19
Las muchachas llegaron al sitio donde las aguardaba la familia de sirenas.
Para ese momento, la situación ya estaba más tranquila. Sólo estaban asomados fuera del agua los padres y los dos hijos mayores.
Al ver llegar a las hermanas, Gretel acercó más hacia sí a Ari. El chico no protestó, ya que se sentía mejor así.
Anémona saludó nuevamente y presentó a la reina: -Ella es mi hermana mayor, Cressida.
-Mucho gusto de conocerla. Soy Werner; mi esposa, Gretel. Y mis hijos mayores, Coral y Ari- respondió el tritón.
Cressida estaba sorprendida por todo lo que veía y oía, mas no lo demostró, y contestó con cortesía: -También es un gusto conocerlos. Mi hermanita me dijo que querían hablar conmigo, así que estoy dispuesta para lo que quieran saber de nosotras.
Werner y Gretel asintieron, y dirigieron la primera pregunta a la reina. Sin embargo, Anémona no supo de qué se trataba, pues justo frente a ella apareció Zuwa y le habló:
-Hola. ¿Tú de veras eres una sílfide?
-Sí, lo soy- respondió la joven.
Ari se acercó y jaló suavemente a su hermanita para alejarla de Anémona. -No seas tan imprudente, Zuwa.
La niña sólo hizo un pucherito, molesta. Anémona sonrió enternecida y preguntó a Ari: -¿Cuántos hermanos tienes?
-Dos hermanos y tres hermanas- contestó el muchacho. Miró a la sílfide dulcemente, volviendo a sonrojarse.
Aunque le tenía un poco de miedo, viéndola de cerca, podía notar que en realidad era un ser igual de frágil que él. La aparente dureza de Anémona era un simple mecanismo de defensa.
Sin embargo, Zuwa continuó su interrogatorio: - Si eres una sílfide, ¿por qué no tienes alas?
-Sí tengo, pero están escondidas bajo mi ropa.
-¿Por qué?
-Porque no quiero que los cazadores las vean.
-Ah bueno.
La sirenita se alejó tras esa respuesta.
Ari no sabía qué más decir o hacer. Ofuscado por la proximidad con Anémona, se quedó simplemente mirándola. La muchacha se rió y le habló con tranquilidad: -Tu familia es agradable.
-Gracias- respondió él, pero sin saber si era una buena respuesta.
Tras unos segundos en silencio, la joven preguntó: -¿Por qué quieres ayudarme?
Ari se sorprendió: -Ya te lo había dicho.
-Pero no te creí.
-¿Eh?
-Ari, me tienes miedo y casi me matas. No es que fuera tan grave porque en realidad no estoy viva, pero no te creo que sea simplemente porque te agrade. Puedo ver que todavía te asusto. ¿Qué es lo que quieres en verdad?
Ari se hundió un poco más en el agua, hasta que sólo podían verse sus ojos color magenta. Todavía no quería decirle que estaba enamorado de ella, pero podía explicarle lo que creía desde que había visitado al kraken.
Saliendo del agua nuevamente, habló: -Es cierto, todavía te tengo miedo. Pero, no fue así desde el principio. No te tenía miedo como sirena. Y como sílfide... te ves más como humana. Tu piel se ve más pálida, tu mirada se entristece, incluso llevas esa cosa peligrosa de metal. Sigues siendo tú, pero... aún así cambias. Creo que en resumen, me gustó verte como sirena porque te veías viva. Y tal vez solo estoy pensando en mí, pero quiero verte viva.
Anémona no contestó rápido. Miró a Cressida, quien seguía conversando con los papás del muchacho. Aunque estaba quieta, se veía tan vital que era imposible confundirla con una estatua. Entrecerraba los ojos cuando el viento aumentaba, reacomodaba su cabello cuando le caía sobre el rostro. No le quitaba lo elegante; resaltaba que no era de piedra.
Miró a Werner, Gretel y Coral. Aunque no se veían sus colas, podía deducirse cómo las movían para mantenerse a flote. Respiraban con cierta dificultad, probablemente por estar acostumbrados a la presión del agua, mayor que la del aire. Se notaba que estaban esforzándose por mantenerse vivos.
Finalmente volteó hacia Ari de nuevo. Él también respiraba con más esfuerzo, pero como estaba cerca de la orilla, se apoyaba en las piedras. Su piel se veía también afectada, pues la primera vez que se encontraron, era blanca, pero ahora se enrojecía por efecto de los rayos solares, a pesar de que no eran muy intensos aún. Sus ojos delataban toda emoción que sentía.
Anémona nunca entrecerraba los ojos por el viento, siempre estaba moviéndose porque si no, parecía una estatua; cuando su cabello le caía sobre el rostro, ni siquiera lo sentía. Respiraba mejor a menor presión del aire, y su piel tenía ese extraño color pálido, ya que no variaba su circulación sanguínea, por lo que su tono levemente moreno parecía un color lúgubre. Y casi no se veía al espejo, pero las veces que lo hacía, realmente su mirada era como de una niña perdida, con esperanza pero triste. Ella era consciente de que estaba muerta, pero aún así, le había puesto motivos a su "vida". Y ahora, Ari decía que quería que estuviera viva, como la vió cuando se convirtió en sirena.
Tentador.
-De acuerdo. Confiaré en ti, pero también debes confiar en mí- dijo finalmente la muchacha, y extendió su mano hacia el joven tritón. Ari no sabía qué significaba ese gesto, pero decidió tomar la mano de Anémona.
-Confío en ti. No se puede saber si alguien es bueno o malo sólo por saber de qué especie es, así que creeré en que eres buena, y tú creerás lo mismo de mí.
-Es un trato. Al que lo rompa, que le caiga un rayo.
El muchacho se asustó con lo último y se volvió a sumergir en el mar. Anémona se esforzó en no reírse, y a la vez le dio ternura. Ari era tan inocente. La hacía querer abrazarlo y cuidarlo.
Pasaron un rato sólo observándose. Y en ese mismo tiempo, Sindri, Natt y Zuwa también los miraban atentamente, escondidos tras una roca un poco más lejana, y al igual que su hermano, sólo asomaban sus ojos fuera del agua. Sindri, por su edad, podía permanecer bastante tiempo respirando aire, pero las niñas aún eran muy pequeñas para estar fuera del agua más de diez minutos.
El tercer hermano, incluso cargando a Leif, no despegaba su vista de Ari y Anémona. Todavía no entendía cómo su hermanito mayor se había puesto tan mal por esa supuesta sílfide. Mientras, Zuwa y Natt cuchicheaban, sin duda pensando en alguna otra idea, y quién sabe si era buena o mala.
Tal vez pasaron unos minutos más, o fueron horas, pero no lo supieron. Por algún motivo, el tiempo se les pasó volando al tritón y la sílfide. Sólo salieron de la hipnosis que se provocaron mutuamente al oír las voces de los mayores, y voltearon a verlos.
Cressida sonrió a su hermanita, mientras Werner, Gretel y Coral miraron con seriedad y aprobación a la vez al chico.
La reina habló: -Bien, chicos, hemos hablado, y confiamos en ustedes. Ari, los cristales en la cueva, tienen influencia en la transformación de Anémona. Tal vez puedas empezar a indagar por ese punto. Intentamos buscar alguna causa posible, pero, no recuerdo nada que pueda tener relación con esto, así que, por ahora, sólo cuidaremos que ustedes estén seguros. Pero, tendrá que ser desde mañana.
Al oír esto, Anémona sonrió hacia el muchacho, y él le respondió igual.
-Entonces, ¿nos vemos mañana? - preguntó ella.
Ari sólo asintió con la cabeza, sin dejar de sonreír.
Coral se acercó a su hermano: -Te seguiré cuidando. Vendremos los dos juntos.
-Gracias. Estaré bien, y contigo, más- respondió él.
Las hermanas los vieron alejarse. Anémona se sentía mejor. Dejando de lado que podría ver al joven, podría averiguar algunas cosas que podrían llevar a la verdad acerca de los hechizos. El único problema sería mantener al príncipe lo más lejos que se pudiera del bosque. Esperaba que la barrera mágica propuesta por Tyr fuera efectiva.
Al volver al bosque, Anémona preguntó a Cressida: -¿Qué es lo que querían preguntarte?
-Si en verdad eres una sílfide, por qué te convertiste en una- respondió.
-Lo querían confirmar entonces.
Pasaron unos segundos en silencio. Cressida suspiró y dijo: -¿Segura que es buena idea?
-No, pero es un riesgo que quiero correr.
-Está bien.
No se sentían cómodas para hablar más, así que terminarían después. Cressida regresó al reino, y Anémona comenzó su recorrido en el bosque.
Por el momento, se habían olvidado del asunto de los patatones, pero eso no sería por mucho. Mientras regresaba, la reina vio a otro patatón correr hacia el reino de los cazadores, así que decidió seguirlo.
El pequeño ente, al igual que en las otras ocasiones, se dirigió al barco proveniente de Heland. Cressida lo alcanzó, pero antes de poder detenerlo, se encontró con uno de los viajeros. Se trataba del mismo helanés que acompañaba a Erik cuando Anémona seguía al patatón esa mañana.
-Buenos días, majestad. ¿Qué la trae por aquí?- preguntó.
-Ví un ratón y venía a atraparlo, pero se metió a su drakkar. Intentaré sacarlo- respondió Cressida.
El helanés se sorprendió: -Creí que venía a buscar a su alteza, el príncipe.
La reina abrió mucho los ojos: -¿No está con Haakon?
-Salimos juntos en la mañana, pero decidió volver un rato antes de ir al castillo. Sin embargo, ya se tardó un buen tiempo.
-En tal caso, iré a verlo- afirmó ella, y subió al barco.
Tras unos minutos, Cressida encontró a Erik. El joven se encontraba rezando silenciosamente, frente a un símbolo extraño, que le pareció una equis a la reina. Se acercó despacio y habló: -Príncipe Erik, ¿qué ocurre?
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