idea, familia —declaró Felix poniéndose en pie también, aunque mantuvo sus manos alzadas en caso de necesitar protegerse de la ira de Flor y su puntería certera cuando de molestar a sus hermanos se trataba.
—Aquí va... —susurró Rose, seguido de un suspiro lánguido.
—Iremos a las carreras.
—¡Sí!
—Excelente idea, querido.
—No —gimió con desgano. Lo último Rosalind quería era estar bajo el sol sin poder ver nada porque no soportaría estar tanto tiempo de pie. Se perdería la última vuelta de los jinetes.
—Rosalind, ponte el vestido morado y Florence usará el rosa pastel —ordenó Stella con una sonrisa sin haber escuchado la queja de su hija—. Ha sido una total falta de respeto que ningún caballero haya llamado a la puerta esta mañana para cortejar a mis hijas, así que les demostraremos a las personas que nada de eso nos detiene. Los Price no somos una familia del montón.
—Tal vez pueda tropezar accidentalmente con el vestido de Cressida Cowper —consideró Flor. La idea pareció animarla de sobremanera, pues se puso de pie en un salto..
—¡Florence! Eso no es digno de... —La duquesa dejó la frase colgada al ver cómo su hija menor salía disparada fuera del salón diurno. Sacudió la cabeza y se giró para centrarse en Rose—. Apúrate, Rosalind. Tienes que arreglarte esos rizos también.
—Te odio —dijo entre dientes una vez su progenitora había salido también de la sala.
Felix tan solo se encogió de hombros con una sonrisa ladeada.
Las carreras de caballos siempre habían sido un evento social importante en la temporada, y, aunque Rosalind detestaba la idea de asistir, no pudo evitar admirar el bullicio y la energía que rodeaban el hipódromo al llegar. El sol de la tarde brillaba intensamente sobre el mar de sombreros y vestidos coloridos, mientras los carruajes se alineaban en la entrada. Los caballeros, vestidos de manera impecable con chaquetas a la última moda, se paseaban por la zona de apuestas, mientras que las damas, con sus sombrillas y abanicos, murmuraban entre ellas, evaluando cada nuevo rostro que aparecía entre la multitud.
Felix, como siempre, caminaba unos pasos por delante de ellas, con una postura tan erguida y un semblante tan imponente que no dejaba lugar a dudas de que se creía el dueño del lugar. A su lado, su madre, la duquesa Stella Price, parecía la viva imagen de la perfección social, con un vestido de seda azul celeste que ondeaba suavemente con el viento.
—¿Dónde quieres que nos sentemos? —preguntó Felix sin voltear a verlas, ya dando por sentado que estarían de acuerdo con cualquier lugar que él escogiera.
—¿En el carruaje? —murmuró Rosalind con ironía, sintiendo que el calor y el bullicio empezaban a agotarla incluso antes de llegar al palco reservado.
—Rosalind, no seas ridícula —intervino su madre—. Tenemos que estar bien visibles. Debemos mostrarnos como una familia respetable y... encantadora.
Florence, por otro lado, apenas contenía su entusiasmo. Con su vestido rosa pastel y una mirada astuta, ya parecía estar trazando un plan para hacer de la tarde algo mucho más entretenido. Sin duda alguna, la idea de "tropezarse" con Cressida Cowper seguía rondando en su mente.
—Flor, si te metes en problemas, no esperes que te salve —susurró Rose mientras ajustaba el incómodo vestido morado que le habían impuesto, recordando las palabras de su madre de esa mañana.
—No te preocupes, hermana. Si me caigo, me aseguraré de arrastrarte conmigo —respondió Florence con una sonrisa traviesa antes de escabullirse entre la multitud.
Rose dejó escapar un suspiro de resignación mientras observaba cómo su hermana se desvanecía entre las sombras de los caballeros y las damas que circulaban. Con suerte, la tarde pasaría lo más rápido posible, y quizás, con aún más suerte, no tendrían que cruzarse con los Cowper, o peor aún, con Anthony Bridgerton.
—Rosalind —la voz de su madre la sacó de sus pensamientos—, mantente cerca de Felix y sonríe. Hoy es un día para hacer conexiones, no para perder el tiempo en la sombra.
Conexiones, pensó la joven con sarcasmo. Como si alguna de esas "conexiones" realmente quisiera cortejar a una dama que no podía siquiera caminar sin torpeza por el dolor en su pierna.
Cuánto deseaba que Elliot estuviera aquí. Esta sería una carrera muy larga a su parecer.
Los dedos, envueltos en unos guantes de malla del mismo color que su vestido, se apretaron de manera innecesaria en el abanico que sostenía. Iba concentrada en seguir el paso de su madre y hermano, esperando poder sentarse antes de volver a hacer el ridículo, con su mirada fija en la parte trasera de la cabeza de su madre.
Todo parecía ir de maravilla hasta que escuchó el relincho de un caballo demasiado cerca.
Rosalind jadeó y se giró de inmediato, pero el movimiento súbito le hizo perder el equilibrio inesperadamente, por lo que trastabilló hacia atrás mientras sus ojos frenéticos se fijaron en el ejemplar que estaba ya en el campo. Aún así, la distancia no le pareció suficiente.
Su mente retrocedió al momento del accidente, la caída, el peso del animal sobre su pierna, el dolor agudo que la había dejado sin aliento. La sensación volvió con fuerza, como si el pasado se mezclara con el presente, y en un intento desesperado por apartarse del sonido y la imagen que la atemorizaban, perdió el equilibrio.
Justo cuando se sintió caer, con el suelo acercándose de manera alarmante, unas manos firmes la sujetaron por la cintura, deteniendo su caída. El aire escapó de sus pulmones, pero esta vez no por el miedo, sino por el impacto de chocar contra un cuerpo sólido. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Anthony Bridgerton.
Por un segundo, el tiempo pareció congelarse. Él la miraba con una mezcla de preocupación e incredulidad, mientras Rosalind intentaba recuperar el control de su respiración y, con ello, de su compostura.
—¿Se encuentra bien, señorita Price? —preguntó Anthony, su tono formal, aunque no pudo evitar que una sombra de curiosidad asomara en sus ojos oscuros.
—Yo... sí, estoy bien —logró balbucear ella, sin estar del todo convencida de sus propias palabras.
Pero Anthony no la soltó de inmediato, sus manos seguían firmes en su cintura, sosteniéndola como si temiera que volviera a caer. El roce de sus dedos a través del delicado tejido del vestido de Rosalind la hizo sentirse más vulnerable de lo que hubiese querido admitir. De pronto, la incomodidad se mezcló con una oleada de frustración. No solo por el miedo que aún vibraba en sus venas, sino también por la humillación de haber sido rescatada por el mismo hombre con el que había tenido una confrontación casi pública en su último encuentro.
El mismo que la dejó plantada a mitad de una pieza de baile, delante de todos.
—Parece que los caballos le provocan ciertos inconvenientes, milady —comentó él, una pizca de ironía en su voz. Sin embargo, al ver el sutil temblor en su mano, su expresión se suavizó un poco—. Le aseguro que este está bien lejos de causar problemas.
Rosalind frunció los labios, luchando por encontrar una respuesta que no la hiciera parecer más tonta de lo que ya se sentía. Pero antes de que pudiera decir algo, otro relincho la sobresaltó de nuevo, y esta vez fue Anthony quien la sintió tensarse bajo su agarre.
—Está lejos —repitió él con una leve sonrisa, esta vez con un tono más calmante, casi como si intentara tranquilizarla.
Ella asintió, su orgullo herido más que su cuerpo, y por fin hizo un esfuerzo por apartarse de él, erguida una vez más sobre sus propios pies. El vizconde la soltó, aunque no pudo evitar mantener una distancia cercana, como si todavía dudara de su estabilidad.
—¿Entonces debo suponer que siempre tiene la costumbre de tropezar cuando estoy cerca, señorita Price? —murmuró Anthony con una sonrisa ladeada, su voz impregnada de burla, pero había un destello de preocupación en sus ojos.
Aunque nunca fuera a admitirlo en voz alta, Rose agradeció que la conversación se centrara en algo más que su incomodidad con los caballos.
—¿Y usted siempre está cerca cuando no debería estarlo, lord Bridgerton? —replicó ella con rapidez, intentando ignorar el calor en sus mejillas y la firmeza de las manos de Anthony todavía sujetándola. Se apartó de manera repentina, enderezando su postura.
—¿Así agradece que la salve de un nuevo desastre en público? Qué lástima, esperaba un poco más de gratitud de parte de una dama en apuros. —La miró con una ceja alzada, su tono tan ligero como mordaz.
—¿Dama en apuros? —Rosalind entrecerró los ojos, indignada—. Lo último que necesito es ser rescatada por... por usted. Solo me tomó por sorpresa.
—El relincho de un caballo la tomó por sorpresa —repitió el vizconde con un tono cargado de escepticismo, como si las palabras de Rosalind no tuvieran sentido alguno—. Si tiene algún problema con los caballos, lamento decirle que ha escogido el peor lugar para pasar la tarde, señorita Price.
—No es asunto suyo, lord Bridgerton —replicó Rosalind con la barbilla alzada, su orgullo herido por la insinuación de Anthony. Sentía una mezcla de humillación y frustración burbujeando dentro de ella. No quería explicarse, no a él.
—Oh, pero lo es ahora que ha tropezado conmigo por segunda vez —replicó Anthony con una sonrisa que rozaba lo descarado—. A este paso, pronto se correrá el rumor de que lo hace a propósito. Parece que no fue suficiente en el baile de lady Danbury.
Rosalind bufó, intentando ignorar la punzada de vergüenza. El tono ligero de Anthony solo servía para avivar su irritación.
—Créame, lord Bridgerton, si quisiera tropezar con alguien, no sería con usted.
Felix, que observó la interacción entre ambos cuando perdió de vista a sus hermanas y regresó para buscarlas, decidió intervenir antes de que la conversación escalara. Rose había estado de mal humor desde que él sugirió venir a las carreras, y conocía a su hermana lo suficiente como para saber que no dudaría en dejarse azuzar por las pullas de su amigo.
—Ya, ya, suficiente ustedes dos —dijo, colocando una mano en el hombro de Anthony con una expresión amigable—. No querrás espantar a todas las damas antes de que acabe la temporada, ¿verdad, Bridgerton?
Anthony soltó una risa baja y ronca, pero sus ojos permanecieron fijos en Rosalind un instante más, como si intentara descifrar algo en su expresión. Luego, con un gesto despreocupado, hizo una ligera inclinación de cabeza.
—Nos veremos luego, señorita Price —murmuró antes de girarse y caminar de regreso con su familia hacia el palco reservado.
Mientras se dirigían de vuelta a su lugar en las gradas, la mente de Rosalind no podía evitar regresar a ese breve encuentro con el vizconde. Aunque estaba convencida de que lo odiaba, no podía negar que había algo en él que la desafiaba de una manera que ningún otro hombre había hecho. Y esta vez ella no pudo evitar quedarse callada como lo había logrado el conservatorio.
—Quédate con nuestra madre, ¿sí? —pidió Felix una vez divisaron a Stella esperándolos en sus puestos—. Tengo que ir a buscar a Florence. Estoy seguro que está ensuciando el vestido de cierta rubia o haciéndole ojitos a un duque que no se piensa casar jamás.
Rose apenas le prestó atención a su hermano, pues se encontraba todavía pensando en la interacción reciente con lord Bridgerton. Con el ceño fruncido, dirigió su mirada hacia el camino que el hombre había tomado, observándolo con su familia. Incluso los más pequeños estaban presentes, algo que no se veía a menudo.
Aún así, solo podía pensar en una cosa: la maldita costumbre de Anthony Bridgerton de siempre estar en el lugar y momento equivocados, con esa irritante capacidad de hacerla perder el control.
NOTA DE AUTORA
Sí lo sé, esta historia se actualiza una vez cada mil años, pero se actualiza.
Ya vamos viendo un poco más sobre el accidente de Rose y los estragos que le ha dejado, pero no se preocupen que hay un vizconde listo para rescatarla jajajaja
Espero que les guste el capítulo y no se olviden de votar y comentar, que así con más ganas me siento a seguir escribiendo esta historia.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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