Outer reconoció que Stave no era alguien que quería atacarlo, de todos modos sus pies seguían estando descalzos, y de sus ropas no había ningún tipo de bolsillo, en su muñeca había una bandana de color anaranjado, brillante del mismo modo como su cabello relucia, estaban en pleno otoño, todavía no existía luz cerca de ellos.

El nombrado Stave se sentó esta vez en el suelo, más cerca de los pies del contrario.

— ¿Los bandos opuestos se pueden hablar?

— Sólo para saber la razón de cruzar la frontera.

— ¿Por qué no me has preguntado eso a mí? —El adverso no respondió— Hazlo.

— ¿Qué vienes aquí? Ya van dos meses.

— Porque sí.

El de cabellos rubios río ante la expresión vacía del contrario, volviendo a levantarse, y alzó las manos para elevarlas a la altura de su propio rostro e hizo gesto como si una pared invisible no le dejara cruzar donde el ajeno.

— ¿Qué haces? —Fue lo único que pudo decir Outer, extrañado ahora de las acciones ya normales de ver en el otro.

— Has insinuado que mis motivos son cruzar el otro lado. Te demuestro que no puedo atravesarla.

Outer sonrió, parecía un niño por el gesto que agregó al hablar, inflar sus mejillas como si fuera... Injusto.

— Cuando me entregaste la vela cruzaste.

—Ahí tu no creías que iba a cruzar por completo. Pese tenías la espada confíaste.

— Stave... Tu bandana pasa el otro lado.

El aludido miró su propia muñeca, y asomó esta para que los extremos de las cintas chocaran en el rostro ajeno quien se alejó un paso.

— Porque es indefensa. ¿O es que te duele?  —Sin respuesta. Solo suspiró— No todo agrede, Outer.

— Bien, las bandanas naranjas no agreden.

— Pfft... Tonto.

La visita terminó ahí.