Cap. II
La rubia frunció el ceño con resignación; sus sentimientos estaban en juego, su alma ardía, era nefasta aquella presentación del Yaksha.
—¿Lumine?
La mujer se dio media vuelta y siguió su camino ignorado por completo la presencia de su amante. Las lágrimas brotaban cada vez con más intensidad y sus llantos ahogados se quedaban al raz de su garganta. Mirando tontamente al suelo no se percató de la aparición del adeptus en su camino. Lumine después de levantar la vista y ver las sombras alrededor del chico se quedó paralizada. El joven se acercó a ella y firmemente la tomó de la muñeca. Sus ojos felinos la dominan, esa mirada que lee sus pensamientos la asusta tanto como la primera vez que se observaron fijamente.
—¿Por qué huyes?
—Suéltame —le pide ella en una voz tan baja como si le fuera a decir un secreto.
—¿Por qué?
—¡Suéltame, Xiao! ¡¿Qué pretendes?! —exclama jalando su mano par soltarse del agarre del chico.
El adeptus la soltó por aquella fuerza y se limitó a mirarla.
Aquellas lágrimas que limpian los astros, son aquellas que caen por amor.
Los amarillentos iris de su novia brillan cual estrellas con aquel manto de lágrimas que caen de sus mejillas. Sus desnudos hombros tensados le dan a entender a cualquiera todo lo que carga.
¿Olvidé otra vez nuestro aniversario?
—Lumine...
—¡No quiero escucharte! He tenido suficiente este día...
—Discúlpame.
—¿Otra vez te vas a disculpar? ¿Y qué sigue? ¿Desaparecer otra vez? Si es así, mejor no digas nada y hagamos que este encuentro no sucedió.
La mujer rubia caminó a su habitación a un lado de Xiao, dejándolo atrás. El Yaksha giró su rostro y no hizo siquiera el intento de detenerla.
Permíteme apartar las manos de tu rostro osadamente, para secar tus lágrimas
con un beso, porque este dolor de olvido, no ha sido solo mío.
Dentro de la habitación, Lumine se dejó caer sobre la cama, lloraba tan triste que Xiao podía escuchar suavemente sus quejidos a metros fuera de la habitación. No iba a molestarla más, esperaría al amanecer para verla otra vez.
Nadie le dijo que el amor era algo tan doloroso como para desear desaparecer.
dejame ser consuelo, ser tu abrigo con mis brazos antes que salga el sol.
Recargado sobre el barandal, esperó a que disminuyeran sus audibles gimoteos. Miró fijamente el amanecer y soltando un suspiro bajó el rostro, dejando caer sus arrepentidas lágrimas desde el corazón. Lumine, la mujer que le dio sentido a su vida, se estaba llendo por falta de su presencia, de su cariño, de su amor.
Cerró los puños y con todo el valor se acercó a la puerta de la viajera, tocó un par de veces y al no tener respuesta alguna, se hincó por fuera, recargando su frente en la madera.
—Perdóname, Lumine... Olvidé este aniversario como todos los anteriores meses te olvidé a ti. ¿Qué debo hacer para que aceptes mi perdón?
Aquellas palabras fueron escuchadas por ella, pero incauta se acurrucó más sobre las sábanas de la cama. No estaba dispuesta a perdonarlo otra vez por lo mismo.
—Quiero hablar contigo, verte y tocarte otra vez...
Aquella mujer está cansada de las discusiones por lo mismo. Ya no podía seguir en esta relación donde cada uno se preocupa egoístamente por sí mismo.
¿Acaso era una bélica prueba de amor?
¿Un malentendido?
¿O quizá un amor prohibido?
El amor no vive del pasado ni del tiempo vivido, sino del presente concurrido.
Era tarde para volver a su idea de romper con él. Se levantó descalza y caminó a la puerta.
Sufrido tristemente en soledad, desveladamente a la distancia, añoramos aquellos días felices del año pasado, con que una mirada sentida se podían decir tantas.
—Xiao...
Lumine frente a él, con los ojos empapados lo miró por debajo. El adeptus mantenía la mirada arriba y el cuerpo no le respondía. La rubia en cuclillas se posicionó a su altura.
Ambos, tomándose efusivamente las manos, se miraron melancólicos, Xiao sostiene con ambas manos las de ella, las lleva suavemente a su pecho, provocando que Lumine se acerque a él, y así, sin apartarse en ningún momento de su angelical presencia, lo abrazó con fuerza.
—Quédate conmigo, no te vayas otra vez...
—No lo haré, pero debes prometer lo mismo —murmura el joven sobre sus rubios cabellos.
Aquella propuesta la hizo reaccionar. Ella no podía cumplirlo.
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