III. (Re) Descubrirte
—No es lo que quiero que me digas. Pero entiendo que es la primera respuesta racional de tu cabeza, acostumbrada a pedir perdón por todo — lo miró tranquilamente — . Así como no puedo exigirle perdón a la lluvia, mientras me cubro con un paraguas para que no me moje, o no puedo disculparme con la luna por no salir a caminar con ella en las noches de nieve... asímismo no puedo exigirte perdón de lo que debía ser, España.
Parpadeó despacio y se alejó los pasos, para avivar el fuego con una tenaza de hierro vieja.
>>—Hay otra cosa en tus palabras, más allá de esa culpa que no es culpa — continuó despacio —, y es algo mas intimo y bochornoso para ti: Los celos, la soledad y el desamparo de no tener un compañero.
Extendió su silencio un poco más.
>>—Aceptaré, sin embargo, las disculpas por parte de Pillán-chaí; él sí te las exigiría y has dicho cosas de él sin saber — continuó con calma y sonrió, tomando mate de nuevo. — . Yo deseo otra cosa, ya que se me ha dado el permiso — se acomodó el pelo — . Quiero saber si mi Orrenk-Rayghén sigue ahí.
Antonio se puso rojo como la grana, y casi se tragó la bombilla del mate; cosa que le recordó por qué decía que esos artefactos eran obra del demonio, en tiempos pasados.
—¿Q-qué pretendéis? — preguntó escandalizado, con una expresión tal que hizo reír al tehuelche. Se rascó los rizos de la nuca y tosió para serenarse— . Nunca se fue, pero.... ¿Por qué preguntas?
España se percató entonces de un hecho, más allá de su propia timidez: Jamás había visto a Piaré reír. Buscó esa risa de mil maneras durante muchos años, hasta darse por vencido y conformarse con el tornar de los labios, pero nunca más que eso. Ahora, como si fuera algo cotidiano entre ellos, estaba mostrándosela con todos sus dientes blancos y derechos. Los ojos negros parecieron caramelos azabache, cargados de travesura. Por eso, quedó estupefacto durante largos minutos.
¿De esa sonrisa se habría enamorado Mapuche?
—Pregunto porque cuando vi ese lado tuyo, entendí cómo eran las cosas. Y que no eras un demonio de esencia sino de secuencia, por tus acciones — hizo un ademán para que no cambiaran de tema — . Fue una cosa muy linda la que conocí la noche dulce; por el juzgar de tus reacciones, nadie aparte de Kerana la vio tampoco. Me alegra saber que aún está ahí, y que no te disgusta el nombre que le di a esa parte de tu faceta de Conquistador.
Ladeó la cabeza un poco.
>>—Sé que tu hermano de sangre se pondría furioso saber que recuerdas ese nombre de indios. Pero ahí está. Sin incomodarte.
El ibérico captó el sentido de las palabras, y el trasfondo de sus deseos. Por lo mismo, se tomó un largo tiempo en responder, para no pasar a llevar ninguna parte de la delicada estructura que era la relación entre ellos dos.
—Comprendo muchas cosas que antes quise ignorar. Hacía muchos siglos que no estaba conectado con mis verdaderas raíces; Roma las arrebató del suelo y puso sal para que nunca pudiera encontrarlas. Luego vinieron los moros, los barcos, Inglaterra y Francia acosándome sin piedad y Dios, que siempre vigiló mis pasos y acciones — se explicó, con una extraña tranquilidad al confesarse — . Los encuentros con vos cambiaron todo, y me pusieron de cabeza. Me hizo comprender que las cosas no eran como yo creía, y que tenía una misión aquí. Me desperté, Piaré, a un nivel de comprensión que no manejaba, ni quería ver. Siempre os lo voy a agradecer, a pesar de no notar la advertencia en ese momento y prolongando, así, la agonía de muchos.
Se puso de pie y caminó hasta la espalda de Pampa, como esa noche de candelabros y telas engañosas.
>>—Quería apoderarme de vos. La canela fue un recurso de viejas que vino a mi mente de pronto, buscando emular el aroma con el que Pillán os atraía con su piel natural. Me porté como un niño, pero ahora han cambiado las cosas. Ya no te tengo miedo ni me recuerdas eso que me falta.
—Era claro lo que buscabas, y con qué intención. Afortunadamente nunca salen las cosas como uno piensa que deberían. Es lo gracioso del destino.
Volteó a verlo despacio, mirándolo desde su altura. Sí, Antonio había cambiado, se notaba en el fondo de ese verde que sólo podía hallarse en el Viejo Mundo. El otrora gran reino estaba sereno, cargado de cicatrices en sus ojos y en su cuerpo; ya sin ninguna prisa, sin ninguna urgencia. Era uno más de los viejos de Europa, como escuchaba de Martín. Una tierra que ahora tenía problemas, por las ruedas del mundo que volvían a girar y los ciclos que debía pagar; con las devoluciones de los golpes, uno tras otro.
>>—Cuando entendí el asunto del aceite en el cuerpo, pensé "¡Qué inteligente!"; asimilando olores para parecer familiar, como un buen cazador. Si en la práctica hubieras usado más ese ingenio tejido fino, como las telas de araña, no habrías derramado tanta sangre. Pero eras joven e impetuoso. Estabas apurado por marcar la propiedad y lo que por una vez era solo tuyo. Comprendo eso, Hatuntupaq-chaí obraba igual ¿Te llevabas bien con él, recuerdas? Sé que fueron buenos amigos alguna vez. Tenía tu misma visión; por eso se complementaron tanto.
La mención de Inca sorprendió e incomodó a España por partes iguales. Para compensarlo le dio otra sonrisa amplia, marcando las arrugas de sus ojos.
>>—Ahora sí podremos llevarnos diferente. Como un lazo invisible, de esos que nadie espera y por los que los humanos se sorprenden. Claro, en la lógica de ellos, tendría más derechos de destrozarte que virtudes de perdonarte. Aquí, en mi terreno e indefenso, podría remangar la camisa y devolverte todo lo que has hecho. Sin embargo, no somos humanos.
Se volteó por completo y estiró la mano hacia él. El europeo se puso rígido por instinto, sin parpadear, pero no se movió ni cambió su expresión. De pronto se sonrojó cuando vio la mano sobre su cabeza, revolviendo los rizos de manera tierna.
—¡¡O-oye!! — Antonio quiso apartarse, pero nuevamente la risa de Piaré lo obnubiló.
—¡Claveles!— exclamó de pronto al sentir el aroma que salió del cabello— Ahora sé cómo se llaman tus flores. Cuando mis hijos me enseñaron a leer los libros de papel, quise leer la historia que tenías escrita. Era nuevo, imaginarás, no tenía letras ni palabras talladas como otros hermanos — señaló —. Pero he notado que son rojas, como la sangre.
Sonrió ampliamente.
>>—Aunque sea tuyo ese color, sigues siendo blanco para mi, flor de la mañana, porque ese tono puro guarda tu inocencia en algún lugar — lo miró con atención — ; pues ninguno de nosotros la ha perdido. Solamente está escondida entre los pliegues de todas nuestras caras. Como el zorro que se confunde en la maleza.
La mirada de España brilló con fuerza y sin medirlo, se lanzó a sus brazos para hundir la cara en la camisa humilde y buscar lo que siempre había querido: protección. Piaré-Guor lo entendió así y, como si fuera una ironía del destino, lo envolvió y acarició despacio, como si se tratara de su hijo.
Su añoranza tenía un sentido. España, como Portugal y todos los europeos, solamente podían ver a sus Antiguos en los museos, testimonios de un tiempo que la voracidad de Roma borró para siempre de la faz de la Tierra y que, de no haber sido por el esfuerzo de unos cuantos, hubiese quedado transformado en un simple e inútil cuento de viejas. Era normal que, en alguna capa muy profunda de cada uno del Viejo Mundo, ciertos celos anidaran en contra de esos chiquillos que no solo fueron defendidos con uñas y dientes hasta la extinción, por sus padres y abuelos originales; sino que, de alguna manera, más o menos, tuvieron la fortuna de verlos regresar del exterminio para continuar ahí, como una muralla.
—No sé qué contestaros a eso, Piaré-Guor — admitió con cierto bochorno, aún pegado al pecho de tierra y sal. El nativo sonrió.
—A veces no hace falta hablar mucho.
—Pues, responde escuetamente entonces — se incorporó un segundo, sin salirse de su posición — ¿De verdad creeis que queda algo bueno en mí?
—Por supuesto que sí.
—¿Tanto como para quererme de nuevo?
Pampa alzó las cejas, curioso.
—Esas dudas te comen el corazón, Antonio Fernández Carriedo. Tienes tu respuesta y la buscas en mí.
—Porque de vos necesito escucharla más que nadie en todo el mundo ahora — le susurró, casi como una súplica — . Porque siento que sois el único que puede hacerme sentir algo bello; me valora y me ve como solamente mi hermano puede, en los momentos más felices.
El moreno se quedó callado largos minutos.
—¿Tan desamparado te sientes?
—Vamos, nativo. Toda Europa es un nido de niños abandonados a la suerte. Los americanos, mal que mal, han sido cuidados incluso más allá del mundo. Lo sabéis, y por eso no decidisteis odiarnos. Tenéis lástima.
—Es una palabra muy triste la que usas para describir lo que siento.
—¿Y qué sentís sino eso, Cacique Pampa?
—Por tí siento cariño. Uno que se ha dedicado a guardar celosamente esa parte de tí, que me mostraste una vez. Pues eres una criatura digna de amar y ser amada, como todas las demás. Eso es indiscutible.
El europeo quedó atónito, y su corazón de luz comenzó a vibrar con fuerza, a modo de latidos. Se separó entonces del otro y algo cambió en él, tan patentemente que las ondas invisibles en el aire comenzaron a moverse diferente.
Miró a Piaré con una fuerza hecha de lujuria y, al mismo tiempo, de inocencia. Los rizos cayeron sobre su frente de una manera que dulcificó su rostro y suavizó su mirar, lleno de pasión e intensidad, como solo él sabía ser.
"¿Entonces... ?" pensó un momento.
"Sí." fue la respuesta en la mente, venida del otro.
—¿Sabéis? Siempre he pensado que nunca terminé de comprender vuestras maneras ancestrales de reflejar ese amor —susurró, tomando la determinación de pegarse más al otro para sentarse en la falda ajena —. Ciertamente son distintas a las nuestras. Y en ese momento no las aprendí porque las creía inferiores mas, esta vez, no cometeré el mismo error.
Su sonrisa fue genuina y su entrega, honesta. Ese era el Antonio del cual estaban enamorados todos sus hijos.
—Te portas como un niño, que gracioso. — lo miró con algo de desconcierto, pero lo dejó ser; después de todo, él había buscado a la flor y ahí estaba, rozagante y fuera de su caparazón siempre cubierto de dolor y soledad.
Ahora estaba siendo dulce como alguna vez Argentina le contó que fue ese padre atento, aunque algo ausente.
>>—Las maneras... no puedo contarte sobre los demás. Sé algunas cosas de mis hermanos más cercanos, pero no podré saciar toda esa curiosidad que está atacándome ahora mismo en tus ojos.
Sonrió porque ni aún el silencio hizo que Antonio se moviera de su lugar o cambiara su expresión: se quedaría ahí hasta que Piaré le contara todos los secretos del amor que él jamás había podido vislumbrar, y que señaló como bárbaro por ese mismo motivo.
>>—Empezaré con algo fuera de mí, Senaqué-chaí— dijo, con una sonrisa breve cargada de cariño y recuerdos—; los charrúas eran un pueblo bélico y eso lo sabes mejor que nadie. Su cariño y la vida pasaba por la guerra, así que las demostraciones eran con esa violencia.
Levantó su antebrazo y lo mordió.
>>—Los niños hacían eso para demostrar cariño. Entre los adultos, se mordían el cuello o la nuca y a las mujeres los pies, cuando andaban en ánimos de copular. No eran mordidas ferales, pero sí dolorosas para todos los que no solíamos hacer eso.
Se acomodó el cabello.
>>—Pillán-chaí en cambio apreciaba el contacto de la intimidad con pocas palabras — su voz se tornó más tierna y dulce, cargada de un amor que Antonio ahora sí podía ver con claridad — ; no son muy demostrativos, pero tenían gestos atentos con los que amaban.
Esta vez tomó el rostro del español y rozó su mejilla con la ajena.
>>—Esto era un beso para ellos, y el significado de muchas cosas que eran buenas. Protección y ternura, cuidado... era un gesto y decían todo.
Se separó despacio.
>>—Y mi gente... — se señaló los hombros — el amor está en el trato del cuerpo en los hombros; un golpe de fraternidad, un arañazo de desafío, una caricia de madre o un toque de amante. Son los centros que equilibran el cuerpo y lo balancean sobre la tierra, y puntos vitales para mí. En la cacería, dañar esta parte del cuerpo es fatal, porque quedas inutilizado. Supongo que al darle tanta importancia mis hijos la hicieron sensible y receptiva a otro tipo de intimidades. Creo que por eso es... ¿Cómo le dice Martín? ¿una zona erógena? O como se pronuncie eso.
Antonio disfrutó cada una de las demostraciones y las explicaciones. Un nuevo mundo se abría otra vez, y fue gratificante descubrir que nunca acabaría de conocer a estas maravillosas criaturas. Miró largo rato a Pampa mientras sonreía y con cuidado tomó los costados de su cara, atento a sus reacciones.
—Entre mis hijos de vientre abundan otras maneras, y también os las quiero mostrar.
—Sé cuáles son.
—No todas —le aclaró con calma—. En ese entonces enconmié lo que surgió por mis instintos, no con el ánimo de instruir. Hoy corregiré ese error.
—Entonces ¿queda más por saber de tí?
—Afortunadamente. — le sonrió.
—¡Eso sí que es interesante!
España se puso algo serio, como buscando concentración y atención.
—El beso — comenzó — . El primer movimiento siempre es el beso y hay de varios tipos; el salvaje y sorpresivo —lo besó velozmente, mordiéndole apenas el labio inferior —, el tímido —rozó apenas sus labios, sin soltar su cara — ; y, el que más me gusta, ese que es comer poco a poco la boca ajena.
Volvió sobre el rostro de Piaré y comenzó a degustar su boca, entreabriendo lentamente y usando la lengua para masajear la ajena con detalle. Se separaban en breves intervalos y cuando Piaré quiso apresurarse, Antonio acarició levemente sus hombros con la yema de los dedos para detenerlo y obligar a esperar. Ese beso era uno que se tenía que tomar muy en serio, pues le entregaba las primeras señales de excitación y podía alargarse cuanto desearan ambos. Antonio se separó completamente y tendió la mano a Piaré-Guor como lo hizo la primera ocasión.
>>—Para nosotros, el tomarnos y provocarnos se volvió un arte con el correr del tiempo, al grado que hemos creado una cultura basada exclusivamente en la forma, el cuándo y el por qué nos tocamos. Es en sí mismo un placer y una acción elevada del alma, por un lado y por el otro, el acto más salvaje, urgente o degradante que puede existir. Deseo que con vos sea íntimo y motivo de alegría, como lo fue en esa ocasión. Un encuentro entre los dos padres de todo un continente.
—¿Es una invitación? — por la risa de España la respuesta había sido clara —. Ya no estoy desprevenido. Mis hijos ahora hacen las cosas que tú para querer — señaló — . Lo sé porque tus besos se sintieron muy bien; cuando en ese entonces me habían causado una gran impresión. Ahora comprendo que es todo lo mismo y sí, el amor es lo más sagrado de todos los tiempos. No lo considero degradante, pero sí urgente. El cuerpo tiene apetitos y es un mandato divino.
Lo dijo en sus sencillas palabras, sin contemplar los matices ni las malicias que muchos pueblos invirtieron en tal acto primigenio y primordial.
—Ciertamente, es una gracia divina. A como lo miremos, veo que llegamos a la misma conclusión — contestó el morocho, con un ademán de aceptación — . Y es lo bueno de afectar el mismo idioma hoy día.
—Si entiendo correctamente, ¿Estás apetente de copular? —lo miró serio— Pareces muy seguro aquí en mi casa, donde ni siquiera te he dicho si vas a quedarte por mucho más rato.
Antonio se mostró confuso de pronto. El rostro se puso más rojo cuando el zorro rió con ganas.
>>—No hablo en serio. Te llamé porque necesitaba estas palabras, este momento y lo que surgiera de él. Tu pasión está aflorando, límpida y bonita como una melodía; y eres más osado que en ese tiempo, Antonio Fernández Carriedo— sonrió — . Por eso eres más inteligente, y sabes que voy a aceptar.
—No busco ofender, sino todo lo contrario — contestó, aún algo abochornado — . Habéis puesto mi intención en la mesa, y no voy a rehuir de ella. Siento y quiero que suceda, si estáis de acuerdo.
—A la vera del sendero que nos toca recorrer, solo resta mirar y saber que los demás están alrededor. Ya no hay odios ni lágrimas, solamente la historia en ciclos que cambió de nuevo, para reunirnos.
España recibió las palabras de su compañero con total solemnidad. Estaba encantado con la poesía y maestría con la cual este hombre se expresaba, manejando el lenguaje de sus renovados hijos sin inmutarse, contando estrellas con palabras y hablando del presente y el pasado con un tono balsámico.
Para ellos, los de Europa, el sexo era todas las cosas del mundo, tanto buenas como malas; la historia, contenida en cientos de volúmenes de papel y cuero, podría resumirse también en noches de jadeos y gruñidos. Antonio recordó sus propias cicatrices y pensó en cómo el sexo también era humillación y guerra. Le gustó la idea de que, para estos hombres, en este continente, todavía fuera más amor que hiel; consciente como nunca de que Gabriel, Arthur y él mismo extendieron como una plaga el sexo por odio, rencor y venganza.
No quiso pensar en ello mucho más y decidió que lo mejor era creer, por un largo momento, que los cuerpos se encontraban desde el principio de los tiempos solamente para prodigarse paz y cuidado, como hacían entre esas fragancias de sol y tierra desde tiempos más allá de cualquier registro humano. Tiró con delicadeza la mano de Piaré y lo puso de pie con respeto y alegría, al tiempo que guiaba a las manos ajenas, grandes y toscas a través de su espalda, para que lo tocaran sin vacilación.
—Aprendí a sentir orgullo de mis cicatrices por vos y por Pillán; de mis huesos rotos, por Senaqué. Recuerdo sus nombres porque aprendí con vosotros cosas que abrieron mi entendimiento, con el correr de los siglos. Y os los agradezco profundamente; es ahora lo que hace que mis hijos todavía me amen, que me hace sentir vivo cuando otros solo pueden llorar lo perdido, ahogados en odio. Creo que, al final, esa fue mi recompensa por todo lo que fue enviado a hacer entre el cielo y este suelo.
—Qué feliz el momento en que ahora me cuentas con tanta tranquilidad una verdad que te quitó siglos de entendimiento y paz. — suspiró casi aliviado, como si hubiera deseado que ese costado dulce del español finalmente se pusiera sobre el conquistador y lo derrotara con esa certeza.
Rió despacio por la impaciencia del europeo y se inclinó por la diferencia de altura (aunque no como la que había tenido con Pillán) y rozó la mejilla contra el hombro ajeno, juguetón casi por instinto.
Era cierto que España jamás había contemplado un lado amable del zorro, sino en esa única y fugaz, confusa noche en la que tampoco terminó de comprender como para apreciarlo. También era de cierto modo una gran nación del pasado, ¿tendría sus facetas? Los Ancestros se mostraban como seres unificados y longevos, pero alguna vez pasaron por los asuntos de la carne con igual premura, en todos los sentidos. ¿Habría un Cacique feral y un cazador impecable y por el otro lado un zorro azul en las praderas de estrellas? ¿Habría quizás un niño pequeño descubriendo el mundo que apenas podía probar? ¿Y el jefe traicionado, el esposo abandonado y el abuelo desolado? ¿Estarían todos ahí indistinguibles o aún se podían separar?
Ahora mismo, quizás, Piaré-Guor de los Pampas era acaso el único Ancestro del Sur dispuesto a aceptar el destino por completo; vivirlo una y mil veces, sin ver a quién. Y mostrarse en sus dobleces como en ese momento.
>>—Esa noche la flor de la mañana tomó mi piel. ¿Ahora podré devolverle el favor? — El rostro del nativo perdió edad y arrugas y sonrió como si no se tratara de nada relevante, y no volvieran a unirse de una manera que no tenían idea de las consecuencias.
No importaba, la rueda giraba una vez más.
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