13
Cuando Anémona llegó al bosque, no había ningún humano, pero sí vio que había algunos duendes y silfos discutiendo. -¡Eh! ¿Cuál es el problema? - interrogó la joven.
-Entraron humanos, al parecer, del reino de Heland. Pero los duendes no nos avisaron- explicó un silfo.
-Claro que sí avisamos, pero estaban distraídos hablando del clima y ni voltearon a vernos- respondió un duende.
-No es cierto, no dijeron nada- alegó el silfo de nuevo.
Anémona entonces dijo: -Bien, no se peleen, sólo falta organizarse mejor.
-¿Y cómo nos organizaremos mejor, si se suponía que ya estábamos todos de acuerdo? - contestaron.
-Pues... mmm - Anémona no supo qué decir.
Los seres mágicos ya estaban por reanudar la discusión, cuando llegó el rey Haakon en su caballo, así que lo reverenciaron y preguntaron: -Su majestad, ¿qué motiva su visita?
-Me enteré que entraron helaneses al bosque- contestó con seriedad. Los silfos y duendes voltearon a ver a Anémona, recordando que el rey había dicho que ella le notificaría de lo que aconteciese en el bosque, y exclamaron: -¡Qué eficiencia!
-¡Qué eficiencia ni qué nada!, lo descubrí yo mismo cuando vi las flores que el príncipe llevó de aquí- exclamó Haakon.
-Es cierto- confirmó la muchacha.
Los seres del bosque se miraron entre ellos y trataron de explicar su descuido, pero el rey los detuvo y dijo: -Sé que esta es una situación difícil, mas no hay pero que valga. Si descuidan el bosque, terminaremos en graves problemas.
Los entes mágicos se quedaron callados, aceptando que tenía razón. El rey se volvió hacia Anémona y le dijo: -No dejes de custodiar. Conoces el bosque bien, así que organiza a los guardias de forma que la vigilancia sea eficaz.
-Claro, alteza. Creo que ya tengo una solución- respondió ella, y dijo a los silfos: -Sé que inventaron un aparato llamado radio, que no sé cómo funciona, pero hace que escuches a las personas que están lejos. Traigan unos de esos y repártanlos entre todos los guardias.
-¿Cómo se enteró? Ese era uno de nuestros proyectos secretos - exclamó uno de los silfos.
-Me lo dijo Violeta- contestó Anémona, y agregó: -por cierto, ¿saben dónde está?
-Sí, ella y sus papás fueron al territorio de los patatones- respondió un duende. Anémona le dio las gracias y se dirigió a buscarla, no sin antes ver que algunos de los silfos fueran por los radios.
A la mitad del camino rumbo al reino de los patatones, Anémona se encontró con Violeta, quien, junto a sus papás, regresaba a la montaña. Cuando vieron llegar a la muchacha, los tres la saludaron.
-¿Te enteraste que entraron cazadores al bosque? - preguntó la sílfide.
-Sí. ¿Están bien? - replicó Anémona.
-Sí; no llegaron a nuestro territorio, pero vinimos a ver qué tal les fue a los patatones y los duendes, pues sí recorrieron esta parte del bosque- contestó el papá de Violeta, quien se llamaba Axel, y era uno de los hechiceros silfos.
-Al parecer, no provocaron problemas, pero el rey Tyr ha dicho que enviará mayor vigilancia- agregó la mamá, Lovis.
-Ya le dijo papá que podríamos usar magia para que no puedan entrar al bosque, pero el rey contestó que debía consultarlo primero con los otros monarcas- añadió Violeta.
Anémona lo pensó unos momentos y dijo: -Creo que esa es una gran idea, se la diré al rey Haakon. No creo que la repruebe. Pero por ahora, debo recorrer el bosque-.
-¿Puedo acompañarla? - preguntó Violeta.
-Claro, pero tengan cuidado, no vuelvan muy tarde a casa- respondieron sus papás.
Las muchachas se despidieron de ellos, y se fueron a recorrer el bosque. No detectaron ningún problema que los helaneses hubieran causado, aunque sí se percibía un ambiente un tanto inusual, como la tensión antes de una tormenta. El bosque estaba más silencioso que en cualquier otra ocasión.
Después de un rato, las dos amigas regresaron hasta las afueras del bosque, y comprobaron que los guardias habían comenzado a usar los radios.
-No mencionaste que fueran un proyecto secreto esos aparatitos- comentó Anémona.
Violeta contestó: -Bueno, se suponía que los íbamos a compartir después de la fiesta de primavera-verano, pero pensé que no sería mala idea decirte desde antes; además, funcionaron bien, ¿no?
-Sí, pero, bueno.
-¿Qué?
-Nada, no importa.
Anémona estaba un poco incómoda porque Violeta no le había mencionado que fuera secreta la invención de los radios. La sílfide percibió esto, así que cambió el tema: -El ambiente parece de tempestad.
-Es cierto, pero no creo que suceda nada- apuntó Anémona. Suspiró y comentó: -Quisiera saber si Ari está cerca de la isla de nuevo.
-Vaya, vaya, conque pensando en él- se rió Violeta.
-Sí... bueno, A. Brah dijo que era importante, ¿no te acuerdas?
-Sí me acuerdo. Pero, ¿por qué crees que estaría aquí otra vez?
-No lo sé, sólo me gustaría que fuera así. ¿Vamos a ver?
Violeta aceptó y se dirigieron a la costa.
No obstante el ambiente tenso, el océano estaba en calma. Ni parecía que en las tormentas fuese tan cruel y espeluznante como lo llega a ser en tales circunstancias. Anémona dijo: -El mar se ve tan tranquilo, me recuerda cuando me abrazó Ari.
-Eso suena tan bonito, quisiera conocer a alguien así yo también- respondió Violeta, y añadió: -¿Él también pensará en ti?
-Eh, eso espero. Bueno, me gustaría que sí, pero, mejor no nos detengamos.
Anémona y Violeta caminaron por la playa hasta llegar a una zona rocosa. Estaban por avanzar sobre las piedras, cuando un sonido llamó su atención, proveniente del bosque, por lo que las sílfides no lo pensaron dos veces y se dirigieron hacia el sitio de donde vino el sonido.
No tardaron mucho en encontrar que el causante era un duende, que había caído en una trampa de red, lo cual sorprendió a las chicas. Violeta preguntó al duende: -¿Estás bien?
-Bien preso en esta cosa del demonio, pero nada que no se arregle- contestó él. Violeta le echó una mirada afilada.
-Bueno, pero no se queden ahí, mejor ayúdenle a él- continuó el duende.
-¿De quién hablas? - preguntó Violeta, pero Anémona contestó: -Me parece que se refiere a él- señalando a un ciervo, quien también estaba en una red, algunos metros más adelante. Rápidamente, las amigas se acercaron al ciervo, y tras verificar que no estaba herido de gravedad, Anémona sacó su navaja para cortar las cuerdas y liberarlo, lo cual le llevó un rato, pues las cuerdas de la red eran de metal, lo cual significaba que eran de los helaneses, pues en Toivonpaikka usaban redes de una mezcla de metal y fibra vegetal.
Para cuando terminó de cortar la red, la navaja estaba bastante maltrecha, pero al menos el ciervo ya estaba de nuevo con las patitas en la tierra, y bastante contento.
El duende también se liberó mientras tanto, y dijo: -Gracias por la ayuda para el ciervo. Y mejor reporten al rey Haakon de estas trampas pa' que les dé su merecido a los que las pusieron.
-Eso planeo- respondió Anémona. El duende mostró una sonrisa auténtica y desapareció entre los arbustos sin despedirse.
Las muchachas se vieron una a la otra, pero antes de que pudieran decir nada, empezaron a caer gotas de lluvia. El cielo, que ya se estaba poniendo anaranjado por el anochecer, presentaba muchas nubes oscuras sobre casi toda la isla.
-Creo que mejor hay que irnos a casa- señaló Violeta. Anémona asintió y dijo: -Le diré al rey de estas trampas. Mañana habrá que ver si hay más.
-Por supuesto- confirmó Violeta. Se despidieron y cada una se dirigió a su reino.
En el camino, Anémona estuvo observando si había más trampas, y en efecto, encontró y desactivó un par. Aunque estaban algo pesadas, las cargó hasta el castillo, con el propósito de mostrarlas como evidencia a Haakon.
En cuanto llegó al castillo, se dirigió a buscar al rey, quien seguramente estaba en el salón principal, pero al llegar ahí, antes de cruzar la puerta, escuchó que Haakon estaba hablando con Erik. Entonces la joven dudó qué hacer: podía entrar al salón con las trampas y exponer al príncipe, o podía esperar a que se fuera para mostrarle las trampas a Haakon y dejar que él decidiera cómo proceder.
Sin embargo, antes de que pudiera decidir, Tornado llegó junto a ella y le preguntó: -Hola. ¿Cómo te fue?
Anémona se sorprendió, pero se recuperó al instante y contestó: -Hola. En realidad, no muy bien. Encontré estas trampas en el bosque. Ayer fui a ver al hechicero supremo, pero no me dio mucha información. Dice que debo descubrir la causa de que me haya convertido en sirena yo misma.
Tornado respiró hondo y comentó: -Bueno, al menos ignoras un poco menos.
La muchacha se rió y asintió. El hechicero rió también.
Luego de unos segundos, ambos regresaron su atención a las trampas. -¿Qué harás con estos cachivaches? - interrogó Tornado.
-Por supuesto, mostrárselos a Haakon- respondió ella.
-Bien, pero, creo que será mejor que esperes a que se vayan el príncipe y sus acompañantes. Puedes dejarlas en mi laboratorio mientras- sugirió él. Anémona dudó por unos segundos, pero ya se le estaban entumeciendo los brazos, así que mejor aceptó.
Después de dejar las trampas en el laboratorio con Tornado, la muchacha fue a buscar algo de comer en la cocina, donde se encontró con Cressida, quien había ido allí por la misma razón, y al ver a su hermanita, le preguntó cómo le había ido en el bosque. Mientras comían, Anémona le contó todo lo que había pasado. Cressida escuchó con mucha atención, y cuando la menor terminó su relato, dijo: -Vaya. Sí que se están complicando mucho las cosas. Lo bueno es que los helaneses se irán pronto: Haakon ya decidió qué les vamos a comprar. Sólo falta decidir qué les venderemos nosotros.
-¡Qué buena noticia! Así podremos investigar entre las dos por qué me convertí en sirena- exclamó Anémona. Cressida sonrió y asintió con la cabeza. Las hermanas terminaron de cenar y luego se fueron cada una a su habitación para dormir.
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