21
La mañana siguiente, Anémona estaba en la pequeña biblioteca del castillo. Se había levantado más temprano que de costumbre para interceptar a Cressida, ya que quería hablar con ella un poco más antes de marchar al bosque, puesto que el día anterior no habían hablado acerca de la reunión con la familia de Ari. Sin embargo, el primero en llegar a la biblioteca fue Erik.
Cuando la muchacha lo vió entrar, rápidamente se volvió invisible, pero como no tenía la práctica que otras sílfides para controlar esta habilidad, se escondió bajo un escritorio, previendo que el príncipe la descubriera.
En efecto, Erik, aunque estaba seguro que había alguien más en la biblioteca, no consiguió descubrirla. Un tanto desconfiado, se acercó al único librero y revisó algunos escritos. Anémona contenía el aliento para no revivir sospechas de su presencia, cuando entró una segunda persona. Esta vez se trataba de Olaf, quien buscaba a Haakon, pero al encontrarse con el príncipe, y ver que estaba leyendo, lo saludó: -Buenos días, su alteza.
Erik lo miró y contestó el saludo: -Buenos días. Usted es Olaf, ¿cierto?
-Sí, ese soy yo- respondió el consejero.
El príncipe lo observó y dijo: -Tengo entendido que es uno de los consejeros del rey Haakon. Aunque, creo que es muy joven aún para tal puesto, pero supongo que las apariencias engañan.
Anémona se esforzó en no aparecer y decirle lo que pensaba de él.
Mientras, Olaf contestó: -Bueno, eso es verdad. Pero, ¿qué lee usted?- se agachó un poco para leer el título del libro que sostenía el príncipe. Era un antiguo libro acerca de los dragones.
-Ah, ya veo. Ese es muy interesante- afirmó el consejero.
Erik volvió a poner el libro en su lugar y dijo: -¿En serio?. No comprendo cuál era el propósito de catalogar a los dragones. Lo único que se debía hacer era cazarlos. Gran noticia fue que se hayan extinto.
-Pues, a mí me parecen importantes estos registros. Después de todo, en el futuro podría ser importante para que las personas sepan lo que se perdieron- comentó Olaf, mientras miraba por la ventana, soñando despierto con los dragones.
Erik lo miró sorprendido, pero prefirió no discutir. En cambio, preguntó: -¿Sabe dónde está el rey?
-No, venía a buscarlo precisamente. Iré a ver en otro lugar- contestó Olaf, y tras hacer una reverencia, salió de la biblioteca.
Erik recorrió el librero con la mirada. Suspiró con fastidio y se marchó también, pero se detuvo en la puerta, al ver que llegó Cressida.
-Buenos días majestad- saludó él.
-Buenos días. Supongo que busca a Haakon- contestó la reina.
-Sí. Pero, antes, dígame; ¿le gustaría conocer nuestro drakkar?
Cressida pensó rápido. El príncipe le estaba dando la oportunidad de investigar qué ocurría en ese barco al que subían furtivamente patatones.
-Me encantaría. Se lo diré a mi esposo.
-Entonces, nos veremos allá. ¿Le parece bien, en media hora aproximadamente?
-Délo por hecho.
Erik sonrió, hizo una reverencia y se fue. Cressida entró a la biblioteca y se acercó al librero. Mientras buscaba con la mirada un libro, Anémona salió de abajo del escritorio, aún invisible, pero antes de que volviera a la normalidad, Cressida, que había notado su sombra, (la cual no se hacía invisible), volteó hacia ella y dijo: -Buenos días hermanita.
Anémona volvió a ser visible: -Buenos días.
-¿Escuchaste la conversación?
-Sí. No me regañes por favor.
-Tranquila, no pensaba hacerlo. Suena mal, pero hay que usar esta oportunidad para descubrir lo que pasa con los patatones.
-Bien pensado. ¡Espero que lo descubras!
-Descubramos; tú también vienes.
-¿Yo por qué? ¿Fue porque pregunté?
-No, es porque en primera, tú puedes escabullirte más fácil, y en segunda, tal vez puedas descubrir algo importante. ¿No habías dicho que A. Brah mencionó que el príncipe también puede ser de ayuda para descubrir por qué te convertiste en sirena?
Anémona resopló e hizo un mohín de disgusto. La reina sólo rió y le dió unas palmaditas en la cabeza.
La hermana pequeña volvió a protestar: -Pero tengo que continuar con la vigilancia en el bosque. Y también veré a Ari. ¿No puedes decir que vamos otro día?
-Lo siento. Dudo que el príncipe acepte un cambio de fecha, considerando que ya estamos a un paso de terminar el acuerdo. Es "tómalo o déjalo"- contestó Cressida.
-¡Entonces lo dejo!- exclamó Anémona.
La hermana mayor no dijo nada, pero se reía en su interior. A veces dudaba de que su hermanita ya hubiese madurado. Sin embargo, no podía estar detrás de ella todo el tiempo; tenía que confiar en sus decisiones.
En eso, Tornado, Olaf y Haakon llegaron a la biblioteca.
(Se llenó la casa).
Al ver a Anémona molesta y a la reina en actitud de "denme paciencia por favor", los tres caballeros se desconcertaron.
-¿Qué pasó? ¿Algún problema del que no nos hayamos enterado?- interrogó el rey.
-No es precisamente un problema- respondió Cressida, y enseguida explicó lo ocurrido.
Cuando terminó, Haakon pensó por unos segundos y luego habló: -Tienes razón amor, esta es la oportunidad de investigar qué es lo que pasa sin violar el derecho internacional. Y en cuanto a Anémona, también creo que es buena idea que venga al barco para investigar con nosotros.
-Pero, ¿quién cuidará los reinos del bosque?- protestó Anémona.
Haakon volteó hacia Olaf y respondió: -Él lo hará.
-¿De verdad? ¡Ya hasta me siento importante!- exclamó el consejero.
La muchacha se rió, pero no objetó. Olaf era bastante capaz, y seguro haría bien su trabajo; siempre y cuando no demorasen mucho, podía quedarse a cargo de la vigilancia.
-Está bien. Voy, pero tratemos de que sea rápido- cedió la muchacha.
-Así lo haremos. Bueno, pero el príncipe dijo que nos esperaba en media hora y ya pasaron veinte minutos: vamos ya- señaló la reina.
-Muy bien. Tornado, por favor atiende los asuntos del castillo mientras volvemos, y Olaf, ve por un caballo y dirígete al bosque. Volveremos lo más pronto posible- ordenó el rey.
Los dos consejeros asintieron y se fueron a cumplir las órdenes del monarca, y Haakon, Cressida y Anémona se dirigieron al puerto para visitar el barco proveniente de Heland.
Como Erik ya había dispuesto que los recibieran, afuera del drakkar estaban esperándolos varios helaneses, quienes se sorprendieron de ver que solo llegaron ellos tres, pues esperaban que el rey llevara una comitiva algo más imponente, pero bueno. El primero que se acercó a Anémona y los reyes fue el sujeto que el día anterior había acompañado al príncipe cuando se encontraron con Anémona persiguiendo al patatón.
-Buenos días, majestades y señorita. Por favor, pasen por aquí- les indicó.
Los tres le devolvieron el saludo y enseguida subieron al barco. Haakon y Cressida ya habían estado en navíos anteriormente, claro, él como pasajero y ella como capitana, pero la sensación de leve movimiento que producía el movimiento de las olas, en ese momento ligero, no les sorprendió. Por el contrario, Anémona se agarró fuerte de Cressida, insegura de cómo moverse sin caerse, aunque el movimiento no era suficiente para eso en realidad.
El helanés fue a buscar a Erik, quien apareció rápidamente y saludó a sus visitantes: -Buenos días. Me alegra que hayan venido.
-Gracias por invitarnos- respondió Haakon sonriendo.
Cressida asintió, pero no podía sonreír también porque su brazo derecho se estaba entumiendo con el agarre de Anémona, lo cual era bastante incómodo. Erik notó a la joven asustada y dijo: -No tenga miedo, señorita. Si nuestro drakkar no fuera seguro, no habríamos llegado a Toivonpaikka a salvo desde Heland.
Anémona sólo respondió mostrando sus dientes como amenaza. El príncipe trató de ignorar ese gesto y llamó a su compañero: -Soren, por favor explica un poco acerca de nuestro barco a sus altezas.
El aludido asintió y comenzó a hablar acerca de las técnicas de construcción naval de Heland y cómo estaban en un excelente drakkar, a lo que Cressida fue quien puso más atención. Haakon, mientras tanto, observó con atención para captar algún movimiento inusual que quizá delatara la presencia de patatones. Anémona también quería hacerlo así, pero le ganaba el miedo.
Insegura como nunca, trató de serenarse pensando en que pronto podrían regresar a tierra y continuaría vigilando los territorios del bosque. Visualizó a las sílfides trabajando en crear cosas nuevas ocultas en su fantasmagórica ciudad. Los duendes haciendo travesuras y queriendo domar animales, lo cual no siempre resultaba bien. Los patatones excavando el subsuelo para obtener minerales y de paso unas cuantas lombrices. Los pájaros volando, zorros cazando, insectos camuflándose. Pero al final, había otro lugar donde quería estar: esa zona rocosa en la costa cerca de la salida de la cueva de los cristales de ruburum.
Justo mientras pensaba en ese punto, sintió que alguien la agarró de los hombros con firmeza, pero también con suavidad. -¿Ari?- preguntó abriendo los ojos, pero se encontró con el príncipe, a lo que Anémona no supo cómo reaccionar. Podía empujarlo, pero no quería caerse.
-¿Quién es Ari?- preguntó Erik.
-Eh...eso no es importante para usted- contestó la muchacha.
-Bueno, si usted lo dice...
Antes de que ella pudiera hacer o decir algo, Cressida intervino: -Hermanita, no te preocupes. Deja que su alteza te ayude.
Anémona iba a protestar, pero su hermana le dio una mirada firme y susurró: -Recuerda lo que dijo el hechicero supremo.
La joven respiró hondo y trató de dominar su orgullo. Se apartó de las manos de Erik, aunque con más cuidado de no maltratarlo, y con renuencia habló: -Gracias por ayudarme. Pero, creo que ya me acostumbré al movimiento, puede soltarme.
Era cierto a medias, pero con tal de que no la tocara...
Erik asintió: -Está bien. Entiendo que aún no confíe en mí.
El príncipe la dejó en paz y se dirigió a los reyes: -Bueno, si les parece bien, vamos a recorrer el barco.
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