27
Anémona no se regresó al bosque, pero sí permaneció lejos del salón principal. Estuvo alternando su estancia entre la biblioteca, la cocina y su cuarto.
Pasó un largo rato así, hasta que el príncipe la siguió a la biblioteca. La muchacha se dio cuenta, pero no lo detuvo, porque era la última vez que iban a hablar.
Erik saludó: –Buenas tardes. ¿Podemos hablar ahora?
Anémona solamente asintió con la cabeza. El príncipe se sentó en una de las dos sillas junto al escritorio, mientras que la joven se quedó de pie a unos pasos de la ventana.
–De acuerdo, ¿Por dónde empiezo?– preguntó él.
–¿Si la acusación contra el rey Christian era falsa, por qué no simplemente lo demostró?– respondió sin dudar Anémona.
El príncipe medio rió y dijo: –Pensé que diría “por el inicio”.
–Así es. La acusación fue el inicio– replicó ella sin perder la seriedad.
Erik dejó de sonreír, puesto que no conseguiría nada con su sentido del humor. Habló con toda la serenidad posible: –Según sé, mi papá no había hecho nada contra los seres mágicos, pero tal vez haya ocurrido algo de manera indirecta. En cualquier caso, esa acusación no coincidía con la realidad, pero ni siquiera tuvo oportunidad de demostrar su inocencia, puesto que el tritón lo atacó primero.
–Eso me lleva a la segunda pregunta: ¿cómo supieron que era un tritón si tenía forma humana?
–Porque él mismo lo dijo.
–Pero si llegó con una acusación falsa, también pudo llegar con una identidad falsa.
Erik se quedó callado. Aunque ya había escuchado esa posibilidad antes, no la esperaba en la conversación con Anémona, y no supo qué contestar.
Ella continuó: –Bien, supongamos que dijo la verdad y pasemos a otra pregunta. ¿De dónde salieron los silfos?
–Eh… ¿del bosque? No estoy tan seguro de eso, ya que no hay registros oficiales de dónde vivían las especies que hubo en nuestro reino. Me he guiado principalmente por los cuentos para los niños– explicó Erik.
Anémona respiró hondo. Si Erik sabía todo por cuentos, en parte estaba justificada su ignorancia, ya que probablemente la información se hubiese tergiversado con el paso del tiempo y los agregados de la gente.
El príncipe pareció entender lo que Anémona estaba pensando y dijo: –Lo que sí sé es que se llamaba Esir. También sé que no era para nada bueno en la esgrima, no duró ni diez minutos. Y a todo esto, ¿por qué quiere saber esa historia?
La muchacha pensó su justificación por unos segundos. No le iba a decir la verdad, pero tenía que contestar con algo creíble. Sin embargo, no se esperaba que él dijera: –No eres la única sílfide con problemas de identidad, ¿o sí?”
De entre el público que escuchaba la historia, de pronto se oyeron toses de atragantados al oír esta revelación, mientras que otros quedaron boquiabiertos. La sala quedó en absoluto silencio por unos minutos.
Finalmente, el editor volvió a hablar: “Así como se quedaron todos, igual quedó Anémona. Pero cuando salió de su asombro, sacó rápidamente su navaja y se abalanzó sobre el príncipe, lista para despojarlo de su mísera vida. Él no logró apartase a tiempo, y quedó atrapado entre el piso y la mano izquierda y las rodillas de la joven. Antes de que usara la mano derecha para atravesar la navaja en algún órgano vital, él exclamó: –¿Segura de que no quieres mi ayuda?
–No estoy segura de querer confiar en ti. ¿Desde cuándo lo sabes?
–Si me estás haciendo una pregunta, significa que sí confías.
Ella levantó más la navaja para impactar con mayor fuerza, pero él interrumpió nuevamente: –Está bien, lo sé desde la segunda vez que nos encontramos en el bosque.
Anémona hizo memoria. La segunda vez que se encontraron en el bosque fue el mismo día cuando Cressida vió a los patatones entrar al barco, pero no recordaba haber hecho algo que pudiera delatarla en ese momento.
–¿Cómo te enteraste?– volvió a inquirir.
Con el poco aire que le quedaba, el príncipe respondió: –Me dijeron.
La muchacha lo dejó respirar un poco, pero no lo soltó. Pensó rápido en quiénes podrían haberlo revelado, ya que las opciones eran muy reducidas: Cressida, Haakon, Olaf, Violeta y A. Brah. Entre esos cinco estaba el traidor, y se tratase de quien se tratase, no conocería su piedad.
Pero por el momento, aún no terminaba de interrogar al príncipe Erik, así que volvió a apretarlo contra el suelo y acercando la navaja a la cara del joven, continuó: –¿Esa misma persona te dijo más cosas de mí o de los habitantes de Toivonpaikka?
–De los habitantes no. De ti sí me dijo algunas cosas, como tu hechizo, y que no sabes qué eres en verdad. Aunque para mí está claro que en ningún momento dejaste de ser una humana. Esa es tu esencia.
Anémona permaneció callada. Aflojó su agarre sobre el príncipe y despacio se levantó. Enseguida, salió de la biblioteca rápidamente y se dirigió a su recámara.
Erik no la siguió esta vez, comprendiendo que no era buen momento. Además, no quería volver a arriesgar su vida ante la temible sílfide dos veces seguidas y el mismo día. Volvió al salón principal para reunirse con sus compañeros, pensando qué debería hacer a continuación.
Transcurrieron varias horas. Anémona no había vuelto a salir de su habitación, y aunque de forma amigable, rechazó que la visitaran todos, y en especial los reyes. Haakon procuró atribuir la actitud de la joven a la gran carga de estrés que había acumulado, convenciéndose a sí mismo de que mejoraría en cuanto se fueran los extranjeros al día siguiente. Por otro lado, Cressida se preocupó por que su hermana no había hecho nada así anteriormente.
Afuera del castillo, llovía suavemente, asemejando un llanto silencioso. Los habitantes de los cuatro reinos se guarecieron en sus casas, al igual que los animales del bosque. Esta lluvia, aunque era fina y suave, duró mucho tiempo. Al día siguiente, por fin dejó de caer.
Anémona se asomó con cuidado afuera de su cuarto, y con todo el sigilo que le permitía su especie actual, salió del castillo para ir, no al bosque esta vez, sino a la costa. Aunque faltaba un buen rato para que Ari llegara, ella quería estar en ese aislado sitio para calmarse completamente. Sin embargo, apenas pasaron unos minutos cuando el príncipe volvió a cruzarse en su camino. No la notó porque ella era invisible en ese momento, pero después de pensarlo un poco, Anémona decidió hablarle, así que volvió a modo visible y saludó: –Buenos días.
Erik se sorprendió y respondió: –Buenos días. No esperaba encontrarla aquí.
–Ni yo. ¿No que ya se iban?– contestó ella. Esta vez no quería ser tan cruel, pero ya se había acostumbrado y no le salió muy bien que digamos.
Lo bueno es que Erik también ya estaba acostumbrado a que Anémona lo maltratara, así que explicó tranquilamente: –Esa era la idea, pero no es posible zarpar con este clima. Podría empeorar y no queremos volver nadando a Heland.
Anémona rió un poco, pero de inmediato volvió a la seriedad y dijo: –Alteza, sé que quiere que confíe en usted, pero me es difícil.
–Lo sé, y entiendo. Estuvo mal lo que dije la primera vez, y luego sólo lo empeoré. Pero ahora que sé que eres una sílfide tratando de volver a ser humana, pienso que podría ayudarte. No sé mucho de los seres mágicos, pero tal vez pueda hacer algo útil para ti.
La muchacha lo observó por un ratito y preguntó: –¿Y cómo sé que no es un skrull?
Erik se quedó desconcertado. La muchacha se rió y dijo: –Un skrull es un tipo de extraterrestre que puede tomar la forma de una persona que ya exista para suplantarlo. Lo leí por ahí y a veces bromeo con eso cuando alguien se comporta extraño.
–Ah, ya veo. ¿Entonces, no me cree?– interrogó el príncipe.
–Estoy a medio camino entre creerle y no.
–Déme una oportunidad, juro por Dios que no la defraudaré.
–Claro, mientras el dios al que se refiere no sea Loki, todo bien.
–¿De verdad?
–Sólo una oportunidad. Una y ya.
El príncipe sonrió, y luego de mirar hacia el cielo por unos instantes, dijo: –Probablemente tengamos que esperar hasta la tarde o incluso a mañana para irnos, así que puedo reunir la poca información que tengo de los seres mágicos. ¿Le parece bien si nos vemos en la tarde?
La joven respiró hondo y asintió con la cabeza. Antes de que Erik se fuera, preguntó: –¿Estará en el castillo?
–Sólo un rato. Volveré al drakkar pronto, así que la veré allá– afirmó él, y tras despedirse con la mano, se alejó.
Anémona no confiaba realmente en el príncipe, pero quizá fuese cierto eso de “mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca”, por lo que decidió que podría intentarlo. Antes de continuar, revisó que su espada y navaja estuvieran en su lugar. Todavía no podía bajar la guardia, incluso era posible que tuviera que aumentar sus cuidados contra todos.
Excepto contra Ari, a él debía cuidarlo con todas las armas que conocía. Pensando en esto, continuó su camino hasta la costa.
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