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17

Cuando Anémona regresó al castillo del reino de los humanos, vió que Erik y el resto de los helaneses apenas se iban, así que, para evitar encontrase con ellos, aprovechó y fue a la herrería del reino, para que arreglaran su navaja, que había quedado muy maltratada al cortar las redes de metal.

Así pues, avanzó entre las pequeñas casas, por las calles de tierra, donde por la frecuencia del paso de las personas casi no crecían hierbas. A esas horas, casi no había personas fuera de sus casas, pero quienes aún se encontraban en las calles saludaban al paso a la muchacha.

Como mencioné al principio de la narración, Anémona conocía bien toda la isla, y había aprendido muchos, (ella creía que todos) los oficios que los habitantes realizaban; incluso hubiera podido arreglar la navaja ella misma, pero además de esquivar a Erik, necesitaba dejar de trabajar y de hablar por un rato.

Llegó pues hasta la herrería, justo a tiempo, pues los herreros ya estaban por marcharse. Rápidamente explicó que necesitaba que arreglasen su navaja, a lo que accedieron, pues era una tarea relativamente sencilla y rápida.

Mientras esperaba, Anémona se apoyó en el umbral de la puerta, y cerró los ojos por un ratito para descansar. No se preocupó por vigilar que los herreros trabajasen; con oír los sonidos de las herramientas reconocía los movimientos como si los estuviera viendo.

Sonido. Se acordó que Ari había mencionado que el ritual que se practicaba en la caverna consistía en atravesarla sólo guiándose por el sonido. Entonces comprendió que cuando ella y Violeta escucharon las voces de Ari y Coral en la caverna, ellos estaban probando el eco de la cueva. Anémona pensó en lo maravilloso que fue el hecho de que, no sabiendo de la existencia de la conexión entre las dos cuevas, se hubiera propiciado esa situación para conocer al joven.

Recordándolo, se olvidó del resto del mundo.

Pasó mucho rato absorta en evocar la imagen de Ari, hasta que la interrumpió la voz del herrero principal, informándole que ya estaba reparada la navaja. Anémona entonces la recogió, sacó unas monedas y pagó tanto la reparación como el cincel nuevo, y regresó al castillo.

Cuando llegó, los helaneses ya tenían bastante rato de haberse ido a su barco, pero Cressida estaba a punto de salir a buscarla, pues esta vez había tardado más de lo habitual.

Al ver a Anémona, la reina preguntó: -¿Qué ocurrió? ¿Por qué tardaste tanto en volver?

-Volví hace gran rato, pero como ví que aún no se marchaban los helaneses, decidí llevar mi navaja a reparar- contestó mientras ambas entraban al castillo.

Pero antes de que pudiera contar lo que había ocurrido, se encontraron con Haakon, quien preguntó a la muchacha: -¿Estás bien?. Tardaste mucho, pensé que habían ocurrido más problemas con los seres mágicos.

-No, ese asunto ya está resuelto- contestó Anémona.

Haakon hizo un gesto de alivio, pero enseguida volvió a mostrar seriedad mientras decía: -Eso es muy bueno, pero creo que aun debo pensar otras medidas para evitar conflictos.

-Eso me recuerda: el señor Axel propuso al rey Tyr usar magia para evitar intrusos en el bosque, pero el rey contestó que debía consultarlo primero contigo y los otros monarcas- mencionó la joven.

El rey asintió y contestó: -Es buena idea. ¿Dijo cuándo nos citará para hablar del tema?

-Mañana, antes de que salga el sol.

-Oh. De acuerdo.

Anémona percibió que tanto Haakon como Cressida estaban bastante cansados. Al parecer, había sido un día muy ajetreado para todos, así que no les contó lo que había ocurrido respecto a Ari y su familia. Sería mejor que se enterasen al siguiente día. Además, ya tenía mucha hambre, y no pensaba hablar y cenar al mismo tiempo.

Cressida, sin embargo, notó que su hermanita parecía querer decir algo más, así que decidió ir a hablar con ella en su cuarto.

Cuando la reina llegó, Anémona estaba tumbada en su cama. Como ya se iba a dormir, en vez del conjunto que usualmente vestía, (consistente en una camisa de mangas largas, pantalón, falda de tiras de piel, botas también de piel y abrigo), sólo tenía un vestido largo con mangas a tres cuartos. Dicho vestido era además el único traje que dejaba expuestas sus alas. Igual que las de Violeta y otras sílfides, tenían un aspecto muy similar a las alas de las libélulas, transparentes y alargadas. Sin embargo, como nunca las usaba y las mantenía plegadas bajo su ropa, las alas de Anémona mostraban signos evidentes de atrofia.

Cressida se acercó a ella para comprobar que siguiera despierta. Al ver que sí, preguntó:
-¿Cómo estás?

Anémona suspiró y respondió: -Me siento un poco abrumada. Cuidar el bosque, informar a Haakon, investigar de mi transformación, Erik. Es cansado.

La reina acarició la cabeza de la joven y dijo: -Lo entiendo. Y también lamento no tener el tiempo para ayudarte, ni para enseñarte a navegar como habíamos quedado.

-Lo sé. No te preocupes- contestó Anémona. Respiró hondo y dijo: -Hoy vi de nuevo a Ari.

-Oh, ¿y qué ocurrió?

-Quiere ayudarme. Sus padres quieren hablar contigo mañana.

-Mmmh, está bien.

Luego de unos segundos de silencio, Cressida preguntó: -¿Notaste algo raro en el reino de los patatones?

-Sí, me pareció que estaban tratando de ocultar algo- respondió la menor.

-Ví a uno entrar al barco de los helaneses.

-¿Cómo?

-Pues caminando. Me parece extraño, ¿por qué iría allí?

-Hay que investigar lo más pronto posible.

-Sí. Vayamos mañana temprano.

-Será un día ocupado.

Las hermanas se fueron a dormir. No sería realista decir que descansaron tranquilamente, pero al menos pudieron estar bien despiertas al día siguiente.

Se levantaron muy temprano para ir al bosque, pues lo primero que querían hacer era investigar a los patatones; después se ocuparían de la familia de sirenas. Haakon también se despertó a primera hora, pues debía reunirse con los otros reyes. Antes de dormirse, Cressida ya le había mencionado a Haakon acerca del extraño comportamiento que ambas hermanas habían notado en los patatones.

Por lo tanto, los tres se dirigieron juntos al centro del bosque. Llegaron al mismo tiempo que los otros tres reyes.

Tyr, Ununoctio y Mause saludaron al rey y la reina de Toivonpaikka, y a Anémona también. Una vez terminadas las formalidades, Tyr comenzó su explicación:

-Los he convocado para proponer una idea sugerida por los hechiceros de mi dominio. Ya que a pesar de la vigilancia conjunta que los guardias de nuestros reinos han efectuado, aún tenemos el problema de la presencia de cazadores extranjeros en el bosque, los silfos versados en magia me han recomendado que levantemos una barrera invisible, la cual sea sólo traspasable para los humanos que vengan portando un libro, evitando así cualquier posible percance debido a un descuido u omisión por parte de los cuerpos de seguridad.

-Me gusta la idea. Pero debo añadir que sería mejor si la barrera fuese invocada por los hechiceros de los cuatro reinos, a fin de hacerla más poderosa y sin riesgos de que se presente un mal funcionamiento, ya sea por descuido u omisión- señaló Ununoctio, rey de los duendes.

El soberano de las hadas fantasma lo miró con un leve enojo. Los problemas entre los guardias de ambas especies habían llegado hasta los oídos de ambos reyes, lo que los tenía con cierto recelo mutuo. Sin embargo, Haakon intervino:

-Estoy de acuerdo con la idea de Tyr, y Ununoctio también tiene un buen argumento. Pero para evitar conflictos, propongo que la formación de la barrera mágica sea puesta en manos del hechicero supremo.

Aunque al principio los otros dudaron, tras pensarlo unos minutos estuvieron de acuerdo. El único que no opinó y sólo aceptó la idea fue Mause.

Aunque Ununoctio y Tyr no se percataron, Haakon, Cressida y Anémona sí lo observaron. El rey patatón no se mostraba nervioso ni preocupado, pero usualmente participaba más, por lo que la sobrada tranquilidad de Mause aumentaba sus dudas.

Como ya estaban todos de acuerdo, los cuatro monarcas se despidieron y regresaron por donde vinieron, excepto por los humanos.

Los tres vikingos debían organizarse antes de sus próximos movimientos.

-Bueno, sin duda pasa algo importante entre los patatones, pero no podemos espiarlos, ya que una intervención así va contra su independencia como país- señaló Haakon.

-Es cierto, pero tampoco podemos dejar de lado que sus acciones podrían perjudicar a todos los reinos- contestó Cressida.

Anémona sólo asintió con la cabeza. Haakon continuó: -Creo que será mejor que hablemos con el rey Mause. Si conoce la situación, así como los riesgos de que sus súbditos vayan a nuestro territorio en estos momentos, probablemente tenga una razón importante para permitirlo.

-¿Qué hacemos entonces?- preguntó Anémona.

-Intentemos hablar con él. Pero, nos diga o no lo que ocurre, hay que vigilar a los patatones que salgan del bosque- respondió el rey.

Las hermanas asintieron. Tras pensarlo unos minutos, Haakon decidió: -Bien. Cressida, tú y yo iremos a hablar con el rey Mause. Anémona, tú ve a ver si hay patatones en nuestro reino.

-¿No debería ser al revés? Cressida en nuestro reino y yo acá en el bosque- observó Anémona.

-Creo que no. Nosotros no hemos visto cómo es la situación en el territorio de los patatones, y tú no has visto el nuestro. Cambiar de lugar por un rato puede ayudarnos a ver más ampliamente la situación- explicó la reina.

-Buen punto. Entonces hagámoslo así- aceptó la joven, pero añadió: -Sólo, intentemos no tardar. Aún falta otro asunto por resolver.

Cressida y Haakon asintieron, y de inmediato se pusieron en marcha hacia el reino de los patatones. Anémona se dirigió de vuelta al de los cazadores.

Mientras avanzaban, el rey preguntó a su esposa: -¿Cuál es el otro asunto por resolver que mencionó Anémona?

-Oh, eso- Cressida pensó por unos instantes antes de explicar que la muchacha se había encontrado de nuevo con el joven tritón, y la consecuente solicitud por parte de los padres del muchacho.

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