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25

Anémona corrió hasta la costa, al mismo sitio donde había visto a Ari la última vez, aunque no estaba segura de encontrarlo tan temprano, pero no había dicho a qué hora estaría allí.
Sin embargo, ahí estaba ya, y según parecía, desde hacía un buen rato, pues su cabello estaba seco, aunque sólo tenía medio cuerpo fuera del agua. Cuando vio a Anémona, se puso muy feliz.

–¡Realmente viniste!– exclamó Ari, conteniendo el impulso de lanzarse a abrazar a la muchacha.

–¿Por qué no vendría, eh?– inquirió ella, sin que fuera un verdadero reto.

–No lo sé, creo que sólo estoy nervioso– contestó él.

Era muy tierno, sonreía mostrando sus dientes, y sus párpados inferiores ocultaban un poco los iris color magenta. Anémona se acercó para acariciarle el cabello, pero en ese momento Coral salió del agua. Según parecía, se había dormido y despertó al oír cómo su hermano llamaba a la sílfide. Sin embargo, con todo y sueño, la mirada que dirigió a la joven llevaba la amenaza evidente.

De todos modos, no le dedicó mucho tiempo, pues se preocupó al ver a Ari: –¿Cuánto tiempo te quedaste fuera del agua? Tu piel está muy roja.

–Eh... pues cuando llegamos el sol estaba por ahí, y si ahora está allá... creo que dos horas- respondió él.

–¿Cuánto tiempo pueden estar sin agua?– preguntó Anémona. A decir verdad, tenía esa duda desde el día anterior, pero no era buen momento para preguntar entonces.

–No sé, pero menos de un día, eso es seguro. Y más cuando somos chiquitos- contestó Ari.

Anémona observó a los hermanos, y sugirió al joven: –Creo que la próxima vez debemos fijar una hora para vernos. No será bueno si te lastimas por estar esperándome.

–Está bien– contestó Ari, mientras su rostro se ponía aún más colorado. No podía ocultar que estaba feliz de que Anémona se preocupara por él.

Antes de que pasara algo más, Coral volvió a hablar: –Esa es buena idea, pero dejen de perder tiempo. Hay que concentrarnos.

Ari asintió. Anémona respiró hondo y dijo: –De acuerdo. Ya saben por qué soy una sílfide, así que no hay que repetir esa historia. Pero hay algo que escuché y me desconcertó: alguien dijo que los cristales de la cueva son capaces de anular la magia...

–¿Qué son cristales? ¿Hay en la cueva?– interrumpió Ari.

La muchacha se sorprendió: –¿No sabes eso?

–No. ¿Qué son?

–Son esas piedras rojas brillantes que están en la cueva donde nos conocimos.

–Ah. ¿Y entonces por qué les dices cristales y no piedras?

Anémona no supo si reírse o enojarse, y se quedó callada. Al parecer, esto sería más difícil de lo que parecía.

Coral resopló y dijo: –Por el momento no nos detengamos por preguntas así. Si es verdad que esas piedras anulan la magia, entonces la explicación no está ahí. Anémona es de una familia de pescadores, así que no puede ser sirena por naturaleza, y neutralizar la magia no la convertiría en una.

–Eso es precisamente lo que me desconcertó. Igual, la fuente no me parece muy confiable, pero...

–¿Qué cosa es una fuente?– esta vez interrumpió Coral. Ari se rió, pero no dijo nada, pues tampoco sabía qué era eso.

–Me refiero a la persona que me lo dijo- explicó Anémona.

–Oh, ya entendí– contestaron los dos hermanos.

Ella suspiró y se cubrió la cara con las manos. Esta vez, lo que la desesperó no fue la ignorancia de los hermanos, sino la información que aún tenía fresca en la memoria.

Erik había contado parte de una historia. Los patatones le hicieron recordar otra. A. Brah había dicho que debía conocer mejor a Erik y a Ari.

Nuevamente respiró hondo y dijo: –Bueno, debo contarles algo importante: hace unos días, llegaron pescadores desde otro lugar. Ellos creen que los seres mágicos son malos, así que los persiguen. Pero también tienen la mala costumbre de capturar a otros humanos sólo porque son de otros países, y entre esos prisioneros hay personas que viajaban en un barco que salió de nuestra isla, hace dos años. El tiempo corresponde a cuando se hundió el barco donde viajaban mi hermana y nuestros papás. También viajaban otras personas, pero la única que sobrevivió fue Cressida. Cuando ella regresó sola, casi todos en la isla desconfiaron de ella. Apenas han vuelto a hacerlo, después de que ha dirigido bien muchos otros navíos. Pero tal vez sí hayan sobrevivido más viajeros, y estén entre los prisioneros.

–Lamento mucho tu pérdida, pero ¿eso qué tiene que ver?– interrogó Coral.

Anémona medio rió y contestó: –En realidad lo último no tiene mucho que ver, ignóralo si quieres. Lo que sí es que en ese reino no quieren a los seres mágicos, y se supone que para anular su magia usan cristales como los de la cueva.

–Entonces, todo se reduce a esos cristales. Pero, no tiene mucho sentido. Si anulan la magia, ¿por qué te conviertes en sirena si eras humana?– interrogó Coral.

–Tal vez sí tenga sentido– murmuró Ari, y continuó en voz alta: –Habías dicho que tu papá no era de este lugar, ¿verdad?

–Sí, ¿por qué?– respondió la muchacha.

–Es que me acordé de algo que pasó hace tiempo, aunque no lo recuerdo bien porque en primera no estuve allí, y en segunda, apenas tenía tres años cuando pasó.

Coral entendió y asintió: –Yo tampoco estuve ni lo recuerdo bien, pero sí sé a qué te refieres. Creo que es la misma historia que papá recordó, aunque después de todo, ya no la cantó luego de que hablamos con Cressida, así que tal vez cree que se equivocó.

Anémona se sentó en una piedra y preguntó: –¿De qué se trata?

Ari contestó: –Lo poco que recuerdo es que un tritón se peleó con un pescador que lo mató, y aún así regresó como silfo para intentar salvar a alguien. El tío Google intervino en eso también. ¿No... sería tu papá ese tritón?

La joven sintió como un golpe en el corazón. Esa historia parecía la misma que Erik había contado, y encajaba bastante con lo que sabía. Con voz algo temblorosa, inquirió: –Espera... ¿ese pescador era un rey?

–No lo sé, ni idea de cómo es un rey. Tal vez mamá y papá sepan más detalles- respondió él.

Anémona cerró los ojos por unos segundos, intentando encontrar fallos en esa deducción: –¿Pero, entonces por qué Cressida no es una sirena también? Si papá era un silfo y mamá era humana, él debió poder volver a estar vivo, pero entonces sería un tritón, no un humano. Y él era humano.

–Quizá es por eso que tu hermana no se ahogó. Aunque para lo último no tengo idea– sugirió Coral.

Anémona no dijo nada más. Aún no podía tomar esa teoría como cierta, ya que faltaban datos, pero en realidad sonaba muy posible. Era mucho para procesar, y todavía, aunque era mucho menos posible, tenía la microscópica esperanza de que sus padres estuvieran vivos, entre los remeros del barco helanés.

Ari notó el desasosiego de la sílfide, y con algo de timidez se le acercó más. Coral, aunque no sentía compasión por ella, sabía que su hermano no podría quedarse tranquilo si Anémona no estaba bien, así que susurró al muchacho: –Abrázala, se sentirá mejor si lo haces.

–¡No me digas qué hacer!– protestó él, pero de todos modos, subió a la roca junto a la sílfide y la abrazó con suavidad.

La sirena rodó los ojos. Quería mucho a su hermanito, pero a veces ponía a prueba su paciencia. Se alejó un poco de la orilla y se dejó flotar pacíficamente en la superficie del agua.

Anémona lloró un poco, tratando de no hacer ruido. Estaba cansada de... en realidad, de todo. No había tenido un verdadero momento de tranquilidad en muchos días, pero unos instantes después de que el joven tritón la abrazó, consiguió uno. Los brazos de Ari no eran demasiado fuertes, ni tampoco delgados, pero sí daban esa sensación acogedora que uno quiere tener cuando lo abrazan. La voz gruesa y dulce a la vez, como caramelo de leche, que sonaba en volumen muy bajito mientras tarareaba una música no aprendida, completó la atmósfera serena.

Por desgracia, no duró mucho, ya que unos minutos después, se escuchó un silbido agudo y una voz que aún tenía la tonalidad que corresponde a un niño: –¡Susto, no vayas tan rápido, no puedo seguirte!

Ari, Anémona y Coral se volvieron hacia la dirección de donde venían tales sonidos, y comprobaron que se trataba de Sindri y del nokk.
La hermana mayor se acercó a ellos y preguntó: –¿Qué haces aquí, hermanito?

–Vine a comprobar que estén bien. Y traje a Susto por si acaso necesitaban ayuda– explicó Sindri. Coral lo miró con aprobación, a lo que el chico respondió con una sonrisa. Enseguida, nadó hasta donde se encontraba Ari y se abrazó a su cola.

El mayor sonrió ligeramente y acarició el cabello del pequeño: –Te dije que estaríamos bien, no hay de qué preocuparse.

–Ya lo sé, pero prefiero comprobarlo yo mismo– respondió Sindri.

Anémona no dijo nada. Se levantó y miró hacia el mar por unos instantes, luego vio hacia el bosque.

–¿A qué hora nos vemos mañana?– preguntó finalmente.

Meme de esrazee

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