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14

La mañana del siguiente día estaba bella, libre de las nubes que la noche anterior se habían precipitado como una lluvia abundante. Luego de desayunar, Anémona se preparó para ir de nuevo al bosque, pero antes de salir, fue en busca del rey para hablar con él respecto a las trampas. Sin embargo, cuando llegó con él, se encontró con que ya estaban los helaneses hablando con él, pero faltaba Erik. Sin duda era extraño que no estuviese allí, pero la joven no le dio tanta importancia. De todos modos, no quería hablar con ninguno de los extranjeros. Pero, para su mala suerte, Haakon la notó y la saludó, haciendo que los demás también voltearan a verla. Anémona intentó sonreír mientras devolvía el saludo, lo cual no afectó mucho a los helaneses, pero el rey entendió que se había equivocado, lo que le avergonzó, y dirigiéndose a los visitantes, dijo: –Bueno, mientras esperamos al príncipe, ¿les gustaría pasar a la biblioteca?

–Claro– respondió el que lideraba al grupo en ausencia de Erik, y se dirigieron a la biblioteca.

Antes de seguirlos, Haakon se acercó a Anémona y le dijo: –Hoy seguiré ocupado con los helaneses, pero ya son varios días que no saco de la cuadra a Singular. ¿Podrías llevártelo al bosque hoy? 

–Hmmm... Sí, esta bien– respondió ella.

Desde luego, el caballo del rey era un corcel fuerte y elegante, (contando también con un extrañamente preciso instinto), que transportaba al monarca por todos los rincones de la isla cuando era necesario. La falta de ejercicio podría afectarle, por lo que Haakon procuraba mantenerlo activo, sin llegar a fatigarlo, pues eso también sería perjudicial para el equino.

Así que, un rato después, la muchacha se dirigió al bosque, a lomos del corcel. Aunque no era mucho más rápido que ella, Anémona estaba contenta de cabalgar con Singular. Sin embargo, cuando se internaron en el bosque, Singular se inquietó un poco, y trató de caminar por una ruta diferente a la que Anémona estaba indicando. 

–¿Qué ocurre? ¿Pasa algo malo por este sendero?– preguntó ella. 

Desde luego, el caballo no respondió con palabras, pero sí se dio a entender: percibió que había alguien cerca. Anémona aguzó los sentidos para tratar de distinguir de quién se trataba. No pasó mucho cuando percibió el sonido de pasos, que se dirigían hacia ellos. La joven sacó su navaja y esperó alerta hasta que apareció por la derecha el príncipe Erik. Los dos se sorprendieron de encontrarse. 

–¡Buenos días!– saludó Erik con una sonrisa. Anémona se puso pálida: ¿Cómo rayos había entrado al bosque? Se suponía que la vigilancia era mejor ahora.

Al ver que no contestaba, Erik se acercó a ella. –¿Qué ocurre?– preguntó. 

–¿Qué hace usted aquí?– preguntó Anémona bruscamente. 

–Vine a conocer esta parte del reino antes de continuar con las negociaciones– replicó muy tranquilo. 

–No debería estar aquí. El bosque es peligroso cuando no se conocen los caminos– afirmó Anémona con severidad. 

–Oh, lo sé. No crea que en mi reino no hay bosques. A propósito, ¿puedo acompañarla?– contestó el príncipe. 

–No. Regrese al castillo, está más seguro allí– ordenó ella, pero él respondió: –¿Y usted, no está más segura allá también?

–Yo conozco este bosque, estoy tan segura como en el mejor lugar del castillo– aseguró Anémona. Erik se acercó más, pero esta vez, Singular fue el que reaccionó, relinchando ferozmente. 

–¡Qué caballo! ¿En serio se siente segura con un animal así? Tal vez debería acompañarla– exclamó el príncipe. 

–¡Estoy muy segura! ¡Este es el mejor caballo que ha existido en este reino!

Singular mordió la manga del abrigo de Anémona y la jaló para distraerla, aunque por poco la tira. El príncipe insistió: –Estará más segura si la acompaño– , pero tanto la muchacha como el equino resoplaron enojados. 

Erik se asustó, mas trató de que no se notara y añadió: –Está bien, entonces me voy. Pero, estoy seguro de que no nos llevaremos nada mal si me da la oportunidad de que hablemos con calma.

 Saludó con la mano y se marchó.

Anémona trató de calmarse, pero estaba tan furiosa con él como consigo misma, pues no había evitado que el príncipe se adentrara en el bosque. Mientras, Singular se calmó en cuanto perdió de vista a Erik, y trató de avanzar, pero la joven lo detuvo, ya que no se sentía bien para continuar de inmediato con su trabajo.

El corcel resopló de nuevo, aunque ahora había sido más suave. Anémona le habló: –No creo poder seguir haciendo como si fuera una persona tranquila. Y definitivamente, esto no es una misión que pueda cumplir como Haakon espera.

Al oírla, el caballo se quedó quieto por unos segundos, y luego comenzó a caminar con suavidad, dirigiéndose hacia otro lado.

Anémona se dejó llevar por Singular. No se fijó por dónde andaban, pero ya le había dicho el rey que a veces su caballo demostraba su inteligencia emocional y le ayudaba a resolver los problemas de formas muy singulares, por lo que decidió confiar en el corcel.

Luego de aproximadamente 20 minutos, caballo y jinete llegaron hasta una zona de la costa. Anémona observó y se dio cuenta de que era el mismo lugar donde había llegado con Ari cuando la sacó de la cueva.

Se bajó del caballo, y luego de estirarse un poco, se sentó en la arena y se quedó mirando el agua. Mientras, Singular se metió al agua para mojarse un rato. Sin embargo, notó que había movimiento cerca de las rocas, así que se acercó a investigar.

Unos segundos después, la muchacha escuchó que el caballo se estaba peleando con alguien. Rápidamente, sacó su espada y corrió hacia el lugar donde se encontraba el equino. Sin embargo, se sorprendió al descubrir que con quien peleaba Singular era Ari, y se hallaba en desventaja respecto al corcel, pues como estaban en un lugar con poca profundidad, el muchacho no podía escaparse de entre las piedras por un lado y las patas del caballo por el otro. Aún así, el joven se intentó defender del animal, golpeándolo con la cola.

La muchacha se acercó a ellos y amenazó con la espada para que se dejaran de pelear, lo cual funcionó bastante bien, aunque fuera porque en realidad a los dos les daba bastante miedo ella... Pero lo importante es que se detuvieron.

Singular dio unos pasos hacia atrás, mirando con recelo el arma. Anémona, sin embargo, guardó la espada rápidamente y se acercó al muchacho. Ari no se movió y cerró sus ojos, todavía asustado. La chica se agachó para verlo mejor y lo acarició un poco. Ari abrió los ojos y la miró por unos segundos antes de finalmente sonreír. Singular, que miraba la escena, quedó asombrado ante la situación, pues aunque era un caballo, conocía bastante bien el carácter fiero de Anémona. Preocupado, el corcel se acercó a ellos y empujó a Ari, quien se agarró de la muchacha y preguntó: –¿Qué es esa cosa?

–Es un caballo– contestó Anémona. 

El muchacho observó de nuevo a Singular y afirmó: –Pues yo lo veo muy grande para ser un caballo.

La sílfide no supo qué contestar, pues no sabía que hubiera otro tipo de caballos más chiquitos".

El narrador fue interrumpido: –¡Están los ponis!– gritó una niñita en el público. 

–Tienes razón. Pero Ari se refería a los caballitos de mar– respondió el editor. 

–Ah... no, pues sí– dijo la pequeña, y se calló.

El editor continuó narrando:

"Estando ambos jóvenes confundidos, los dos permanecieron callados, intentando calmar sus ideas. Aun así, era agradable estar cerca uno del otro, y por unos segundos solo se contemplaron mutuamente.

Mientras, Singular, todavía desconcertado por lo que estaba ocurriendo entre Ari y Anémona, se alejó un poco para buscar algo de hierba para comer.

Sin embargo, un poco más lejos de la orilla, aparecieron otras cuatro siluetas, de las cuales, tres eran antropomórficas y seguían a la cuarta, que parecía más un delfín. Los cuatro se acercaron a ellos con rapidez, pero sin hacer ningún sonido. Al verlos, la muchacha descubrió que se trataba de Coral, y por el parecido con los hermanos, pero edad mayor, supuso que los otros dos eran los papás de Ari y Coral. Sin embargo, lo que la dejó más desconcertada fue que el delfín parecía hecho del agua, así que lo miró con atención. En efecto, el cetáceo no era tal, sino algún ser extraño, que había tomado la forma de un delfín.

La joven volvió su mirada hacia Ari, quien se había acercado más, aparentemente para protegerla, lo que la preocupó un poco. ¿Acaso él era el único con esa personalidad agradable en su familia?

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