PARTE VII
Los separaron en diferentes celdas, las chicas fueron llevadas juntas a la más lejana. Se negaron a separarse y el oficial las dejó hacer con tal de que cerraran la boca y dejaran de asediarlo con reclamos innecesarios. Él de hecho, se había visto al borde de meterles un calcetín entre los labios con tal de que dejaran de chillar.
A Benjamín y Ángel los empujaron en la siguiente, Ben canturreó hasta que se cansó solo por hacer que la vena en la frente del policía se abultara un poco más. Su tono de voz era agudo, horrible, empeoraba cuanto más fuerte cantaba y peor cuando se empezó a quedar sin canciones buenas en su repertorio.
Ángel se apoyó en la reja y se deslizó hasta el piso, donde polvo ensució sus pantalones rajados. Y Leo fue dejado solo. Se afirmó de los barrotes y suspiró, cerrando los ojos cuando Ben empezó a aullar a la luna que se veía por la pequeña ventana horizontal que estaba en un lado de la celda, casi llegando al techo.
Nada era como en las películas. No le dejaron hacer una llamada a sus familiares, no había tipos con navajas y rostros con cicatrices que le hiciesen compañía. No había mujeres de dudosa reputación fumando en los banquillos y no hubo dos policías que se acercaran para tomarles declaración de lo que sea que hubiesen hecho.
—Tenemos sus identificaciones y los datos en el registro, —El oficial Miranda informó para todos. —se les llamará cuando alguien se acerque a pagar la fianza correspondiente.
Y con eso, les dejó solos.
—Esto no es para nada lo que pensé que sería —se calmó Ben al ver que no tenía éxito en molestar a nadie. —Decepcionante, ¿no?
Leo le miró por encima del hombro.
—Bueno, esto no era para nada lo que tenía pensado para esta noche, así que si quieres hablar de decepciones...
—Lo siento —Ángel llamó su atención. Se veía extrañamente sin brillo tendido en el piso, su espalda pegada a los barrotes. Era como si la luz se hubiese apagado en él. Una hermosa hada caída en desgracia.
—No es tu culpa. Yo toqué a un policía haciendo su trabajo, hijo. —Leo hizo intento de imitar la voz del oficial bobo que los había llevado a tal situación. Se acercó a Ángel, imitando su postura, sentándose del otro lado, casi podía decirse que estaban espalda contra espalda. —El tipo es como Jackie Chang, quién lo diría.
Por un largo intervalo de tiempo, los ruidos de la ciudad que les llegaban amortiguados por las gruesas murallas fueron sus únicos compañeros. Las chicas se acurrucaron juntas, murmurando entre ellas; se rieron ocasionalmente, pero jamás compartieron el chisme con los chicos.
Leo y Ángel mantuvieron su postura, los puntos donde sus cuerpos se tocaban le proporcionaban calor al otro y cierta calma que debería ser alarmante, aquel bálsamo con certeza de que todo estaría bien, para nada lógico en una situación como la suya, se filtró en ellos mientras vieron a Ben pasearse arriba y abajo; encontró una piedrecilla bajo el banco que lazó y atrapó en su mano un par de veces, hasta que se cansó de ello y fue a la banca nuevamente, para sentarse y esconder su cabeza entre el refugio de sus manos. Cuando abrían jurado que el sueño lo reclamaba, lanzó un quejido lloroso.
—Es peor que un niño con hiperactividad al que le ofreciste una galleta —Ángel comentó mirándolo. —Apuesto a que se está arrepintiendo de haber venido con nosotros —Sintió a Leo removerse, por lo que se acomodó para mirarlo. —Tú tampoco debiste venir, fue una locura.
—¿Hubieses preferido estar solo? —Leo también se ladeó para conversar mirándose a los ojos.
—Por supuesto que no, me siento mejor contigo aquí. —Los rostros de ambos estaban muy juntos. Ángel reparó en cada una de las facciones de Leo. Tenía un aire a Shreck, un encanto por debajo de su tez verde. —¿Puedo decirte una frase cursi?
—Claro.
—Yo... es en verdad cursi, como de película —se rio el chico, sintiendo algo extraño moverse en sus entrañas. No eran mariposas, se negaba a que fuesen mariposas. Eso era un cuento barato de niña chiquita.
—Solo dilo, Ángel. ¿Qué es?
—Sé que apenas te conozco, pero siento como si todo va a salir bien contigo. Como si pudiese solo confiar.
Leo dejó que esas palabras se adentraran en él.
—¿Es algo nuevo? —Se aventuró con las palabras del mismo Ángel dichas en el carro.
Ángel humedeció sus labios.
—Es más que eso, es casi... no lo sé...
—Mágico.
Una risa nerviosa salió de los labios del chico.
—No, no podemos decir mágico. Eso es de películas románticas o novelas rosas, nosotros no.
—¿Por qué no?
—Pues porque no.
Leo se rio también. El cejo de Ángel se frunció, sus perfectas y perfiladas cejas rubias uniéndose en el centro hasta casi tocarse.
—Te ríes de mi —acusó con un mohín.
—No lo hago, me pareces encantador.
Ángel resopló.
—Como sea. —Se dejó caer de vuelta a su posición anterior, en su afán por expresar la burbuja de emoción dentro de él estaba casi en sus rodillas. Los hombros de Leo se removieron en su contra con una risa mal escondida, decidido a ignorarlo, Ángel miró la figura indudablemente dormida de Ben... hasta que la curiosidad pudo más. Se volteó otra vez para preguntar. —¿Qué hubieses pensado de mí, si me hubieses visto un día cualquiera en la calle?
Él no era inseguro, no lo era. Esto se trataba de saber la apreciación de un chico guapo a otro. Ya que no podían medir sus penes entre sí o su capacidad para hacer al otro gemir de placer, tenían que tomar lo que estaba a la mano. Él estaba siendo práctico.
Leo se tomó tiempo en darle una respuesta, haciendo que la ansiedad creciera como una molestia casi palpable.
—Si te hubiese visto por la calle, creo que tendría la peor clase de enamoramiento —habló al fin. Ángel cerró sus ojos. —De seguro te hubiese mirado intensamente por una cantidad insana de tiempo, mordiéndome la lengua de las ganas de poder hablarte e invitarte a salir.
—¿Por qué no lo harías?
—Serías totalmente inalcanzable para mí. De cierto modo, ya lo eres. Por eso estoy aquí, por eso te seguí hasta tu casa y estoy congelando mi trasero en este frío y sucio piso. —Ángel abrió sus ojos para ver a Leo mirándolo con sinceridad y anhelo mal escondido. —Tengo un juego en unas horas, mejor dicho, tenía un juego. Uno importante. Invité a mis padres incluso. El beisbol es gran parte de mi vida.
—Mucho sacrificio por una cara bonita, ¿no lo crees?
Leo lo estudió.
—¿Por qué piensas así de ti? Creo estar siendo sincero, ¿no merezco lo mismo? —Ángel se puso evidentemente tenso. Alejó su mirada y se retrajo dentro de sí. Con cuidado, Leo coló su mano a través de la celda para alcanzar la mejilla del chico. Le acarició la piel tersa, suave y ligeramente sonrosada. —Está bien si tienes miedo.
Ángel se estremeció.
—No soy gay —dijo en un hilo de voz. La mano de Leo se congeló, Ángel le atrapó la muñeca por si deseaba alejarse y le miró directo a los ojos. —No soy gay, yo... Marco no lo entiende, por lo que dice lo primero que relaciona.
—¿No te gustan los hombres?
—Lo hacen. Y no me gustan las mujeres, eso es seguro; sus pechos y todo eso, mi entrepierna no reaccionaría ni aunque me pagaran por ello, pero yo... amm –Aquello era difícil. Hacía mucho que no sostenía esa conversación con nadie y tomando en cuenta cómo habían salido las cosas en esa ocasión, tenía todo el derecho de estar aterrado. Su último novio le había tildado de loco. Que no era lo suficientemente gay. Lo que era ridículo, ¿cuál era el punto que te cataloga de ser gay? De seguro que él no se acostaba con hombres por lo glamoroso del acto. Tragó el tremendo nudo que se formó en su garganta. —No es que quiera ser mujer o algo, a mí solo me gusta variar.
—Te vistes como chica —Leo terminó. Sus dedos retomaron la caricia exploratoria sobre el rostro de Ángel, arrastró su pulgar bajo los ojos de él tomando el maquillaje. Frotó el polvo brillante entre el índice y el pulgar. —Por eso te maquillas.
—No es siempre, me gustan las cosas bonitas, brillantes, me gusta verme femenino, supongo. Pero no todo el tiempo. —Había una nota desesperada por hacerse entender, porque Leo no le mirara extrañado. Por favor no me rechaces, por favor no me rechaces. A muchos tipos gays no les iba salir con los afeminados. En la comunidad homosexual misma había mucho repudio para aquellos que estaban en el crossdressing o eran meramente femeninos. —Todo tiene que ver con mi estado de ánimo, con cómo me siento conmigo mismo al despertar, hay días en que soy un chico varonil, no sé a qué porcentaje, sin embargo, no uso nada de esto en mi rostro o llevo tacones o...
—Por eso no haces lo de las relaciones, porque no quieres que nadie llegue a conocerte a ese nivel. —Cuando Ángel no negó ni aceptó aquella afirmación, Leo suspiró. —¿Quién rompió tu corazón?
—Nadie, mi corazón solo se rompe cuando hay ropa en oferta y no encuentro de mi talla. —Ángel intentó sonar risueño, cosa que no logró. Él suspiró a regañadientes. —Se llamaba Diego Albertini.
—¿Llamaba? ¿Pues qué le pasó? ¿Falleció?
—Eso espero, era un hijo de su santa madre.
En contra de su buen juicio, Leo se rio.
—No fue mi primer amor, de haberlo sido supongo que el trauma sería peor —intentó bromear. —Pero fue uno importante, deposité mi confianza en él al decirle todo, me arriesgué.
Leo extendió la palma acunando su mejilla, Ángel se recargó hacia él de forma natural. Debiese estar alarmado, debiese estarse retorciendo por lo afectado que estaba por tan simple gesto. Al carajo si lo estaba.
—Jamás te haría eso, jamás podría dañarte en algo tan importante —Leo dijo con voz compungida. —Sé lo que se siente confiar en alguien al grado de decirle tu verdad, confié en mi padre esperando que no tuviese problemas con mi sexualidad... y ahora lucho todos los días porque no me miré como un bicho raro. Estás seguro conmigo.
Seguro.
Ángel asintió, sintiendo que todo él se inclinaba hacia al otro chico aún más. Que alguien le diese un golpe en la cabeza, por favor. Iba a terminar por proponerse al otro chico. Todas sus barreras habían caído en algún momento de la charla y él ni siquiera estaba bebido lo suficiente como para empezar con la diarrea verbal.
Si Leo le pedía justo ahora que se pusiese de cabeza a rezar en árabe, estaba seguro de que él lo haría.
—Ya basta de hablar de mí, o de cualquier cosa intensa. Voy a comenzar a ponerme sensible y el maquillaje que llevo no es a prueba de lágrimas. —Fingió retocarse las esquinas húmedas de sus ojos.
Los dedos juguetones de Leo se movieron hasta cubrir los labios de Ángel, mirándolos con ardor.
—Si pudiese quitaría tu tristeza a besos.
Ángel se quedó sin aliento. ¡Oh, vamos!
—Dime que no hablas así todo el tiempo, que no le hablas así a los chicos... no entiendo cómo te han dejado ir.
—Creo que nunca había dicho estas cosas a nadie —Se rio cohibido Leo, —se siente correcto contigo, como si no te vas a reír de mí.
—Oh, créeme, la risa es lo último que mi cabeza en estos momentos.
Si no fuese porque estaban en una maldita celda, ellos estarían rodando por el piso en esos momentos. Preferiblemente desnudos.
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