Cumplía yo dieciocho el día en que nos conocimos.

Las damas no dejaban de halagar mis trajes, al tiempo que los caballeros peleaban entre ellos por sacarme a bailar. Las risas, las conversaciones y las promesas incumplidas eran intercambiados por los jóvenes allí reunidos, crema de la sociedad, con un brillante futuro por delante.

La zona de la fiesta, el amplio patio trasero de la mansión de mi abuela materna. El verde oscurecido del césped recibía el resplandor de las bellas luces iluminando la tienda en el jardín, decoradas las columnas con enredaderas de mis flores favoritas —azahares y azaleas rosadas—, en juegos de pareja.

Las flores siempre me encantaron, así que cuando me tocaste el hombro y me ofreciste ese bello tulipán rojo de suaves pétalos, supe que solo tu comprendías mi obsesión. El cortejo que siguió tu declaración de amor colocó el último toque de dicha en esa noche mágica, imposible de olvidar para los asistentes.

Tus regalos de flores nunca se interrumpieron. Eran adecuados al momento, la hora, la ocasión. Cuidando el significado de cada una, me diste el amor traducido en colores y siluetas distintas. Probé la lealtad de la violeta, la inocencia de la margarita, la virginidad del lirio blanco, la resistencia del cornejo y el amor puro del clavel.

El perfume de nuestro romance me intoxicó por completo.

Las horas pasaban sin que cayera en aburrimiento, mientras que tus defectos eran ocultados a mis ojos por dalias rojas, mezcladas con dientes de leones. En el desengaño de la historia, terminé como las princesas de los cuentos y te dije un tierno asentimiento, cuando te arrodillaste ante mí en una celebración olorosa a coreopsis.

Acallé los rumores de que eras un sátiro, porque ante mis ojos eras un simple amante de las flores. Un jardinero de la vida, que me llevó a la preciosa casa al final de la calle. Aquella que siempre había soñado con cubrir de cuidados. No mentiré al aclarar lo feliz que me hiciste allí. Los cinco años siguientes pasaron entre danzas, amor, llanto infantil y risas de niños.

Sin embargo, hasta la más bella flor se marchita con el tiempo. Cuando volviste tras ese viaje de negocios apestando a narcisos, supe que nuestra casa no podía mantener ese engaño. Allí me volteé a los amigos, a la familia, comprendiendo lo que me habías hecho, herida y derrotada.

Pese a ello, luché por recuperarte. Intenté cambiar, mejorar, volverme mejor esposa. Quise alcanzar un ideal imposible, en esa barra de necesidades que me habías impuesto tan alta. Doce meses sufriendo, llorando, hasta que encontré una mano que me sujetara. Salir del pozo de desengaño me ha costado años de vida, pero ahora lo veo todo más precioso y adecuado.

Mi amor, no te culpo ni te disculpo. Es verdad que no hueles a rosas rojas, que lo tuyo fue más flores ficticias bañadas en perfume ajeno, pero lo que me dejaste y me diste siempre se mantendrá en mi corazón.

Iré a casa de mis padres. Me llevaré a nuestros niños, a quienes siempre podrás visitar. Ellos mismos se darán cuenta de quién eres, así como yo lo hice.

Recordándote con amor,

Idette.

P.D: El anillo y el ramo marchito son mis regalos para ti, para que recuerdes lo mucho que te amé.