20
Erik volteó hacia Cressida. Sonriendo, contestó: –Lo siento, perdí la noción del tiempo. ¿El rey Haakon me llama?
–No. Vine por mi cuenta.
–Oh. No sé qué decir.
Cressida observó la habitación donde se encontraban. Como en todos los tipos de barcos que conocía, era pequeña y un tanto oscura, pero al menos estaba cuidada y limpia. El patatón no se arriesgaría a entrar a una habitación así, sin lugar dónde ocultarse. Probablemente entró al espacio de los remeros.
Erik se puso en pie y dijo: –Bien, entonces iré al castillo. ¿Vendrá también?
–Por supuesto. Aunque, me gustaría conocer mejor su barco. La estructura es básicamente igual a los que usábamos, pero el tipo de madera y la forma del casco parece mejor– respondió la reina.
El príncipe no tenía idea de qué estaba hablando, pero le siguió la corriente: –Antes de que nos vayamos, podría venir y verlo más detalladamente.
–Gracias. Lo tendré en cuenta.
Los dos salieron de la habitación. Al ver a su príncipe, los helaneses se movilizaron y rápidamente se alistaron para dirigirse al castillo también.
Cressida y Erik bajaron del navío, seguidos por muchos de los extranjeros. Mientras caminaban, la reina preguntó: –Alteza, ¿rezaba por algún motivo en específico?
Erik dudó un poco, mas respondió: –Ayer cometí una falta grave. Pero espero que valga la pena. Hay alguien que quiero salvar, pero para eso... si no puedes vencer al enemigo, únete a él.
–Anémona solía decir esa frase, pero al revés. Si no puedes unirte, véncelos– respondió Cressida. Respiró hondo y dijo: –Mi hermanita era bastante peleonera hasta hace poco. Si ustedes hubieran llegado unos días después, tal vez hasta se llevarían bien.
–¿Lo cree de verdad?– preguntó con cierta emoción Erik.
–Hmmmm... tengo mis dudas, pero al menos sería menos cruel– respondió la reina.
–¿Cree que lo pueda arreglar?
–¿Qué cosa?
–Si ahora yo pueda hacer que Anémona deje de estar molesta conmigo.
Cressida se rió: –Inténtelo si quiere, pero le tomaría mucho tiempo. Mejor concéntrese en terminar el acuerdo. Haakon y sus consejeros prepararon algo que los dejará pasmados.
Erik no dijo más. Aunque ya estaban a las puertas del castillo, no estaba concentrado en el acuerdo. Lo que quería era encontrar a la muchacha pronto para intentar cambiar su actitud respecto a él.
Anémona, por su parte, ni siquiera lo tenía en mente. Para ese momento, se había encontrado de nuevo con Violeta, y estaban recorriendo el bosque.
Como siempre, la joven le había contado a la sílfide lo que había ocurrido. Aunque Anémona estaba más emocionada por ver a Ari, Violeta mantenía la cabeza fría, y se preocupó por el tema de los patatones.
–En serio, ¿cómo dejas de lado que hay patatones yendo al reino de los cazadores sólo por un chico?– protestó Violeta.
–No lo he dejado de lado, y tampoco es cualquier chico– respondió Anémona.
–Cierto. Es el que te gusta– contestó maliciosa la sílfide.
–¡No!... Bueno, sí, pero no es por eso. Lo que me emociona es que me va a ayudar a investigar por qué me convertí en sirena. Eso es algo importante para mí.
Violeta respiró hondo y asintió con la cabeza: –Es cierto. Pero, eres la responsable del bosque. Además, Ari no se irá lejos; le gustas y no te va a abandonar. En cambio, con los helaneses el asunto es de vida o muerte. Si descubren que nuestros reinos son aliados, probablemente intenten algo en nuestra contra.
Anémona no respondió. Violeta tenía razón, y estaba usando casi las mismas palabras que la muchacha había dicho cuando los helaneses llegaron a la isla. ¿De verdad se estaba distrayendo tanto? No podía ser tan irresponsable. Bueno, sí podía, pero no debía.
Suspirando, habló: –Tienes razón. Haakon me eligió para este trabajo porque soy la que conoce mejor el bosque. No debo ser tan egoísta, eso nos perjudicará.
–Sí. No es malo pensar en ti, sólo que no debes dejar de pensar en los otros también– respondió Violeta.
Anémona suspiró y dijo: –Está bien. Seguiré siendo la muchacha del temple de hierro de groncle. Pero si ves que ando distraída, me ayudas, ¿va?
–Va– respondió Violeta.
Las dos amigas chocaron las manos y se sonrieron. Siguieron su recorrido por el bosque. El lugar parecía tranquilo, como en ocasiones anteriores. Los animales no se alteraban al paso de las sílfides, por lo que continuaban sus actividades en calma. De vez en cuando, se notaba la presencia de los duendes, pero no les prestaban atención.
Había transcurrido un tiempo bastante amplio cuando las muchachas se encontraron con A. Brah, el hechicero supremo, quien estaba en un claro, cerca de su casa. Preparaba algunas cosas en el suelo, sin duda para hacer un encantamiento.
Las sílfides se acercaron a él y saludaron: –Buenas tardes, señor A. Brah.
–Oh, buenas tardes niñas. Estoy preparando esto para levantar la barrera mágica– respondió el hechicero.
–¿Ya le dijeron? ¡Qué rápido!– exclamó Violeta.
A. Brah rió y asintió con la cabeza.
–Son las ventajas de ser hechiceros. Pueden enterarse de todo con la bola de cristal– murmuró Anémona.
Él alcanzó a oírla y respondió: –A decir verdad, sirve cualquier superficie reflectante. Pero sí, Kjelld me avisó usando la bola de cristal. Y Tornado me lo confirmó.
Ellas no dijeron nada más. El hechicero supremo resopló tras dejar el último objeto en su sitio, y preguntó a Anémona: –A todo esto, ¿cómo te ha ido con los chicos?
–¿Se refiere a Erik y Ari?– preguntó la joven a su vez.
–Obviamente, me refiero a ellos.
–Ari quiere ayudarme a investigar. Y con Erik no he hablado; en realidad lo he evitado.
A.Brah chasqueó la lengua: –Bueno, entonces vas lento. Necesitas a ambos para resolver el misterio, aunque no quieras al príncipe.
Anémona resopló, mientras Violeta se rió por lo bajo. Él continuó: –Así es la vida, de caprichosa. Y será mejor que lo aprendas antes de volver a ella, porque cuando lo resuelvas, estarás viva de verdad.
Las dos amigas se quedaron desconcertadas. A. Brah no dijo más, y haciendo unas extrañas señas, comenzó a formar la barrera mágica. Aunque no se vió ningún cambio, en todo el contorno del bosque una fuerza invisible aisló el lugar, por lo que quienes estaban adentro del bosque no podrían salir, y los de afuera no podían entrar. Al terminar su conjuro, A. Brah, comenzó a recoger todo de nuevo.
–Sólo hay ahora dos formas de entrar o salir. O con un libro, o con un ruburum– dijo, terminando de guardar sus objetos mágicos. Enseguida, se despidió con la mano y regresó a su casa.
Aunque en el momento ninguna de las chicas logró reaccionar debido al asombro, cuando lo hicieron, la mención de los cristales rojos les hizo pensar que A. Brah les había dado una pista, pero no lograron asociarla con algo que ya conocieran de la magia.
–No sé qué pienses, pero a mí se me hace que el hechicero no prometió nada y sólo nos quiere ver sufrir– gruñó Violeta.
Anémona se rió y asintió. Ambas retomaron su camino y siguieron vigilando. Por fortuna, no encontraron ningún problema, así que pasaron el día con relativa tranquilidad.
Cuando la joven regresó al castillo, los helaneses apenas estaban saliendo. Se veían muy sorprendidos y contentos a la vez. Anémona los vió alejarse mientras entraba al castillo, y buscó rápidamente a Cressida.
No tardó mucho en encontrarla; estaba junto con Haakon y Olaf en el salón principal. Al ver llegar a la muchacha, los tres la saludaron. Se veían contentos, así que les preguntó: –¿Cuál es la buena noticia?
–Todavía no hay noticia. Nos estábamos riendo de las caras de asombro de los helaneses– respondió Olaf.
–¿Pues qué los sorprendió?– preguntó Anémona.
–Les mostramos las propuestas de los silfos. Aún no eligen cuáles, pero quieren comprar varios inventos. Aunque no tenemos todas esas tecnologías, nos dimos cuenta de que los silfos nos mandaron los inventos más antiguos que tienen– explicó Haakon.
La muchacha se rió entonces. Los silfos no eran humanos, pero cómo se les parecían en astucia.
Cressida cambió el tema: –Bueno... no es por arruinar el momento, pero ahora que estamos solos, tengo que decir que ví de nuevo a un patatón entrar al barco. Lo seguí, pero no pude investigar más porque me descubrió uno de los consejeros del príncipe. Pero lo más sospechoso es que el príncipe mencionó que cometió una falta grave. Tal vez haya conexión entre esos dos sucesos.
–Considerando que Mause no nos quiso decir nada, apoyo tu teoría, amor. Espero que las consecuencias no sean graves para ninguno de los reinos- reflexionó el rey narval.
–También lo espero– agregó Anémona. Aunque A.Brah insistió en que debía acercarse a Erik, no podía creer que fuera buena idea.
Pero ese asunto sería para el siguiente día. Mientras tanto, debían cenar e ir a descansar, o no tendrían energía para investigar.
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Si quieren ver cómo es Anémona, publiqué dos dibujos de ella en "Fanarts y otros dibujitos"
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