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PARTE I

Leo debería estar preparándose para ir a la cama.

Lo sabía, tenía un juego de beisbol el día siguiente; el primero de la temporada para ser más exactos, pero el conocimiento de ello no podía hacer que su cuerpo cooperase. Se sentía como un estropajo. Tendido en la cama, con los ojos cerrados tenía la imagen clara de la multitud esperando por él detrás de los parpados; después de unas merecidas vacaciones extrañaba el olor de la arena recién mojada y la tiza para marcar el terreno. Extrañaba oír el vitoreo de la gente cuando hiciera su lanzamiento. Los rostros pintados y sonrientes apuntando en su dirección. Las chicas aclamándolo y el pobre chico de primer año destinado como la mascota del equipo pegando saltos a lo loco.

Sería memorable, estaba seguro de eso. Siempre lo era.

Se sentía emocionado al punto de considerar invitar a sus padres a las gradas, tal vez así conseguían arreglar algo las cosas. Últimamente, no se llevaban bien y el ambiente andaba tenso. Él se imaginaba que debía ser difícil para sus normados padres afrontar su homosexualidad, pero qué diantres. Ya habían pasado dos meses; lo estaban procesando demasiado lento.

A él solo le gustaban los chicos, por todos los cielos, no andaba por la vida pateando mujeres embarazadas que se le cruzaran en el camino.

Cough Syrup comenzó a sonar en su celular, anunciándole una llamada entrante. Se revolvió y alcanzó el aparato del bolsillo trasero de sus jeans ajustados.

—¿Diga?

—Adivina quién tiene pase libre para divertirse hoy. —dijo la entusiasmada voz de su mejor amigo Ben.

—Mañana tenemos un juego Benjamín, esta vez paso.

—Oh no, no, no; sueñas que me dejarás colgado. —Suspiró dramáticamente, como un niño tozudo. —Me ha costado horrores que mi madre se crea que me iré a quedar en casa de mi chica y mucho más que esta me dé pase libre por una noche. Solo tengo una noche, ¿sabes lo que es eso? Pues no, porque tú estás soltero y no tienes a una neurótica novia detrás de tus talones las veinticuatro horas del día.

Leo soltó una exagerada risa, abrazando una almohada.

—No tendrías a una neurótica novia detrás de ti todo el tiempo si no le dieras de qué sospechar. —Intentó ser la voz de la verdad.

—Ese no es el punto.

—Já.

Benjamín refunfuñó.

—La cosa es esta, quiero ir por allí y conseguir remojar mi culebrita...

Leo se atragantó sinceramente contrariado.

—Dime que no has dicho eso, te refieres...

—Ya vamos, pasaré por ti dentro de una hora tanto que estés de acuerdo como si no. —Él iba a protestar cuando Ben siguió. —Ah, y te recomiendo que vayas bien arreglado. Tengo planes que lo ameritan.

Dicho esto, colgó.

Leo se quedó con el aparato muerto en la mano, para nada tan indignado como debería. Después de todo, Benjamín Donofrio tenía la costumbre de crear planes de último momento, pasando por alto su opinión pues bien sabía que su camarada en la vida jamás lo abandonaba.

Reclamando para sí, convenciendo a su cuerpo de animarse para lo que sería de seguro una noche larga, se movió hasta su armario para elegir algo que ponerse. Benjamín también era un amante de la puntualidad, así que solo contaba con un par de minutos antes de que se presentara en su casa. Necesitaba verse bien sin esforzarse. Se decidió por un atuendo clásico de jeans, camiseta y cazadora de cuero. Eligió zapatos en lugar de calzar sus raídas Convers. Porque conociendo a su amigo y sus enigmáticas palabras, de seguro que lo llevaría a una fiesta de pijos.

Exactamente cincuenta y un minutos después, Leo bajó al salón donde sus padres veían la televisión. Daban el noticiario, no eran más de las diez de la noche. Bañado, arreglado y perfumado estaban claras cuales eran sus intenciones a esa hora. Sobre todo, con las llaves del carro en la mano.

Su padre fue el primero en levantar la vista y mirarlo.

La relación entre ellos dos siempre había sido buena, mucho mejor que la costumbre padre—hijo, pero desde su declaración su padre se había vuelto en un ser frío. Midiendo sus palabras antes de hablar y evitando el contacto visual demasiado tiempo.

Leo fingía que no notaba nada de eso, porque siempre es más fácil fingir; lo que sea con tal de que no duela.

Su padre cabeceó hacia las llaves.

—¿Las necesitas para...?

El joven se encogió de hombros.

—No estoy seguro, Ben pasará por aquí en unos minutos y preferiría no quedar tirado por ahí.

Su madre lo miró también.

Ella, por el contrario de su padre, no tenía muchos problemas con que su único hijo fuese gay, si hasta bromas le gastaba. Y no olvidar el hecho de que le había intentado agendar una cita con el hijo del vecino. Tipo que no estaba nada de mal a simple vista, bonitos rasgos y una cabellera envidiable al estilo de Axl Rose en su mejor época, sin embargo, como suele ser respecto a las apariencias demasiado perfectas, él había sido bastante engañoso. La policía le había caído encima por la noche para llevarlo por una orden de tráfico de drogas.

Leo tuvo que alejar la imagen del chico siendo arrastrado dentro del carro policial. Apreciaba los esfuerzos de su madre, pero él no estaba preparado para ser el tipo de alguien con antecedentes. Mucho menos de alguien cumpliendo sentencia tras las rejas.

Ella sí que sabía escogerlos.

—Es un poco tarde, cariño. ¿Qué planes tienes?

—Yo, am... —No le gustaba mentir, aunque tampoco podía asumir delante de sus padres que pretendía salir para conseguir algo de acción. Eso sería como echar sal sobre una herida abierta. Así que prefirió escabullirse. —Solo saldré por ahí con Ben, ya sabes cómo es mamá. Nada de qué preocuparse. Puede que algo tranquilo en su casa, antes de tener que volver a la tierra del universitario.

Su madre sonrió ante su respuesta, siempre tranquila.

Y es que Leonardo jamás había dado algún problema que la hiciese sospechar de sus palabras.

Aunque el rostro de su padre se mostró como que había algo que quería opinar al respecto, se volteó a ver la televisión como si esta le llamase y no se importunó ni siquiera con el aviso del timbre.

—No me esperen, llegaré tarde. —Leo se acercó a besar la mejilla de su madre. Con la carta de mayoría de edad puesta sobre la mesa, él era un hombre listo para marchar por sí mismo.

En la puerta, Ben que era casi una cabeza más alta que Leo, lo esperaba impaciente.

—¿Qué te ha tomado tanto tiempo? —dijo a modo de saludo. Lo checó de arriba abajo, para cabecear conforme.

Leo se contuvo de darle una mueca, en su lugar arrojó las llaves del auto de su padre al tazón en la mesa de entrada, puesto que el brillante Mazda 3 negro de su amigo se lucía en la acera.

—Hola para ti también. —Se quejó.

Por mucho que él estuviese acostumbrado a las maneras de su amigo, a veces este lo sacaba de quicio. Ben le extendió dos tickets como disculpa.

Las que eran nada más y nada menos que entradas Vip a Infernos.

Con cartel de exclusiva, no era de fácil acceso conseguir dos pases así. Era uno de los antros más nombrados para la diversidad sexual. Tanto que hasta un novato y tranquilo chico como Leonardo había oído de ella.

Miró sospechoso a su acompañante, quien se hizo el inocente.

—Las consiguió el amigo de un amigo, —Se excusó —no me mires así.

Resoplando, se subió al auto; esperó a que Ben hiciera lo mismo para extenderle un boleto de vuelta.

—Ahora eso me ofende, yo soy tu único amigo.

Ben llevó los ojos al cielo y encendió el auto, enfilando hacia destino.

—Entonces digamos que las conseguí por medio de un favor a alguien.

Leo levantó una ceja.

—¿Un favor? ¿Qué clase de favor?

Su amigo le sonrió. Una sonrisa completa como la de gato de Alicia en el país de las maravillas, lo que nada bueno presagiaba.

—Ya verás, luego. Ahora dime, ¿tengo que ir preparado para algo?

A pesar de sus claras sospechas, Leo dejó que Ben cambiara de tema. Estaba mucho más intrigado por este repentino interés de su amigo de ir a una disco gay.

Porque Ben no era así, curioso en temas que no le interesaban.

El día que Leo salió del closet fue la prueba de ello. Él se lo había tomado bien. Demasiado bien. Solo había dicho "Okay, pero no te enamores de mí" y vuelto a comer alitas de pollo en el local de comida rápida que se encontraban.

Y nunca más sacado el tema a colación.

Quizás y porque no había nada para hablar. Ellos eran, antes que ninguna otra cosa, más que amigos; hermanos.

Y dado que Ben tenía a su novia Francesca desde hacía varios meses, que demostrara este tipo de interés era... Inusual.

—No sé a qué te refieres. Digo, ¿a qué vamos? O, mejor dicho, ¿a qué vas?

Ben lo miró y luego a la carretera.

—Verás, conseguí este pase libre con Fran, ya sabes que las cosas no andan del todo bien. Y pensé, ¿por qué no?

—¿Que por qué no? ¿Será porque eres hetero y no debería llamarte la atención salir a una discoteca llena de gays y lesbianas?

Ben lo meditó.

—Bueno, no seas intenso, solo tengo curiosidad. ¿Qué podría salir mal? En el peor de los casos solo me rechazarán un par de lesbianas que me exciten. Necesito cambiar de aires, necesito que alguien babee sobre mi cuerpo. No hay nada de malo en sentir un poco de cariño proveniente de un tercero.

Leo se rio, sin querer ir por ahí. En el departamento de la amistad, a él le habían dado el ejemplar con desperfectos.

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