7
Los helaneses saludaron cortésmente.
Erik se dirigió a Haakon: –Majestad, hemos traído varias propuestas para el tratado, y esperamos que ustedes tengan listas las suyas.
–Sí, claro, claro. Vamos, pasemos al salón para verlos– respondió el rey, y volteó hacia Cressida: –Lo siento, luego nos organizamos mejor– susurró.
–Buena suerte– contestó ella.
Anémona dijo a su hermana: –Bueno, yo también tengo que irme, pero tal vez pueda investigar algo, si no hay problemas en el bosque.
–Buena idea. Pero, espera a que vengan tus guardias, no te vayas como ayer– respondió Cressida.
Anémona, que ya había empezado a bajar las escaleras, se detuvo y contestó: –Sí, tienes razón. ¿Dónde estarán?.
–Eeeh, ¡voy a preguntarle a Haakon!– replicó Cressida, y fué tras él. Anémona la siguió.
Por fortuna, el rey aún no se había alejado mucho. La reina se acercó a él y le preguntó por los guardias. Pero Anémona no pudo oír lo que contestó, pues entonces el príncipe se dirigió a ella: –Por cierto, señorita Anémona, le debo una disculpa por las desavenencias que tuvimos ayer.
La muchacha lo miró de soslayo, y contestó: –Mejor tarde que nunca.
Erik se sorprendió y replicó: –¿Sigue molesta?
–Sí. Y no quiero seguir hablando con usted– afirmó Anémona.
–Bueno, supongo que entonces tengo que pasar de las palabras a los hechos– dijo Erik.
Al ver que ella no le hizo caso, intentó tocarle el hombro, pero ella, sin mirarlo, dió un paso atrás para esquivarlo. –No me convence. Si no respeta a otros seres, no puedo confiar que sus disculpas sean sinceras– sentenció Anémona. Erik intentó contestar, pero no se le ocurrió nada.
Mientras, los guardias habían llegado, y tras reverenciar a los reyes y a los visitantes, dijeron a Anémona: –Ya estamos listos.
–Muy bien, entonces vámonos– respondió ella, con una sonrisa real, que contrastó con la severidad con la que había tratado al príncipe, y emprendieron la marcha hacia el bosque.
Al llegar a su destino, los guardias preguntaron a Anémona: –¿Por dónde empezamos?
–Eh, bueno, creo que debemos ir a verificar que los silfos y patatones estén acatando las órdenes y no hayan salido de sus reinos– dijo ella.
–¿Y los duendes?– interrogó uno de los guardias.
–Con esos no se puede saber, así que vamos a lo seguro– contestó Anémona, tratando de no reírse al pensar en los duendes. Si bien el reino de los duendes había aceptado y respetado el trato con el de los cazadores, ella tenía sus dudas de si cumplirían esta vez, puesto que era una situación temporal, y podrían creer que las consecuencias no serían graves, a diferencia de un suceso permanente. Sin embargo, más adelante sí hubo un reino que desacató el trato, y los duendes no fueron los culpables...
Pero sigamos la historia. Anémona y los guardias entonces se dirigieron primero a verificar a los patatones. Como ya dije, pero lo repito por si a alguien se le olvidó, su reino estaba en el norte, y aunque resultaba la misma distancia desde las afueras del bosque para el reino de los silfos, había que subir la montaña para llegar ahí, por lo que sería menos cansado viajar primero hacia territorio de los patatones.
Tardaron aproximadamente una hora en llegar. Los guardias, que iban con sus armaduras y demás enseres, además de no estar acostumbrados a caminar por tanto tiempo, llegaron casi arrastrándose, a diferencia de la muchacha, que no se había cansado ni un poquito. Ella no les había dicho nada en todo el camino, pero sí los había oído quejarse, así que les sugirió: –Señores, quédense a descansar un rato mientras voy a ver qué novedades hay.
–¿Segura?, ¿si necesita nuestra ayuda?– preguntó uno.
Ella se rió y contestó: –No creo meterme en problemas. Además, si no descansan, no serán de mucha ayuda.
Los guardias se vieron uno al otro y asintieron. Uno se sentó en el tronco de un árbol caído y otro de plano en el piso.
Anémona entonces avanzó sola entre las "casas", que en realidad eran madrigueras, pero para generalizar todos las llamaban casas.
No tardó más de media hora en estar de vuelta con los guardias, que se sorprendieron nuevamente por su rapidez.
–¡¿Cómo?!, ¿ya terminó de revisar todo el reino?– exclamaron.
–Sí. La ventaja de que los patatones pasen mucho tiempo bajo tierra es que están muy ocupados para salir de su territorio. Ahora, vamos a ver a los silfos– contestó ella. Los guardias se levantaron, no totalmente recuperados, pero se sentían mejor.
Avanzaron hacia la montaña. Subieron más o menos durante 30 minutos, cuando notaron movimiento.
–¿Qué será eso?– preguntó un guardia.
–Es uno de los guardias de los silfos– respondió Anémona.
–¿Cómo sabe?– interrogó el otro guardia.
–Pues porque lo estoy viendo, ¿no lo distinguen?– respondió ella.
–No, ¿dónde está?– preguntaron.
–Entre los arbustos, ¿no lo ven?
–No.
Mientras, el guardia silfo notó la presencia de Anémona y los guardias humanos, así que se volvió visible y se acercó a ellos. Los guardias humanos ahora sí lo distinguieron, y dijeron: –Ah, ese guardia.
Fue entonces que Anémona se dió cuenta de que el silfo había estado en modo invisible, pero como ella era sílfide, podía verlo aún así. Sin embargo, los humanos y otras especies, no podían distinguir a los silfos si son invisibles. Solía sucederle eso, y trataba de tener cuidado para evitar revelar que no era realmente humana.
Sin embargo, esta vez, los guardias no sospecharon nada, pues estaban tan fatigados, que creyeron que ellos no lo habían distinguido por el cansancio.
El guardia silfo saludó y preguntó: –¿Qué ocurre? ¿Algún problema?
–No, sólo venimos a ver que...– empezó a decir Anémona, pero se detuvo a cambiar la frase, pues en vez de decir, "que se cumpla la orden del rey Haakon", prefirió: –que no haya ningún problema–, para evitar malos entendidos, ya que los silfos tienden a ser orgullosos, así que no quería ofenderlos y crear problemas.
El guardia respondió: –Claro, pasen. No hemos detectado problemas, pero nunca está de más una segunda opinión.
La muchacha le dió las gracias y continuó su camino. Los guardias humanos fueron tras ella, aunque se empezaron a quedar atrás luego de avanzar aproximadamente durante 15 minutos.
Sin embargo, consiguieron llegar al reino de los silfos, (después de una hora). Se encontraron con Anémona, que ya iba de regreso, y la acompañaba Violeta, quien al ver a los guardias, los saludó y dijo: –¿Qué les pasó? Parece que compitieron en un maratón.
–Casi casi. La señorita Anémona es muy veloz, tuvimos que correr detrás de ella.
La joven se rió y contestó: –Lo siento, es que ya me acostumbré a avanzar rápido. Y como conozco bien el bosque, no suelo detenerme.
Violeta se rió también y comentó a su amiga: –Creo que debes ir más despacio, velocista.
–¡Ya, yo renuncio!– exclamó uno de los guardias.
–Hablaremos con el rey de esto. Necesitamos ponernos en forma para este trabajo, que mande a otros guardias mientras– replicó el otro.
Las chicas los vieron con un poco de lástima, y les dijeron: –Bien, mejor vayan a descansar a sus casas. Nosotras seguiremos recorriendo el bosque.
–De acuerdo. Pero, no se metan en problemas– contestaron los guardias.
–Claro que no– respondieron. Los guardias comenzaron a bajar la montaña. Mientras, Violeta preguntó a su amiga: –Bueno, entonces ¿qué hacemos?.
–Ehm… pues debo seguir vigilando el bosque– respondió Anémona.
–¿Te ayudo?
–Sí, claro. Mientras, te platico lo que me pasó ayer, pero, no le digas a nadie, ¿de acuerdo?
–De acuerdo, prometido.
Así que mientras bajaban la montaña, Anémona contó lo que le había ocurrido en la cueva. La sílfide se sorprendió y emocionó mucho, pero también se preocupó un poquito: –Entonces, ¿Cressida y tú van a visitar al hechicero para que les dé más información?
–Pues sí. Nada más que llegaron Erik y compañía a estorbar, así que tendremos que hacerlo mañana– dijo Anémona, muy molesta.
–¡Ah! No le des tanta importancia a ese sujeto. Además, no lo ha notado, así que no lo hagas darse cuenta– replicó Violeta.
Anémona respiró hondo y dijo: –Tienes razón, debo mantener la calma.
Luego de unos segundos de silencio, agregó: –Bien, ahora cuéntame algo tú.
–Sale. Fíjate que acabo de enterarme de un nuevo invento que se llama radio…– empezó a hablar Violeta”.
El narrador hizo una pausa para ver las caras de sorpresa de las personas del público ante la mención del radio. Se rió y dijo: "No se asombren tanto, les dije que los silfos eran tecnológicamente avanzados para la época. Ya les contaré más de ellos después, pero ahorita, les hablaré de lo que pasó con Ari; pongan atención…
No sé ustedes, pero me imagino que cuando Anémona se encuentra con Erik piensa decir algo así:
(Perdón, traigo mucha influencia de China XD)
Spoiler: tal vez después Anémona cambie de parecer respecto al príncipe 🕵️♀️
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