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29

Ari, viéndose de nuevo junto al agua, no dudó y se dejó caer en ella, deslizándose como una flecha. Permaneció sumergido por unos minutos. Realmente se sentía mucho mejor respirando agua que aire, aunque esta agua era menos densa que la del mar, pero comparada con la ligereza del aire, no había duda de que era mejor.

Cuando el muchacho volvió a asomarse a la superficie, vió que Anémona estaba sentada en la orilla del río, se había quitado las botas y tenía los pies dentro del agua. Sonrieron cuando sus miradas se encontraron.

-Ven, nademos un poco- llamó Ari.
Ella negó con la cabeza, aunque sin dejar de sonreír. El joven se acercó de nuevo a la orilla: -Sólo unos minutos, ven.

-No, sigue nadando tú.
Ari hizo un gesto de disgusto y se sentó junto a la muchacha.

-Entonces me quedo contigo- afirmó.
Anémona pensó que tal vez debería reprenderlo, pero no lo hizo. Se quedaron callados por un ratito, sólo sintiendo el agua corriendo.

El muchacho volvió a hablar: -No preguntamos a papá de la historia porque estábamos preocupados por nuestros hermanos. ¿No te molestarás de que lo olvidé?

Anémona negó con la cabeza: -Tus hermanitos son más importantes que una historia. Si quieres, te llevaré de regreso al mar ya.

-Aún no, quiero estar contigo un poco más. Además, recuerdo que dicen que las sílfides viven en los bosques, ¿es verdad?

-Sí lo es, la excepción soy yo, vivo en la ciudad con los humanos.

-¿Pero, conoces a otras sílfides?

-Sí- Anémona suspiró tras responder.

Después de que Erik revelara que alguien le había contado su secreto, no se sentía tan segura de conocer a nadie de la isla en realidad. Ari notó que la muchacha estaba triste nuevamente, así la acarició en la cabeza con suavidad. Ella se rió porque había visto que así era como lo consolaban a él, pero no protestó porque le pareció lindo.

Poco después, Ari se dejó caer al río otra vez, y tras quedarse unos minutos sumergido, volvió junto a la joven y preguntó: -¿Me llevas a ver más del bosque?

Anémona se sorprendió, pero sonrió y asintió con la cabeza. Se levantó y cargó al muchacho hasta Singular. El corcel ya se estaba durmiendo, pero cuando sintió el peso de los dos jóvenes sobre su lomo, despertó y se giró para tirarlos. Afortunadamente, la muchacha pudo calmarlo y no terminaron en el suelo. Después de este incidente, el caballo se levantó y continuaron su recorrido.

Como ya habrán notado, se olvidaron de Susto, que se había quedado turulato por un buen rato, pero al ver que se iban sin él, cambió de forma a la de un pájaro y voló tras ellos, aterrizando en el hombro de Ari, quien al notar la presencia del nokk, le habló: -Quédate quietecito, no te vayas a perder.

Susto saltó a las manos del tritón y ahí permaneció estático. Anémona sonrió y trató de acariciar al nokk, pero éste se hizo a un lado para esquivar su mano.

-Creo que de toda tu familia, nada más a ti te agrado. Ni siquiera tu mascota se deja acariciar por mí- se quejó ella.

-Más o menos así es- confirmó Ari, sonrojándose ligeramente. Anémona rió nuevamente, con lo que él se sonrojó aún más. Aun si la muchacha solamente reía por un momento, era cuando se podía apreciar lo hermosa que era.

El concepto de belleza entre las sirenas era con respecto al carácter de cada persona, y a Ari le parecía que Anémona era muy bonita, pero cuando se comportaba cruelmente, esa belleza se opacaba, y eso era lo que quería evitar.

Después de unos minutos, la sílfide se cansó de que el tritón la observara tan fijamente y preguntó: -¿Viste que pasaron volando tres escarabajos, un zorro se escondió de nosotros y un pájaro cazó al vuelo a una mosca?

-Hmmm... creo que sí, pero no sé cuál era cuál- contestó él. Ella volvió a reír, dejándolo todavía más fascinado. Sin embargo, esta vez lo interrumpieron unas pequeñas gotas de lluvia que empezaron a caer.

Anémona estuvo a punto de quitarse el abrigo para cubrir al muchacho, pero se acordó de que a él no le molestaba el agua, así que no lo hizo. Además, la lluvia aún era bastante ligera.

Llegaron a un claro, donde el agua de la lluvia anterior se había estancado, y algunas ranas estaban nadando allí. Entre las ventajas de ser rana está que no necesitan mucho espacio para nadar, pero lo malo es que a veces te agarran para hacer experimentos... pero me estoy saliendo de la historia.

La cosa es que al joven le llamó la atención ver a esos pequeños seres jugando en tan poco espacio, y preguntó: -¿Qué son esos?

-Son ranas. ¿Quieres verlas de cerca?- contestó Anémona.

Ari asintió con la cabeza, y en unos instantes la muchacha lo bajó del caballo y lo colocó junto al estanque. A los anfibios no les afectó mucho su presencia, como si reconocieran que el chico también era parte de ese sistema, y siguieron como si no pasara nada.

Ari jugó un poco con el agua mientras observaba a las ranas, y se acostó para sentir la profundidad del estanque.

Apenas alcanzaba para cubrir por completo sus aletas y sus manos, pero sobresalían bastantes partes de su cuerpo. Además, la hierba le hacía cosquillas en todos lados, pero no le molestaba, era divertido para él.

Anémona no lo interrumpió, pues era muy lindo ver cómo estaba descubriendo novedades, sin preocuparse por cosas como la seriedad que a su edad debían tener los humanos o los silfos, o que la hierba se estaba enredando en sus escamas.

Mientras Ari seguía entretenido con los anfibios, Anémona notó que algo se movía entre el pasto, a unos metros del estanque, y se acercó rápidamente para ver de qué se trataba, encontrándose con el patatón Braun.

-¿Qué hace aquí?- interrogaron ambos.

Luego de unos segundos de silencio, Anémona habló primero: -Estaba paseando con mis amigos. Aunque debería estar vigilando, pero ya no sé cómo seguir.

-Eh... en las cuestiones filosóficas prefiero no meterme si no sé la historia completa, así que no le puedo sugerir nada. Por mi parte, voy de regreso a casa. Vine a buscar a Hagen, pero el ingrato sigue haciendo de las suyas.

-¿Está de nuevo en el reino de los cazadores?

-No lo encontré en ninguno de los reinos del bosque, así que debe estar allá.

La muchacha respiró hondo. Desde que el día anterior Cressida le dejó a los patatones para liberarlos, no habían vuelto a hablar en serio, sólo un "buenas noches" antes de irse a dormir y un "hola" en la mañana, así que no sabía cuál había sido la decisión final de los reyes al respecto del asunto de los patatones.

-No se preocupe por él; por alguna razón Hagen siempre sobrevive a sus propios desastres. Lo que corre peligro es la estabilidad de los reinos, y de eso sí no podría escapar ni siquiera él- explicó Braun.

-Estoy consciente de ello, pero no sé cómo proceder. Las cosas en nuestro reino se han complicado- explicó la joven.

Braun suspiró. Toda la organización que originalmente mantenía el equilibrio en los reinos estaba muy desajustada, así que no era culpa de ella. No queriendo interrumpir más, el patatón se despidió y retomó su camino.

Anémona lo siguió con la mirada, pensando en que no estaba haciendo un buen trabajo, pero no conseguía imaginar una manera de volver a poner todo en orden.

La interrumpió la voz de Ari: -¿Qué ocurre? Te pusiste triste otra vez.

-Ah... sí... no te preocupes, ya me siento mejor- mintió Anémona.

El muchacho se arrastró, intentando acercarse a ella para abrazarla, pero antes de alcanzarla, la lluvia se volvió fuerte. El bosque no es seguro en momentos como ese, así que Anémona se levantó y cargó a Ari, guiando enseguida a Singular, para resguardarse en una cueva pequeña que estaba cerca, oculta entre las piedras.

Dicha cueva la conocía la muchacha porque en ocasiones anteriores se había refugiado allí cuando llovía fuertemente. Entraron y se acomodaron como pudieron. Como no había mucho espacio hacia adentro, el agua los salpicaba, lo que agradó mucho al joven, y extendió su cola afuera para mojarse un poco más. Anémona no le dijo nada: le gustaba verlo experimentando las "cosas raras" del bosque. Aunque, observándolo mejor, ahora que estaba con el cabello seco y revuelto con hierbas, la ropa desarreglada y las escamas con pasto atorado entre una y otra, además que se estaba enlodando las aletas, era seguro que su familia no lo podría reconocer, pero ella lo veía lindo.

Si bien, la única razónpor la que no podría ser llamado "un desastre andante" era que literalmente nopodía andar, era absolutamente sincero. No fingía ser perfecto, pero tampoco escomo si lo necesitara. Era él mismo.

La sífide se acercó con cuidado y lo abrazó suavemente. -¿Te gusta el bosque?- preguntó.

-Sí, es un lugar extraño, pero me gusta- contestó Ari, y preguntó: -¿Mañana vienes tú a conocer el mar?

-¿Quieres llevarme? ¿Cómo?

-Ya se me ocurrirá algo, así como tú pensaste traerme en el caballito de tierra.

La muchacha lo abrazó más fuerte: -¡Eres muy tierno!

Él no entendió por qué lo decía, pero le gustó que lo abrazara, así que no profirió palabra. La abrazó también y enroscó su cola alrededor la joven, quien la miró con ternura. No sentían en realidad que se atrajeran por instinto de reproducción; más bien, estar juntos les daba bastante tranquilidad, como saber que se estaban cuidando entre ellos, a pesar de que ninguno lo decía.

Después de un largo rato, la lluvia se detuvo, y Anémona sacó a Singular y a Ari de la cueva. Susto se había quedado afuera vigilando, y se volvió a acomodar en las manos de Ari.

Esta vez Anémona no preguntó, y encaminó al corcel para que los llevara de regreso a la costa. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no quería ser la causa de que Ari estuviera tanto tiempo lejos de su familia.

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