Prólogo
Era una tarde sofocante en el hormiguero. Flik había vuelto a causar un alboroto, esta vez con otro de sus inventos que, aunque bien intencionado, había resultado en un desastre, afectado incluso el interior del hormiguero. Las hormigas se dispersaron para limpiar el desorden, pero antes de que pudieran terminar, el sonido escalofriante de las alas de los saltamontes llenó el aire. Hopper y su banda habían llegado de imprevisto.
Con una mirada helada, Hopper se dirigió al centro del hormiguero, su imponente figura proyectando una sombra amenazante. Las hormigas se paralizaron, todas excepto Flik, que permaneció firme, aunque sus patas temblaban.
—¿Crees que no estoy al tanto de tus pequeños "proyectos", Flik?. —gruñó Hopper, acercándose peligrosamente. Antes de que nadie pudiera intervenir, Hopper agarró a Flik por el brazo y lo levantó frente a todos. —Tal vez necesites una lección. No solo tú, sino toda esta colonia de inútiles.
Hopper lanzó una mirada al resto de las hormigas, asegurándose de que comprendieran el mensaje. Sin más, extendió sus alas y se llevó a Flik, dejando atrás el pánico y el silencio aterrador. Que solo observaron como el saltamontes líder se llevan a uno de sus compañeras.
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BIENVENIDO: La boca del lobo está hambrienta
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Flik, estaba siendo arrastrado por Hopper hasta la guarida de los saltamontes, trató de mantener la calma mientras lo llevaban a un rincón oscuro y polvoriento del desierto. La guarida estaba en ruinas, un lugar donde la luz apenas se colaba entre las grietas de las piedras dónde había un sombrero de paja. Los demás saltamontes miraban a Flik con burla y desdén, pero ninguno se atrevía a desafiar la autoridad de Hopper por traer una hormiga a su guarida.
Hopper soltó a Flik frente a una puerta desvencijada, que daba a una habitación pequeña y sombría.
— Este será tu hogar por un tiempo. —dijo Hopper, golpeando la puerta con una pata para abrirla. Dentro, apenas había espacio para moverse, con una pequeña rendija por donde se filtraba el aire caliente. — Este es mi lugar cuando estoy cansado de todos. Ahora será tuyo, hasta que entiendas lo que significa ser un verdadero trabajador y dejar de ser un problema. Para los demás.
Flik se tragó el nudo en la garganta.
—No tienes que hacer esto, Hopper. Se que mi inventos arruinó todo, solo tratamos de sobrevivir.
Hopper soltó una carcajada amarga.
—¿Sobrevivir?. Suena a qué piensas que de verdad lograrás sobrevivir, tu tarea es solo seguir órdenes, no cuestionarlas. ¿Tú te crees especial?, ¿no?, Tal vez aquí aprendas que no lo eres.
Hopper lo empujó dentro y cerró la puerta de golpe, dejando a Flik solo. El silencio era ensordecedor. La habitación estaba impregnada del olor a tierra y cansancio. Flik recorrió el espacio con la mirada, buscando algo que pudiera usar para escapar, pero lo único que encontró fue una sensación de soledad abrumadora.
Los días pasaron lentamente. Desde la pequeña rendija, Flik podía ver cómo los saltamontes continuaban con sus reuniones y banquetes, ignorándolo por completo. Hopper entraba de vez en cuando, no para hablar, sino para observar, como si esperara que Flik cediera a la desesperación.
Sin embargo, Flik no se rindió. Recordaba las miradas de las hormigas en el hormiguero, especialmente la de Dot y Atta. Sabía que si perdía la esperanza, también las perdería a ellas. Así que, en esa pequeña habitación, empezó a planear. Usó piedras y ramitas para trazar esquemas en el suelo, buscando una forma de ganarle a Hopper en su propio juego, sabía que estaba en medio del desierto. Pero noto varios lugares en los que podría descansar. Pero... Una noche, mientras Hopper dormía profundamente en su trono improvisado, Flik escuchó algo fuera de la habitación: las voces bajas y cautelosas de un grupo de hormigas. Dot, junto con algunos miembros de la colonia, había llegado en su rescate.
En el silencio de la noche, mientras Flik y las hormigas que habían venido a rescatarlo trabajaban en su plan, un ruido inquietante se alzó en la guarida. Era un sonido inconfundible: las alas de los saltamontes agitarse y sus patas golpeando la tierra mientras se acercaban.
Dot, que había estado vigilando la entrada, giró hacia Flik con ojos aterrorizados.
—¡Vienen hacia aquí!. —susurró con urgencia.
Flik sintió el peso del peligro inmediato. No había tiempo para completar el plan. Las hormigas trataron de esconderse en las sombras, pero los saltamontes entraron con rapidez, sus figuras proyectando sombras alargadas en las paredes. Hopper estaba al frente, con una mirada que helaba la sangre.
—Sabía que tus pequeñas amigas no tardarían en venir por ti. —dijo Hopper, su voz profunda resonando en el espacio. Sus ojos se movieron lentamente por la habitación, deteniéndose en Dot y las otras hormigas—. Admirable... pero estúpido.
Con un movimiento rápido, Hopper y su grupo atraparon a las hormigas y las llevaron al centro de la guarida. Flik intentó intervenir, pero Hopper lo detuvo con un empujón que lo hizo retroceder.
—¿Creías que podías salirte con la tuya?.—gruñó Hopper, inclinándose sobre Flik. — Mañana hablaremos tú y yo. Pero por ahora... veamos si aprendes algo viendo cómo yo manejo las cosas.
Hopper ordenó que las hormigas fueran escoltadas de regreso al hormiguero, no sin antes dejar claro que cualquier intento de rebelión tendría consecuencias graves. Flik no tuvo más remedio que quedarse quieto mientras sus amigas eran llevadas lejos. Quedando nuevamente en la oscura celda.
Pero al pasar un rato, viendo solo el horizonte azul de la noche, la puerta de la pequeña habitación se abrió de golpe, y Hopper entró con una hoja cargada de comida. La arrojó frente a Flik, quien, a pesar de su hambre, lo miró con desconfianza.
—Come. —ordenó Hopper, sentándose en un rincón de la habitación. Su mirada no se apartaba de Flik, como si estudiara cada uno de sus movimientos.
Flik dudó. Sabía que no había veneno en la comida; Hopper no era el tipo de villano que mataba rápido. No, Hopper disfrutaba viendo a otros sufrir, y ese era el propósito de esta escena.
—¿Por qué haces esto?. —preguntó finalmente Flik mientras mordía un pedazo de de panal de abeja.
Hopper cruzó los brazos y se inclinó hacia adelante.
—Porque quiero que entiendas algo, Flik. Este mundo no es justo, no es amable, y definitivamente no es un lugar para soñadores como tú. Las hormigas trabajan, obedecen, y eso es todo. Pero tú... siempre crees que puedes cambiar las cosas.
Flik tragó con dificultad, no solo por la comida, sino por el peso de las palabras de Hopper.
—Tal vez porque alguien tiene que intentarlo. —replicó, con un hilo de valentía en su voz.
Hopper se rió, pero no era una risa alegre, sino una llena de desprecio.
—Esa es la diferencia entre tú y yo. Yo entiendo el poder. Tú no. Pero no te preocupes. —añadió, poniéndose de pie y caminando hacia la puerta. —Tendrás todo el tiempo del mundo aquí para reflexionar sobre eso.
Hopper cerró la puerta tras de sí, dejando a Flik solo una vez más. Pero esta vez, algo dentro de Flik había cambiado. Aunque el miedo seguía presente, también sentía una chispa de determinación. Por alguna razón se sentía gigante. Ya que, no todos son malos. Aunque Hopper lo mantenía prisionero bajo estricta vigilancia, no todos los saltamontes compartían su crueldad. Algunos, cansados del temperamento despiadado de su líder, mostraban un lado más amable, aunque en secreto. Entre ellos estaba Thorn, un saltamontes más joven y el más grande de la mayoría, el siempre se aseguraba de que Flik tuviera agua fresca y, de vez en cuando, una oportunidad para estirar las patas.
Una tarde, mientras Hopper estaba fuera supervisando a los otros en busca de recursos, Thorn se acercó a la puerta de la pequeña celda.
—Oye, Flik. —susurró, abriendo con cuidado el pestillo. —Tienes unos minutos. Aprovecha para caminar, pero no te alejes mucho. Si Hopper regresa y te encuentra fuera, estaremos ambos en problemas.
Flik se levantó rápidamente, agradecido por la oportunidad. Sus piernas estaban entumecidas después de tantos días encerrado, y necesitaba moverse. Thorn lo miró con seriedad antes de volver a patrullar, asegurándose de que nadie los descubriera.
La hormiga salió al pasillo principal de la guarida, un lugar bien iluminado, con paredes de piedra y techos que parecían aplastarlo. La mayoría de los saltamontes estaban ocupados en sus asuntos, ignorándolo mientras cargaban comida o discutían entre ellos. Flik caminó con cuidado, manteniendo un perfil bajo, pero no podía evitar observar todo a su alrededor.
Notó que la guarida tenía entradas y salidas escondidas, pequeñas grietas por las que, con algo de esfuerzo, podría escapar. También vio a otros saltamontes que, aunque fuertes y peligrosos, parecían tan hartos de Hopper como él. Algunos incluso le lanzaban miradas rápidas, como si quisieran decir algo pero no se atrevían.
En una esquina, Flik encontró un espacio donde los saltamontes almacenaban herramientas improvisadas: pedazos de madera, espinas, y hojas endurecidas. Su mente comenzó a trabajar rápidamente. Si pudiera conseguir algunas de esas cosas, quizás podría construir algo útil. Pero sabía que tendría que ser cuidadoso; Hopper era inteligente y notaría cualquier señal de rebelión.
Al continuar su recorrido, Flik llegó a un claro en la guarida donde un grupo de saltamontes descansaba. Para su sorpresa, algunos no eran tan amenazantes como Hopper. Uno de ellos, una saltamontes anciana llamada Fern, lo llamó con voz amable.
—¿Te dejaron salir por un rato?. —preguntó con una sonrisa cansada.
Flik asintió, dudando.
—Sí, pero no puedo quedarme mucho tiempo.
Fern suspiró, mirando alrededor para asegurarse de que nadie los escuchara.
—Hopper no siempre fue así, ¿sabes? Alguna vez tuvo algo de corazón, pero el poder lo cambió. Los demás lo seguimos porque no queremos ser el blanco de su furia. Pero no todos estamos de acuerdo con lo que hace.
Flik parpadeó, sorprendido por la confesión.
—¿Por qué no se rebelan?
Fern negó con la cabeza.
—El miedo es un arma poderosa, pequeño. Pero somos lo que somos, no tenemos muchos lugares a donde ir.
Antes de que Flik pudiera responder, Thorn apareció de nuevo, agitado.
—¡Flik, vuelve a tu celda! Hopper está de camino.
Flik regresó rápidamente, su mente ahora llena de ideas y estrategias. Aunque estaba encerrado, no estaba derrotado. Había visto que no todos los saltamontes eran como Hopper, y quizás, con el tiempo y un plan bien pensado, podría usar eso a su favor.
La puerta de la celda se abrió con un crujido, dejando entrar a Hopper con un plato de comida. Su presencia llenó el pequeño espacio, pero esta vez había algo diferente en él. Se movía más despacio, su respiración era irregular, y una de sus patas se mantenía presionada contra su costado. Aunque trataba de ocultarlo, Flik notó de inmediato que estaba lastimado.
Hopper dejó caer la comida frente a Flik con menos energía de la habitual y se inclinó contra la pared, soltando un gruñido bajo mientras intentaba disimular el dolor.
—Come. —ordenó, aunque su voz carecía de la dureza habitual.
Flik lo observó con atención, dejando la comida de lado.
—¿Qué te pasó?. —preguntó con cautela.
—No es asunto tuyo. —gruñó Hopper, apretando los dientes mientras se acariciaba el costado.
Flik se acercó un paso, preocupado.
—Déjame ayudarte. Podría ser algo grave.
Hopper lo lo amenazó apuntando lo con un dedo, enderezándose lo mejor que pudo.
—No necesito ayuda de nadie, y mucho menos de ti.
Flik frunció el ceño. Había algo en Hopper que no había visto antes: vulnerabilidad. Sin pensarlo mucho más, dio un paso más cerca.
—¡Déjame ayudarte o podrías empeorar!. —insistió, pero Hopper lo empujó débilmente con una pata.
Fue entonces cuando Flik, lleno de frustración, hizo algo que nadie en el hormiguero habría creído posible: le dio una bofetada a Hopper.
El sonido resonó en la pequeña celda, y el tiempo pareció detenerse. Hopper parpadeó, sorprendido, llevando una mano a su mandíbula mientras miraba a Flik en completo silencio. Flik, aunque temblaba, lo sostuvo con una mirada desafiante.
—Si no me dejas ayudarte, podrías perder una ala o algo peor. —dijo con firmeza.
Hopper no dijo nada. Por primera vez, el temido líder no tenía una respuesta inmediata. Simplemente se dejó caer contra la pared, soltando un largo suspiro, y apartó la pata de su costado, permitiéndole a Flik acercarse.
Flik examinó el área con cuidado. Una de las alas de Hopper estaba atascada entre las placas de su exoesqueleto, probablemente por un golpe o un mal movimiento al volar. Estaba inflamada y torcida en un ángulo que indicaba que corría el riesgo de romperse si no se liberaba.
—Esto debe doler mucho... —murmuró Flik mientras estudiaba la situación.
Hopper asintió levemente, sin mirarlo. Aún sobándose el costado de la mandíbula.
—Haz lo que tengas que hacer. —dijo, su voz apenas audible.
Con delicadeza, Flik comenzó a trabajar, usando sus pequeñas patas para liberar la ala con cuidado. Hopper se tensó al sentir el dolor, pero no se movió ni hizo un sonido. Después de unos minutos de esfuerzo, Flik logró liberar la ala. Aunque estaba dañada, ya no estaba en peligro inmediato de romperse.
—Listo. —dijo Flik, dando un paso atrás.
Hopper movió la ala lentamente, probándola. Su mirada seguía fija en el suelo, su expresión seria, pero no hubo amenazas ni burlas.
—Gracias. —murmuró, apenas audible.
Flik se sorprendió al escuchar esa palabra salir de la boca de Hopper, pero no dijo nada. Solo volvió a sentarse, dándole espacio. Durante un momento, la celda estuvo en completo silencio, salvo por la respiración pesada de Hopper. Algo había cambiado entre ellos, aunque ninguno de los dos estaba seguro de qué significaba exactamente, solo se miraban y al contar unos segundos. Hopper salió de esa celda, dejando a la hormiga la cual al estar sola, se acomodo en el lechinde hojas. Para paar la noche.
Al día siguiente, la rutina en la celda de Flik dio un giro diferente . Hopper abrió la puerta con su característico porte autoritario, pero esta vez había algo diferente en su actitud. Sin decir nada, se hizo a un lado, dejando el paso libre.
Flik lo miró con incredulidad.
—¿Puedo… salir?. —preguntó, sin atreverse a moverse.
Hopper asintió, aunque su expresión seguía impenetrable.
—Puedes salir. Pero no creas que esto significa libertad. No te vas a alejar de mí ni un segundo.
Flik no podía creer lo que escuchaba. Se levantó con cautela y salió de la celda, sintiendo por primera vez en días el aire más fresco de la guarida. Caminó lentamente, sus patas algo temblorosas por el tiempo que había pasado encerrado, pero Hopper, siempre a su lado, lo vigilaba con una mirada afilada.
Mientras recorrían la guarida, Flik no pudo evitar notar la reacción de los otros saltamontes. Algunos lo miraban con curiosidad, mientras que otros parecían sorprendidos al verlo caminando libremente junto a Hopper. Nadie decía nada, pero las miradas lo decían todo.
Hopper, por su parte, permanecía en silencio, caminando con calma pero siempre a un paso de Flik, como si estuviera asegurándose de que no intentara escapar. A pesar de su vigilancia constante, había algo menos amenazante en su presencia, como si los eventos recientes hubieran suavizado ligeramente su dureza.
—¿Por qué haces esto?. —preguntó Flik finalmente, rompiendo el silencio mientras pasaban por un grupo de saltamontes.
Hopper no respondió de inmediato. Siguió caminando, con las manos detrás de la espalda, antes de detenerse en un rincón de la guarida donde las sombras eran profundas y el ambiente más tranquilo.
—Digamos que quiero observarte.—respondió finalmente, con una voz neutral pero firme.— Quiero entender cómo una hormiga como tú sigue teniendo tanta voluntad después de todo lo que ha pasado. Incluso, la valentía para golpearme. ¿Se cree un sobreviente, oh solo es estúpido?.
Flik se detuvo también, mirándolo con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
—¿Y por eso me dejas salir?.
Hopper se encogió de hombros, su expresión ligeramente relajada.
—No te equivoques, todavía eres mi prisionero. Pero… —Hizo una pausa, mirando a Flik con una intensidad que lo hizo estremecerse. —Tal vez hay algo que pueda aprender de ti.
Flik no supo qué responder. La idea de que Hopper, el líder implacable y cruel de los saltamontes, estuviera interesado en él por algo más que castigarle era desconcertante. Ahora solo se encontraba ahí, fingiendo que no tenía la mirada de Hopper en su nuca. Durante los días siguientes, Hopper y Flik se volvieron una extraña pareja en la guarida. Caminaban juntos por los túneles oscuros, visitaban las áreas comunes donde los demás saltamontes se reunían, e incluso salían brevemente al exterior para inspeccionar los alrededores. Flik no podía alejarse más de unos pasos antes de que Hopper lo detuviera con una mirada o un comentario seco.
A pesar de la vigilancia constante, Flik comenzó a notar cosas sobre Hopper que antes no habría imaginado. Aunque su presencia seguía siendo imponente, había momentos en los que parecía más pensativo, casi melancólico. Flik incluso lo sorprendió observando el cielo durante largos periodos, como si estuviera buscando algo que no podía alcanzar.
Un día, mientras caminaban cerca de una grieta que dejaba entrar la luz del sol, Flik se atrevió a hablar.
—¿Siempre has sido así?.
Hopper lo miró, sorprendido por la pregunta. —¿Así cómo?.
—Fuerte, implacable… pero también... tan solo.
Hopper se detuvo, su rostro endureciéndose. Por un momento, Flik pensó que había ido demasiado lejos. Pero, para su sorpresa, Hopper no se enojó. En cambio, soltó un suspiro y miró hacia la luz.
—Ser fuerte significa estar solo, Flik. Eso es algo que las hormigas nunca entenderán.
Flik sintió un nudo en la garganta. No sabía si estaba viendo a un enemigo o a alguien que, como él, estaba atrapado en una jaula, aunque fuera de su propia creación.
Por primera vez, el caminar juntos ya no parecía una vigilancia, sino una especie de tregua silenciosa entre dos seres que, de maneras diferentes, buscaban entenderse. Estando en en el centro del sombrero en la noche tranquila, con el cielo despejado y las estrellas brillando como diminutas luces en la oscuridad, que se podían ver por los agujeros del sombrero. Flik y Hopper habían salido de la guarida por primera vez desde que comenzaron sus extraños paseos juntos. La brisa nocturna era refrescante, y Flik no pudo evitar respirar profundamente, disfrutando del aire libre.
Hopper caminaba a su lado en silencio, sus pasos firmes resonando en el suelo arenoso. Había algo diferente en su actitud esa noche; estaba más callado de lo habitual, casi pensativo.
—¿A dónde vamos?. —preguntó Flik después de un rato, mirando a su alrededor con cautela.
Hopper no respondió de inmediato. En lugar de eso, se detuvo y miró hacia el cielo. Luego, sin previo aviso, extendió una mano hacia Flik.
—Dame tu mano.
Flik lo miró, confundido y un poco nervioso.
—¿Qué? ¿Por qué?.
Hopper levantó una ceja, impaciente.
—Hazlo.
Con algo de duda, Flik extendió su mano, y Hopper la tomó con firmeza. Sus patas eran grandes y fuertes, y el contacto hizo que Flik sintiera una mezcla de miedo y curiosidad. Antes de que pudiera decir algo más, Hopper desplegó sus alas con un sonido poderoso y las agitó, levantándolos a ambos del suelo.
—¡Espera, espera! ¿Qué estás haciendo?. —gritó Flik, aferrándose instintivamente a Hopper cuando sintió que se elevaban rápidamente.
—Cállate y mira. —respondió Hopper, con una voz calmada pero autoritaria.
Flik cerró los ojos al principio, demasiado asustado para mirar, pero luego los abrió lentamente al sentir la brisa más fría y darse cuenta de que estaban ascendiendo cada vez más. La guarida y el suelo quedaron atrás mientras Hopper los llevaba a la cima de una estructura rocosa que formaba la base de su territorio.
Cuando finalmente aterrizaron, Hopper soltó a Flik y plegó sus alas, observando cómo el pequeño insecto temblaba ligeramente mientras miraba a su alrededor. La vista era impresionante: desde allí podían ver el horizonte iluminado por la luz de la luna y el parpadeo de las estrellas.
—¿Por qué… por qué me trajiste aquí?.—preguntó Flik, todavía tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Hopper no respondió de inmediato. Se acercó al borde de la roca y se sentó, mirando hacia el vasto paisaje.
— No lo sé. Solo me gusta venir aquí algunos días.
Flik lo miró con sorpresa. Nunca había imaginado que Hopper, el temido líder de los saltamontes, pudiera tener un lado tan introspectivo.
—Es… hermoso. —murmuró Flik, sentándose a su lado, aunque manteniendo una prudente distancia.
Hopper lo observó de reojo, luego volvió su mirada hacia las estrellas.
—Siempre he pensado que los débiles no merecen disfrutar de esto. Que todo lo que ven debe ser ganado con fuerza. Pero tú... —Se detuvo, como si las palabras fueran difíciles de decir. —Tú eres débil, y aún así, encuentras formas de resistir. Y molestarme de formas nuevas cada minuto.
Flik no supo si sentirse insultado o halagado, pero decidió centrarse en la oportunidad que se le presentaba.
—No es debilidad. —dijo finalmente. —Es… esperanza... Supongo. Es saber que, incluso en lo peor, hay algo mejor esperándote si sigues intentándolo.
Hopper lo miró por un momento, sus ojos oscuros reflejando las luces del cielo.
—Tal vez. —dijo en voz baja. —Tal vez no todo lo que pienso está tan claro como creía.
El silencio que siguió no era incómodo. Ambos permanecieron allí, mirando el horizonte, dos figuras completamente opuestas compartiendo un momento que ninguno de los dos había anticipado.
La brisa nocturna era más fuerte en la cima, y el silencio envolvía a Flik y Hopper mientras miraban el horizonte. Flik intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero antes de que pudiera decir algo, notó que Hopper se movía.
El líder de los saltamontes se levantó lentamente y se acercó a Flik con pasos firmes, cada uno resonando con un peso que parecía llenar el espacio entre ellos. Flik sintió su corazón acelerarse mientras Hopper se detenía justo frente a él, su sombra cubriéndolo casi por completo.
—¿Sabes lo que pienso?. —preguntó Hopper, su voz baja, casi un susurro, pero con la misma autoridad que siempre tenía.
Flik levantó la vista, encontrándose con esos ojos oscuros y penetrantes.
—¿Q-qué piensas?. —logró murmurar, su voz apenas audible.
En lugar de responder, Hopper alzó una de sus patas y la colocó alrededor de la cintura de Flik, tirando de él hacia el borde de la roca. Flik tropezó ligeramente por el movimiento, sus pequeñas patas tambaleándose mientras miraba hacia abajo, viendo la considerable altura que los separaba del suelo.
—¿Tienes miedo?. —preguntó Hopper, su tono tan frío como el viento que los rodeaba.
Flik quiso responder, pero las palabras no salían. Su mente se debatía entre el instinto de pánico y el desconcierto absoluto. Hopper estaba demasiado cerca, y la fuerza con la que lo sujetaba hacía que moverse fuera imposible.
—Yo… —balbuceó Flik, mirando brevemente a Hopper antes de volver a mirar al vacío bajo ellos.
Hopper soltó un sonido bajo, casi como una risa.
—Eso pensé.
Sin embargo, lo que ocurrió después tomó a Flik completamente por sorpresa. Hopper, sin apartar la mirada, levantó otra de sus patas y, con una suavidad que Flik nunca habría imaginado, rozó su mejilla. La garra áspera de Hopper se sentía extrañamente delicada mientras trazaba un pequeño camino por el rostro de la hormiga.
Flik se congeló, incapaz de moverse o siquiera entender lo que estaba sucediendo. Sus ojos se encontraron con los de Hopper, y por un instante, todo lo demás desapareció: la guarida, los saltamontes, incluso el peligro. Solo estaban ellos dos en ese momento.
—Eres una criatura interesante, Flik. —murmuró Hopper, su tono más bajo y casi… pensativo. —No como las demás.
Flik no sabía qué decir. Su mente estaba llena de preguntas, pero su cuerpo permanecía inmóvil, atrapado en la intensidad de la situación. La tensión era palpable, como si el viento nocturno la llevara entre sus corrientes.
—Tal vez… no seas tan débil como pensaba. —añadió Hopper, retirando su pata con lentitud antes de dar un paso atrás, liberando a Flik del borde.
Flik dio un ligero respingo al sentir el espacio de nuevo bajo sus pies, aunque su respiración seguía acelerada. Sin embargo, no pudo apartar la mirada de Hopper, quien ahora lo miraba con algo que Flik no podía descifrar del todo.
Era una mezcla de desafío, curiosidad y algo más profundo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
El regreso a la guarida estuvo marcado por un silencio extraño, pesado pero no incómodo. Flik caminaba por delante, con sus patas todavía temblando un poco tras lo que había sucedido en la cima. Hopper lo seguía de cerca, su sombra larga y oscura proyectándose sobre la hormiga bajo la tenue luz de la guarida. Cuando llegaron a la celda, Flik se detuvo frente a la entrada. Hopper, como era habitual, esperaba que entrara primero, pero esta vez, Flik no se movió.
Hopper arqueó una ceja, intrigado.
—¿Qué estás esperando?. Entra. —ordenó, aunque su tono no era tan duro como de costumbre.
Flik, en lugar de obedecer, se giró hacia Hopper y lo miró directamente a los ojos. Durante unos segundos, no dijo nada, como si estuviera reuniendo valor. Finalmente, levantó una de sus patas y, con un movimiento suave pero decidido, tomó la mano de Hopper.
Hopper se quedó inmóvil, sorprendido por el gesto.
—¿Qué estás haciendo?. —preguntó, su voz apenas un susurro.
Flik no respondió. Con cuidado, tiró de Hopper hacia la celda, guiándolo dentro. El saltamontes, aunque algo desconcertado, no opuso resistencia. Se agachó ligeramente para pasar por la pequeña entrada y luego se quedó parado, ocupando gran parte del espacio con su imponente figura.
Dentro de la celda, Flik soltó su mano y lo miró con una mezcla de nerviosismo y determinación. Sin decir nada, se acercó y rodeó a Hopper con sus brazos, abrazándolo.
El movimiento fue tan inesperado que Hopper se quedó rígido al principio, sus alas tensándose y sus patas congeladas en su lugar. Pero luego, lentamente, comenzó a relajarse.
—Flik… —murmuró, sin saber cómo reaccionar.
La hormiga, sin soltarlo, habló en voz baja:
—Sé que probablemente piensas que esto es una locura. Que soy una hormiga y tú… un saltamontes. Pero no me importa. No después de lo que pasó esta noche.
Hopper bajó la mirada, observando las diminutas patas de Flik rodeando su torso. Aunque su instinto natural era apartarlo, algo en su interior le impidió hacerlo. Con extrema cautela, levantó una de sus patas y la colocó suavemente sobre la espalda de Flik, asegurándose de no ejercer demasiada presión.
—Podría aplastarte con un solo movimiento, ¿sabes?. —dijo Hopper, intentando recuperar algo de su dureza, aunque su voz sonaba más suave de lo habitual.
—No lo harás. —respondió Flik, con una confianza tranquila. —Si quisieras lastimarme, ya lo habrías hecho.
Hopper soltó un suspiro, permitiendo que su otra pata descansara sobre el pequeño cuerpo de la hormiga. A pesar de su tamaño y fuerza, se movía con un cuidado que no parecía propio de él. Era como si, por primera vez, estuviera consciente de lo frágil que podía ser alguien más. Sintiendo como las antenas de la hormiga tocaban su mandíbula provocándole un sentimiento raro. Cómo si quisiera reírse.
—No entiendo cómo puedes confiar en mí después de todo esto. —admitió Hopper en voz baja, sin apartar la mirada del suelo.
Flik se separó lo suficiente como para mirarlo a los ojos, aunque sus brazos seguían alrededor del saltamontes.
—Tal vez porque veo algo en ti que tú mismo no ves.
Hopper no respondió. Solo se quedó allí, dejando que el abrazo continuara por un momento más, mientras una sensación nueva y extraña se asentaba entre ellos: algo que ni siquiera el líder de los saltamontes podía explicar. Y al momento en que la hormiga dejo de abrazarlo, solo escucho comomesta decía: —duerme bien... — mirando como la hormiga, se acomoda en su cama hecha de hojas.
Y de esa noche, solo recuerda como había salido de esa celda, recordando por primera vez cada detalle que tenía esa puerta. Y con cada paso que daba alejándose, sentía como se convertía en un pasillo infinito, que al momento de llegar a su rincón en su soledad, dónde lo unico.que iluminaba era gracias a un agujero que había hecho en el sombrero. Dejando ver solo su cama de hojas, y los pétalos de una flor que hacía como almohada, acostándose sin poder dormir pasado la noche en vela. Aunque su cuerpo necesitaba descansar, su mente no se lo permitía. El abrazo de Flik, esa inesperada muestra de confianza y cercanía, lo había dejado inquieto. Una parte de él estaba irritada por haber permitido que una simple hormiga se acercara tanto; la otra… no sabía cómo describirla.
Y al momento de cerrar los ojos, solo respiro una, dos y tres. Sintiendo su cuerpo pesado por todo lo que había pasado, y finalmente, cuando el amanecer comenzó a colarse por las grietas de la guarida, Hopper se levantó de su rincón y descendió al área común. Su presencia, como siempre, causó un breve revuelo entre los saltamontes que se encontraban allí. Algunos se apartaron de inmediato, mientras que otros se limitaron a observarlo con respeto o temor. Y los más cercanos siendo unos cuantos, lo saludaba de manera tranquila.
Lo que llamó su atención fue la figura de Flik, sentado en una esquina rodeado por un grupo de saltamontes. Estaban comiendo, pero parecía que también se estaban divirtiendo a costa del pequeño insecto.
—¿Y tú, hormiga? ¿No te cansas de hablar tanto?. —se burló uno de los saltamontes, dándole un pequeño empujón en el hombro a Flik.
—O de meterte en problemas. —añadió otro, riendo mientras le robaba un trozo de la comida que tenía frente a él.
Flik, sin embargo, no parecía intimidado. De hecho, respondió con un tono descarado que tomó a todos por sorpresa.
—¿Y ustedes no se cansan de ser tan aburridos? Parecen larvas de frutas, comiendo sin llevadera. Comí hojas con mejor gusto que esto
El comentario provocó una breve pausa en el grupo, seguida de risas burlonas, aunque no parecían particularmente malintencionadas.
—Mira quién habla de aburrido. ¿Qué vas a hacer, hormiga? ¿Dar otro de tus discursos?. —se mofó uno, cruzando los brazos.
Flik sonrió con descaro y, en lugar de callarse, continuó:
—Bueno, considerando que ustedes parecen necesitar entretenimiento, tal vez arme un circo. ¿Quieres ser el payaso número 1?.
El grupo estalló en risas mezcladas con exclamaciones de sorpresa.
Desde la distancia, Hopper observaba todo en silencio, sus brazos cruzados mientras apoyaba su peso contra una pared rocosa. Al principio no dijo nada, limitándose a estudiar la dinámica. Pero cuando vio cómo Flik respondía con valentía, incluso en medio de un grupo de saltamontes mucho más grandes que él, algo dentro de Hopper se agitó.
Y entonces, cuando uno de los saltamontes intentó fastidiar a Flik robándole otro trozo de comida, y Flik respondió arrebatándole la comida de vuelta con una sonrisa audaz, Hopper no pudo evitarlo: una pequeña risa escapó de sus labios. Llamando la atención de unos saltamontes que pasaban por ahí, limpiándose un poco. Ya que aseguran que habían escuchado a su líder reír en mucho tiempo.
Otra de mis historias de parejas que me gustan. Siempre que veo la película veo una química extraña. No estoy loco. Créanme.
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