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Capítulo 1: Llamada


Apenas estaba amaneciendo y la alarma de mi celular ya estaba molestando en un Domingo. Se preguntarán: ¿Quién pone su alarma un Domingo temprano? Pues alguien que se le olvidó desactivarla un Viernes por la tarde y un Sábado por la mañana luego de haber mandado el celular del otro lado de la habitación. Abrí los ojos y tantee sobre la mesa, hasta que por fin tomé el celular y apagué la alarma. Estaba dispuesta a dormir un poco más, pero una repentina notificación personalizada llamó mi atención. Tomé el celular y me di cuenta que tenía 3 llamadas perdidas de Violeta, mi mejor amiga y mi dolor de cabeza. Siempre iba a fiestas, discotecas y constantemente se mal pasaba o se metía en problemas. ¿Adivinen quien tenía que sacarla de estos?

"¿Ahora qué habrá hecho ésta niña?" Pensé casi deseando que se haya dormido sobre su celular y no haya cometido otra estupidez.

Le llamé, pero no tuve respuesta alguna.

"¡Perfecto! Tendré que localizarla." Me quejé a la par de que sumía mi cara en la almohada.

No me malinterpreten, Violeta es como mi hermana menor y la estimo mucho, pero ya la he sacado de tantos problemas, que incluso ya se me vuelve una rutina tediosa el ser yo la que se tenga que meter para que no desgreñe a nadie, o ya de perdis le ayudo a desgreñar. Me levanto de la cama y me pongo una sudadera corta con capucha, de color negro y con un perro tejido en el hombro derecho; unos vaqueros rotos de color negro y me decidí en ir hacia la casa de Violeta.

Caminaba hacia la estación de autobuses, los ojos me ardían y los parpados me pesaban. Tenía unas ojeras muy visibles y, por mi forma de caminar, alguien me podía confundir con un zombi si no fuese por mis constantes bostezos y porque le estaba mandando mensajes a Violeta mientras caminaba. Quien me viera, me tacharía como la típica chica Emo y no era de extrañarse, pues siempre llevaba ropa oscura y me cubría parte del rostro con un fleco. Aclaro que no soy Emo, solo me gusta el negro. Llegué a la estación y me embarqué hacia la casa de mi amiga.

Por el camino, escuchaba una canción con mis audífonos, ésta se llamaba "You Are My Sunshine", era un cover cantado por dos personas, hombre y mujer, el cual siempre me ayudaba a relajarme. Por lo menos Violeta debe dar gracias a esa canción de que no la regañe tan feo por hacer que me levante un Domingo temprano. Veía por la ventana a los autos pasar, personas abriendo sus negocios, señoras barriendo la acera frente a sus hogares y varias cosas que uno puede encontrar en la ciudad. En lo personal, prefiero estar con mi abuela en un pequeño y remoto pueblo. La vida en la ciudad tiene sus beneficios, pero siempre hay actividad, nada se para ni por un segundo y rara vez tienes el tiempo para descansar de verdad. Al menos vivo en una colonia un poco apartada de la calle principal, aunque igual se está construyendo una casa enfrente y la maquinaria interrumpe mi tranquilidad.

Ya había llegado a la casa de Violeta y, como vi el portón sin candado, entré como si fuese mi casa y caminé hacia la puerta principal. Llamé varias veces a Violeta, pero ella no contestó, a pesar de que claramente se escuchaba su celular dentro de la casa.

-¡Violeta, soy Lei! Abre por favor para agradecerte por interrumpir mis sueños- Dije lo último lo más dulce que se me fue posible, aun así se me notaba lo molesta que estaba.

No hubo respuesta, a pesar de escuchar sonidos dentro de la casa. De pronto, mi celular sonó: Era un mensaje de Violeta.

"Pasa, por favor." Esto decía el mensaje.

-¡No estoy de humor para jugar!- La regañé.

"Necesito ayuda." Vi ese otro mensaje.

-De acuerdo- Coloqué mi mano en la perilla- ¡Pero si es otro de tus juegos, juro que...!

-¿Con quién peleas?- Una voz conocida me interrumpió.

Giré mi cabeza con lentitud, identificando frente a mí a Violeta, con un notable aroma característico del alcohol y el cigarro.

-¡Idiota! ¡Me asustaste!- Me aparté de la puerta y me dirigí hacia ella- ¡No me hagas bromas así!- Mi corazón latía muy fuerte, de verdad si me había asustado.

-¿Cuáles bromas?- Pregunto con una expresión algo confundida. Creo que a alguien le pegó fuerte la resaca.

-Hablarme por celular y hacerme venir hasta tu casa, para que después Karina me mande mensaje desde dentro de la casa.

-Lei... Karina está en casa de mis padres... y yo perdí mi celular anoche- Su rostro estaba lo que le sigue de pálido. De por sí ella era de piel clara y ahora se parecía más al papel, incluso diría que hasta la resaca se le fue.

-¿Entonces quien...?- Sentí un escalofrió en todo mi cuerpo y mi corazón se agitó más.

Un nuevo mensaje llegó con el siguiente texto:

"ESCUCHA LAS SEÑALES"

No me iba a quedar ahí, así que tomé a Violeta del brazo y la saqué casi arrastrando del patio de su casa.

-¡Espera!, ¡Entremos para sacar a ese maldito de los cabellos!- Parecía una niña jalándome inútilmente en dirección a su casa.

-¡No sabes quién, ni cuantos estén ahí adentro! Además, si tiene un arma, acabaremos las dos sometidas- La reprendí en voz baja.

-¿Entonces vamos a dejarlo ahí?

-Llamaré a la policía y estaremos alertas por si alguien sale.

-¡Espera! No puedes hacerlo.

-¿Por qué?- La miré enarcando una ceja.

-Encontrarán la droga que escondo bajo el colchón- Levanté ambas cejas y la miré con los ojos como platos.

-Era broma. Ya llámales- Fingió una sonrisa apenada.

-¿Te he dicho que te quiero matar?- Estaba hirviendo en cólera.

"Solo a ella se le ocurre hacer bromas como esa en éste momento." Pensé a la par de que llamaba a la policía.

"Se ha ido, están a salvo."

-¿Qué?- Voltee detrás de mí. Claramente había escuchado una voz.

-¿Qué de qué?- Preguntó Violeta confundida.

-¿No escuchaste esa voz?

-¿Consumiste algo de mi droga?

-¡Vete al demonio!

-¡Yo también te quiero!- Me abrazó.

Luego de quitarme a Violeta, llamé a la policía y ambas esperamos a que llegaran. En todo ese tiempo, Violeta me contó todo lo que hizo esa noche, pero yo no le ponía mucha atención, pues no paraba de ver hacia su casa y pensar en la voz que escuché hace poco. Se había oído tan real y familiar. Al pasar unos minutos, llegaron unos oficiales. Sin perder mucho tiempo, 3 entraron a la casa y otros dos se habían quedado con nosotras haciéndonos unas preguntas.

-¡Señoritas, creo que deberían ver esto!- Gritó un policía desde el marco de la puerta.

Ambas entramos a la casa y lo que nos encontramos fue algo que ninguna de las dos esperaba.

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