4- Reloj.
Habían días que aquel joven no aparecía, y Outer se daba cuenta que no sabía nada de él, ni siquiera su nombre.
Hizo un breve experimento, y llevó de su reloj al trabajo para ver a qué horas llegaba el rubio frente a él, caminando hasta el límite de su campo para distinguir si se escondía en algún árbol muerto.
La primera vez solo se quedó quieto a una gran distancia, pero su presencia era distinguible desde los metros que los separaban, marcando las cuatro de la tarde. Otras veces solo se sentaba en el árbol sin propinarle más palabras, y sentía que era mejor no interrumpir con diálogos, cinco de la tarde.
Las horas no variaban mucho, pero no tenían un patrón, hasta que un día el joven comenzó a reír cuando estaba sentado sobre las raíces del mismo árbol, una risita dulce y suave.
— No habrá diferencia, las horas son distintas pero seguirán marcando el día.
— En las madrugadas...
— Seguirán marcando nuestro día, incluso si en otros lugares marcan horas distintas, seguirás existiendo igual que ellos.
— ¿Y tú?
— ¿Existo? —El rubio sonrió ladinamente— Las velas no se mueven solas.
— ¿Entonces... Cual es tu nombre?
— Stave. —Se encogió de hombros— A todo le dan nombre.
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