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9

Al día siguiente, Sindri fue a buscar a Ari. Estaba preocupado porque desde la noche anterior el mayor se había escondido en su habitación, y no le había dirigido la palabra, siendo lo normal que se pasaran muchas horas hablando. No había tomado en cuenta, sin embargo, que en realidad Ari no había hablado con nadie desde ese momento, y se sentía inquieto acerca de lo que le diría. Pero se decidió a verlo de todas formas.
Cuando entró al cuarto, Sindri observó hacia todos lados. Ari estaba en su cama, todavía dormido. Se veía cansado.

El hermano pequeño se acercó sigilosamente para verlo mejor. Como Ari no se movió, Sindri se acomodó junto a él. Estuvo a nada de quedarse dormido, pero entonces Ari despertó, y al verlo ahí, preguntó: -¿Qué pasa?

Al oírlo, Sindri reaccionó, se frotó los ojos y replicó: -¡Primero que nada buenos días!

Ari se rió un poquito y respondió: -Buenos días. ¿Qué haces aquí?

-Quería saber cómo estás. ¿Qué te pasó ayer, que no me contaste?- interrogó el pequeño.

-Niño chismoso- resopló Ari, pero enseguida abrazó a su hermanito y le acarició el cabello. Sindri no protestó, aunque se incomodó un poco por la forma en que lo había abrazado. Esperó a que Ari lo soltara, lo cual tardó un rato.

-Sindri, ¿no te vas a asustar de lo que diga?- preguntó el mayor.

El pequeño se sobresaltó, pues ya casi se dormía nuevamente, y contestó: -No, no me asusto, tú dime.

-Bueno. La cuestión es que me gusta mucho una chica- dijo Ari tímidamente.

Sindri miró hacia arriba, un tanto decepcionado de tal motivo, y dijo: -¿Y nada más por eso estás deprimido?

-No... es porque, bueno, el asunto es mucho más complicado- balbuceó el hermano mayor, y procedió a relatar los hechos del día anterior.

Cuando terminó, Sindri estaba fuertemente agarrado de su ropa, y temblaba. Ari sonrió por un segundo y dijo: -¿No que no te ibas a asustar?

-Pues para que sepas, no estoy asustado, estoy aterrado- contestó el chico, con voz tan temblorosa como orgullosa. El otro se rió un poco y lo volvió a abrazar.

Y es que a pesar de que no conocían a ningún humano, tenían una razón justificada para temer a nuestra especie, puesto que las personas comen peces.

Sindri quería mucho a Ari, y tenía miedo de que Anémona le causara daño. Sin embargo, no podía pensar una manera de protegerlo, el miedo se lo impedía.

Unos minutos después, entraron a la habitación las dos hermanas pequeñas, buscando a los dos mayores. Cuando los vieron, se abalanzaron sobre ellos, riéndose alegremente. Por la sorpresa, Ari y Sindri trataron de empujarlas al piso, pero ellas se agarraron de Ari con toda su fuerza para no caer, y entonces los chicos se calmaron un poco y las acomodaron junto a ellos.

-¿No van a venir a desayunar?- preguntó Natt, (la mayor de las dos), aún recuperándose de la risa. Los muchachos se vieron uno al otro. Con el estrés, ni se acordaban de que había que comer, pero asintieron y siguieron a las niñas.

Llegaron hasta otra sección del barco, la más grande. Allí estaba ya el resto de la familia, ante una cantidad considerable de algas. Aunque al principio todos se saludaron y sonreían como en cualquier otro día, no pasó mucho para que el ánimo general decayera drásticamente en cuanto guardaron silencio mientras comían.
Las dos niñas y el bebé Leif, quienes no estaban enterados del drama, se sintieron especialmente confundidos ante la actitud de los mayores..."

Interrumpió una persona del público: -¿En serio el bebé también? Pero, ¿no está muy chiquito?

-Será chiquito, pero perceptivo. Creánme, no hay que subestimar a los bebés- respondió el narrador, y siguió con el relato: "En fin. Lo que iba a decir es que, como no sabían qué estaba pasando, querían enterarse, pero a la vez no se atrevían a preguntar, ya que no era común que no les dijeran acerca de los problemas que surgían, así que intuían que este era un caso diferente. Las pequeñas miraban de un lado a otro, tratando de descifrar las expresiones de los demás.

Finalmente, cuando Werner vió que todos habían terminado de comer, hizo una seña a Ari para que lo siguiera afuera. Ambos salieron de la casa.

-Ari, mira, observa. ¿Qué puedes distinguir?

El muchacho vió hacia todas direcciones, pero quedó hipnotizado mirando hacia un punto específico, donde el agua tenía un color verde azulado. No dijo nada, sólo lo miró fijamente.

Werner preguntó: -¿Son sus ojos de ese color?

Ari reaccionó: -¿Qué?

Su papá se rió y dijo: -Esa muchacha tiene ojos verde azulado, ¿cierto?

-Sí. ¿Cómo sabes?- inquirió sorprendido el joven.

-Ya les he contado por qué elegimos este lugar para vivir- contestó Werner.

-Ajá, pero, ¿eso qué tiene que ver?- preguntó nuevamente Ari.

-¡Pues al parecer, no pusiste atención! Cuando tu mamá y yo nos conocimos, yo venía seguido a este barco sólo para recordar el color de sus ojos. Luego se lo conté, y decidimos que nos quedaríamos aquí. Por eso sé que ver el agua verde azulado te la recuerda- explicó Werner.

Su hijo bajó la cabeza, sonrojado: -Es cierto. Pero ¿por qué estamos acá afuera?

-Porque, entiendo por lo que estás pasando, pero este caso es diferente. Así que estuve buscando una forma de que dejes de pensar en ella.

-¿Y cuál es?- interrogó ansiosamente Ari.

Werner continuó: -¿Ves todo lo demás que hay?

-Desde luego- replicó Ari.

-¿Qué te parece?

Entonces, el joven observó los alrededores. Pasaban nadando muchísimos peces de especies diferentes. Arenques, bacalaos y capelines surcaban el espacio en grandes bancos. Menos abundantes eran los grupos de narvales y delfines.
Aunque no eran de colores muy variados, daban una maravillosa visión.

-Creo que el resto del mundo también es hermoso- contestó finalmente Ari.

-¿No te gustaría conocer más?- preguntó Werner.

-A decir verdad, sí. Pero, ¿eso qué tiene que ver?

-Pensamos que tal vez, viajar a nuevos lugares te hará olvidarla.

El muchacho guardó silencio unos minutos. En verdad, la idea tenía sentido: cuando uno diversifica sus conocimientos, se puede distinguir lo importante de lo superfluo. El único problema era que podría descubrir que ella era importante, así que... esta estrategia era como un arma de doble filo. Sin embargo, era la única opción que habían encontrado.

-¿Viajar me ayudará a olvidar a esa muchacha?

-Sólo es una suposición, pero... es lo que podría funcionar- respondió Werner.

Ari se cruzó de brazos y suspiró. -Entonces, eso haré. No quiero seguir con ella en mi mente- afirmó.

Werner estaba por abrazarlo, pero se le adelantó Sindri. Sorprendidos, Ari y Werner preguntaron: -Sindri, ¿nos estabas escuchando?

-Sí. ¡Ari, no te vayas!, yo encontraré otra solución- contestó el chico.

El mayor sonrió y le palmeó el hombro, diciendo: -De acuerdo, hazlo.

Sindri volteó hacia su papá. Éste asintió también: -Tienes una mente más creativa. Tal vez encuentres una solución mejor.

Sindri pensó por unos segundos, y exclamó: -¡Ya sé! Tengo una gran estrategia. Quédate aquí, no entres a casa hasta que te diga- , y nadó rápidamente hacia adentro del barco.

Pasados unos segundos más, un pensamiento acometió a Werner y exclamó: -¡No! Presiento que Sindri tendrá una idea muy mala.

-¿Qué tan mala puede ser su idea? Aún así, será mejor que...- habló Ari, pero lo interrumpió la voz del hermano pequeño: -¡Ya! Ari, ven para acá.

El hermano mayor se dirigió adentro del barco, mas en cuanto hubo cruzado la "puerta" (que en realidad era un agujero), recibió un poderoso golpe en la cabeza, y se desplomó, noqueado.

Werner se apresuró a atenderlo, tratando de despertarlo, y regañó a Sindri, que apenas había dejado a un lado la piedra con que golpeó a Ari: -¿Acaso no quieres a tus hermanos? ¿Cómo has hecho esto?

-Pues, pues...¿no me habías dicho que a las personas se les olvidan las cosas cuando los golpean fuerte en la cabeza?- contestó el chico, un poco atemorizado.

El papá estaba por responder, pero entonces llegaron Coral y Gretel, quien estaba cargando a Leif, y al ver la situación, interrogaron: -¿Qué ocurrió?

Fue mi culpa, pero es por una buena razón- aseguró Sindri, y explicó su mala idea mientras levantaban a Ari, quien ya estaba recuperando el conocimiento.

Al ver que ya estaba despierto, Sindri le preguntó: -¿Ari, cómo estás?

-Me duele la cabeza. ¿Fuiste tú el que me golpeó?- contestó Ari.

-Sí...¡Pero no fue con mala intención!, Es para que se te olvide...- pero Coral le cubrió la boca con la mano para que no siguiera hablando y dijo: -Silencio, que si le dices se va a acordar.

-Déjalo, de todos modos ya me acordé de lo que quería olvidar- resopló Ari.

Coral se dio un ligero golpe en la frente y dijo: -Bueno. Sindri, mejor no ayudes. Y tú, Ari, ve a tu habitación, ahorita te llevo algo para que se te quite el dolor.

Los dos hermanos asintieron con la cabeza, y enseguida Ari se marchó a su cuarto, mientras Sindri recogió la piedra para regresarla a su sitio.

Werner y Gretel respiraron hondo. A veces era difícil tener paciencia, pero no cambiarían por nada las personalidades de sus seis bebés.

En cuanto quedaron solos, Gretel preguntó: -¿Qué te dijo Ari?

-Estuvo de acuerdo. Y en vista de que es lo único que puede intentarse, no queda más que dejarlo ir- contestó Werner.

Ella cerró los ojos por unos segundos, antes de añadir: -El último recurso ha terminado siendo el único. Y lo más grave es que no es posible que deje de querer a esa muchacha. Una vez flechado, estará atado a ella permanentemente.

Werner no dijo nada. Leif, aunque no entendía de qué hablaban, percibía el estrés de sus papás, y extendió los bracitos hacia Werner para que lo cargara, como hizo en efecto.

Gretel se rió un poquito y comentó: -Este pequeñito no quiere nadar por sí mismo, sólo le gusta que lo carguemos.

Werner suspiró y afirmó: -Es cierto. Tal vez sea bueno. Si no le gusta nadar, no irá lejos, y no correrá la suerte de su hermano.

Apesadumbrados, ninguno de los padres descubrió que Natt y Zuwa estaban junto a la puerta. Habían escuchado todo, y no pensaban quedarse de brazos cruzados.

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