30
Durante el camino de regreso, Ari siguió observando el extraño lugar que era el bosque, aunque a veces se distraía mirando a la muchacha.
A causa de que el sol ya se asomaba de nuevo, el joven resintió más rápido la falta de agua, así que cuando por fin llegaron a la orilla del mar, temiendo que Ari se hubiese debilitado mucho, Anémona hizo que Singular caminara hasta que se hundiera por completo el lomo del caballo, para bajar más rápido y directo al agua a Ari.
Por fortuna, no le había afectado tanto, y luego de permanecer bajo el agua unos minutos, el tritón se recuperó y asomó nuevamente para ver a la muchacha.
–Creo que sólo te llevaré al bosque en días lluviosos. Mira cómo te está dañando el sol– señaló Anémona.
–Está bien. Pero yo te llevaré mañana al mar sin importar el clima– afirmó él.
Ambos rieron y se tomaron de las manos suavemente, tras lo cual, se quedaron mirándose por unos segundos. Casi no habían hablado del asunto de la identidad verdadera de la joven, pero en esos momentos no tenía importancia para ellos. Simplemente necesitaban un poco de paz y tranquilidad, y era lo que tenían justo ahora.
Por desgracia, fueron interrumpidos por unas voces que venían del bosque, aunque por un camino diferente al que ellos habían transitado.
–Ocúltate, veré quiénes son– ordenó Anémona, bajando del caballo, sacó su espada y corrió hacia el bosque.
Ari se escondió detrás de Singular, mientras que Susto, que ahora tenía el aspecto de una medusa, se colocó junto al muchacho, listo para darle un toquecito venenoso al que se acercara sin cuidado.
La joven se encontró con que quienes estaban hablando en el bosque eran dos guardias, un silfo y un duende. Al verla, el duende explicó: –¡Señorita, la estábamos buscando todos los guardias. El príncipe vino otra vez al bosque, hay que hacer algo al respecto!
Anémona asintió, aunque por lo inesperado, no supo qué contestar de inmediato. El silfo señaló detrás de ella: –Va por allá, actuemos rápido.
La muchacha volteó a ver, y en efecto, Erik iba caminando tranquilamente, en dirección hacia la costa. Anémona miró de nuevo a los guardias y ordenó: –Soliciten la presencia del rey Haakon, yo trataré de mantener ocupado al príncipe.
Los guardias se apresuraron en comunicar la orden al resto de vigilantes por medio de los radios, mientras Anémona corrió para llegar junto al príncipe, y se encontraron justo entre los últimos árboles del bosque.
Erik se sorprendió de volver a encontrar a la sílfide y la saludó, pero ella preguntó: –¿Tú me sigues o qué?
–No. ¿Pero no ya estábamos en buenos términos?
–Hmm, yo más bien diría que en término medio.
Los dos respiraron hondo. Era difícil no desesperarse uno con otro, pero tampoco podían ser exigentes. El príncipe explicó: –Sólo venía a pasear una última vez en este bosque. Aún no creo eso de los animales feroces; si lo decías por otras sílfides, estoy a salvo mientras tenga mi ruburum.
Anémona estaba por contestar, pero en ese momento se escucharon relinchos del caballo, lo que hizo a ambos volverse hacia el lugar de donde provino, que era entre las rocas más grandes de la orilla del mar.
–Qué extraño, ¿por qué habrá un caballo en ese lugar?– preguntó Erik.
–Tal vez sea un caballito de mar– respondió Anémona, pero él no se dejó convencer esta vez, y se dirigió a buscar al equino.
La muchacha lo siguió, rezando interiormente por que el príncipe no viera a Ari, pero los dioses estaban atendiendo otro asunto y no le ayudaron, pues al llegar, se encontraron al joven tritón, que intentaba calmar a Singular como había visto que hacía la muchacha, aunque sin el mismo resultado.
Aunque sólo sobresalía del agua desde la altura de los hombros, el aspecto de Ari desconcertó a Erik, y más al reconocer al corcel del rey Haakon.
–¿Usted quién es?– interrogó el príncipe.
Ari, sin saber qué responder, miró a la sílfide, quien aún tenía la espada en la mano y lo miraba con nerviosismo, pues tampoco sabía cómo salir de esta situación.
Ante la tensión del momento, Singular decidió actuar y se acercó a Anémona y Erik, empujando a la muchacha para que se alejara un poco del agua, y cojeando de una pata como si estuviera herido. El príncipe intentó esquivar al caballo, pero este se movió para empujarlo también, insistiendo en que prestaran atención a su patita, incluso se tiró al suelo.
–¿Qué le pasa a este caballo? Se comporta muy extraño siempre que lo veo– se quejó Erik.
–Parece que lo picó una medusa– contestó Anémona, revisándolo.
Aunque era cierto, el astuto corcel estaba exagerando un poco para distraer la atención de Erik y darle oportunidad de escapar a Ari y Susto, (que lo había picado y por eso relinchó).
Erik miró a Singular con algo de molestia, y volteó a ver hacia donde estaba Ari, pero afortunadamente él entendió la idea del caballo y ya se había escondido.
Desconcertado, Erik preguntó a Anémona: –¿Conoces a ese chico?
Como no serviría fingir que no sabía de quién hablaba, Anémona decidió negar: –No lo conozco. Pero ¡está lindo!
Lo último se le escapó, no lo dijo a propósito. Erik parpadeó sorprendido e interrogó: –¿Cómo que está lindo? ¿No viste sus ojos?
–Sí, ¿qué tienen?
–Son color magenta. ¿No te parece extraño?
Anémona no dijo nada durante unos segundos, pensando cómo cambiar el tema. Singular volvió a hacer drama para que le prestaran atención, y la sílfide le siguió el juego: –Por ahora hay que ocuparnos de este caballo. Llevémoslo al castillo.
–Está bien– cedió el príncipe, no muy convencido.
Anémona hizo que Singular se pusiera de pie, lo cual hizo continuando su actuación, y se encaminaron de vuelta al reino de los cazadores.
Mientras avanzaban por el bosque, Erik preguntó: –¿Por qué este caballo es el preferido del rey? Siempre que lo encuentro, hace puras locuras.
Anémona medio rió y contestó: –Eso es porque no le agradas a Singular. Pero es especial para el rey porque lo encontró en uno de los pocos viajes que ha hecho, y de alguna forma se entienden bien, así que no te preocupes por la actitud que normalmente tiene este corcel.
Erik respiró hondo y se calló. Siguieron avanzando, y unos minutos después, se encontraron con Haakon y Olaf, quienes los estaban buscando después de que los guardias informaron que el príncipe estaba en el bosque.
Ambos saludaron, y el rey preguntó al príncipe: –¿Qué hace aquí en el bosque? No es un buen momento para pasear mientras está lloviendo.
–¡Es lo que yo dije!– exclamó Anémona.
Haakon rió suavemente y agregó: –Alteza, debería hacerle caso a Anémona, sabe por qué lo dice.
–Está bien, majestad, no volverá a pasar– aseguró el príncipe, a lo que Haakon y Olaf lo miraron con extrañeza.
–¿Por qué me ven así?– preguntó Erik.
–Es que es raro que no se estén peleando, pero, qué bueno que ya no se lleven tan mal– explicó Olaf. Haakon asintió.
–Bueno, no nos quedemos aquí, volvamos al castillo. Hay que curar a Singular, tiene una patita lastimada– apresuró Anémona.
–¿Cómo que está lastimado? ¿Entonces que hacemos aquí parados?, vámonos inmediatamente– ordenó el rey.
Así pues, continuaron su camino hasta llegar al reino, y unos minutos después, entraron al castillo, de donde se marchaban dos muchachas, a quienes Anémona reconoció, eran Sasa y Kaira.
Aunque el rey y su consejero las saludaron de igual manera que hizo la sílfide, el príncipe tuvo una duda al verlas, y preguntó a Anémona en voz baja: –¿Ellas también son sílfides?
–No. ¿Por qué?
–Pues, no sé, me dio esa impresión, como que una está más pálida de lo normal, así como tú.
Anémona negó con la cabeza: –Eso lo acabas de aprender, cuando nos conocimos ni cuenta te diste de que podría ser una sílfide por mi color.
Un poco avergonzado, el príncipe se aclaró la garganta y miró hacia otro lado, mientras la joven pensó que podría ser buena idea preguntar a Sasa, ya que antes también era una sílfide, pero eso sería cuando los helaneses ya se hubieran marchado.
El rey observó con cierta inquietud a los dos jóvenes que se susurraban, pero no dijo nada al respecto. Anémona lo notó y le hizo señas de que no se preocupara, se lo explicaría después.
El príncipe también se dio cuenta de la mirada del rey, y estaba por hablarle, cuando llegó corriendo uno de los extranjeros, preguntando por Erik, y al verlo, le dijo: –Su alteza, surgió una situación en nuestro barco y necesitamos de sus órdenes para proceder.
–Dame detalles de lo que ocurrió– mandó el príncipe, a lo que el sujeto asintió, y tras alejarse unos pasos del resto de los presentes en la escena, susurró la información a su líder.
Mientras ellos hablaban, Anémona se acercó al monarca y le explicó en voz baja: –El príncipe sabe que soy una sílfide, alguien se lo dijo. Cree que puede ayudarme, pero aún no confío en que no intente algo contra nosotros.
Haakon abrió mucho los ojos, y agarró por los hombros a la muchacha, diciendo: –¿Estás segura de querer manejar esta situación así? Es muy arriesgado, y ya tienes mucha presión con lo del bosque.
–Sólo haré que me diga todo lo que sabe, y mañana se irán, así que no es tan peligroso, ¿no crees?– contestó ella con una sonrisa algo forzada.
El rey suspiró y asintió: –De acuerdo. Pero ten mucho cuidado.
Olaf no opinó nada, pero se puso pálido, preocupado por los nuevos problemas que podrían surgir.
Unos segundos después, Erik regresó junto a sus anfitriones y sonrió diciendo: –Disculpen, ya quedó resuelto el asunto que mi compañero solicitaba. Pero, tengo algo que tratar con la señorita Anémona, ¿nos disculparían unos minutos por favor?
El rey miró con un leve temor reflejado en su expresión a la hermana pequeña de su reina, antes de asentir a la petición del príncipe. Anémona dirigió una mirada tranquila a Haakon para indicarle que no se preocupase antes de seguir a Erik a la biblioteca nuevamente.
Una vez allí, Erik se sentó nuevamente frente al escritorio, y Anémona se quedó de pie frente a él.
Y Ari (por culpa de Susto y Singular):
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro