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II. Encontrarte

"Me cita a veces, y es bajo sus reglas. Terreno adentro es suyo, y él anda a las maneras del campo. Lo vas a entender cuando lo veas."

Al pasar los primeros pueblos del Sur, lejos de las grandes ciudades, Antonio vio a los peones arar la tierra en tractores o caballos, juntando ovejas y vacas en las hectáreas habitadas y las rutas turísticas de esa tierra tan vasta. Aunque le dio melancolía de tiempos mejores y más sencillos, a tientas de lo que fue el mundo después, la preocupación sobre su cabeza no lo dejó hundirse demasiado en los recuerdos dulces ni escuchar la conversación de la gente a su alrededor, con ese acento que le fascinaba cada vez.

En cambio, los ojos del español estaban enfocados más allá; hacia el monte, donde nadie veía.

"¿Qué quereís de mi, Piaré-Guor?" frunció el ceño con la frente en el vidrio, tras sus lentes negros "Ha pasado tanto, tanto tiempo... y aquí estoy, acudiendo a tu llamado. "

De pronto, algo ocurrió en el paisaje. Alrededor del pleno sol pareció manifestarse un anochecer, o algo que llevó su vista a una extraña penumbra, como si se desaturasen los colores. España se quitó los lentes y sus pupilas se achicaron cuando vio entre los pastizales un camino iridiscente, iluminado por debajo; diferencia que creció hasta que fue un trazado limpio. Pronto supo que sólo él estaba contemplando aquello, con su mirada más clara por su poder sobrenatural. Aquella serpiente de luz siguió la ruta por largos kilómetros, hasta que el trayecto comenzó a abrirse hacia adentro del campo, a la altura de Viedma.

Era la señal.

Apenas el chofer anunció la parada en el pueblo, Antonio se bajó con prisa con el bolsito sobre el hombro, tratando de no perder de vista aquel sendero. La gente alrededor lo miró confundida, porque era claro que el turista parecía desorientado o ansioso por algo que no podían comprender, apartándose de prisa para comenzar a caminar hacia una dirección.

Y si acaso aquellos gentiles hubieran sabido que los despistes de ese muchacho habían abierto medio mundo, hubieran notado la ironía de la situación.

"Vamos, ¿en verdad vas a dejarme en ascuas?" pensó, comenzando a caminar con prisa hasta adentrarse al pequeño pueblo de la zona, cuyos habitantes lo miraban con curiosidad.

"¿Ya vas a rendirte?"

La respuesta en su cabeza lo hizo sonreír, entre la sorpresa y el orgullo del desafío.

—Pues supuesto que no, si he llegado hasta aquí — hablo sólo en voz baja, mirando hacia el horizonte y los campos más allá — . Vamos, chaval, es parte de vuestras bromas dejarme perdido hasta que sepa Dios cómo hallarte.

"Sólo tienes que saber mirar."

—Ah, vaya... — se tomó la frente, girando sobre su eje — ¿Y cómo hago eso?

"Realmente te olvidas que no eres mortal, ¿cierto?"

Como si aquello hubiera hecho consciente de algo al español, volteó sobre su espalda y parpadeó lento hacia un monte. Allí, donde parecía haber nada, una manada de caballos cimarrones cruzó un campo cercado; y el más gallardo de ellos parecía tener dueño y montura. Su jinete, cubierto con un poncho rojo, lo observó con fijeza desde lejos; pero en vez de ir hacia él, bajó el alerón de su sombrero ancho y se alejó tierra adentro.

—Ahí estás, maldito zorro.

Antonio cruzó su bolso en la espalda, sujetando las correas del pecho; se arremangó la camiseta y, casi sin pensarlo, echó a correr a toda velocidad en medio de los pastizales. Liberándose de las propias cadenas que lo hacían humano, aceleró el paso hasta que pudo montarse a trote a uno de los caballos que seguía a Pampa, hasta que se acomodó con maestría y lo comandó para que siguiera el paso veloz de aquel.

La adrenalina corrió por su cuerpo y lo hizo sonreír en medio del ágil galope. Una catarata de momentos en su profunda memoria volvieron a él, como un cúmulo de imágenes; una especie de rápida recapitulación, para comprender mejor el contexto del hombre en su horizonte.

Tantas, tantas cosas habían pasado con el nativo, que casi se había olvidado de ellas - como él se había empeñado en hacer olvidar a Argentina. Por eso, en el presente, no le temía al castigo ni a las pruebas que pudieran ponerle para expiar sus culpas, si es que acaso lo había llamado por eso. Estaba acostumbrado a rendir cuentas. Lo estaba haciendo desde 1800; año tras año, día tras día.

"Mirad eso, señor Dios. Parece irreal."

Sonrió cuando, entre los claros de un bosque, detectó una vieja choza de paisano, como le diría Martin, que conservaba las formas arcaicas de épocas pretéritas. Enseguida halló atado al caballo negro que había tenido el jinete, pastando con calma. Entonces bajó de su improvisada montura y, tras unas palmadas de afecto al animal, lo dejó ir para acercarse a la tosca puerta de madera.

Tocó la puerta con sus dedos, y los recuerdos se agolparon tan deprisa que le colorearon las mejillas. Era como si viajara al pasado: había cosas modernas alrededor, claramente adaptadas a los tiempos de la posmodernidad; sin embargo, el aroma era idéntico a...

—Español.— se escuchó una voz suave y profunda; algo que le cimbró el cuerpo al europeo.

Cuando Antonió volteó y miró hacia arriba, los ojos negros que lo habían derrotado en el pasado con su ternura lo contemplaron una vez más, tras nuevas ropas y en una piel renovada, pero siempre con el rojo sobre su frente y su pecho.

>>—No entiendo como los blancos continúan agitándose tanto en los viajes. Ya no saben usar las piernas — lamentó en voz alta, cruzándose de brazos y mirándolo de arriba a abajo desde su altura — . Sin tu vieja piel de metal pareces más un niño que entonces.

—Piaré-Guor...

España no supo si abrazarlo, ponerse en guardia o huir; o todo al mismo tiempo, esperando cualquier tipo de represalia, física o sobrenatural. Mas lo único que ocurrió en aquel cruce de miradas fue el aumento del rubor, al saberlo real; pues el aroma de ceibos, mate y sal que conservaba Argentina en sí mismo, estaba mucho más intenso en aquel gran cuerpo y era... aplastante.

Eso era estar frente a un ser tan antiguo.

>>—Pensé que no volvería a veros nunca más. — bajó la mirada como una pequeña veneración de respeto, y porque le costó respirar de pronto.

—Las palabras relacionadas al paso del tiempo son relativas — respondió en un castellano algo tosco, pero fluido —. Como en las charlas que hemos tenido en el Mundo Onírico.

—Ciertamente — contestó, mirándolo de nuevo — . Estoy temeroso y muy confundido, pero aquí me tienes, Ancestro. Contemplarte me da una extraña... satisfacción, después de todo lo que ha pasado conmigo, con Pillán y con Martín — habló con rapidez, porque sus nervios lo traicionaban —. Y es...

Pampa se adelantó y abrió la puerta tras una pequeña tranca de acero que sacó como si fuera de papel.

—Entremos, necesitas sacarte ese aturdimiento.— el tono fue tan casual y humano que Fernández Carriedo no pudo evitar sonreír con sarcasmo.

Al caminar tras él reconoció su gran porte, y por un segundo el europeo recordó con gracia el susto que se había llevado Inglaterra una vez entre sus navegaciones, al ver que los gigantes eran reales, y estaban en la Patagonia. Pampa poseía una contextura cercana a los dos metros de altura, y sus huesos grandes lo hacían más imponente aún, como una especie de montaña que se había escapado de la cordillera de los Andes, habrían dicho sus hermanos alguna vez. Lo más destacable era su espalda, herencia que Martín Hernández dejaba por lo alto cada vez que se quejaba de que los sacos se ceñían demasiado por atrás.

—Es más que el viaje — España le explicó, al tiempo que dejó caer su bolso no muy lejos de la puerta. Se sentó en la primera silla que encontró y se quedó muy quieto, mientras Piaré se movía de manera normal — . Me esperaba esto, pero has tardado mucho. De todas formas, es bueno volver a verte.

Suspiró, la memoria perdida en recuerdos impuros.

>>—Habla. Ya no puedo más con mis nervios, Piaré-Guor.

—¿Aún tienes miedo de mi? — preguntó el cacique con una genuina curiosidad. El idioma era claro, pero conservaba una sensación de ser masticado de manera incómoda — Mnh. Debe ser por mi nueva condición en este lado.

—¿Condición?

—Mi carne fue reconstruida — le mostró estirando el brazo y moviendo las manos — . Y no hace muchas lunas. Debo estar impregnado de cosas más patentes que antes, cuando existí por primera vez.

—No os veo diferente, pero es cierto que se respira otra cosa alrededor — observó con tranquilidad, buscando sus rasgos — . Como en un estado más... puro de las cosas.

—Exacto.

El moreno tomó una silla y se sentó, quitándose el poncho rojo para estirar la camisa debajo, acomodándose el cabello atado y el pantalón ancho de montar. En un par de movimientos, tomó sus utensilios alrededor y le ofreció mate del agua caliente en la tetera a la leña, y un poco de pan casero. Cuando dejó todo en la mesa, arrimó una silla y estiró un poco las botas de cuero.

>>—Bebe. Tus hijos gustaban de la bebida de Keraná. Es buena para los nervios. — lo miró con el gesto de picardía que solía ponerle a Argentina para molestarlo.

—Gracias. — aceptó, tomándolo con naturalidad. En ese ínterin, el otro lo miró con la misma curiosidad de antaño.

—No pensé que el miedo perdurase, Antonio Fernández Carriedo. Es más largo que unas vidas que has pasado, tras morir tantas veces — habló en pausas; aún algo desacostumbrado a hacerlo — . Pero aún no fuiste desollado y traido de vuelta. Solo nos pasó a nosotros — se señaló — . Por eso al contemplarme, te inquietas. Cuando te haces de nuevo por la fe de las circunstancias que nos arman, vuelves y te ves parecido, pero ya no eres el mismo.

Se acomodó el pelo largo y se cruzó de piernas, sosteniendo el tobillo con una mano, a la manera gaucha.

>>—Tienes la misma expresión que Martín Hernández. ¡Ya hablé suficiente! — sentenció — . Ahora es tu turno.

Tomó de vuelta su mate y comió un poco de pan. Entonces, España lo notó: todo el entorno tenía su olor; todo lo había hecho él, desde la masa hasta los ladrillos de las paredes. Fue entonces que lo midió y se midió, con cuidado.

El hispano también había crecido y cambiado mucho en esos largos siglos sin verse. Y no había pasado demasiado desde las reconciliaciones diplomáticas con todos sus hijos; por lo que no deseaba tener ninguna dificultad más en ese continente, al que le debía su grandeza y su ruina.

—Tenéis razón. Yo no he muerto ni regresado vuelto más alma que carne, Piaré; mas las cosas son distintas. Agonice cuando dejé este continente. Debéis de saberlo: vuestros nietos me metieron en una jaula, y así me devolvieron al hogar. Entonces no quise escucharos por necedad, y recibí el peor de los castigos de la Divinidad: Ni mis niños ni yo hallaremos nunca la paz definitiva en este cruento mundo.

Bebió un poco más, la garganta reseca.

>>—Debo admitiros que, aunque extraño, el "antes" me parecía más sencillo, más honesto. Más... manejable. No lo sé — se encogió de hombros — . En el raconto de los días, supe más tarde que pronto que en vuestro hombro y en el de Guaraní derramé las lágrimas más felices desde que pisé este bendito suelo. Todas las demás han sido amargas.

Hubo un silencio amable, y el siguiente mate. Los ojos negros soslayaron la mirada, junto con la voz.

—Era parte de tu camino, y lo has recorrido con dolor y con alegría. Ahora estás en un llano que te dejará ver sobre tus pasos todas las cosas que has hecho — lo miró con atención— . Y sí, veo cómo se matan cada día. Unos contra otros, en una rueda que no deja de girar nunca, viendo a quien apunta al día siguiente. Algo que ustedes mismos crearon para subsistir, pensando que sería mejor que lo pasado; y solo se quitan y se dan, nunca tienen todos. Sin duda, el mundo de ustedes es más difícil.

—Así se han puesto las cosas hoy, verás.

—Sin embargo, no es muy diferente a las épocas previas a tu llegada. El dilema siempre fue entre devorar o ser devorado; la naturaleza de la humanidad misma, la supervivencia — suspiró — . Y por supuesto que te noto cambiado. Aunque tu mirada sigue igual con respecto a mi. Si pongo al Conquistador desnudo, buscando tenerme en los engaños del aceite de canelo; y a este español que parece un gringo turista, no hay diferencia en su rostro.

Sonrió despacio ante el leve sonrojo de Antonio, mirando hacia un lado.

>>—Tu rueda ya ha dado muchas vueltas en el destino. Has quitado y se te ha devuelto con la misma generosidad; a veces, cruel. Dios o los dioses castigan del mismo modo y premian igual. Y cuando callan, es porque así debe ser — en esa frase incluía toda una historia completa, propia y ajena, con ese grado de simpleza —. Ahora, el giro ha dado hasta aquí de nuevo. Cuando lo vi, fui a buscarte. Era momento de vernos, como sucedió con República Argentina.

Antonio llegó al fin al punto que le interesaba. Chupeteó un poco más el mate, recordando los viejos tiempos.

—Entonces es preciso decirlo, porque me está inquietando el pensamiento desde que crucé esta puerta.

—Habla, español. — Carriedo suspiró, tomando coraje.

—Nunca he olvidado el calor de vuestra piel, antes o después de la visión que hallé aquella vez por accidente, cuando comprendí que ustedes también sabían amar. Quise olvidar los encuentros que obtuve luego de vos y por mucho lo logré, ocupado en otros asuntos; mas la venganza de Pillán de los Mapuches acabó por alcanzarme, sin darme más opciones que aceptarla. Esa vez fue la primera en que pude estar en el Mundo Onírico con mi conciencia completa como Imperio; y desde entonces os buscaba, tanto a vos como al mapuche, para repetir esa sensación de... plenitud — se calló de pronto — . No lo he pasado bien por el precio que tuve que pagar tras esa osadía, y una parte de mí está arrepentido de haber llegado a ese sitio.

Suspiró.

>>—Pero miro a las naciones que dejé a mi espalda cuando me cerraron la puerta, y entiendo que vine a la América con un motivo, uno muy dispar al que creía tener: Serví a otro dios distinto del mío, y fui el combustible para una Providencia mayor ¿Es sobre eso que queréis hablarme ?

—... Sí. — dijo con una breve sonrisa, satisfecho por la conclusión a la que había llegado. Y fue, de hecho, la respuesta que el europeo obtuvo por largo rato, en tanto la madera se hacía brasas y la noche se acercaba.

Piaré tampoco había quedado en la época medieval; por sus hijos de campos cercanos había aprendido a convivir con lo que el mestizaje y la modernización trajo en el mundo. Así que, casi descontextualizando la charla, encendió la luz de la sala. Fernández Carriedo notó que todo estaba decorado de manera rústica. Sin duda, Martín había dado una mano ahí; eran regalos típicos de él, y Pampa los había aceptado en los tratados de acercarse mutuamente.

>>—De eso quería hablar — volvió y se sentó — . Athn Mapu es impulsivo, pero no imprudente. Lo que alguna vez te dijo fue correcto: Padre Antü te quemó los ojos, bajo lo que tú interpretaste como un "mensaje divino" en tu reino, y te hizo ver lo que debías hacer; sólo que te lo explicó antes que el Dios que veneras. Eso se quedó en tu cuerpo y lo viviste, paso por paso, tras los sueños largos y premonitorios que tienen las naciones de tu tamaño. Por eso te perdiste en el mar, y tus velas llegaron a este lado alguna vez.

Terminó el mate y cambió la yerba, tirándola hacia afuera de la ventana. El sol se ponía en hermosos colores desde ese alto.

—Déjame cebar esta vez.

—Muy bien — le cedió las cosas, contemplando cómo preparaba todo en silencio. Entonces decidió retomar el hilo de la conversación — . No creas que tus senderos han sido marcados azarosamente. Has recorrido el camino con todos tus hermanos alrededor, amigos y enemigos. Inclusive, yo mismo fui parte y sé que serví al Padre Antü bien... aunque ya no pueda verlo más — lo miró un segundo — . Tiene su carácter, se hace escuchar cuando quiere.

—Pues vaya que ha sido un camino de hiedras, espinoso como ninguno. — comentó el europeo con amargura.

—No te equivocas — se sentó en el borde de la mesa, casi dándole la espalda —. Hay una frase que vino de tus hijos de vientre y la usan aquí... cómo era... — se rascó la barbilla un momento — ¡Ah! ya la recordé: "Dios le da las batallas más duras a sus mejores guerreros". Y hay algo cierto en ese culposo cristianismo.

—¿Qué queréis decir?— Pampa lo miró de nuevo, casi jocoso.

—Has hecho destrozos, destruido pueblos y ciudades, transformado cuerpos y almas; moldeaste Imperios que no existían... aún y todo, nunca fue inapropiado. Era lo que debías hacer, aunque Pillan-chaí lo clamó con gravedad — sorbió el mate nuevo y escupió afuera la lavada verde, para tomar de nuevo y devolverlo —. Él ya no está en este plano, por cierto — le contestó al silencio de la pregunta obvia en el aire — . Duerme en el volcán de Pucón y se ve en el Otro Lado; como le llamas, el Mundo Onírico.

—Ya veo — cerró los ojos — . Entiendo que era mi labor. También entiendo que cometí un pecado imperdonable y con el tiempo aprendí a conocerlos, tratando de comprender de dónde venía este odio intestino que aún abunda en las bocas de los suyos — lo miró con cuidado — . El mapuche siempre me susurraba, mientras me mataba una y otra vez a través de mis hijos de vientre: yo venía a verter lágrimas. No pude resignarme del todo a la idea de que fui aquí un demonio, y no quedó nada bueno.

Bajó la mirada, siempre le había incomodado esa idea.

>>—Aún hay cosas que no comprendo de estos niños. Me entregan sus cuerpos enamorados, pero cuando me descuido, me estacan como un animal y se ríen de mí. ¿Solo eso causó en los demás?

—Hablas humano, de nuevo — le regaño dulcemente— ¡Cómo si pudieras haber hecho algo para evitarlo! Ustedes olvidan con mucha facilidad que sus voluntades no les pertenecen. Dormir del Otro Lado me hizo aprender eso. Jamás fueron nuestras decisiones en el fondo. Aunque las sostenemos como telas en el viento; justo como los humanos cuando deben tener fe en algo para seguir.

Esperó el mate y cuando lo bebió sonrió levemente, porque el español lo hacía muy bien.

>>—No es tu única cualidad, pero es la que trajiste a cuestas en tus enormes caballos de madera. Esa fue tu identidad aquí; y aunque hayas querido enmendarlo, fue la huella en la sangre de todos tus hijos — se encogió de hombros ante la desazón del otro — . No soy el que puede decirte si eso algún día va a cerrarse, o que América para ti ha quedado así para siempre. Aún puedes venir, pese a todo lo que ha pasado. Cuando alguien puede entrar a la casa del vecino es bienvenido, más allá de todos los reproches.

Se calló.

>>—El Exilio es una condena entre los nuestros muy severa, y aunque Chile simbolizó tu expulsión al final de su independencia de manera categórica, jamás te dejo ir. Ni ninguno de ellos — comió un poco de pan y se lo partió para él —. Has sido padre y madre, después de todo.

—Es lo que quiero entender. Ya me he disculpado con todos, lo he pagado de todas las maneras que puedas imaginar. Es muy duro aceptar que este fue mi simple rol y no tengo más alternativa que vivir con todo lo que se engendré en sus mentes y almas; incluyéndolos a ustedes. Sobre todo, ustedes.

Bebió su mate y masticó, terminando de tomar coraje.

>>—Siempre me he arrepentido de hablar mal de vuestro compañero. No me dí cuenta entonces, pues estaba convencido de que tenía otras motivaciones, pero en el fondo... estaba celoso de vosotros. Me recordaban el motivo por el cual nunca estaré completamente en el corazón de mi hermano Gabriel, siendo que él mismo tiene de esposo al mañoso inglés desde hace siglos ya — sonrió apenas — , y quise romper vuestro lazo para que me pertenecieras. No debí tomar a la ligera el amor que se profesaban. No podía entender por qué, siendo tan bello y joven, crujiera vuestro corazón cada vez que pensabais en Pillán, aún cuando él marchó a dormir al volcán lejos de este plano mortal. Yo estaba aquí, yo quería quedarme a vuestro lado y hacer castillos en el aire. Pero tuve miedo de lo que olvidé cuando yacía en vuestros brazos — bajó la mirada— . Lamento todo el daño que causé, sin que eso fuera parte de lo que vine a hacer en esta historia.

El cacique esperó un rato antes de continuar hablando. Las disculpas, esas palabras breves en boca del conquistador quien mancilló todo el orden que había conocido hasta ese entonces, fueron pronunciadas en la intimidad de esa choza, en medio de la nada. Seguramente habría sido recibida con rechazo, enojo y burla, por muchos que él conocía y conoció; sus hijos, las naciones, e incluso sus propios hermanos. Pillán le habría escupido la cara de haber estado allí.

Pero no fue el momento de ninguno de ellos sino el suyo, para recibir la súplica por todo un continente diezmado y mestizado. Y ya no reaccionaba como todos pensaban que lo haría.

Pampa no era humano, después de todo.

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