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23

Al regresar al castillo, mientras Haakon y Cressida hablaban con los helaneses, Anémona llevó a los patatones a la biblioteca para interrogarlos como se debe... bueno, no, pero sí con menos interrupciones.

La cuestión es que fue allí, cerró bien la puerta y dejó sobre el escritorio a los patatones, quienes, como ya habían sido descubiertos, estaban dispuestos a confesar, pero cuando Anémona se sentó frente a ellos, no supo qué decir.

El más chico de los dos preguntó: -Disculpe, ¿no nos va a preguntar cómo nos llamamos, qué hacíamos en el barco y demás cosas así?

-Eh, sí. Sólo...estaba pensando. Bueno, ¿cuáles son sus nombres?- balbuceó Anémona.

El mayor respondió: -Yo soy Braun y este chaparrito es Hagen...- a lo que protestó el chico: -¡No estoy tan bajo! ¡Sólo me ganas por dos centímetros! ¡23 cm contra 25 no es la gran cosa!
Anémona se rió y dijo: -Está bien, con eso basta. Ahora sí, dígame qué hacían en el barco.

Braun dio unos pasos al frente y habló: -Está bien, le contaré sin más vueltas. Pero creo que también nos ayudaría que nos dijera lo que le afectó. Bueno, Hace unos días, detectamos una extraña radiación, gracias a uno de los inventos que les intercambiamos a los silfos. Tal radiación era similar a la de los cristales de ruburum, por lo que decidimos venir a investigar, ya que esos cristales son difíciles de obtener, porque además de que están a mucha profundidad, por la falta de magia están cada vez más escasos. Entonces, vinimos lo más sigilosamente posible, y descubrimos que la radiación provenía del drakkar de los helaneses, y se nos hizo raro, ya que nuestro rey Mause dijo que el rey Haakon había señalado que los cazadores helaneses desprecian la magia.

-Exacto, y ahí es donde entro yo. Como soy el más escurridizo de nuestra minería, decidí entrar al barco en modo espía para saber qué rayos ocurre en ese sitio. Y lo que descubrí fue perturbador- intervino Hagen, quien como ya habrán notado, se recuperó rápido del susto, y estaba deseoso de mostrar su lado "heroico".

Braun no le reclamó, a pesar de que se sentía la exageración en las palabras del menor, y lo dejó continuar.

-Bueno, evidentemente, las mejores horas para ir son el anochecer y el amanecer, así que la primera vez fui al anochecer, antes de que los cazadores volvieran al navío. Entré sin mucha dificultad, y siguiendo las indicaciones del aparato detector de radiación, llegué hasta la habitación del príncipe. Sé que es suya porque ahí había cosas que he visto que lleva él, entre las cuales destaco ese collar con el ruburum que le mostró hoy, pero además guarda guardadas otras joyas que también tienen esos cristales. El caso es que como ya los había encontrado, pues pensé que el misterio estaba resuelto y me iba a bajar del barco, cuando oí pasos de mucha gente.

-No me digas: los helaneses regresaron y el príncipe se dirigía hacia donde estabas- dijo la muchacha.

-Exactamente. Entonces, tenía que ocultarme, pero en ese lugar no había nada que me diera un buen escondite, así que antes de que el príncipe entrase, salí corriendo, pero me desorienté y terminé en el área de los remeros. Ahí sí que había lugares para esconderse como se debe, pero no contaba con que uno de los remeros estaba intentando escaparse y por poco me pisa. Me asusté y grité, lo admito. Pero por suerte, ese remero fue muy bueno y me ayudó a esconderme. Aprovechando el rato, me contó su drama: él era de Toivonpaikka, pero hace dos años, salió de viaje en barco junto con otros cazadores; el barco se hundió por una tormenta y hubieron muchos ahogados. Por si fuera poco, unas horas después apareció otro barco, que recogió a los que quedaban vivos. Ese nuevo barco era de Heland, y los tomaron como prisioneros, y posteriormente, como remeros. De verdad los han tratado muy mal, así que decidí que tenía que ayudarles.

-Cuando Hagen por fin pudo salir y nos contó su aventura en el drakkar, pidió al rey Mause autorización para llevar provisiones a los remeros, y su majestad nos la concedió, aunque, consideró que debía hacerse sin la participación de los cazadores. Según él, si se le informaba al gobierno humano de Toivonpaikka, sólo se entorpecería el llegar a un acuerdo con los extranjeros- agregó Braun.

-Entonces, ustedes han estado llevando víveres a los remeros. Sin duda es una buena obra. Pero, ¿por qué no nos informaron que había prisioneros de nuestro reino?- interrogó Anémona.

-¿Cómo los rescatarían? Aunque lo pidieran por favor, ¿no sería muy extraño que se supiera así, de repente y sin que ningún cazador toivonés hubiera visitado el barco?- respondió Braun.

La muchacha pensó por unos segundos y asintió. Sería algo muy difícil de explicar, y por supuesto, eso afectaría el acuerdo. No se le ocurría una forma de resolverlo. Respiró hondo y dijo: -Bien, en eso tienen razón. Aun así, debo contárselo al rey Haakon. No creo que se moleste, pero en verdad es complicada la situación.

Los patatones también suspiraron y respondieron: -Está bien. Si seremos castigados, lo aceptaremos.

Anémona tomó de nuevo a los dos pequeños seres y los guardó en un cajón del escritorio, al cual impidió ser abierto, colocando el respaldo de la pesada silla al frente del mismo.

-Lo siento, pero no debo confiar en que no escapen. Estarán seguros aquí, vuelvo pronto- explicó antes de irse.

Cuando oyeron que la muchacha salió de la habitación, Hagen preguntó: -Oye, ¿tú crees que estuvo bien no decirle que además de nosotros, hay otros 20 haciendo lo mismo?

-Hmm, sí creo que estuvo bien- respondió Braun".

En este punto, una niña del público preguntó: -Oiga señor narrador, ¿y los patatones les llevaban enchiladas mineras a los remeros?

El editor rió y contestó: -No lo sé, pero hubiera sido muy buena idea- y continuó contando:

"Bueno, como ya dije, Anémona salió de la biblioteca y fue a buscar a los reyes para informarles sobre lo dicho por los patatones. Sobra decir que le puso seguro a la puerta para que no entrase alguien y liberase a los entes.
Como era de esperar, Haakon y Cressida estaban en el salón principal, junto con los extranjeros. Tornado también se encontraba allí, puesto que sus altezas habían regresado.

Al ver llegar a Anémona al salón, Cressida se acercó y le preguntó por los patatones, a lo que respondió con un breve resumen de lo que ocurrió y que los había dejado encerrados en el cajón del escritorio.

La reina sacudió la cabeza ante las medidas anti escapes que había tomado Anémona, pero sólo dijo: -Está bien. Le diré a Haakon.

La menor asintió. Cressida se acercó nuevamente a su esposo y le susurró unas palabras. De inmediato, el rey narval se dirigió a los helaneses: -Disculpen. Según parece, surgió un imprevisto, así que los dejaremos en manos del hec... consejero, Thorvaldo.

Enseguida, ambos reyes dejaron el salón. Tornado se aclaró la garganta y habló, dirigiéndose a los visitantes: -Bien, como su majestad estaba explicando, con los metales que nos van a traer, podremos fabricar una mayor cantidad de instrumentos de navegación...- pero Erik no estaba poniendo atención, ya que se acercó a la joven y le habló: -¿Todavía está molesta conmigo?

Anémona lo miró de lado, inhaló todo el aire que pudo y respondió, aunque sin gritar:-Por supuesto que todavía estoy molesta con usted, pero más molesta voy a estar si no termina de contarme esa historia.

Él parpadeó y preguntó: -¿Esa historia?

-Sí, esa historia- contestó ella.

-Está bien. Hmm, ¿hablamos de la misma historia, verdad?

-Si es la historia de por qué en Heland desprecian a los seres mágicos, sí.

-¿Y qué es lo que quiere saber?

-Todos los detalles que conozca.

-¿Y por qué el interés?

-Curiosidad.

-¿Así y ya?

-Sí, así y ya.

-Bueno, entonces le cuento, pero, creo que este no es un buen momento. ¿Le parece bien si nos reunimos más tarde? Tal vez antes de que vuelva al barco.

Anémona dudó por unos segundos. La historia que Erik había contado tenía agujeros evidentes, pero mostraba que los nativos de Heland no odiaban a los seres mágicos solo porque sí. O tal vez sí, pero al menos buscaron una justificación creíble, pero ¿cómo saberlo? Pues, no le quedaba otra que preguntar.

-Délo por hecho. Nos veremos más tarde- afirmó antes de salir del salón.

El príncipe sonrió levemente. Al parecer, se había aliado con alguien muy eficiente, y no iba a dejar esa oportunidad para salvar a la joven. (Bueno, según él).

Luego de abandonar el salón, Anémona se dirigió a la puerta del castillo. Esperó allí por si el rey o la reina le ordenaban algo respecto a los patatones.

En efecto, un ratito después, Cressida la encontró y le entregó a los dos pequeños seres, quienes estaban encerrados en una jaula, dentro de un saco.

-Llévalos de vuelta a su territorio. Ya nos explicaron lo que pasa, pero está complicado el asunto- indicó.

La menor asintió, tomó el saco y se dirigió al bosque.

Cressida suspiró mientras veía alejarse a su hermanita. Aunque al principio no creía posible lo que Werner había dicho, con la información que dieron los patatones estaba empezando a considerarlo posible.

1)

2) Para los que no conocen las enchiladas mineras, son esas de ahí abajito 👇:

Para más información, pregunten al tío Google 😁

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