Un reencuentro inesperado.
El amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio-José Emilio Pacheco.
El sol de las 7 de la mañana estaba saliendo, el viaje había durado los veinte minutos que era de costumbre sólo que ahora habían sido cinco minutos de retraso.
Por lo regular el sol siempre pega más fuerte en la playa salvo que ahora no. Al estar básicamente a nivel del mar no se sentía un sol tan quemante como el de la sierra o el del pueblo. Algo que está muy ligado con el sol es el calor, naturalmente. El calor era irónicamente refrescante, se disfrutaba y no era razón de martirio como el calor seco del pueblo.
Aquí el calor es húmedo, acompañado de vientos que traen consigo el agua de mar, algo refrescante con todas sus letras.
La camioneta del Pistolero bajaba por la calle empedrada con rocas de color café claro, beige y carmesí obscuro que hacían contraste con las fachadas blancas de las casas con tejas café obscuro.
En una de las plazas más grandes de la ciudad había una enorme fuente formada por dos palmeras de cantera que dejaban caer una muy buena cantidad de agua. Tanto así que daban muchas ganas de meterse a la misma a refrescarse si no querías tomarte la molestia de ir a la playa.
A diferencia del pueblo, aquí había una mayor cantidad de autos, muchos estaban estacionados alrededor de la plaza, podría haber máximo cuatro o cinco circulando, buscando algún lugar donde estacionarse.
Para el caso de los cinco viajeros tal cosa no era muy necesaria. Ellos aún tenían un poco de travesía que recorrer unas calles arriba de la plaza de la fuente.
Alice miraba encantada todo el lugar, cualquiera que la mirara no sólo quedaría impresionado con su extraordinaria belleza sino también porque uno se podía dar cuenta que ella...era sumamente feliz en ese instante.
Cosa que hacía que Kirito también se sintiera muy emocionado y alegre. Poder ver a su compañera de esa manera era simplemente algo que lo mejor era simplemente disfrutar.
-Estamos por llegar a la posada de mi amigo. –Anunció El Pistolero.
-¿Posada? No es por ser malagradecido ni mucho menos pero esperaba algo un poco más...¿grande? –Se quejó Kirito a lo que El Pistolero soltó una risa.
-Vas a retirar esas palabras cuando lleguemos, ¿entendiste? –Dijo El Pistolero de forma ligeramente amenazante.
-¡No me mal entienda! –Kirito se sintió arrinconado. –No me molesta para nada dormir en una posada, aunque que creí que iba a ser algo más grande.
-Como dije, vas a retirar esas palabras cuando lleguemos.
-Papá no lo asustes. –Intervino la chica.
-No lo estoy asustando, mi niña. Creo que Kazuto se va a llevar una buena sorpresa al llegar.
En las calles se podía ver que muchas personas tenían sus puestos ambulantes, con bolsas en mano gritando sus productos y su precio.
Muchos vendían frutas a precios bastante razonables. Había muchos vendedores de manzanas, plátanos, piñas y duraznos. Algunos de ellos estaban parados ofreciendo incluso a los autos que pasaban y los que no, estaban sentados en el suelo sobre un chal de colores que iban desde psicodélicos hasta muy hermosos.
Al final de encontrar un lugar en donde estacionarse, todos bajaron de la camioneta y esperaron la guía del Pistolero, quien iba del brazo con Kahona-Sama.
Alice y Kirito iban también del brazo mientras que la hija del Pistolero iba en medio de las dos parejas, siguiendo a su padre y guiando al par.
La casa más grande de la calle tenía barrotes de madera, muchas palmas que cubrían los pastos y en medio del patio se encontraba una fuente de cantera rosa.
Era cosa de caminar calle abajo, entre las personas que iban pasando, el sonido de los autos en la calle empedrada y de alguno que otro comerciante ofreciendo frutas o amuletos milagrosos para el amor o para eliminar los malos sueños.
Un comerciante distinguió a la pareja, puso un collar en su mano y se dirigió hacia ellos.
-¿Les gustaría que su amor durara toda la vida? Con éste amuleto para dama les aseguro que incluso estarán juntos después de la muerte, aunque uno de ustedes vaya al infierno. –Rió el chico que vendía.
-El amor es algo que no necesita de amuletos o pociones para perdurar, sólo un poco de esfuerzo continúo y de mucho interés en la otra persona. –Disuadió Kirito.
-¿Qué se supone que es el amuleto? –Preguntó Alice tirando al traste toda la explicación de su compañero.
-Es una flor de olivo amarilla, ¿puede ver el contorno de color café claro sobre el fondo un poco más obscuro? Se los puedo dejar bastante barato.
-¿Qué dices, Kirito? –Preguntó Alice tomando un poco más fuerte el brazo del chico.
-En realidad no tengo mucho dinero por ahora, será en otra ocasión.
-Espero no desaproveches la oportunidad que te doy, estoy convencido de que éste collar fue hecho para ella. –El mercader puso el collar en una caja para luego taparlo con el chal que estaba en el suelo. –En verdad así lo creo, lo reservaré para ella.
-Muy amable de su parte. –Sonrió Alice de manera cálida.
-Espero verlos aquí muy pronto. –Se despidió el mercader al tiempo que los dos chicos seguían su recorrido.
La realidad no era muy distinta a lo mencionado por Kirito. Así el mercader diera el collar muy barato...él seguramente no tendría para pagarlo, cosa que lo frustró un poco ya que Alice en verdad se notaba deseosa de tenerlo colgado de su cuello.
Ya de regreso a la realidad, El Pistolero se detuvo ante una gran casa, abarcaba fácilmente la mitad de la cuadra, tenía un jardín perfectamente adornado con flores azules, el pasto verde recién regado que incluso las gotas de agua aún seguían en el mismo. Una fuente más grande que la casa anterior, ésta era más imponente ya que incluso había un camino de cantera que te llevaba hasta ella, invitándote a tomar un vaso de esa agua cristalina.
-Es aquí. –Sentenció El Pistolero.
-¡¿Aquí?! –Exclamó Kirito.
-Te dije que ibas a retirar eso al llegar.
Al entrar por la puerta de madera el lobby era de lo más lindo. Suelo de cantera, una mesa de recepción de madera obscura. Varias plantas colgando de las paredes que igualmente eran de cantera, algunos cuadros de fruteros y uno del mismo jardín con flores azules de esa casa.
-Señor Sheriff, que bueno que llega. –Dijo el cuidador de la puerta.
-¿Esta mi colega?
-Por supuesto, lo está esperando con la mesa puesta.
-Excelente, iré a avisarle que ya llegamos.
Kirito y Alice estaban impresionados con el lugar. Kahona-Sama y su nieta habían ido varias veces por lo que no era muy grande su sorpresa. Aun así les agradaba mucho el lugar por lo lindo que era.
Ya cuando estaban en el patio, se podía ver que la casa estaba construida sobre arcos que adornaban impresionantemente la ciudad. En el piso de arriba estaban los corredores que iban a los cuartos, la cocina principal era al aire libre, a un lado del jardín.
Varias personas estaban sentadas platicando, otras fumando y los que se iban a trabajar estaban desayunando. De entre todas las personas destacaba una silueta vestida con una camisa azul cielo con contornos en un azul pastel, de cabellera rubia corta bien presentada y que se notaba era una persona alta.
-Qué bueno que llegan, los estábamos esperando. –Dijo el dueño del lugar a quien El Pistolero fue a darle la mano mientras ambos reían.
El chico de camisa azul se levantó concierta delicadeza y encanto para que al darse la vuelta unos ojos de color verde reflejaran a Kirito y a Alice.
-Dios, no puede ser. –Comentó el chico al que se le notaba el aliento se le había escapado.
-¿Estas bien, niño? –Preguntó el dueño.
-Kirito...¿en verdad eres tú? –El chico fue a paso lento, acercándose más y más a Kirito.
-¿Cómo sabes mi nombre? –Preguntó él.
-¿No te acuerdas de mí? No te preocupes, eso fue hace como nueve años. –Susurró el chico un poco triste.
-Eugeo...
(Hasta aquí fue el adelanto de hace dos semanas)
-Exactamente. –Eugeo sonrió y fue a abrazar a Kirito, quien también le devolvió un muy fuerte abrazo.
-Nueve años...¿en verdad han pasado nueve años? –Preguntó Kirito.
-Así es amigo, así es...¿pero quién diría que nos volveríamos a encontrar?
-¿Ustedes se conocen? –Preguntaron todos.
-Es una larga historia...
Kirito y Eugeo habían nacido el mismo día. Eran amigos de toda la vida, nunca habían estado un día sin el otro, simplemente eran como pan y mantequilla. Todo lo hacían juntos, festejaban su cumpleaños juntos, cualquier cosa que hicieran la hacían juntos. Una amistad inseparable...hasta hacía nueve años.
Eugeo había trabajado hasta sus dieciséis años siendo talador de árboles, labor que era encomendada por su padre, aunque al propio Eugeo no le molestaba, salvo cuando decidió emprender algo fuera de lo normal para su familia.
Eugeo se había alistado en el ejército, más precisamente era miembro de los soldados de elite en la zona. Su traje le gustaba mucho ya que era de color azul de gala y su espada ceremonial era su mayor tesoro.
En todo el desayuno, Eugeo tenía la vista puesta en Kirito...pero mientras le contaba a su viejo amigo de la infancia todo lo que había pasado en los nueve años sin verse, tampoco dejaba de prestar atención a Alice.
-Y dime Eugeo, ¿no tienes novia? –Preguntó Kirito.
-Llegué a tener...aunque nuestra relación fue muy... complicada. –Alice se percató que Eugeo apretó los puños por debajo de la mesa. –Por lo que fue mejor separarnos.
-¿Y cómo se llamaba? –Cuestionó Alice.
-Quinella... -Eugeo apretó más fuerte no sólo las manos sino también los dientes.
-¿Por qué estás tan tenso?, ¿te sientes mal? –Preguntó Alice poniendo su mano en el hombro de Eugeo.
-¡No!, me siento bien, me siento perfectamente, sólo que la comida está un poco picante. –Se excusó Eugeo.
-La verdad es que esta deliciosa. –Confesó Kahona-Sama.
-¿Qué tal si yo, mi viejo amigo Kirito y ella damos una vuelta por la ciudad?...apropósito de ello, ¿Cuál es tu nombre? –Le preguntó a Alice.
-Me llamó Alice, Eugeo.
El chico de cabellera rubia se levantó de inmediato, hizo una reverencia poniéndose bastante rígido pero muy recto de la espalda. Tomó delicadamente la mano derecha de Alice para darle un delicado beso.
-No me presente como era debido. ¡Cadete Eugeo del Quinto regimiento de Infantería! –Exclamó Eugeo sin soltar la mano de Alice.
-Oh vaya, este chico siempre ha tenido los modales que me gustan. –Comentó Kahona-Sama.
-¿Usted ya lo conocía?
-Claro, si él vive en el pueblo, aunque nunca nos dijo que vino a hacer aquí.
-Ah, es cierto. –Eugeo se sentó de nuevo soltando la mano de Alice no sin antes darle una caricia en el dorso de la mano, cosa que la apenó un poco. –Nunca mencioné como es que acabé aquí.
-Dios mío, he venido varias veces al pueblo en estos nueve años y nunca pensé que tú estarías ahí... ¿Quién lo diría?
-Exactamente. Respondiendo a la pregunta de Kahona-Sama...usted ya sabe que a pesar de ser militar aun guardo mi trabajo como leñador cuando estoy de descanso.
-Así es.
-Y que mi padre es dueño de la carpintería.
-Ciertamente.
-Hace una semana tuve problemas con el idiota de Humbert. Le di uno de los mejores marcos para cuadros justo como él me había indicado...pero él dijo que no pagaría ni una sola moneda por ese cuadro. Mi padre puede ser sumiso ¡pero a mí en el ejército me enseñaron otra cosa!...por lo que le di una paliza a ese abusivo.
-He hiciste muy bien, la verdad es que se lo meceré.
-¿Humbert? –Cuestionó Kirito.
-¿Recuerdas a Takahashi?...Humbert es de su misma calaña. –Dijo El Pistolero.
-Rayos...eso explica las cosas.
-Aunque ese desgraciado se hizo la víctima, me llevaron a la cárcel por un día.
-Hasta que yo lo saque, para que se calmaran las cosas le dije que viniera a pasar unos días aquí.
-¿Y por qué no me dijiste?
-Bueno madre, es que nunca me preguntó. –Todos en la mesa rieron.
-Tu nunca solías pelear cuando éramos niños...creo que has cambiado más de lo que pensé. –Sonrió Kirito.
-Tal vez si...¡pero jamás me voy a cansar de molestarte! –Eugeo puso su mano en la rodilla de Kirito y empezó a apretarla.
Las risas se dispararon entre todos, incluso entre el mismo Kirito quien trataba de quitar la mano de Eugeo de su rodilla. Pero por más que lo intentaba no podía, Eugeo era muy fuerte.
Bajando por la escalera iba una chica blanca, pelirroja de cabello y ojos, con mucha inocencia en su porte pero también de mujer. Era, en esencia, una chica muy femenina, que bajaba hacía la cocina.
-Buenos días. –Dijo ella.
-Buenos días. –Regresaron todos.
-Kirito, quiero presentarte a mi mejor amiga. Ella es Tieze. No puedo decir que ella es tu reemplazo.
-¡Señor Eugeo! –Exclamó Tieze al tiempo que lo golpeaba levemente en el brazo.
-Tieze, ¿Cuántas veces tendremos esta discusión? Cuando no estamos en la academia no me debes llamar "señor". –Reprendió Eugeo con cierta ternura paternal.
-Lo-lo siento, Eugeo. Pero usted sabe...
-"Pero tú sabes". Dejemos ese asunto para después, ahora quiero presentarte a un buen amigo mío.
Eugeo era el encargado de Tieze en el Colegio Militar, se podía decir que él era su mentor, por eso es que llevaban una relación de "Señor" y "Usted". Eugeo solía decirle, en el Colegio Militar, "Aprendiz" o "Señorita" Tieze, algo que omitía completamente cuando estaban en la calle.
Aunque Tieze sentía una férrea admiración por Eugeo. De ahí su dificultad por omitir esas formalidades.
Eugeo invitó a Tieze a mostrarles la ciudad a Kirito y a Alice. Ella aceptó la invitación completamente encantada, bajo la única condición de que él la llevara del brazo como solían hacerlo siempre que los dos salían a la calle.
No eran novios, ni pretendientes, ni pareja. Simplemente Eugeo lo hacía por pura formalidad... aunque de Tieze no se podía decir lo mismo.
Esa actitud atenta, caballerosa y servicial le había conquistado el corazón. No podía llamar la atención de Eugeo por dos razones. La primera era porque tenía de pareja a Quinella. La segunda, ya cuando ese emparejamiento se había roto, era por que Eugeo era un hombre muy dedicado en lo que hacía, actitud instruida por su padre desde que era leñador.
Los dos amigos, Eugeo y Kirito, siempre habían sido muy parecidos de niños. Ahora de jóvenes eran completamente diferentes. Uno era poeta que deseaba amor y paz. El otro era un militar con una disciplina impecable con todas sus letras.
Definitivamente ya no eran los mismos que hacía nueve años. Ya no parecían ser el pan y mantequilla de antes. Si Kirito se hubiera presentado como el "Che" Eugeo le hubiera pegado tres disparos de fusil sin pensarlo. Así de diferentes eran aquellas dos almas que un día fueron como dos gotas de agua.
Los cuatro jóvenes se alistaron para salir, teniendo que esperar a que Tieze se arreglara adecuadamente para salir. Había bajado en ropa de cama, sin peinar y sin arreglar.
La belleza de Alice incluso había cautivado a la misma Tieze, que con una espina en el corazón notaba algo muy obvio: Eugeo estaba encantado con Alice.
El sol no le haría muy bien a Kirito debido a su enfermedad, por lo que él no podría ir a todos los lugares a los que Alice, Eugeo y Tieze si podían. Algo que le deprimía un poco, pero Tieze compartiría ese dolor de manera compasiva.
-Por cierto Kirito, ¿Qué es Alice de ti? –Preguntó Eugeo mientras se dirigían a la puerta.
-Es mi novia, ¿verdad que es sorprendente? –Respondió Kirito con una sonrisa y un guiño de ojo.
-Ah...¿novios? Ya veo...Oye Tieze, ¿Qué lugar sugieres que visitemos primero?
-¡El Barrio de los colores, ese les va a encantar a ambos! -Respondió ella con mucha emoción.
-Ah claro, ¿Cómo no lo pensé antes? Aunque tengo que ir a mi cuarto antes de partir, espérenme un segundo.
-¿Por qué no fuiste mientras Tieze se vestía? –Cuestionó Kirito.
-Es porque lo acabo de recordar.
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Uhhhh pues así comienza este segundo volumen, Prepárense que esta vaina se llega muy fuerte.
Nos vemos en una semana.
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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