PARTE XIV
El padre de Leonardo no podía creer a sus ojos. Pestañeó un par de veces, solo por si acaso, pero la imagen frente a él no parecía cambiar. Había un chico con falda en el medio de su sala de estar. Llevaba maquillaje, las piernas afeitadas y zapatos con tacones. Su esposa, quien estaba escondiendo su risa detrás de sus manos, lo miraba a él y solo a él, esperando por su reacción.
—Yo... ejem... soy el padre de Leo —dijo encontrando su voz. Extendió su mano hacia el chico de cabello rosado. —Encantado de conocerte.
Ángel, como se había presentado hacía unos segundos, sacudió la mano con un apretón sorprendentemente fuerte.
—Puedo ver que está contrariado, —ofreció. —no es necesario que se contenga por mí. Si yo estoy molestando aquí... —Él cambió el peso de un pie a otro.
Leo le dio una dura mirada desde donde estaba de pie con los brazos cruzados sobre su ancho pecho.
—Tu no molestas. Eres mi invitado —Miró a ambos de sus padres casi desafiándolos a que dijeran lo contrario. Su padre tomó nota de ello. —Ángel se quedará unos días, ¿está bien? Mientras resolvemos qué haremos.
Su madre, Dios bendiga a esa mujer, abrazó a Ángel efusivamente cortando con la tensión en el aire.
—Leo ya me dijo lo de tus padres —dijo al chico entre sus brazos. —Aquí tienes un lugar sin presiones, puedes quedarte cuanto desees.
Ángel se sintió conmovido, dando a la baja señora unas palmadas torpes en la espalda. Porque él no estaba acostumbrado a las muestras de afecto de ese tipo.
—Muchas gracias, —Se las arregló para decir. —ya veo de dónde sacó Leo la ternura.
Leonardo sonrió. Pero su sonrisa murió cuando vio la mirada en ojos de su padre.
Él les había hecho una corta llamada antes de llegar para dejarles saber que no iba solo y que la compañía iba a pasar la noche. Su madre había atendido el teléfono y aunque no cuestionó nada, él había querido dar una pequeña introducción de quien era Ángel. Y el solo saber que era por ese chico que su hijo había ido a parar a la comisaría noches atrás, su progenitora se mostró feliz y dispuesta a cooperar con todo. Leo no la entendería jamás, pero no se estaba quejando.
Su padre, por otro lado.
Haciéndole una seña, lo llevó a un rincón, aprovechando que Ángel estaba charlando con su madre.
—Papá... —comenzó.
Pero su viejo le puso una mano en el hombro.
—Creí que te gustaban los chicos —dijo con el entrecejo fruncido. —No lo digo como algo malo, lo estoy digiriendo ¿sí? Solo no entiendo, si te gustan los hombres, ¿por qué llegas aquí con alguien que luce como una mujer?
Leo se armó de paciencia.
—No luce como una chica. —resaltó con paciencia. Lo último que quería hacer era pelearse con su padre en esas circunstancias. La noche había tenido suficiente drama en sí misma. —Él se viste de manera extravagante, es algo freak, en el buen sentido. Y me gusta. En serio que sí, yo quiero...
Su discurso fue cortado.
—No necesito saber más —Su padre negó, sonriéndole con los ojos incluidos. —Sé que me he comportado como un padre horrible en el ultimo tiempo, pero solo me tomaste con la guardia baja. Tienes que perdonarme. Soy un hombre anticuado, y siempre has sido tan masculino que no podía congeniar tu imagen con las de un chico gay.
—Es que no hay ninguna imagen. —La mandíbula de Leonardo tembló. —Papá...
Su viejo lo arrastró para un abrazo como ningún otro que recordase. Le molió los huesos y lo armó de nuevo con sentimiento puro.
—Eres mi muchacho, siempre has sido mi muchacho. Eso no está cambiando por nada. Ahora lo sé —admitió en un susurro afectado. Si Leo tenía la duda sobre sus sentimientos, la humedad contra su coronilla le confirmó que su padre estaba en lágrimas. —Estoy aquí para ti, así que dime lo que necesitas.
Removido hasta el centro de su ser, Leo se permitió disfrutar de ese abrazo un poco más. Había echado de menos a su padre, su camarada y el saber que este hombre con costumbres anticuadas lo estaba intentando, era todo lo que él le podía pedir a esa noche.
—Entonces, —Él se aclaró la garganta. Su padre se hizo atrás, realizando el mismo ruido para disimular sus emociones. —Ángel se quedará conmigo en mi habitación. Puede que mañana tengamos algunas respuestas, así que veremos lo que sucede.
—Será un mejor día. —dijo su viejo. Y así de sencillo, ellos estaban bien.
Ángel miró el intercambio con el corazón en la mano, se sintió como presenciar la escena de una película, pero real. Porque así es el amor verdadero.
—Ven —llamó Leo —te enseñaré mi cuarto.
A pesar de que Ángel había esperado escuchar esas palabras, un peso de inquietud le atenazó el estómago mientras subían las escaleras hombro con hombro. Él era, después de todo, bueno en el sexo, no en la intimidad y sospechaba que con Leo iba a tener un montón de esa última.
La habitación era un lugar minimalista, ordenado y con colores que transmitían paz de inmediato. Era totalmente acorde a Leonardo, con pequeños detalles de él en cada lado que mirase. Aunque la atención de Ángel viajó de inmediato a la cama.
—Puedes tomarla —dijo Leo a su lado siguiendo su mirada. —y yo haré una cama en el piso, si no te sientes cómodo. O podemos compartirla si quieres. Tú decides.
Él se encogió de hombros adorablemente.
Ángel fue hasta él y le dio un beso casto sobre la mejilla.
—Gracias; por todo. Por acompañarme a lo de mis padres y permitirme quedarme aquí. —suspiró. La emoción le cerró la garganta, pero luchó contra ella, porque él tenía que decir ciertas cosas. —Sé que nos conocemos hace muy poco y eso parece ser lo nuestro, pero prometo que me comportaré.
Leo sonrió de lado.
—Está bien, yo contaba con que hicieras justo lo contrario, pero lo tomaré por ahora —Con un guiño, se dirigió a la cajonera sacando dos mudas de ropa holgada. Le lanzó una a Ángel que la atrapó contra su pecho. —Por hoy, es hora de irnos a la cama.
El peso en el estómago de Ángel empeoró. Y sí, eran nervios de anticipación.
Leonardo le dio espacio, yendo al baño a tomar una ducha. Tiempo que Ángel aprovechó para mensajearse con sus amigas y ponerlas al día de lo que estaba pasando. Ellas se mostraron sorprendidas a saberlo donde se encontraba, pero dándole todo su apoyo.
Sin nada más que hacer, Ángel tomó su turno en el baño. Y lo primero, fue enfrentarse al espejo con una toalla mojada en la mano.
Fuera todo el maquillaje.
Le costó quitárselo y puede que haya llorado, pero la ducha se llevó todo. Su miedo, la incertidumbre y en parte la vergüenza.
Cuando salió del baño, con unos pantaloncillos cortos y una camiseta que le llegaba hasta las rodillas, era todo él.
Leonardo estaba tendido en la cama, en una postura relajada con el celular en la mano. Su cabello aún estaba mojado por la ducha. Cuando se percató de Ángel, se enderezó prestándole toda su atención.
—Wow, eres...
—Ya sé —Ángel se encogió. —Nada glamoroso.
—... más que hermoso —El otro concluyó. Su entrecejo se juntó al registrar sus palabras. —Ven acá, siéntate a mi lado. Eres el chico más lindo que he visto en mi vida.
—Estás mintiendo —dijo Ángel, aunque contento se acercó a la cama. Se sentó en el borde, inseguro, jalando un hilo suelto del cubre cama. Leo lo jaló cerca, lo que lo hizo soltar una risita tonta: —No tienes que adularme, ya me tienes en tu cama.
Leo estaba apreciando cada una de sus facciones.
—Creo que ya sabes que no miento. —dijo solemne y solo por si acaso, le tomó la barbilla con los dedos y lo hizo mirarlo a los ojos. —El maquillaje solo es otra cosa con la que te cubres. La única bonita. Pero no la necesitas cuando tienes un rostro que hace juego con tu nombre.
Ambos guardaron silencio.
Ángel se lamió los labios.
—No sé qué es lo que se hace ahora. —dijo muy bajo.
Leo estaba mirando su boca.
—Creo que esto —Y lo besó. Todo lengua, dientes y pasión.
Fue una caricia suave, ejerciendo la presión justa para evidenciar su deseo. Ellos rodaron por la cama, la mano de Leo cubriendo la cabeza de Ángel cuando lo recostó contra las almohadas. Se miraron a los ojos, Leo buscando algún resquicio de duda, Ángel cayendo en el abismo del enamoramiento. Fue como ahogase en el mismo mar profundo y sin fondo.
Por un momento, ellos solo se besaron, pero al siguiente, estaban frotándose el uno contra el otro. Gimiendo en la boca del otro, intentando ser silenciosos y fallando miserablemente. El hambre abriéndose paso en sus bajos vientres, febriles y apresurados.
La boca de Ángel se sentía seca por más que intentó humedecerla, y es que estaba gimiendo tanto, al borde de jadear como un perro en celo. Se afirmó del cabezal de la cama, buscando algo a lo que centrarse.
Un deseo como ningún otro lo asaltó y zarandeó desde sus entrañas y todo el camino hacia afuera.
Sin esfuerzo, manos fuertes pero suaves le desnudaron, y el viento fresco que entraba por las ventanas francesas le erizó la piel volviéndola de gallina, con el paso de los labios de Leonardo solo empeorándolo aun más. Primero en su cuello pálido, marcándolo con sus dientes y el rastrojo de barba creciente. Luego en su pecho plano y su abdomen sin marcar.
Con la ropa amontonada a un lado de la cama, y nada que se interpusiera entre ellos, Leo se detuvo un segundo.
Él también estaba respirando acelerado, no lo llevaba mejor que Ángel. Se sentía afiebrado, con su piel picando, ansiando. Y la imagen de Ángel tendido a su merced no hacía nada por ayudar.
Era la criatura más esplendida que sus ojos habían tenido el placer de contemplar.
Pálido, sonrosado, con manos y pies pequeños. Los labios rojos al natural, sus ojos vidriosos mientras se tocaba a si mismo.
Leonardo lo vio pasar su mano por su cuerpo, hasta alcanzar su erecto miembro y apretarlo en su mano. El chico cerró los ojos.
—¿Estás seguro? —preguntó, porque él necesitaba el consentimiento de Ángel, saber que quería esto tanto como él o no daría ningún paso más.
Ángel extendió la mano hacia él, todo confiado y tranquilo.
—Por supuesto —asintió.
Leo sacó de su velador una tira de condones y la botella de lubricante. Ambas estaban nuevas. Ángel no pudo dejar de notar. Y Leo se las entregó para que decidiese.
Con una sonrisa en su bonita boca, el chico en la cama se enderezó, tomando un condón, contento de saber cómo guiarse desde ahí. Leonardo l vio a cámara lenta avanzar hasta él. Le robó uno, dos, tres besos. Él perdió la cuenta. Las manos de Ángel estaban frías contra su miembro cuando tomó, apreciándolo. Ben había tenido razón; Leo era grueso, no especialmente de gran tamaño, con una bonita redonda cabeza que él tuvo que cubrir el con el látex.
Se llevó a Leonardo con él cuando se tendió de vuelta en su espalda. Leo besó su cuello, dejando chupetones que hicieron que los pies de Ángel se curvaran de placer.
Y dulces cosquillas hormiguearan en sus pezones con el mero roce del pecho del chico grande y rudo encima de él. Su peso era delicioso, aun cuando Leo se estaba conteniendo de no cargarse por completo en él. Eso solo le dejaba ver lo mucho a que Leo le importaba.
Empujando sus anchos hombros, Ángel guio al chico hacia el sur, donde este tomó su miembro en su cálida boca con un gemido desde lo más hondo de su pecho que rebotó en las paredes, arrancando una risa de puro jubilo en Ángel, quien lo jaló de los cabellos como amonestación.
Porque, por mucho que estaba disfrutando aquello entre ellos dos, los padres de Leo estaban a una escalera de distancia y él no quería ofenderlos con su sesión de sexo.
Leonardo chupó duro, haciendo a Ángel retorcerse, obligándolo a dejar de pensar. Con la cabeza en las nubes, apenas registró que Leo se vertía lubricante en un dedo y lo introducía lentamente en él. El trasero de Ángel lo aceptó con facilidad, empujando hacia debajo de inmediato, conduciéndolo más a fondo.
Desde ahí, el camino fue sencillo, prepararlo no le tomó más que unos minutos y Ángel estaba mudo, indeciso sobre si presionar contra los dedos en su agujero resbaladizo o contra la boca mojada que no parecía querer soltarlo.
De modo que, Leo decidió por él.
Lo tomó en sus brazos y lo giró sobre la cama, colocando una almohada bajo sus caderas y entrando en él en el mismo movimiento.
—Mierda... —mordió Ángel. Había subestimado el tema del grosor. Y sus paredes internas lo lamentaron.
Leonardo estaba muy quieto. En parte por el estrecho canal en el que estaba, en parte por un poco de autocontrol.
—Creo que puedes moverte —dijo Ángel con la frente perlada en sudor. Leo seguía estático. El chico bajo él presionó hacia atrás, tomándolo todo, aguantando el escozor. —Joder, es más grande de lo que creí.
Su voz llegó amortiguada por las almohadas, así que, por el tono, Leo no sabía si tomárselo como un cumplido o no.
Él comenzó un vaivén suave, tortuoso para ambos involucrados.
Besando la nuca de Ángel con la boca abierta, era un poco más sencillo concentrarse en eso, que en...
—¡Mierda! —Ángel vociferó cuando dio con su próstata. Él se retorció—¡Follame justo ahí!
Y Leonardo obedeció.
Tocando su punto de placer una y otra vez, entre gentil y moliéndolo contra el colchón. Con todo, sus manos nunca dejaron de acariciarlo, aquí y allá, tratando a cuerpo con nada más que atención y cariño y eso no debería hacer nada en Ángel, pero él estaba vulnerable y todo el amor que le pudiesen dar era bien recibido. Gimió sintiéndose de valor.
—Eres hermoso —susurró Leonardo entre respiración dificultosas. Sus caderas presionaron. —Eres tan, tan hermoso.
Ángel quería bañarse en todo ese afecto que destilaba la voz del chico mayor.
Alzando su cabeza, se lo agradeció con una mirada cálida y un beso.
Entonces, el orgasmo lo desarmó.
Cayó contra el colchón sintiéndose increíble, las endorfinas haciendo lo suyo, apenas consciente de que Leo gruñó algo por encima de él y luego de un par de estocadas, se derrumbó a su lado. Con sus pulmones expulsando el aire como si hubiese corrido una maratón.
Ángel apenas fue capaz de moverse hasta él, mirándolo feliz y radiante.
Le dio un beso de agradecimiento en los labios.
Y en algún momento, se durmieron; sucios, sonrientes como bobos y con sus corazones en paz.
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