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¿De qué hablas?

—Alístate, iremos a otro sitio, no quiero que sigas aquí con todos ellos confundiendo tu percepción.

—No quiero, me gusta aquí, el campo de flores es hermoso.

—Bien, sin nada es mejor —no me dio tiempo de reaccionar y me cargó como costal. 

Me llevó hasta un carruaje y cerró por fuera, empezó a moverse y me quedé sentada. No pasó mucho tiempo hasta que se detuvo.

—Llegamos —abrió la puerta y me tendió su mano.

—¿Dónde estamos?

—Vamos de compras, no te he regalado nada, supongo que por eso tu corazón se apagó tan rápido conmigo. 

—No, duque, entre menos cosas me compre es mejor.

—Hablas como si nuestro matrimonio estuviera por terminar. Yo no lo tengo pensado, no hay razones para que lo haga. 

Dejé de hablar, no entiende el problema o pretende hacerse el ignorante de su hijo. No se lo menciono para que no se desquite con él. 

Miro las joyas brillando, no sé que hacer, podría aprovechar y después de mi supuesta muerte venderlas, así mi familia saldría de la ruina por un tiempo. 

—No te contengas por el precio, mi padre lo permitió, las tierras están permitiendo tener buenas ganancias.

No lo pensé más, elegí varios anillos y aretes, los collares más brillantes y unos gemelos que pienso dárselos a mi padre. 

—¿Estás segura del color? —me dijo al notar que eran azules.

—Sí, a mi padre le encantarán.

—Que alivio, creí que estabas pensando en ese rubio. 

—Para nada, en mi mente siempre está mi familia. 

—Espero pronto estar así en tu mente —no dije nada—. Regreso en un momento.

Me quedé eligiendo más cosas, hasta que puse atención a las mujeres de al lado.

—Es la esposa del duque Ulises, si que es hermosa.

—Es una vendedora de su cuerpo, solo una mujer así lo aceptaría, seguro está desesperada.

No sabía que esos rumores de mí fueran tan conocidos. 

—¿Lista?

—Sí.

Nos fuimos de ahí, pude notar como todos me quedaban mirando. 

Un alboroto llamó nuestra atención y nos acercamos. Eran unos hombres golpeando a un joven que reconocí. Estaba en el suelo, con la nariz sangrando y la ropa desordenada. 

—Yo me encargo. 

El duque habló con ellos y regresó cargando a mi hermano hasta el carruaje. 

—Que bueno que tu marido me ayudó, capaz esta vez si moría.

Le di una cachetada al ver que le parecía chistoso.

—¿Hermana?

—¿Cuánto debes?

—Nada, tu esposo lo pagará.

—¿Qué sucede contigo?, creí que recapacitarías pero no es así, parece que estás aprovechando mi matrimonio.

—Así es, el duque me ha estado ayudando a salir de varios problemas.

—¿Qué?

—Le escribí hace unos días, me habían encerrado bajo una falsa acusación y junto con tu suegro demostraron mi inocencia. 

—¡Eres un idiota! —me lancé contra él, mis golpes no son nada pero quiero sacar mi furia.

—Cariño, déjalo, está herido —el duque me apartó.

—¡Te odio!, ¡por ti nuestra familia se derrumba!, ¡por ti estoy en este maldito matrimonio!

—Amigo, eso debe doler —un hombre de ojos verdes miró al duque con tristeza—. La habitación está lista, atenderé a tu amigo. 

—Gracias. 

El lugar es enorme, hay muchas puertas, gente sentada en sillones y los ventanales permiten que el lugar resplandezca por el color blanco. 

—¿Qué es este lugar?

—Aquí dan atención médica a los pobres, es casa de mi amigo, nos quedaremos aquí unos días.

—¿Por qué?

—En casa no estaría tranquilo, las intenciones del rubio no son buenas, podría hacer cualquier cosa por alejarte de mí. 

Llegamos a un cuarto. 

—Quédate aquí, regreso en un rato —se fue. 

El cuarto huele delicioso, hay varios floreros con flores blancas. 

—¿Las flores son de tu agrado o quieres que las retiren? —una mujer como tres años mayor entró hasta estar cerca de mí. 

—Me gustan, las flores de nubes son muy lindas. 

—Se llama Alhelí, se puede utilizar para hacer una infusión y aliviar el dolor de cabeza o como tónico para la piel. 

—No sabía.

—No me sorprende —sigue hablando amablemente—. Voy a tomar el té, ¿quieres acompañarme?

—Gracias. 

La seguí, no quiero quedarme sola pensando en las acciones de mi hermano. 

Me senté junto a la mujer, comía galletas mientras me perdía en mis pensamientos: ¿cómo obtendré dinero? 

—Aquí está. 

Trajeron una botella de vino, me quedé mirándola confundida. 

—Pruébalo —me sirvieron una copa y tomé un poco.

El sabor no era de vino, es más dulce.

—¿Qué te parece?

—No pruebo el alcohol —le digo mientras termino de tomármelo.  

—Te dije que se toma de poquitos, así te va a afectar —me quita la copa antes de que me bebiera todo. 

—Pero no me parece que me pueda emborrachar. 

—Lo sé, es engañosa, ¿qué no me escuchaste todo este tiempo? Consigue los efectos sin afectar la voz de forma notoria. 

—Lo siento, estaba pensando en como conseguir dinero para hacerme la muerta y escapar del duque.

Empiezo a sentirme afectada.

—Ten, toma un poco más —me devuelve la copa y bebo, es dulce, me causa más sed—. ¿Te trata mal tu esposo?

—Para nada, solo que ya tiene un hijo.

—¿De qué hablas?, él no es capaz de eso.

—Yo lo vi, un niño rubio, el reflejo de Ulises. 

—No es posible eso.

—¿Qué vas a saber tú de su exnovia? 

La cabeza empieza a molestarme. La mujer quería seguir hablando pero nos interrumpieron y salió. Yo regresé al cuarto apoyándome de las paredes. Al entrar vi al duque en toalla, su cuerpo se ve trabajado.

—¿Cómo te fue con Evangelina?

—Bien —no podía apartar la vista de su cuerpo.

—Tu hermano tiene una pierna rota, eso lo detendrá de ir a esos lugares por un tiempo —me dice mientras seca su cabello. 

—Le hubieran roto las dos —me siento en la cama. 

—No te preocupes, ya escribí a tu familia y pagaré por la recuperación. 

—Gracias, aunque así solo haces que me sienta en deuda.

—Ahora son parte de mi familia, no lo veas así. 

—Tienes un lindo cuerpo —le digo y se detiene, me mira.

—Es tuyo, para cuando lo decidas —su rostro está cerca del mío y lo acerco más.

—Ya lo decidí.

Es increíble, no creí sentir estás sensaciones, ¿por qué no lo habíamos hecho antes? ... maldición.

—No, detente, no sigas, ¡yaaaa!

—¿Qué sucede? —se ve preocupado—, creí que lo estabas disfrutando. 

—No debo tener hijos contigo, es el acuerdo que hice con el rubio. 

—Gisela, ¿de qué hablas?

—No quiero problemas, no quiero que mi hijo sea odiado porque apoyan al que tuviste con tu exnovia —me alejo de él. 

—Yo no tuve hijos con ella.

—¡Deja de mentir!, ya lo vi, es como tú, se llama como tú y vive al final del camino de los arcos de rosas. Ahí está con su tío, es muy lindo, listo, si lo reconoces no te decepcionará. 

—Creí que había muerto. 

—Lo sabía, eres esa clase de hombres, seguro tienes más con otras.

—No es mi hijo, Gisela, entiéndelo. 

—¡Es como tú!, ¿qué otra explicación me das?

—¡Es mi medio hermano!, Gisela, la chica era mi novia pero salí de viaje y regresé antes. Me percaté de que mi padre estaba hablando con ella sobre su embarazo, pero yo no me había acostado con ella. Así que me fui de inmediato, sabía que si entraba me obligaría a casarme con ella para cubrir que me engañó. 

—¿La mataste por venganza?

—Claro que no, fue mi padre, al parecer disparó por error. Y todos me culparon por su muerte y la del niño que estaba enfermo, me odian por no haber vuelto antes. Empezaron a esparcir rumores para que nadie aceptara mi solicitud de matrimonio, funcionó bien por años, hasta que recibí tu respuesta.

—No sé a quien creerle, es obvio que ellos apoyan al pequeño.

—Pero no le corresponde a él obtener lo que es mío. No suena bien, pero así son las cosas.

—Me gustaría que todo se resolviera, hasta entonces no quiero tener un hijo, entiéndelo, por el bienestar de mi bebé.

—Está bien —me besa la mejilla—, comprendo tu preocupación, me hubieras dicho todo desde antes.

—Lo sé.

El sonido de la puerta hizo que me cubriera con la sábana. 

—¡Ulises!, hay una invasión al norte, necesitamos hombres, vamos —solo dijo eso y salió el hombre que nos recibió.

—¡Maldición!, escúchame, Gisela, quédate aquí y espera mi regreso —me dijo a la vez que se vestía rápido y salió. 

Desde la ventana vi como se iban varios hombres a caballo. Mi corazón empezó a latir de preocupación.

—No te preocupes, regresarán pronto, tu esposo sabe defenderse.

—Gracias. 

—Deja la ventana, acompáñame a desayunar. 

Mi hermano no dejaba de decir comentarios tontos sobre todo, que las cortinas eran viejas, que el olor de las flores era excesivo, las galletas eran rancias, etc. Tuve que patear su pierna rota para que se callara. Evangelina solo nos veía con una sonrisa. 

—¿Qué harás cuando ya estés bien de tu pierna? —le preguntó ella.

—Iré por ahí, trataré de obtener dinero en apuestas.

—¡Te romperé otra pierna! —le dije fastidiada.

—¿Cuándo te detendrás?, ¿cuándo muera alguien de tu familia? —hablo más seria sin dejar de sonreír— Aquí no son personas como las que usted acostumbra, aquí se desquitan con la vida de sus allegados, ahora el duque no esta cerca, no sabemos cuanto tardará en regresar, ni siquiera sabemos si volverá. Tu suerte puede terminar pronto, así que es mejor que te controles, porque quien puede pagar las consecuencias puede ser Gisela, tu otra hermana o el hermanito menor. Está en tus manos sus vidas —lo miro de forma amable, se paró y salió.

—Que sonrisa tan extraña. Jajaja. 

—¿No escuchaste lo que dijo?

—Claro, claro, seré diferente, en cuanto pueda salir de aquí lo demostraré. 

—Eso espero.

No creo que hable en serio, no le importa nada, no sé si cambiará. 

Pasaron tres meses, cada quince días recibía una carta del duque, me dijo que las cosas se complicaron y tardaría en regresar. Le respondí que no se preocupara, que me sentía extraña pero que no se preocupara por nada, estaba recibiendo atención. Doble la carta y me salí para que la llevaran a entregar. 

—¿Cómo te sientes hoy? —me saludó con su luminosa sonrisa. 

—Bien, ya no sentí tantas nauseas, creo que ya  me estoy haciéndome la idea de que hay vida dentro de mí. 

—Está bien. Voy a ir a ver a otros pacientes y luego voy a dejar tu carta. 

—Gracias.

El vientre me ha crecido un poco, no le he dicho nada al duque para no preocuparlo, tampoco a mi familia. No quiero que se sepa, temo a lo que pueda suceder si se enteran en la casa del duque, no sé que haría el rubio y los demás. 

—Hermana, tengo un problema. Estuve apostando y perdí.

—¿De nuevo?, ya vendí las joyas que tenía, ¿qué quieres? 

—¿Tu suegro no te podrá dar algo? 

—Te odio —le cerré la puerta en la cara y me fui a mi cama.

Mi temor se está haciendo realidad: volver a ese lugar, donde me odian, donde mi mente no sabe que creer. Debo prepararme, esconder mi vientre de esos ojos, tratar de salir antes de que las cosas se salgan de mis manos.  









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