PARTE XI
Recién duchado, Leo podía decir que se sentía un tanto más tranquilo. El entrenamiento de ese día había sido duro, pero valía la pena. La tensión en sus músculos un dolor que distraía su mente y que había echado de menos.
—Ben, ¿qué harás a la tarde?
Su amigo levantó la cabeza de su celular para echarle un vistazo.
—Quizás me deje caer en casa de Marie. No hemos tenido tiempo de calidad a solas y sus padres llegan tarde esta noche. Lo que sea que surja, que Dios no nos esté mirando si no desea quedar ciego. ¿Y tú? ¿Cuáles son tus planes?
—Ahora que sé que te irás a coger como conejo, pues voy a dormir hasta mañana.
Benjamín se rio.
—¿Qué? ¿Ya me vas a dar el sermón de que mi vida social es más escasa que la de las ancianas? —Leo se ajustó la correa de la mochila sobre el hombro. —Ahórratelo, el hecho de que tu abuelita sea activa en su club de madres es asunto de ella. Yo no tengo ánimos para mucho...
—Y luego se preguntan por qué las figuritas de los santos lloran sangre, —Un chico que Leo no conocía pasó por su lado hablando fuerte —¿qué su padre no le enseñó a vestirse como hombre?
Leonardo y Benjamín compartieron una mirada.
—Tienes que admitir que tenía piernas divinas. —El compañero del chico comentó, ganándose una mirada de incredulidad.
—¿Le has mirado las piernas? ¡Qué pedazo de marica saliste!
Ambos jóvenes se alejaron con su conversación, negando fervientemente con sus cabezas.
A medida que se acercaban a la salida de la universidad, la concentración de los estudiantes era cada vez más densa. Cosa que no habría de ser rara para el horario de salida, sin embargo, la sensación de cotilleo iba en aumento. Los cuchicheos excitados y las risas sin intención de ser disimuladas era algo fuera de lo común.
—Oh, por Dios...
—¿Qué te...? —Leo iba a preguntar, cuando lo vio por sí mismo y el mundo bajo sus pies se tambaleó de costado.
Ángel, su ángel estaba allí. En medio de la masa de estudiantes, luciendo resplandeciente y perdido. Llamativo y... en una falda con tacones que le hacían ver inmenso. Si eso no era poco, su cabello estaba en punta y de un intenso color rosado.
—Es como un chicle —Benjamín dijo en un bajo aliento divertido.
Ignorándolo, sin darse cuenta de lo que hacía, Leonardo comenzó a moverse. Se sintió como una corriente eléctrica tirando de su cuerpo. Junto a Ángel estaba una de sus amigas, Leo no recordaba su nombre y ahora mismo no importaba. Ángel se inclinó para susurrarle algo a la muchacha y entonces alzó su cabeza, escudriñando a sus espectadores, la sombra de la vergüenza o quizás la incomodidad tocó su boca y luego se había ido, siendo remplazada por la barbilla altanera sobresaliente. El pecho de Leo se hinchó.
—Ángel —llamó. Y eso fue todo. Los ojos del chico se abrieron gigantescos y la más segadora de las sonrisas se instaló en su rostro. En su dirección. Por él.
Leo llegó hasta él y le envolvió con los brazos sin pensárselo siquiera.
Podían decirle que era una locura, que alguien se riera de lo anticipado, de lo necesitado que de seguro se mostraba en su cara, pero no había podido olvidar a aquel chico en días y ya había sufrido suficiente. Besó a Ángel a fondo de inmediato, sus labios presionados con demasiada fuerza y un poco de dolor de por medio.
Ángel no lo tomó calmado tampoco, lo recibió de buena gana, aferrándose al cuello de su camisa para mantenerlo anclado hacia arriba. De nuevo, sus estaturas eran desiguales, las manos de Leo se aferraron a la cintura dura de Ángel, clavando sus dedos para terminar de creerse que el chico estaba ahí.
¡Dios todopoderoso!
La sensación de estar siendo bañado en calor le envolvió. Besado por el sol, eso era. Rayos de luz que entraron a cada rincón que había estado abatido en el último tiempo. Saboreó el sabor de los labios de Ángel, labios divinos y suaves, resbaladizos y con un toque a menta que provenía del brillo de labios que llevaba de turno.
—¡Eh, Leo! —Una gran mano cayó sobre la base de su cuello. —Para un poco o vas a necesitar una sierra para talar esa madera en el frente de tu pantalón.
La magia del beso terminó.
Leonardo se sacudió del agarre de su compañero de laboratorio Jaime, el bromista del salón. No eran particularmente cercanos, el tipo solo era odioso con todos. El tono de su voz estaba programado para llamar la atención del resto. Una mirada a su alrededor le hizo sentirse diminuto. Todo el campus estaba expectante sobre él. Discretamente metió sus manos en sus bolsillos para holgar sus pantalones, solo por si acaso.
¿Dónde se había metido Ben cuando lo necesitaba? Podría jurar que estaba detrás de sus pasos minutos antes.
—¡No hay nada que ver, estamos bien! ¡Gracias! —Ángel agitó sus brazos por encima de su cabeza. La tensión se rompió entre risas, la gente retomando sus asuntos. Leo tuvo que mirar hacia arriba, hacia el chico sonriéndole en una afectuosa reprimenda. Él era quien estudiaba allí y Ángel salvaba la situación... o algo así. —¡Leo mantiene sus partes bajo control!
—Gusto en verte de nuevo, Leo —comentó la amiga de Ángel ofreciéndole su mano. Leo la estrechó, estrujando su cerebro por el recuerdo de su nombre. —Daniela, veo que te cuesta.
—Lo siento, soy pésimo con este tipo de cosas. —Se excusó.
—No hay problema. Aunque creo que viste un poco más de mí. ¿Quizás si me quito algo de ropa la memoria viaje más rápido? —Ella bromeó simulando desprender los botones de su blusa.
—Puede ser. —Todos rieron. El encuentro era tan extraño, surrealista... y Jaime seguía allí de pie, mirando a todos, sobre todo a las piernas de Ángel.
—Fernanda, ¿viste eso? —dijo como saliendo de su estupor. Había genuino asombro en su tono. —Le queda la falda mejor que a ti.
—¡Oh, eres un imbécil! —La chica bajita a su lado se enfureció, golpeándolo en el estómago.
Ángel y Leo vieron a la pareja alejarse discutiendo.
—Al menos, no le miente. Eso es algo para tener en cuenta. —Ángel resopló acomodando su cabello brillante como halo esponjoso bajo el sol de media tarde. Leo no tenía nada que agregar sobre eso. No estando tan embobado. En su lugar se puso de puntillas y besó los labios de Ángel de nuevo, castamente en esta ocasión.
—Me alegro tanto de volver a verte. —confesó.
Ángel soltó una risita.
—Eso se nota. —Mordió su labio inferior. Su amiga le dio un codazo para nada sutil que le hizo dar un paso hacia adelante. —Y yo también lo hice, quiero decir, extrañarte... de otro modo no me hubiese aventurado hasta aquí.
—Tu hermano estudia aquí. —Leo encogió sus hombros.
—Sí, en el otro lado del campus. Y no es mi asunto, yo no me lío con tipos que le conozcan, tienden a ser redomados idiotas o nerds. En algunos casos, son una combinación de ambos. —Fingió estremecerse.
—Claro.
Tras la primera impresión, las uñas sucias de la mano de la incomodidad les apretaron las tripas a ambos. A Leonardo porque era pésimo en ese tipo de cosas y a Ángel porque era la primera vez que se enfrentaba a algo semejante.
Daniela pasó su mirada de uno a otro, mordiéndose la lengua. ¿Así es como lucía la gente enamorada? ¡Era patético! Esperando que su amigo hiciese algo o al menos recuperase la palabra, buscó con qué entretenerse y lo encontró. Benjamín le hacía señas de un rincón cercano a las puertas de la universidad. "Déjalos solos" sus labios se leyeron de manera clara.
—Me voy chicos, creo que vi a un conocido. —Sin esperar respuesta, se escabulló.
—Espera, Dani... —Ángel le tomó de la blusa, pero la condenada era rápida. —Mierda... —Sin la compañía de su mejor amiga, se sintió desnudo. Inquieto en su propia piel. —Bueno, ¿ahora qué? ¿Ahora es cuando nos largamos a algún lado a follar?
Leo lo miró intensamente por un segundo, antes de negar. Su voz sonó de algún modo milagroso bastante estable.
—Si no me hubiese hecho a la idea de ti esa noche en el calabozo, creo que me sentiría insultado.
Ángel se vio avergonzado.
—Lo siento, mi lengua se suelta cuando estoy nervioso. Es como una diarrea verbal.
Leo asintió tranquilo.
—Está bien. Solo mantén tus impulsos sexuales bajo control. Yo estaba por irme, y no tengo planes para esta tarde, el que aparecieras aquí es... la más grata de las sorpresas.
—Agradécele a Ben entonces, él me envió el mensaje diciendo que penabas por mí —Una sonrisa socarrona se instaló en sus labios y dio un paso acortando la distancia que los separaba. La cual era tan escasa. —Ese beso de bienvenida ha sido increíble. Casi que no me creí que habías quedado tan enganchado, por eso me he arreglado. Para darte una mejor impresión. ¿Te gusta?
Con un gesto de apreciación inmediato en su rostro, Leo se echó un poco atrás, haciendo todo el acto de mirarlo arriba abajo.
Apelando a la verdad, en su vida había pensado estar maravillado con un chico como Ángel.
Leo no tenía un tipo, ni siquiera un patrón para saber la clase de chicos que le atraían, pero tan seguro como que necesitaba el aire para respirar que no le iban los extravagantes. Principalmente porque él mismo era tan bajo perfil. Porque le gustaban las cosas tranquilas, que pasaban desapercibidas, que no creaban bulla.
La energía vibrante de Ángel era difícil de pasar por alto, su rostro, ahora su cabello y la ropa... era una combinación como una bomba.
—¿Gustarme? ¿Estás bromeando? —Fingió un tono plano. El gesto de Ángel vaciló, haciendo a Leo consciente de lo importante que era su respuesta. Su rostro se dividió en una muestra de su fascinación. —Si antes dije que eras hermoso, ahora quitas el aliento. —Los hombros de Ángel parecieron dejar ir un peso imaginario. Envolvió a Leo en un apretado abrazo que se sintió como ninguno que hubiese experimentado antes. —No sabía que esperaba a alguien como tú hasta que te estrellaste en mi vida.
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