24
Anémona, ya al entrar al bosque, notó que todo parecía estar en paz. Decidió quedarse un rato sentada bajo un árbol, antes de comenzar a recorrer los reinos, pues necesitaba serenarse. Los patatones, quienes como ya se sabe, estaban encerrados en el saco, protestaron: –¿Eh, por qué nos detenemos?
–No me siento bien– respondió ella secamente.
–Bueno. ¿Al menos podría sacarnos del saco?– pidió Hagen.
Anémona no contestó, pero sí los sacó. Los patatones se pusieron de pie, pues con el movimiento, se habían caído y golpeado con los barrotes de la jaula. Mientras se acomodaban el esqueleto, ella dijo: –Supongo que saben que en el barco que se hundió viajaba mi familia.
–Yo no sabía, pero cuéntame más– respondió Hagen, quien enseguida recibió un zape de parte de Braun por responder tan descaradamente.
Anémona rió un poco, pero rápido volvió a la seriedad: –¿Realmente les contaron todo a los reyes cazadores?
–Sí, lo contamos todo– afirmó Braun.
La joven asintió distraídamente y levantó la jaula para continuar avanzando hacia el reino de los patatones.
Hagen protestó: –¡Un momento! ¿Eso es todo? ¿No nos va a decir nada? ¡Ya me quedé con dudas! ¡Cuéntenos detalles! ¡Si lo hace, le doy los nombres de los otros veinte patatones que han llevado provisiones al drakkar!
Ella se detuvo por un momento para ver a Braun esforzándose para no ahorcar a Hagen, pero enseguida reanudo su camino. –No sé si lo vayan a entender. Pero, les puedo decir que tengo muchas piezas de un gran rompecabezas y no sé cómo unirlas.
Los dos presos guardaron silencio, un poco confundidos. Seguían con la impresión de que había algo muy importante que los cazadores de la isla y también los extranjeros ocultaban, pero al momento, nada les cuadraba.
El trayecto hasta el reino minero fue completado en silencio absoluto. La joven liberó a los patatones un poco después de llegar. Sin dirigirles la palabra, Anémona se fue a revisar el reino.
Los patatones se quedaron desconcertados, pero luego de unos minutos, Hagen habló: –Braun, tenemos nueva misión desbloqueada: vamos a investigar qué secretos ocultan los cazadores.
El otro respiró y contestó: –No creo que sea buena idea.
–Bueno, entonces investigo yo solito.
–Entonces diré que fue un gusto conocerte.
–¿No me vas a ayudar?
–No. Y cuando les diga a los demás lo que nos pasó, dudo que alguien quiera hacerlo.
–Pues entonces le voy a decir al hechicero que me preste su canica de cristal para averiguarlo a distancia.
Evidentemente, con el tamaño de los patatones, sus hechiceros usaban canicas en vez de las bolas de cristal de los hechiceros de los otros reinos.
En fin, aún discutiendo, los dos pequeños seres se fueron a su trabajo".
El narrador hizo una pausa para tomar agua. Mientras abría la botella, preguntó: –Bien, en lo que vamos, ¿tienen alguna teoría acerca de lo que pasa?
Antes de que alguien del público pudiera responder, el escritor dijo: –No, ¿qué tal si alguien lo adivina y les hace spoiler a los demás? Mejor que al final nos digan si sí lo habían deducido o pensaron que la solución era distinta.
–Está bien, pero espérenme tantito que se me cansó la boca de tanto hablar– respondió el editor, haciendo una pausa entre un trago y otro.
–Pues mientras, díganos señor autor, ¿Cuándo usted escuchó la historia, sí descubrió la verdad antes del final o no lo adivinó?– interrogó el niño que había preguntado por las pinturas al inicio.
–Pues... adiviné una parte y otra no, así que de todas maneras me sorprendió– contestó. El niño pareció conforme con la respuesta y se calló.
El editor retomó la palabra: "Bien, ahora sí, continúo con la historia: como dije, Anémona recorrió el reino de los patatones, pero no se sentía muy bien. Aunque no estaba cansada ni lastimada, las historias que tanto Erik como los patatones le contaron la desconcertaron.
Después de un rato caminando por el reino, salió de nuevo al bosque, sin saber con certeza a dónde dirigirse. Como pasaba por una zona de pastizales altos, se dejó caer para descansar un rato.
Sin embargo, no había transcurrido mucho tiempo, cuando apareció Violeta, junto con su mamá, quienes llevaban cargando algunos minerales, que seguramente habían conseguido con los patatones. Ambas la saludaron y preguntaron: –¿Qué haces aquí?
–Necesito descansar un poco antes de seguir recorriendo los reinos– contestó Anémona.
Las sílfides la miraron con atención.
–¿Qué es lo que ocurrió?. No te ves cansada; más bien, creo que estás preocupada– dijo Lovis.
Anémona asintió, pero contestó: –No quiero hablar de ese tema. Sólo necesito calmarme.
–De acuerdo– concedieron ellas.
Ambas se sentaron en el suelo, cerca de Anémona. Tras un largo rato de silencio, Violeta se asomó para ver a su amiga. –Hace rato vimos pasar a Olaf y Singular. ¿Es importante?– preguntó.
–Mucho, pero no sé cómo explicarlo– respondió Anémona.
–Entonces no lo expliques. Sí él te está sustituyendo, entonces puedes descansar por hoy. Eso te ayudará– sugirió Lovis.
–No sé, en verdad creo que no debo dejarle el trabajo a él, después de todo, se supone que soy yo la que debe vigilar– afirmó la joven.
–Estás bajo mucha presión. Descansa más– esto fue algo más cercano a una orden por parte de la mamá.
Anémona contuvo las ganas de llorar; hacía mucho que no le hablaban así, entre regaño y consejo. Las sílfides lo notaron y abrazaron a la muchacha.
Estuvieron así por un rato, hasta que se escucharon los cascos de un caballo acercándose rápidamente. Anémona reaccionó, levantándose y lanzando su navaja en la dirección de donde venía el sonido. De inmediato se escuchó un grito de miedo.
Las tres voltearon y vieron que a quien había estado a nada de lesionar seriamente era Olaf, quien como ya habían observado Violeta y su mamá, iba a lomos de Singular, y la navaja había pasado a unos milímetros de su nariz, aunque al final se había clavado en la rama de un árbol cercano.
El consejero, apenas recuperándose del casi infarto que le dio, miró hacia la dirección de donde vino el arma blanca y vió a las sílfides.
–Anémona, no trates de acuchillar a todos los que pasan cerca de ti; puede que te arrepientas después– protestó Olaf.
–¿Y cómo estás tan seguro de que fui yo?– preguntó ella.
Olaf entrecerró los ojos acusadoramente.
–Bueno, sí fui yo– admitió Anémona.
–Qué bueno que no le diste. Si no, ¿de dónde sacas otro consejero para Haakon?– bromeó Violeta.
Lovis no sabía si reírse o regañarlas, así que mejor se dirigió al consejero: –Buenos días. Veo que han ocurrido algunos percances en su reino, ¿algo de lo que haya que preocuparse?
–No creo que sea tan grave. Eso espero– respondió Olaf, aunque lo último lo dijo en voz baja.
–En realidad sí está un poco complicado el asunto– respondió Anémona.
–Oh, creo que necesito una actualización porque me quedé en que no era algo tan importante– balbuceó él. Rió nervioso y se bajó del caballo para entregarle las riendas a la muchacha, pero Lovis las agarró y se las regresó: –Sería bueno si continúas vigilando tú. Anémona debería descansar un poco más.
–Estoy bien, puedo continuar yo– aseguró la joven.
–No te ves tan bien. Haz caso, si no descansas te puedes enfermar– insistió Lovis.
–Creo que tiene razón, qué mal semblante traes– opinó Olaf.
Anémona estaba por responder, pero Violeta habló primero: –¿No habías dicho que Ari iba a venir a buscarte? Si no te ocupas de vigilar por hoy, tendrás mucho tiempo con él.
Anémona le dio un golpecito a su amiga: –Oye, ayer dijiste que no distraiga tanto con él, y ahora... ¿cómo sé que no eres un skrull?
Violeta se rió y contestó: –Sí es cierto, pero digo, no es que vaya a ser lo mismo todos los días, ¿verdad?
–No estoy entendiendo nada– se quejó Olaf.
–Yo un poco. Por lo menos entendí la referencia– respondió Lovis.
Las muchachas rieron nuevamente y Violeta explicó: –Es que ayer estábamos hablando de un asunto importante del que sugiero que Anémona se ocupe ahorita.
Lovis y Olaf se vieron uno al otro, todavía más desconcertados.
–Es un poco difícil de explicar rápidamente– dijo Anémona.
–Hmm, está bien– contestaron los dos, aunque no muy convencidos.
Anémona tampoco estaba muy segura, aunque a decir verdad, sí quería ver a Ari. Lo deseaba mucho, pero tenía que cumplir con la responsabilidad de vigilar a los seres del bosque.
–Piénsalo como en los hechizos complejos. Das algo para recibir algo; en este caso, un día de trabajo por un día más cerca de la verdad– insistió Violeta.
–Ah, creo que ya estoy entendiendo. Y pienso que es buena idea– contestó Olaf.
Anémona miró a sus amigos con inquietud.
–¿Están seguros?– preguntó.
Violeta asintió: –Que no te dé miedo; verás que no hay problemas.
La joven entonces sonrió y dijo: –De acuerdo, entonces los veré después– , y se fue corriendo.
Lovis no agregó nada, pero miró a Violeta interrogadoramente. Al notar la mirada de su mamá, la sílfide afirmó: –Te contaré lo que pasa cuando estemos en casa, tranquila.
–Espero que me expliques con todo detalle– respondió.
Olaf volvió a subir al lomo de Singular y dijo: –Me quedé más perdido que antes, mejor voy a seguir vigilando el bosque. Hasta luego– y se fue.
Las sílfides también retomaron su camino.
Había una calma tensa, como antes de las tormentas.
Seguramente notaron una o más de estas referencias en el capítulo:
1) Esta en realidad ya se venía desde el capítulo anterior, aunque no está muy marcada.
Braun y Hagen tienen una leve inspiración de Jiang Cheng y Wei Ying.
2) Cuando Lovis, Olaf y Violeta ven que Anémona no está bien tal vez se les vino a la mente una escena de Shrek 1.
3) Anémona dijo una frase famosa de Iron Man:
4) La última es entre Lovis y Olaf, probablemente conocen el meme pero no se acuerdan de la escena de donde vino:
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