Sunghoon regresó a la florería una semana después, aunque no había ninguna razón lógica para hacerlo. No había otra tumba a la que llevar flores, y sin embargo, algo en ese lugar lo atraía. O más bien, alguien.

—Veo que has vuelto —dijo Jaeyun, notando la llegada de Sunghoon mientras arreglaba un ramo de tulipanes. Esta vez, su sonrisa fue más cálida, como si ya lo conociera un poco—. ¿Necesitas más flores?

Sunghoon vaciló por un momento, su mirada recorrió la tienda antes de posar sus ojos en Jaeyun.

—No... esta vez solo quería ver la flor de loto otra vez.

Jaeyun se rió suavemente, un sonido ligero que resonó en el espacio. No preguntó más, lo guió nuevamente al rincón donde el pequeño estanque albergaba la flor.

—Es interesante cómo algo tan hermoso puede surgir de lo más sucio —comentó Sunghoon, su voz grave y baja.

Jaeyun lo miró de reojo, sorprendido por la reflexión del hombre que apenas conocía. Asintió, sus ojos oscuros brillando con comprensión.

—Es como nosotros, ¿no? Todos tenemos nuestras sombras, pero aún así, hay partes de nosotros que florecen.

Sunghoon permaneció en silencio, procesando las palabras. ¿Había algo en él que todavía floreciera, algo puro? O tal vez, Jaeyun solo hablaba de sí mismo.

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