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Séptimo pétalo


LA SOMBRA

Durante años la sombra me ha perseguido.

Fue mi compañera y confidente desde el inicio de mi existencia.

Mi padre solía decir que cada uno de nosotros posee una sombra porque esta nos da una identidad, una razón de ser y sin ella no seríamos nada.

Me recuerdo de niña, dando pequeños pasos por el parque, curiosa miraba a mi alrededor en busca de alguien con quien jugar. Por extraño que pareciera había pocos niños y todos ellos ocupaban cada uno de los juegos, de manera que ya no había lugar disponible, pensé en acercarme a ellos para platicar y hacer nuevas amistades, pero justo fue cuando mi madre me dijo:

-Mira, ahí hay un juego desocupado; puedes subirte en él -señalando hacia un extremo.

Las ramas de los árboles cubrían una esquina abandonada donde un sube y baja descuidado, lleno de tierra y de polvo se perdía entre sus hojas, dejándolo oculto a simple vista.

Una vez me subí en él, rechinó de lo oxidado y yo en aquel entonces era una pluma, ligera, que podía tomar vuelo en cualquier instante por un peso mayor. Por eso mismo mis padres decidieron no subirse en el otro sitio.

-¿Quieres que apoye mis manos aquí para que subas, mi niña?-me había preguntado mi padre recargándose.

Negué. Le dije que prefería jugar sola, pero en mi interior supe que no sería así. Ahí estaba la sombra, sentada en el asiento que los demás daban por libre, esperando que comenzara el juego, que me diera impulso; en fin, esperando...

El sol la proyectó en el suelo, una mancha negra con forma de niña yacía jugando conmigo. Mis padres se sentaron en la banca que encontraron más próxima debajo de un roble que tan cordial les ofrecía su propia sombra para protegerlos de los rayos del sol, conversaban mientras ella y yo nos divertíamos.

El once de mayo de 1989 fue mi baile de graduación. Por fin entraría a la universidad, poco faltaba para llegar a la meta y cumplir mis sueños. Ese día llevé puesto un vestido rojo intenso y entré al salón sujeta del brazo de mi novio, con quien tenía planeado bailar toda la velada.

Al entrar, mis amigas me recibieron con abrazos, se respiraba un acalorado entusiasmo en el ambiente. Los profesores me felicitaron por mi exitoso trayecto en el colegio y mis buenas notas. Agradecí complacida.

-De hecho, mis padres acaban de enmarcar y colgar mi diploma en la sala -añadí orgullosa, pensando que nosotros cada que pasáramos por ahí recordaríamos tan esplendido día, cuando dejé de ser una niña para convertirme en una señorita, pronto una profesional con carrera y un futuro por delante.

-¡Felicidades! Estoy seguro de que alcanzarás todo lo que te propongas-aplaudía el director-. Eres una chica que tiene potencial y mucho que ofrecer al mundo, vaya que sí.

Y colocando su mano en mi hombro, sonrió y me guiñó el ojo.

Aún hoy recuerdo aquellas palabras dulces de buena fe, deseándome suerte.

Luego de unas cuantas conversaciones y bailes, mi pareja y yo subimos al segundo piso donde había una azotea, observando al cielo oscurecer que mezclaba sus tonalidades con purpuras y grises, y cómo el sol se escondió despidiéndose para dar lugar a que la noche se presentara, dando bienvenida a la luna.

-Y bien, lo logramos; lo hemos conseguido -dijo mi novio.

-Sí, pero, ¿sabes qué más falta para que este día termine como uno de los más bellos y perfectos de todos?

-¿Qué?

-Esto.

Lo besé y él me siguió la corriente, haciendo del beso más apasionado. Puse mis manos alrededor de su cuello. Por más profundo que fuera manteníamos siempre la delicadeza al mover los labios.

Al abrir los ojos pude darme cuenta de que un farol dio lugar sobre nuestras cabezas, encendido. Allí, en el círculo de luz que se formó en torno a nosotros, dos siluetas se encontraron; juntas, amándose.

-Amor, mira. Nuestras sombras se complementan. Se abrazan igual que tú y yo -susurré pero él seguía aspirando mi dulce fragancia.

Poco después de eso sucedió uno de los acontecimientos más espeluznantes de mi vida. Pasaron meses para la tarde en que llevó a cabo su plan o para ser más exactos, que le dio un final.

Nos enteramos al regresar de nuestras actividades. El cuerpo desnudo ya sin vida sobre la cama de su habitación y los ojos cerrados aferrándose a un dulce sueño que duraría por la eternidad. En su mano le descubrimos unas pastillas.

Mi madre enloqueció. Comenzó a llorar de la desesperación, dejándose arrastrar por la ansiedad que la dominaba. Cayó de rodillas, gritando de agonía. Mi padre intentó levantarla y cuando estuvo a punto de desmayarse la sujetó por la cintura, antes de que se diera un golpe en el suelo.

Él, pese al dolor que sentía hizo lo que pudo; resbalándole lágrimas con el rostro enrojecido, apretó la mandíbula para soportar los gemidos de sufrimiento que deseaban salir de su interior.

Quedé inmóvil. Ni siquiera lloré, grité, ni exhalé un suspiro ahogado. Nada. Sentí miedo, mucho miedo.

Silencio. Los invitados mostraban sus respetos, serios. Los parientes más cercanos lloraron, tristes. El corazón palpitando lento y con cautela dentro de mí al ritmo de la desolada melancolía.

Envuelta estaba con un vestido negro corto que lucía sus pálidas piernas y unas flores puestas sobre su pecho. Los pétalos marchitando y yo, de pie; quieta como estatua ni una lágrima pude derramar.

En casa la situación se agravó. Mis padres apenas y me dirigían la palabra; mi padre se la vivía en el trabajo tomando horas extra y mi madre se la pasaba dormida encerrada en su habitación, por lo que mientras él salía tuve que contribuir con las compras. Fue en el transcurso de uno de estos frecuentes trayectos que noté que la sombra parecía haberse agrandado.

Ya no presentaba el mismo tamaño de siempre, se le veía más grande, unos centímetros tan solo; sin embargo, no le di importancia pues supuse que la estaba presenciando desde un ángulo distinto o que yo pude dar el estirón, lo cual me alegró. Desde que entré a la universidad no crecía y es que al ser pequeña siempre quise ser más alta.

En repetidas ocasiones toqué la puerta, esperando que mi madre abriera. Deseaba consolarla, estar ahí como había estado ella para mí en mis estudios, pero nunca cedía.

-Mamá, ábreme, por favor. No es bueno que estés todo el día encerrada. Vamos, por favor.

Nunca recibía respuesta, pero como esa vez no me iba a rendir tan fácil, insistí lo más que pude; por lo que di un brinco al escuchar su voz apagada, cual si fuera su propio encierro.

-Vete.

-Mami...-Rememoré por un segundo la época en mi niñez cuando era muy feliz. Y ese recuerdo me supo dulce y amargo en mi lengua, por lo que intenté tragarlo no sin cierta dificultad-. Mamá, quiero ayudarte. Por favor, déjame ayudarte. No... No debemos estar así.

La sombra esperaba a mi lado.

-¿Mamá, me escuchas?

Suspiré.

Marcando territorio, cínica y poderosa.

-¡Mamá!

-¡Qué te vayas! ¿Qué no entiendes? ¡Vete y deja de molestar!

Con esas palabras dichas decidí no insistir más, no obstante; no me fui. Me deslicé de espaldas en la puerta y me senté. Dejándome arrullar por los sollozos que se oían del otro lado. Me quedé dormida ahí mismo acompañada por el reflejo oscuro de mi ser; ella y nada más.

Cada día que pasaba la sombra crecía y yo, en su lugar, seguí del mismo tamaño. Llegué a medirme pero todo pareció indicar que estaba igual, incluso hice una visita al médico para que me revisara y él me aseguró que no había crecido en estos últimos días, lo que no solo me deprimió sino que me extrañó.

Creo que el recuerdo que mejor conservo del desastre es el de la primera vez que mi padre llegó a casa por la noche. En el trabajo le habían dejado descansar, con la idea de que se recuperara de semejante golpe y la pasara en casa con su familia hasta que estuviera lo suficiente recuperado para regresar, pero él, fiel a su terquedad, no hizo caso de ninguna recomendación y por más que le insistieron que no hacía falta, que se podía quedar tranquilo; quiso volver.

-Sí, sí. Estoy completamente seguro. Segurísimo. No, está todo bien. Ellas están bien. Vamos, deben necesitarme en el trabajo. Por favor, ya estoy mejor, se lo juro. ¿Acaso no me oye más animado? Está todo bien, le digo. Bien, sí, ajá. Gracias. Ahí nos veremos. Hasta luego.

Lo escuché hablando por teléfono y supongo que tuve un presentimiento, que algo más se avecinaba.

La verdad es que mi padre a veces parecía que estaba en estado de ebullición. Una vez le dieron el descanso un día después del funeral, no parecía hallar qué hacer. Caminaba en círculos por toda la sala, sin detenerse. Se rascaba la barbilla como meditando algo, abstraído. Ni siquiera me volteaba a ver, parecía no escuchar nada. Podía estarse horas enteras recorriendo la casa, rodeando muebles y no se cansaba. Quizá esa era su forma de evitar otra explosión.

El trabajo era como su escape, supongo. Y por eso me dolió tanto cuando llegó casi a medianoche, mas no me sorprendió en absoluto.

-¿Papá?-Lo había estado esperando, no podía dormir a sabiendas de su ausencia aunque lo cierto es que últimamente dormía poco, casi todas mis noches eran infectadas por el insomnio que me generaba la sombra.- Has vuelto.

La luz de la lámpara delineaba una silueta encorvada, cansada y de aspecto melancólico. Creí ver en ella un dejo de lástima por mi parte, de lo cual no supe si alegrarme o extrañarme; sin embargo, me di cuenta de que no se trataba de mi sombra, si no de la de mi padre, que más que oscura, era gris.

Por un momento pensé que no me había escuchado pero aunque sus ojos destellaron un asomo de sorpresa, no expresó emoción al verme. Me dedicó lo que apenas se acercaba a una sonrisa; triste.

-Ah, hola, pequeña-y se fue. Subió las escaleras para reunirse con mi ya dormida madre, exhausta de tanto llorar hasta que se le secaran las lágrimas.

"¿Pequeña?" Me pregunté, imaginando que le decía: "Ya no soy pequeña, papá" y él respondiéndome como solía hacerlo: "Eso no es cierto. Siempre serás mi pequeña" Y por un instante, sólo uno; sentí los ojos humedecidos.

Tenía ganas de decirle que lo extrañaba todos los días, de lo mal que me sentía y de lo triste que estaba mi madre; de que lo necesitaba aquí conmigo. Y lo habría hecho, si tan sólo me hubiese dejado hablarle, si me hubiese escuchado.

Por si fuera poco, la sombra se deleitaba con mi sufrimiento. Su sola presencia era una burla que maldecía la escasa tranquilidad que podía quedarme. Que me desafiaba a ser fuerte, a sabiendas de que al final terminaría flaqueando y ella iba a estar ahí para devorarme llegara el momento.

Luego de unas semanas pasó algo todavía más raro, la sombra no sólo creció hacia arriba, sino que comenzó a hacerlo por los lados, sí; se hizo más ancha. Si bien no soy del todo delgada tampoco es que mi complexión fuera tan robusta, lo cual me preocupó, pues eso significaba que debía hacer una visita urgente con el médico, el gimnasio y la dieta no parecían dar resultados favorables, todo lo contrario. Él me pesó porque a mí siempre me ha dado recelo hacerlo, no tenía aparatos de peso ya que enterarme si subí kilos de más me angustiaba mucho.

-No, no has bajado ni subido. Estás dentro del peso normal -comentó mirándome con detenimiento, puede que hasta con cierta sospecha. Temblé.-¿Por qué, pasa algo? Últimamente has estado viniendo a consulta con frecuencia, no quisiera...

-Quiero saber cómo estoy de salud, quiero saber si lo que hago ha dado frutos. Me preocupo por mí, sólo eso.

Suspiró como respuesta.

-Sólo no vuelvas a caer en lo mismo, ¿de acuerdo? Porque estás bien, perfectamente sana. Tu peso sigue estable, no te preocupes.

Alcé los ojos hacia él, la sombra se reflejaba de su lado. De repente, sonrió. Ahogué un grito. Era escalofriante. Tenía las fauces un poco abiertas, mostrando lo que parecían ser colmillos. No podía emitir ruido pero por dentro la escuché. En mi cabeza sonaron murmullos que no alcancé a comprender. De reojo pude verme en el espejo. Una mancha imprecisa me señalaba. Me sobresalté.

-¿Qué ocurre? -preguntó el médico angustiado, me había olvidado de dónde estaba y qué hacía ahí.

Acto seguido eché a correr.

Me gritó que volviera, asustado pero no más de lo que yo me sentía en aquel momento. Salí a toda prisa, dando de empujones a la gente por la calle sin molestarme siquiera en pedir disculpas. Ella continuaba con sus murmullos, aumentando el volumen de la voz hasta convertirse en palabras ininteligibles que entre más avanzaba se volvían difusas en mi mente, perdiéndose en mi consciencia. Entonces; caí.

La sombra me envolvía en su manto de muerte. Ya no sólo hizo acto de presencia cuando había sol o luz como cualquier silueta común, sino que hasta se manifestó en la absoluta oscuridad, claro que su aparición era aún más negra que la más temible de las noches.

El trabajo era para lo que mi padre, lo que la religión para mi madre. Nunca fueron muy creyentes, pero a los dos meses y medio tras su muerte, mamá había prendido dos veladoras, una a cada lado de su fotografía. Había montado una pequeña ofrenda en su nombre, en un rinconcito de la repisa; donde la llama alumbraba más su brillante sonrisa. Procuraba no verla cada que pasaba por ahí, porque si la tentación me ganara vería de nuevo sus oscuros ojos y no podría aguantarme las ganas de quemarla, lo que sería fatal para mi pobre madre.

Sea como fuese, allí estaba de nuevo; importunando y estorbando como siempre. Ni muerta parecía dejarme en paz.

No sé de dónde ni cómo mamá obtuvo esas ideas, pero debió haber sucedido mientras yo andaba en clases, porque al regresar en una ocasión, me la encontré arrodillada frente a la ofrenda; con ambas palmas juntas y con los párpados caídos, moviendo los labios, pero sin llegar a exclamar nada.

-Mamá.

-Hum.

-¿Y si vamos al cine a ver algo? Hace mucho que no vamos y sé que te encanta. Nos haría bien.

-Ahora no, estoy ocupada-se persignó y volteó a verme--. ¿No tienes deberes que hacer?

-Ya los hice. Vamos, hay una película en carteleras que se ve está muy buena.

Tomó su imagen y la acarició, pasando los dedos por los bordes, por su rostro.

-¿Mamá?

-Ya te dije que no puedo. Ve con alguno de tus amigos.

-Pero mamá...

-¿Qué parte de no, no entiendes?-elevó la voz, mirándome con severidad, luego la fue bajando en un cansado suspiro, regresando su vista a la fotografía-. ¿Cuándo diablos vas a madurar?

Volvió a dejarla en su lugar, no sin antes darle un beso y prender un incienso para acompañar el ambiente, cercano a la imagen de la Vírgen.

Sentí como si me hubiesen dado una bofetada. Me ardían las mejillas, sentía algo burbujeando dentro; peligroso. Amenazando con salir y destrozarlo todo.

La dejé atrás con su adoración, rindiéndole culto como si fuera una divinidad. El sabor se había vuelto nauseabundo, asqueroso. El problema es que estaba cerca de vomitarlo, lo sentía subiendo por mi garganta; fluía. Y me lo tragué, aunque no por mucho.

Desde entonces la casa se llenó de artilugios religiosos, para descontento de mi padre; quien había perdido la fe hacía un tanto y que moverse entre tantas sombras sin rostro por la oscuridad al volver le daba cierto temor. Y lo comprendí, así me sentía yo con mi propia perseguidora, la cual cada vez estaba más decidida a destruirme.

Por si fuera poco y aunque seguro ya adivinarán, entre mis padres tampoco había lazo de comunicación, él se limitaba a trabajar y ella a adorar. Mientras tanto, la sombra me tenía como su presa, a la caza. Sonriendo, al acecho. Alimentándose de mi energía y de mis ganas de vivir; aunque igual no hubiese sido capaz de tomar la misma decisión que ella.

No quería asustar a mis padres con esto, bastante deprimidos se encontraban como para sumarles más heridas sobre las que aún no alcanzaron a cicatrizar en sus desolados corazones. Luego no pude soportarlo más y sin darme cuenta, les comenté de las singulares modificaciones que mi sombra presentaba.

Mi madre mencionó sus historias, que era un mensaje de Dios, que ella era un ángel y me hacía visitas, así como la veía todas las noches en sus sueños. Mi padre aunque recio al principio con intenciones de contradecirle, me notó tan preocupada que decidió ceder. Comentó que eso quizá se debía a que ella estaba muy cerca de nosotros, queriendo estar junto a mí, cerca de su familia.

-Te acompaña y nos cuida por medio de ti -agregó cariñoso.

A través de mi sombra que crecía y engordaba porque el amor que sentía por nosotros era vasto, fuerte y grande, así como el nuestro hacia su persona. Esa idea me gustó, me pareció grata y hasta cierto punto tranquilizante como casi todas las ocasiones en las que mi padre me consolaba.

De alguna manera le encontré más sentido a la situación pensando que quizá se trataba de obra de Dios que nos envió a su ángel para protegernos. Qué equivocados estábamos. No era obra de ningún alma benévola ni noble. Era obra del mismísimo demonio. Esto lo comprobé después, cuando la asistencia de la sombra se tornó cada vez más incómoda, angustiante y provocó en mí lastimosos temores. Sentía que alguien me perseguía pero cuando volteaba no veía a nadie, sólo a ella, la sombra que ya nunca desapareció. Jamás se fue.

Terminé con mi novio o mejor dicho, él terminó conmigo. Dijo que no podía tener una relación con una loca, claro está que a él también le había contado sobre mis experiencias porque le tenía confianza y aunque al principio me apoyaba e hizo el intento por consolarme, luego no pudo más conmigo y me recomendó que viera a un buen psicólogo, pero que por su parte no quería saber nada más de mí. Lo mismo pasó con mis amistades, se alejaron, cortando vínculo. Me quedé sola.

Varias veces les conté esto a mi padres sin poder evitar que la voz me temblara, acaso tenía apariencia de perdida y de desquiciada.

-Es su alma que se fue al Cielo quien te visita en forma de sombra-soltó mi madre, cansada-. ¿Cuántas veces te lo debemos repetir?

-Pero...

-Nos está haciendo compañía, recuerda. Ella nos ama y por eso sientes que la ves pero es porque nos está cuidando desde la casa de Dios Nuestro Señor.

-No, no es eso. O sea, sí está aquí, pero no para cuidarme, más bien como que me estuviera persiguiendo. Me sigue a todos lados. Se siente... como si me estuvieran amenazando, no sé. Hasta la escucho, no alcanzo a distinguir lo que dice pero sé que habla, que intenta comunicarse y me sonríe de una manera horrible como un monstruo.

Le sirvió de aviso para que volviera a hacerlo, la línea de sus labios se curvó cual fase lunar creciente y comenzó a murmurar. ¿Pero qué decía?

-¿La escuchan? -noté a mis padres asustados esperando que pudieran oírla así como sonaba en mi cabeza-. ¿Oyen su voz secreta?

Ellos se miraron sin pestañear.

-Ahora se mueve; de nuevo ahí, miren, ¡ahí está! -señalé pero no hacían más que verme.

Hasta que alcancé a distinguir; eran risas. Con sutileza y gracia se burlaba de mí, de mi incapacidad para convencer a los míos de su existencia, la verdadera. De sus oscuras intenciones.

-Ahora se ríe-Fue subiendo el tono de voz-. Se está riendo, mamá -cada vez sonaba más y más alto, potente-. ¡Papá, por favor dile que se calle! -no podía soportarlo, llenó mi mente; la cubría. Llevé las manos a la cabeza tapándome los oídos.

Él me abrazó. Acarició mi cabello mientras repetía que me calmara y sobaba mi brazo. En momentos de tensión eso siempre conseguía sosegarme pero la expresión de mi madre me turbaba. Seria y muy quieta en el asiento. Encorvada y con cristalina mirada sin parpadear. En ese instante lo noté; la sombra se extendía hasta abarcar gran parte del techo, encima de nosotros amenazaba con envolvernos en sus garras. Nos rodeaba.

-¡No!

Me restregué, incluso le mordí la mano. Adolorido se puso a maldecir, arrojándome lejos. Mi madre soltó un grito, le llovían los ojos.

-¡Suficiente! Esto se ha pasado de la raya. Tú tienes un problema y no podemos seguir así. ¡Estás asustando a tu madre!

-Pero la sombra...

-¡Basta ya de esa locura de la sombra, no existe!

-¿Qué no existe? Pero si tú dijiste que ella...

-Fue para que te calmaras, estabas muy alterada y ya no sabíamos cómo hacer para que dejaras eso. Todos tenemos una sombra, no hay nada detrás. Ni ella ni nada malvado.

-¿Cómo que no hay nada? Al principio decías que de cierta forma la sombra es como el alma reflejada, luego me dijiste que era... que se trataba de ella. ¡Tiene que haber, es importante! Tú lo dijiste.

Un nudo se me formó en la garganta, amenazando con oprimírmela o acaso era la sombra quien se alzaba ante mí, rozándome la piel con sus punzantes garras. Alrededor de mi cuello apretando.

-Pues de haber sabido que te pondrías así por una cosa que dije, jamás lo hubiese hecho. Son cosas que se dicen pero no significan nada, absolutamente nada. Sólo es una silueta y ya. Olvídalo de una buena vez, supéralo. Es absurdo y te estás obsesionando.

-¿Que no significan nada? Entonces, ¿me mentiste?

Dos puntos blancos se asomaron por los recovecos que daría lugar a los ojos. Se me iba el aire. Una tela nebulosa cubrió mi vista y así fue como perdí el color.

Sus ojos. Viéndola a ella me encontré a mí tras sus pozos vacíos, sin fondo. O quizá había una profundidad aunque interminable e intensa de la nada. Salté y choqué tras la pared, sin habla.

Presionó cada vez con más fuerza provocando cortes para acabar con mi absurda vida, con el propósito de dejarme como un ser sin alma.

-¿Y ustedes qué? -La sombra obligó a que la acidez que emanaba fuese expulsada de mi lengua para salpicar de veneno a aquellos que me habían amado-. ¡Ni siquiera son capaces de superar su muerte! ¡Han pasado cuatro años!-Oh, veneno. Tóxico y mortal. Como yo, como ella-. Murió, ¿está bien? Ahora es una maldita muerta. ¡Está muerta! ¡Muerta!

La silueta quedó frente a mí desfigurándose. Pasó de ser una cosa amorfa a tener un rostro vivo, renacido, inmortal. Sus rasgos, sus perfectas facciones. Pero no era sólo ella, no. Era yo también. Ambos rostros se disolvían y confundían para convertirse en uno solo. El nuestro. Entonces, me desgarró de un arañazo el cuello y grité.

-¡Cállate! -Mi madre se levantó-. Ella no está muerta, ¡no lo está! Está allá arriba-señaló al techo-. Está en el Cielo, es un ángel.

-Cariño, por favor...

-¡Tú también cállate!

Me levantaba, mis entrañas vibraron. Un olor putrefacto llenó mi nariz de picor. A ese punto me estaba llevando consigo, a su mundo de condenados al entierro.

-Era tan buena, tan linda... Tan tranquila y siempre dispuesta a ayudar a los demás-suspiró-. Cuando me visita puedo ver cuánto nos extraña. A veces desearía que no hubiera sido ella.

-P-pe- pero... Yo no soy ella -tragué saliva.

-No, pero ojalá lo fueras.

Vomité de ira, de furia, de dolor. De odio. Llegó el momento que ella tanto había estado esperando.

Escuché unas risas diabólicas que me hicieron estremecer. La sombra apoyada en una esquina, sonriéndome, cuán cínica y perversa había sido testigo del suceso. Se acercaba a mí y de repente, la negrura desapareció, lanzándome al abismo de sus ojos, haciéndome ver por ellos lo que ella estaba produciendo como si fuese un rodaje de película.

Las imágenes eran difusas, descoloridas, así como se recuerdan los sueños al despertar. La mesa del comedor volteada. Todo se veía tan claro, tan luminoso por una luz blanquecina y cegadora que me dañaba la vista. Un ambiente frío, lleno de un silencio que, pese a lo que se esperaba, hacía mucho ruido. A mis oídos llegaban vibraciones invisibles que hacían crujir mi cansada cabeza. Me vi a mí misma, como si fuera otra persona, tomando una de las veladoras que adornaban la pequeña ofrenda de la repisa y luego...

Y luego casi no podía ni respirar. Tosí, tropecé. Vi su rostro una vez más en aquella fotografía. Su apariencia de inocencia vil y mezquina me desafiaba con la mirada. La rompí. La hice pedazos. La lancé muy lejos donde no pudiera verme nunca más. Donde sus tristes ojos no pudieran escrutarme, observarme. Culparme. Pedir una absurda clemencia que por supuesto no se merecía. Ni ella ni...

Todo se volvió más borroso, el humo invadió la casa, abrigándome. Un fragmento de cristal, roto. Se adhirió a mi piel. Ardor. Dolor. Apreté los dientes. Pero no me detuve. Un cuello roto. Un río de sangre. Otro cuello roto. Un mar carmesí. También estaba manchada, como si me hubiese aventurado a nadar en él. Y si eso no fuera suficiente, arrojé la otra vela para avivar la fiesta. Una fiesta con invitados de colores llamativos y peculiares; amarillos, anaranjados y rojos. Vestían sus mejores galas, bailando en torno a mi figura, la cual yacía erguida como estatua, sin ser capaz de apreciar su caótica obra maestra. Mis latidos atronadores oprimiendo mi pecho encogían el ya oscuro corazón. Se me iba el aire.

Y regresé a mi dimensión, esperando que fuera sólo eso, un sueño. Pero la realidad era incluso más aterradora que mis peores pesadillas.

-¡Maldito monstruo! -Me sostuve de la repisa, esforzándome por inhalar, por exhalar-. ¡Mira lo que me has hecho hacer!-Me dejé caer en el suelo y finalmente, lloré-; No, no he sido yo. ¡Has sido tú! ¡Tú lo hiciste! ¡Es tu culpa, tú me hiciste esto, siempre fuiste tú!

Todo se destruía a su paso, sin embargo, un marco quebrado y hecho añicos, permanecía sin ser dañado por el fuego, hasta que llegó en forma de ligeros chispazos, consumiendo su imagen. Fue lo último que vi. Y es que ahí es donde ella siempre permanecería; en las llamas del infierno.

La sombra continuó burlándose de mi desgracia, de lo que ahora es mi tormento y mi perdición.

La luna es comprensiva, ilumina mi pobre ser en un intento por que me deje guiar con su luz, pero desconoce que en mi alma no queda esperanza ni felicidad alguna. En medio de la penumbra; envuelta ya en el manto de la tenebrosa muerte, las estrellas se apagan y mientras tanto, escucho el ulular de los búhos cantores que entonan una melodía macabra. Cantan sobre la oscuridad del mundo, la que alberga el hombre por naturaleza, de la envidia como pecado y de todo aquello que solía ser bueno; de una alegría inexistente porque no hay sentimiento más fugaz, hablan también sobre una chica que corre, huye y de un espectro gótico e infame, sí, su propia sombra; que la persigue.

~

Nota de la autora: ¡Ya contamos con booktrailer! Gracias a BrianMelendres lector de este cuento, por realizarlo.
Espero hayan disfrutado la lectura.

Jatzi.

~Espacio para fanarts~
¡Sí, como leen! Ya pueden mandar sus ilustraciones, dibujos, pinturas... Cualquier expresión artística basada en la historia a este correo: [email protected] porque este será el espacio donde los compartiré para que más lectores los vean y se animen a participar. Espero les gusten

Ilustración por: jjmorales021

Boceto por: Jesus_Alex9

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