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Capitulo 1. Una chica sin un nombre.

Capítulo 1. Una chica sin un nombre.

Esto no tiene sentido alguno. Pensé mientras observaba las preguntas del examen que aquél hombre había puesto en mi mesa. Los números y las letras se mezclaban en mi cabeza sin coherencia mientras mis manos y piernas se negaban a parar de temblar. Levanté la vista de la hoja amarillenta, mi mente era un gran nudo incapaz de deshacerse y pronto las preguntas la enredarían aún más. ¿Desde cuándo estudio nada que tenga que ver con matemáticas? Mi vista se desvió hacia un chico de cabellos castaños cerca de mi, no llevaba mascarilla, de hecho, nadie lo hacía. Analicé rápidamente la sala: más de treinta alumnos, casi pegados el uno al otro. ¿Había acabado todo ya? Traté de recordar algo relacionado, pero era incapaz de visualizar lo pasado incluso el día anterior y el hecho de estar ahí sentada me seguía desconcertado. Me gustaría saber mi nombre, pensé. ¿En qué momento lo había olvidado? Hace dos segundos lo sabía, ¿o no? Miré rápidamente el examen, debería haber escrito mi nombre nada más ser entregado, pero lo único que había en esa casilla era una mancha azul borrosa. Quiero llorar, voy a llorar. Tomé una gran bocanada de aire mientras trataba de mantener la calma.

A simple vista, todos parecían calmados, todo lo que podían estarlo ante cualquier tipo de prueba. Posé mi bolígrafo azul sobre la mesa verde. Tenía un dibujo de un caballo en una esquina, el cuál tenía las patas delanteras considerablemente más pequeñas que las traseras, y los ojos no eran más que dos puntos. Me recosté en la silla, rendida, no podía mirar aquél papel ni un segundo más. Mi mirada vagó por toda la habitación de color blanco, había manchas negras en las paredes, de moho, supuse mientras un escalofrío recorría mi columna. Los techos eran altos y las ventas dejaban entrar una gran cantidad de luz, o al menos lo harían si no fuese por las enormes nubes negras que cubrían el cielo. Observé a las personas junto a las que me encontraba ¿Quiénes eran? No lo sabía, no conocía a nadie en aquella sala, con poco me conocía a mí. Entre tantos estudiantes inmersos en aquellas imposibles cuentas, mis ojos se encontraron con los suyos, un chico moreno, de pelo algo más largo a lo que es común, tenía una mirada café, acentuada por sus gafas gruesas que agrandan sus ojos almendrados haciéndolo ver como un niño pequeño. Era la primera vez que lo veía, al menos según lo que recordaba en esos momentos. No hizo falta comunicación alguna, su expresión de angustia, miedo y duda me dejó claro que él tampoco comprendía lo que estaba sucediendo lo que hizo que me pregunte si habría más gente en nuestra misma situación, quise averiguarlo, pero antes de poder analizar más en profundidad las expresiones de los demás, un fuerte sonido, como un chillido, resonó por todo el lugar. En algún lugar de mi memoria sabía de lo que se trataba, por lo que me levanté de mi asiento, entregué el examen en blanco bajo la amenazante y decepcionada mirada del profesor y me dirigí, supuestamente, a mí siguiente clase, así como el timbre lo indicaba.

Salí del aula y esperé a un lado mientras todos salían, tratando rápidamente de visualizar sus emociones. Nada. Poco después, entre los últimos, salió aquél muchacho con los rasgos de un chiquillo. Me miró, yo lo miré de vuelta. ¿Cómo se supone que se deba empezar una conversación de este tipo? ¿Acaso ya nos conocíamos y él trataba de buscarme entre sus recuerdos? ¿Acaso debía yo saber quién era? Sonreí levantando levemente la comisura de los labios ¿también he olvidado como entablar una conversación?

— Hola. — Atiné a decir con la voz temblorosa.

— Hola. — Su voz era grave, nada que ver con su apariencia. Por su respuesta intuí que él tampoco sabía muy bien cómo llevar esa conversación, la cuál era cada vez más incómoda. Junto a nosotros, las demás personas charlaban sobre las respuestas que habían dado a las preguntas.

— Ojalá nuestras preguntas también fueran de opción múltiple. — Bromeé y él rio, achicando sus ojos, marcados por unos leves pliegues a los lados de los mismos. Así, sin saber bien en qué momento, decidimos salir del recinto, encontrándonos con un pequeño jardín lleno de árboles, plantas y arbustos. No había nadie, las clases continuaban, mas me negaba a volver a enfrentar una asignatura o prueba como la anterior.

— ¿Qué es lo último que recuerdas? — Pregunté mientras acariciaba la hierba y arrancaba un poco de la misma.

— Estaba en la universidad. Me quedé hasta tarde aunque no recuerdo el motivo. Lo último que sé es que estaba sentado en alguna clase y, cuando quise darme cuenta, me desperté aquí, sin saber que estaba pasando, o porque. Yo estudio Bellas artes, no sé mucho de matemáticas científicas. — Se quedó en silencio unos segundos, como si tratara de repasar mentalmente los hechos que nos llevaron a esta situación.— ¿Qué hay de ti? — Preguntó.
— Me encontraba en una habitación grande. Recuerdo escuchar gente hablar y gritar, luego todo se volvió negro y desperté aquí, al igual que tú. — Él me miraba y yo a él, algo me decía que ambos tratábamos de descifrarnos el uno al otro o por lo menos tratábamos de saber si nos conocíamos antes de todo.

El timbre sonó nuevamente y en aquél momento, una chica de cabellos largos y claros se nos acercó. Con qué aquí estabas, me dijo. Su cara, cuadrada, de rasgos delicados, me sonaba familiar y, por su forma de dirigirse hacia mí, supe que se trataba de alguien a quién conocía bien. ¿Por qué no era capaz de recordar a alguien que se supone que era importante en mi vida? ¿Quién mierda soy?

— Sí, perdón por desaparecer. — Mi voz estaba temblorosa, no sabía cómo debía hablarle. Ella se sentó junto a mi.

— ¿Quién es tu amigo?— Su tono era coqueto. Habré perdido la memoria, pero sabía con qué intención mencionaba aquello. Reí.

— Un compañero de clase, nada más. — Lo miré. ¿Cuál es tu nombre? Me pregunté mentalmente. ¿Cómo se me pudo pasar algo tan importante?

— Soy Uriel. — Se presentó, más para mí que para ella.

— ¡Qué bonito nombre! Yo soy María, mi nombre no es tan original. — Ambos rieron y se dieron la mano. En ese momento me fijé en la sonrisa de Uriel, era amplia, parecía sincera. Una sonrisa alegre mostrando los dientes, aunque le faltaba el colmillo izquierdo.

María, repetí su nombre mentalmente un par de veces. ¿Mi hermana? ¿Mi mejor amiga? ¿Mi novia, tal vez? Era incapaz de adivinar que papel importante hacía en mi vida. Mi mente se enredaba cada vez más con cada hilo del que tiraba y quería gritar de la desesperación de no saber nada sobre absolutamente nada. ¿Acaso al menos soy real? Llegué a preguntarme en algún momento. 

Mientras María y Uriel continuaban hablando sobre temas a los que no presté atención, en mi cabeza surgió otro nuevo hilo que terminó por apretar el gran nudo: él sí recordaba su nombre. ¿Recordaría algo más? ¿Algo de su vida? Si María era importante para mí y no se conocían, eso quiere decir que nosotros tampoco lo hacíamos, ¿verdad?

Ese horrible sonido volvió una tercera vez y ella se levantó, se sacudió la hierba de los pantalones y se estiró.

— No quiero ir a clase. — Se quejó. — ¿Estás lista para esta noche? — Preguntó con emoción, podría haberlo hecho antes, con más tiempo, jamás comprenderé porque lo hizo cuando ya debía irse.

— ¿Esta noche? — La miré dudosa y su rostro se tornó incrédulo.

— Habíamos quedado para ver una película con Max y Alicia, ¿lo has olvidado? —Ni siquiera sé quiénes son,  quería decirle.

— Oh, cierto... No creo que pueda, tengo muchas cosas que hacer. Tal vez en otra ocasión. — Mentí. La chica de ojos dorados suspiró y se fue concluyendo con un "como quieras".

— Creo que se ha enfadado.

— Lastima, me había caído bien. Nuestras miradas la siguieron hasta que desapareció en la distancia.— ¿Cómo te llamas? — Preguntó de repente. Lo miré y él ya me estaba mirando.

— No lo recuerdo. — Respondí.

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