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Llegando al fin del mundo

Alice y Kirito estaban en lo más alto de la sierra, mirando el pueblo desde la lejanía, desde las alturas.

Se veía bastante pequeño desde ese lugar que era el último del mundo. Lo que más se notaba era la iglesia con su cruz destruida.

Las calles, las casas con su pintura de color amarilla, los techos con sus tejas de color anaranjado y los árboles aislados además de los pequeños parquecitos.

Era como ver un pequeño plato de arroz, todo del mismo color anaranjado, que al caer el atardecer, se mezclaría con el mismo pueblo. La abadía blanca de la iglesia parecía un huevo entre todos los edificios y casas.

Del otro lado del pueblo estaban las demás partes de la sierra que rodeaban el pueblo.

La pareja decidió ir por la entrada "oficial" a la sierra, aunque se podía accesar desde cualquier otro lugar. Mientras Alice se sorprendía viendo el paisaje, Kirito anotaba algunas líneas al azar para después hilarlas en un poema, incluso en varios.

Las nubes se movían en la bóveda celeste, dirigiéndose hacía los muchachos. Probablemente llovería en la madrugada, pero apenas era pasado del medio día, así que eso no tenía mucha relevancia en aquel momento.

Cuando decidieron que era momento de seguir explorando lo alto de la sierra, Alice ayudó a Kirito a ponerse de pie, sonriéndose.

Él cantaba la primera canción que se le venía a la mente, manteniéndose en sintonía con la naturaleza: una mariposa amarilla solitaria les seguía el paso, atravesándose velozmente en el camino de los muchachos.

La tierra y la maleza estaban un poco secas por la falta de agua, pero al día siguiente, si es que llovía, todo aquello renacería en un verde impresionante, justo como el primer día de la primavera.

Un pedazo de una enorme pared de roca se desprendió a lo lejos, escuchándose como los pájaros volaban a toda velocidad para evitar ser aplastados por alguna piedra de tamaño enorme, también lo hacían los venados y los conejos, incluso los pequeños ratoncitos de campo.

Se miraba perfectamente la nube de polvo levantada por el impacto, luego se fue asentando poco a poco a la vez que la pareja avanzaba en su camino.

No tenían un lugar en específico al que quisieran ir, simplemente paseaban por la sierra como Kirito había promedito a la mañana siguiente de haber regresado al pueblo.

-Oye Kirito, ¿Qué tal si jugamos algo? –Preguntó Alice.

-Tenemos todo espacio para nosotros, el problema es saber cómo utilizarlo.

Era como el dicho: "si la vida te da limones, has limonada".

El detalle es que sería un poco más complicado hacer limonada con tantos limones que los muchachos tenían, pero rápidamente Kirito pensó en algo.

-Tal vez no sea la mejor idea del mundo, pero podríamos jugar a las escondidas.

-Suena bien...¿ves esa roca de ahí? –Cuestionó ella, apuntando su dedo a una roca colosal. –De ahí no podremos pasar. –Alice volteó a todos los lados para saber qué otra cosa podrían usar como referencia, algo que les sirviera como "límite".

En un pequeño segmento la maleza era más alta que en el resto, habiendo bastantes más arbustos ahí, lo que serviría a la perfección para demarcar el límite.

Ya con eso, era momento de comenzar.

Kirito sería a ser el primero en contar, dando la espalda a los segmentos en donde Alice se escondería. Al principio se sintió un poco tonto, ya que él tenía diecinueve años y aun jugaba a las escondidas como si fuera un niño.

Alice, en realidad, era como una niña, así que mientras ella se pudiera divertir y reír, él también se la pasaría de maravilla.

Dando su cuenta en veinte, volteó hacía atrás, observando la sierra en su estado más salvaje, escuchando únicamente el ruido que hacía al viento al correr y el agua del arroyo bajando hacía el pueblo.

Pensó un segundo, recordando cuando estuvo jugando a las escondidas con Alice al momento en que ella descubrió la carta que iba para Asuna, salvo que aquella ocasión se quería casi morir; no era un juego y temía mucho perderla en aquel instante.

Tras escuchar algo pequeño caer en el arroyo, sus pensamientos se despejaron para ir hasta donde escuchó aquel ruido.

Asomándose en la parte baja del mismo, encontró que Alice estaba cubriéndose la boca, con un pie en el agua; se le había resbalado accidentalmente.

Tres reír un poco, Kirito le tendió la mano, mientras ella inflaba las mejillas del enojo.

-Te encontré. –Le dijo, con una gran sonrisa.

-Tuviste suerte y nada más. –Se quejó Alice.

Cuando tomó su mano, Kirito ayudó a Alice a levantarse, para luego darse un abrazo y un beso entre risas.

Así pasó una parte de la tarde, se escondían en rincones diferentes, a pesar de que el espacio escogido era grande, se les hizo chico al verse agotados los escondites.

Siempre que se encontraban se reían, incluso corrían y a veces Alice, al sentirse acorralada, se cambiaba al instante de lugar, sin que Kirito se diera cuenta.

Cuando la atrapó cambiándose de lugar, ella comenzó a reír, Kirito puso una cara de incredulidad al tiempo que también reía.

-Que tramposa eres. –Dijo, convulsionándose un poco por la risa.

-Debes ser astuto algunas veces. –Alice le guiñó el ojo.

-Traviesa. Si te hago lo mismo no vayas a quejarte.

-Está bien. –Alice se dio la vuelta y comenzó a contar, diciéndolo en voz alta, a lo que Kirito fue corriendo para esconderse.

No se la iba a regresar tal cual como ella hizo: se iba a esconder un poco más lejos del límite establecido, escondiéndose a la sombra de un enorme árbol.

Mientras reía, miraba por encima de su hombro, viendo como Alice se alzaba de puntas para buscarlo con la mirada, revisando entre la maleza un poco alta.

Al ver un poco su entorno, Kirito vio algo que le heló la sangre: pisadas parecidas a las de un perro, sólo que más grandes.

Observando un poco más a lo lejos, un coyote macho lo miraba directamente, caminando con algo de sigilo hacía Kirito.

Escuchó el pequeño aullido de una de las crías, que estaba a unos pequeños árboles de distancia, eso provocó que Kirito comenzara a sudar, su corazón le latiera fuertemente y sobre todo, su respiración se marcara violentamente.

El coyote sacó sus colmillos, sus ojos se abrieron más, comenzando a caminar más deprisa hacía el muchacho, quien se recargó en el troco del árbol al quedarse paralizado del miedo.

Cuando el coyote estuvo cerca, le comenzó a ladrar, arrancándole un grito de miedo a Kirito. Cuando el animal se le acercó bastante más, él se subió en el árbol para tratar de protegerse.

Entonces, e imponiendo su figura que reflejaba el sol, Alice se paró a un lado del coyote, que la volteó a ver. Su mirada se apaciguó y sus fauces se cerraron, caminando con recelo al lado contrario de donde estaba ella, dando un paso hacia adelante.

El coyote retrocedió con mucha cautela, tomando a su cría en las fauces para llevársela, no sin antes hacerle una reverencia a Alice.

-¿Co-cómo es que lo haces? –Preguntó Kirito mientras bajaba del árbol.

-No lo sé...no tenía la intención de asustarlo, simplemente vine a ver qué pasaba cuando te escuché gritar.

-Dios santo... -Kirito corrió hacía Alice para tomarla de la mano, llevándosela consigo. –Jugaremos después, recordé que tenía algo que hacer en el pueblo.

-¡Oye, espera! ¡¿Por qué no lo dijiste antes de venir?! –Cuestionó Alice, tratando de soltar a Kirito de la mano.

-Luego, luego te lo explico. Pero por ahora creo que ha sido suficiente.

Regresaron por donde vinieron, atravesando los mismos árboles y los mismos lugares, hasta que Alice vio algo que le llamó mucho la atención, soltándose de Kirito definitivamente.

-¡Espera!...algo de esto me resulta familiar. -Ella dio unos pasos hacia adelante hasta que Kirito le tomó la mano nuevamente. -¡Suéltame!

-A-Alice... -Ahora Kirito fue quien se soltó del agarre.

Caminando detrás de Alice, él se percató que se dirigían hacía una cueva, algo que le daba muy mala espina.

-No tengas miedo, estoy segura que nada malo nos va a pasar. –Comentó, al tiempo que entraba en la cueva.

La luz penetraba desde el hueco que les permitió el paso, siendo recibidos por una camada de zorros que estaban acurrucados en el frío de las sombras.

Dentro, además de los zorros, había un pequeño pozo de agua, que Alice reconoció al instante.

-¿Qué es este lugar? –Preguntó Kirito.

-Aquí fue donde dormí la noche en que nací. –Al recordar los primeros pasos que dio, cuando trató de alcanzar la luna y cuando se acostó en las rocas por primera vez, un sentimiento de nostalgia la invadió por completo.

La camada de zorros se levantó de donde quedaban echados, recibiendo a Alice, embarrándose en sus piernas, acariciándola con sus cabecitas.

Es como si ella hubiera regresado a casa, su primera casa, recibida por su familia.

Las lágrimas no se le pudieron contener. No eran lágrimas de felicidad o de tristeza, eran de nostalgia y melancolía por regresar al lugar que prácticamente la había visto nacer.

-¿Aquí? ¿Estás segura de ello? –Preguntó Kirito, ligeramente escéptico.

-Completamente segura. Todo está justo como lo recuerdo, no tiene mucho tiempo desde aquello.

-Bueno, si lo pones así...

Alice se agachó para poder abrazar a los zorritos que se encontraban con su madre, la cual también se juntó a sus crías, como si ella fuera parte de la camada.

Uno de los zorritos lamió la mejilla de Alice, haciéndole cosquillas, por lo que ella empezó a reír. Otro de ellos le mordía suavemente el pulgar, sin causarle apenas dolor.

-Tienes una conexión con los animales, esto ya no es casualidad. –Kirito estaba detrás de Alice, no quería arriesgarse a ser atacado por la madre de los cachorros. –Debe ser porque naciste del bosque, es como si fueras algo a lo que están acostumbrados.

-Sea lo que sea, me da lo mismo. Con que pueda disfrutar de esto me doy por bien servida. –Disuadió Alice, quien se echó al suelo para poder jugar con los cachorritos y con la madre, quienes se encimaban en el estómago de Alice, no queriendo dejar de acariciarlos.

Sin duda alguna para Kirito aquello era todo un espectáculo, sonreía al ver a Alice jugar con los pequeños zorros que no tendrían un tamaño más grande que el de un pug.

No quería acercarse ya que no confiaba mucho en ellos, sobre todo por lo ocurrido hacía un rato, en donde casi se infarta al estar tan cerca del peligro.

Cuando Alice estuvo satisfecha de jugar con los zorritos, los acarició a todos, dándoles un beso en la frente para luego despedirse de la madre.

-Espero venir después, mamá. –Rió ella, a lo que Kirito puso una cara de asombro mientras también soltaba una risita.

La pareja salió de la cueva para ir tomados de la mano, ya sin la misma prisa con la que habían entrado.

-¿Le llamaste mamá a una zorra? –Cuestionó.

-Me dio asilo en mi primera noche de nacida, además me acogió como si fuera parte de su familia...y debí haber nacido de algún lugar, por lo que ella debería ser mi madre. Después de todo no hay algo que me impida decir lo contrario.

-Corrección, la lógica te lo impide. Yo no tengo problemas con ello...pero por favor no vayas a decir que tu madre es una zorra, quizá la gente no se lo tome a bien.

Ya estaban por llegar a la "entrada" de la sierra, que era un arco de ladrillos con punta de chimenea.

Los pinos se alzaban entre los árboles más grandes, habiendo por doquier a donde se volteara a ver. Las escaleras de piedra les abrían paso a los dos viajeros, que se sentían bastante agotados por tener que subir hasta lo más alto de la misma, por fortuna la bajada era más sencilla que la subida.

Varias cabañas de madera se encontraban justo enfrente del arco, que fue atravesado por los viajeros. Lo único malo es que debían recorrer aun el tramo de regreso a la cabaña roja.

Justo cuando iban saliendo de la sierra, nuevamente la misma mariposa amarilla pasó por encima de sus cabezas, con su aletear lento, volando de arriba abajo sin detenerse en algún momento.

Alice alzó su mano para poder tocarla, pero Kirito la tomó suavemente, bajándosela. –Sus alas son muy frágiles, no es correcto tocarlas. –Le dijo.

-Ups...no lo sabía. –Contesto ella con un poco de pena.

La pequeña mariposa se detuvo, volando en el mismo sitio y a la misma altura, como esperando algo. Ahora Kirito fue quien alzó la mano con la intención de asustarla para que se fuera, pero la criatura se posó en el dorso de su mano.

-Oh genial, y yo que quería que se fuera. –Ironizó él.

De la mano de Kirito, pasó a la de Alice, quien la había extendido con el mismo propósito que su compañero.

La pequeña estuvo ahí por un tiempo cercano a los cinco segundos para después irse volando, alzándose más arriba de los mismos pinos que eran muy grandes por si solos.

Eran las cuatro de la tarde, el sol pegaba bastante fuerte en el pueblo de Guayacán, que como siempre estaba tranquilo y polvoso.

Para suerte de Alice y Kirito, ya no tendrían que recorrer las más imposibles alturas de la sierra, solo caminar por el pueblo, en sus calles ajedrezadas de color café claro y blanco marfil empolvado, que lo hacían parecer café con leche.

Esa era la calle favorita de Alice ya que le recordaba mucho al restaurante en donde fueron después de su primer baile del festival de fin de semana que se hacía como de costumbre. Al salir de ese callejón, dieron a la iglesia, en donde varios hombres repartían un libro de manera gratuita.

Todos pensarían, por mera lógica, que se trataba de alguna Biblia o un libro religioso...pero todo lo contrario. Esos hombres repartían El libro rojo de Mao Zedong, a lo que la gente miraba y murmuraba de forma no muy amistosa.

En Guayacán no querían comunistas, ya fueran soviéticos, chinos, cubanos, y mucho menos congoleños. Dicen que Dios no castiga dos veces, pero ser comunista y negro era el colmo de los colmos.

Alice, intrépida lectora, aceptó el libro rojo, no sin atraer la mirada de los que juzgaban a los comunistas. Se podría decir que el ochenta por ciento de esos libros terminarían en la basura o convertidos en cenizas después de ser quemados en la hoguera.

De ahí que se hiciera tanto escándalo tras la resurrección del Che a la llegada de Kirito.

-Que la situación de la Unión Soviética no le impida plantar el buen comunismo, camarada. –Le dijo el hombre.

-Muchas gracias por el libro. –Agradeció Alice, quien se fue con una sonrisa en los labios; ahora tenía algo que leer en la noche.

En la lejanía, varias personas fumaban sus cigarrillos, observando cómo se entregaban todas las copias de El libro rojo.

-Tch. Comunistas mugrosos. –Masculló uno de ellos para después escupir al suelo.

Ya en la cabaña roja, Alice dejó en la mesa de noche El libro rojo, lo que era una tierna coincidencia. Kirito se sentó en la cama, deseando que no se corriera el rumor de que ella y Alice eran comunistas, porque de lo contrario seguramente no les permitirían la entrada a ningún lugar público.

-Esta maldita guerra ya me tiene cansando. Casi veinte años y no dejo de escuchar las mismas porquerías. –Suspiró, cansando de todo.

-¿Qué tienes, Kirito? –Le preguntó Alice, parándose frente a él y tomándole la mejilla.

-Nada, es una historia muy aburrida.

Al caer la noche, un vinilo que Eugeo les había prestado daba vueltas en el toca discos de la cabaña roja. La verdad es que Kirito estaba sorprendido de sí mismo al verse capaz de poder ponerlo y saber reproducirlo. Durante los últimos años ya casi no se usaban ese tipo de discos.

La música era tranquila, una orquesta que tocaba exclusivamente para la pareja. Decidieron bailar en la sala de la cabaña, tomados de las manos, con su simple pero romántico "uno dos" que era el único que conocían.

Sus pies podrían doler para todo, menos para bailar. Era su actividad favorita sin pensárselo más de un segundo, y ahora podían hacerlo a la hora que quisieran, incluso antes de hacer el amor; como si fuera algún "ritual de apareamiento" como lo tendrían los zorros que se encontraron en la cueva.

-Qué es lo que prefieres ¿La cabaña o la cueva? –Preguntó Kirito con un aire de inseguridad a que Alice escogiera la última opción.

-Mientras pueda estar contigo, prefiero cualquiera de las dos opciones. –Contestó ella en una sonrisa cerrada.

-Diablos, no esperaba esa respuesta...pero creo que las cosas inesperadas son mucho mejores.

No era algo que se pudiera pensar por demasiado tiempo. Kirito, desde su llegada a Guayacán, había pasado por mil cosas inesperadas: ser confundido con el Che, encontrarse a Alice, ser novio de Alice; viajar a la ciudad costera, reencontrarse con Eugeo, los sin sabores que pasó ahí. En fin, la vida es algo inesperado, por ello es mucho mejor.

Después de un rato de Que Alice se había quedado dormida, Kirito se levantó como lo hacía cada tercer noche, sacando de su mochila la carta que le llegaba de Asuna.

Tras enviarle su natural contestación y un poema, ella estaba más "conectada" con Kirito a pesar de tener varias semanas de no verse, llegando casi al mes y medio, o incluso un poco más.

Es uno muy lindo, espero que no se lo hallas dedicado a alguna mujer que vieras en el pueblo, de lo contrario iré hasta ya sólo para darte una buena bofetada. Y respecto a lo de tu contestación, ¿Cuánto tiempo más tiene que pasar para que regreses a la ciudad? Sé que tenías planeado quedarte en la sierra hasta que se acabara la primavera, pero ya no puedo soportar el no verte. A donde quiera que volteo estas tú, Kirito. Ya quiero verte nuevamente, tomarte de la mano...que me hagas el amor como tanto nos gusta a ambos. ¿En verdad te quedarás ahí justo como lo dijiste?

-Mierda... -Pensó, al darse cuenta de un gigantesco detalle del que no se había percatado en todo el tiempo que llevaba ahí.

¿Qué pasaría con Alice cuando él tuviera que regresar a la ciudad? Esa pregunta no era algo que se pudiera ni debiera dejar al azar.

No la pensaba dejar sola como cuando la encontró, Alice no soportaría y él no quería que las cosas terminaran así...tenía que pensar en algo.

Ni de lejos podría llevarla a la ciudad, no porque le preocupara la reacción de Asuna, eso casi no le importaba en realidad. El problema llegaba cuando surgía la pregunta ¿y después qué?

Alice iba con él a la ciudad ¿Y después qué? ¿En dónde se quedaría a vivir? ¿Su familia la aceptaría? O lo principal, ¿creerían en el mágico origen de Alice? Esas preguntas le complicaban mucho la existencia, arrebatándole el sueño al instante.

Kirito sentía perfectamente como si le estuvieran apretando el corazón, dejándole un nudo en la garganta, sintiendo de igual forma el hilo de sudor que bajaba desde su cabeza hasta su mejilla.

El dejarla con Eugeo y Tieze era la opción más viable, pero ellos dos se iban a casar en cosa de meses, ¿Qué lugar tendría ella en la familia? Desde un punto de vista filosófico: ninguno.

Kirito se sumió tanto en esos pensamientos que, cuando Alice no sintió su presencia y levantó la vista para ver qué pasaba, él no se había dado cuenta en lo más mínimo.

-¿Kirito? ¿Te pasó algo? –Preguntó ella, sacándole un susto de ultratumba al muchacho, quien tenía la carta en sus manos.

-No, nada. Simplemente no puedo dormir.

Al no tener alguna otra opción, Kirito se metió la carta en la camisa, dirigiéndose velozmente a la cocina, en donde metió la carta en la primera tetera que vio.

-Ven a la cama, tengo una idea para que puedas dormir. –Comentó Alice, quien estaba más dormida que despierta.

-Ya voy, da-dame un segundo. –Tras secarse el sudor de la frente y de las palmas de las manos provocado por los nervios, Kirito fue a recostarse con Alice.

Ella lo abrazó, tomándolo suavemente de los brazos, acurrucándose en su pecho.

-Tu corazón late muy fuerte...debe ser por eso que no puedes dormir.

-Seguramente es por eso.

-¿Aun estas asustado por lo que te pasó en aquel árbol?

-Sí...la verdad es que me asusté mucho. –En cierta parte, Kirito decía la verdad. No era la razón de su insomnio, pero sin duda aquello era una experiencia muy horrible.

-Duerme tranquilo...yo te protejo, Kirito. –Susurró Alice para quedarse dormida nuevamente en el pecho de su novio.

-Sin duda...ella merece algo mejor que un idiota como yo. –Fue lo último que pensó Kirito en aquel momento, su mente quedó en blanco, mirando a la obscuridad de la cabaña.

El impedir que Eugeo se robara a Alice fue un arma de dos filos. Por un lado era bueno, ya que ahora él estaba por casarse con Tieze. Pero, desde su punto de vista, era terrible. Eugeo sin duda alguna le hubiera podido dar a Alice la vida que Kirito no le podría dar una vez que fuera tiempo de marcharse.

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Alice la primera vez que ella y Kirito hicieron el amors :v

Chale, la verdad es que aquí la trama se inclina más al género de "Realismo mágico" y ya no tanto por el drama romántico. Igual la vaira está buena, así que eso es lo de menos :v

No sé por que, pero cuando releí el capítulo se me pasó en chinga, me interesó mucho más de lo que pensé, ya que tiene bastante tiempo que lo releí

Seguramente el hecho de que Alice tenga esta capacidad de apaciguar a los animales se les hace de "Arthur, what the fuck" y nos les miento, yo me quedaría igual, pero el mismo Kirito ya respondió a esta pregunta, como Alice es algo que nació de la naturaleza, sería algo normal para los animales.

Para el próximo capítulo el protaginismo se centrara en Tieze y Eugeo, aunque claro que no dejaremos a el Kirito ruedas locas y a la sexy waifu Alice de lado. Nos vemos en una semana.

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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