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Rocío, lograste plantar un pequeño jardín en la casa que hiciste con Ernesto. Él era un buen amigo, uno que tendrías para toda la vida.
Diariamente salías a visitar a Julia, ella te brindaba muchos consejos por tu embarazo; intentaste decirle varias veces que era fruto del amor que tuviste junto a Martín, pero aún habían residuos de miedo en ti. Poco a poco fuiste perdiéndolo, tal vez en el momento del nacimiento de Iliana. Tu bebé era radiante, más que las estrellas. Ernesto la quería como a su propia hija. Incluso la pareja de él la tenía como adoración. Siempre que la acaudalada señora de este, venía de visita, el joven se escapaba para jugar con tu pequeña y ver a su amor desde la niñez.
Sí, presenciaste como el amor es espinoso, pero hermoso.
«Alhelís, como tus
riadas punzantes».
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