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PARTE XII

Ellos tenían una promesa que saldar.

De modo que visitaron Chaton para tomar un desayuno a modo de cena.

—Esto es una ridiculez —Ángel protestó sin ninguna verdad tras sus palabras.

Leonardo, que estaba de un excelente ánimo y no podía dejar de sonreír, le corrió la silla para que tomara asiento. Una vez hecho, tomó el suyo propio, alcanzando un menú de la mesa continua.

—Siempre es un buen horario para el desayuno. No puedes negarlo. Es la comida más importante del día y la que tiene más sabor.

Una alegre chica de coleta alta mascando chicle se les acercó con una libretilla en las manos.

—Bienvenidos a Chaton, mi nombre es Alicia y voy a tomar su pedido... —Ella se detuvo al elevar su vista. Sus ojos se detuvieron en el cabello de Ángel y luego bajaron a su rostro registrando el maquillaje, abriéndose como platos. —Wow, ¿cómo haces para lucir así?

Ángel compartió una mirada con Leo.

—¿Así cómo?

—Así de espectacular. Hace tanto calor afuera que el maquillaje se vuelve un desastre por el sudor. —La chica pasó sus dedos debajo de sus ojos para luego mostrárselos. —¿Ves? El maquillaje se corre y en la etiqueta dice que la fijación es de veinticuatro horas.

Con una sonrisa, Ángel se inclinó hacia ella comenzando a darle tips y nombrarle ciertas marcas de productos que Leonardo jamás había escuchado en su vida, pero que suponía que eran beneficiosos para la piel y verse bien, pues la chica tomó nota de todo con esmero.

—Eres divino, siempre me he dicho que tengo que tener un mejor amigo gay y no lo consigo. No sé por qué —Alicia mordió la punta del lápiz pensativa.

—Ha de ser porque nos ves como mascotas —Leo no se pudo frenar de acotar.

Ángel disimuló su risilla con la servilleta.

—Cómo sea, ¿qué les puedo servir?

—Queremos dos órdenes de café, latte descafeinado con crema. Quiero que nos traigas un plato con croissants de chocolate y una baguette de queso rellena. —Leo miró la carta un poco más y negó. —Eso sería todo por ahora.

La chica, Alicia, le miró con una ceja alzada, pero se retiró por las cosas.

—Entonces, apenas miraste la carta, vienes mucho a este lugar. —Ángel no se sentía incómodo con Leonardo ordenando por él, lo que era curioso, pues odiaba la gente que tomaba decisiones en su nombre. Era solo que Leonardo se veía tan entusiasta, tan seguro de que le gustaría el lugar y la comida.

Cuando la verdad era que Ángel solo estaba preocupado por la compañía.

Los ojos verdes de Leo eran tan brillantes. Su sonrisa tan dulce. Ángel tenía que contenerse a sí mismo de extenderse a través de la mesa y besarlo; en la mejilla, en su nariz, en su frente, en sus labios. Por Dios, tenía los labios más apetecibles que recordaba haber visto.

—A mí papá le gusta mucho —Leo se desentendió no queriendo ir por allí. Llevaba sin visitar ese local desde que su padre se enteró de su sexualidad, pero él no quería ponerse triste con Ángel al frente. Estaba tan maravillado con la idea de que se encontraran allí que era mil veces mejor centrarse en el presente. —Ahora, espero de todo corazón que te agrade a ti también.

—Estoy seguro de ello.

Los platos fueron traídos y con tales manjares para degustar, por un momento fue difícil concentrarse en otra cosa que no fuese comer, lamerse sus pulgares y ahogar gemidos de placer ante el sabor.

Los ojos de Ángel se cerraron ante el primer mordisco de un croissant y Leo se vio conforme. Él no tenía ningún lugar más en el que estar más que allí mismo y tal parecía ser que Ángel tampoco tenía prisas, pues ellos comenzaron una charla tranquila, sin presiones.

Leo comía despacio, pendiente de cada detalle de su compañero que pudiese absorber. Ángel era tan expresivo, sus manos moviéndose por doquier para contar lo más sencillo. Su rostro gesticulando para dar a entender cada emoción de su relato. Él estaba hablando sobre una de sus amigas y un posible embarazo.

—En serio, es como si la chica no tuviese control de sí misma. Creo que de hecho es un poco de fiebre uterina, ella se vuelve loca si no tiene sexo en tres días. Ni siquiera aguanta la semana, madre mía. —Se llevó otro croissant a la boca. —Estos son deliciosos, por cierto, deberíamos pedir para llevar.

Bueno, él se había comido el plato completo solo así que Leo ya había supuesto eso.

—¿Recuerdas la noche que nos conocimos? —Leonardo preguntó.

Ángel le regaló un guiño.

—Fue bastante memorable, no creo olvidarla en un largo tiempo, ¿por qué?

Leo tomó aire, buscando a Ángel con la mirada más seria que logró colocar sobre su rostro.

—Tengo que decirte esto, antes de que avancemos un poco más en esto y ya que parece ser un punto tan importante para ti. —Ángel se inclinó hacia adelante con atención. Leo luchó con una sonrisa. —Recuerdo que eras entusiasta en que nosotros... ya sabes, y apelando a ser sinceros, yo... no he estado nunca con nadie. De esa manera —Hizo énfasis en esa última parte. Ángel se congeló, captando claramente el significado de sus palabras. Leo tuvo que pellizcarse bajo la mesa para continuar. —Y pretendo llegar casto al matrimonio. Por eso te detuve la primera vez que nos conocimos.

La quijada de Ángel cayó. Su rostro en blanco y su mente con miles de mini él entrando en pánico.

¡Un virgen! ¡Tenía en frente un virgen! ¡Que alguien llamase al FBI, a los grupos evangelistas, a los Illuminati! ¡Aún quedaba gente virgen en el mundo! ¡Él era tamaña pieza en extinción! ¡Debía estar en un museo, dentro de una caja de vidrio para que los niños de eras venideras supiesen lo que era mantener su castidad consigo!

Aunque el hecho de que Leo fuese virgen suponía un problema, pensó de pronto. Como mínimo Ángel era entusiasta en el sexo, ¡él no tenía ni la más remota idea de qué hacer con un virgen!

—¡Estoy bromeando contigo! —Leo comenzó a reír de pronto. —¡Estás todo rojo, parece que vas a sufrir una apoplejía! —Ángel aún no podía recuperarse del shock. Fue el turno de Leo de ir hacia adelante —¡Buen Dios, ahora te ves pálido!

Ángel abofeteó la mano de Leo que intentaba tocar su rostro.

—Yo soy pálido, gracioso, pero tú broma ha sido... ¡Tonto!, casi que me siento mal por tocarte —Su voz fue un chillido agudo producto de los nervios. La gente de las mesas a su alrededor le lanzó miradas interesadas, de modo que se compuso lo mejor que pudo. ¡Que oso! —Yo ni recuerdo por donde perdí la virginidad, —dijo recuperándose. —creo que huyó de mí aquí entre nos. Se dio cuenta de que no era lo mío.

Leonardo seguía riendo. Ángel se extendió para darle otra bofetada a su mano. No era nada doloroso, más un juego. Los ojos azules de Leonardo brillaban de tal manera bajo las luces del local que Ángel sintió que algo se removía dentro de él.

Dejando toda la broma estar, ellos terminaron de gozar de la comida y la compañía. Leonardo pidió una orden especial de croissants para llevar y cuando la mesera se acercó con la cuenta, sacó su billetera de su mochila y canceló por ambos.

—Tómalo como una cita —dijo mirando a los ojos verdes de Ángel. —La primera de muchas si es que soy tan afortunado.

Ángel se sonrojó sin saber por qué.

Las calles estaban ya oscuras cuando retornaron a ellas, caminando sin rumbo. El sol había caído, por lo que, tomaron el camino de la derecha, sin hablar entre ellos. El silencio no era incomodo, sino un compañero pues ambos chicos estaban sumidos en sus pensamientos. Sus manos se rozaban al caminar, sus sonrisas eran iguales en sus rostros. Si seguían por ese camino podían llegar a un parque cercano que Ángel conocía, Leonardo tenía el rostro y el semblante de los chicos que pasean por parques tomados de las manos.

Si Ángel se atrevía a lo largo de la jornada, él tomaría la mano de Leonardo.

Era un gesto sencillo, pero se moría por llevarlo a cabo. Sus manos estaban sudorosas de nervios que venían ni sabía de dónde. La sola presencia de Leonardo, su caballerosidad le ponían nervioso.

A su lado, Leonardo estaba concentradísimo en sus zapatillas al caminar, sin saber que compartía el mismo pensamiento de Ángel.

De pronto, el sonido de una llamada los hizo saltar a ambos, tardíamente Ángel notó que era para él.

—Espera un segundo... —Revolviéndose, sacó el teléfono del bolsillo trasero de su falda y contestó. —¿Qué demonios quieres?... No lo sé, papá es neurótico... No iré allí, estoy en medio de algo... Me importa tres hectáreas de verga tu opinión, Marco. Y sí, estoy con un chico. Con Leonardo, ¿sorprendido?... Qué no puedes hacer nada por ti mismo, Jesús. Voy para allá.

Ángel cortó la llamada, el celular apretado en su mano a la vez que cerraba los ojos.

—¿Está todo bien? —Leo colocó una mano en su hombro.

—Sí, es solo... lo siento mucho, pero tenemos que dejar esto aquí. —Ángel sacudió su cabeza sin creer en las palabras que salían de su boca. —Mi hermano es un inepto, y mi padre me necesita.

—Está bien, no pasa nada, estamos en el camino correcto a tu casa, ¿no? puedo acompañarte y luego me voy.  —ofreció Leo. —Hay que terminar la noche como dios manda.

—Pero vivo lejos...

—Mejor —El muchacho sonrió.

Ángel hizo un puchero.

—No puedo decir que no a ese rostro, de acuerdo, vamos.

Esta vez, cuando él fue a dar un paso adelante, sintió su mano siendo detenida por otra. Miró abajo y vio sus dedos enredarse con los de Leo.

—¿Puedo? —Leonardo pidió permiso.

La boca de Ángel se secó y solo pudo asentir en silencio, disfrutando la novedad de lo tierno del acto y cuidándose de no reflejar su felicidad muy evidentemente.

Estaba cayendo fuerte por Leo, como nunca le había sucedido antes.

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