CAPÍTULO IV
Estaba congelada, el encapuchado estaba ahí, delante de mí, no esperaba verlo. Tenía muchas preguntas, sin embargo, por alguna razón no era capaz de pronunciar una palabra. Sus ojos grises parecían profundos y como si intimidaran a todo el que lo mirara. Bajé la mirada, tratando de evitar la suya.
—Fleur —levanté la mirada con sorpresa, pronunció mi nombre perfectamente —. Ese es tu nombre, ¿verdad?
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Sólo lo sé —se encogió de hombros con indiferencia—. Debo decir que no eres buena escondiéndote.
—Yo...
—Aunque eres buena escondiendo lo que sientes.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Nada, olvídalo.
—¿Qué quieres? —Pregunté recordando que él me había encontrado así que tenía derecho a pedirme algo, movió su cabeza a un lado y luego tomó unos pasos hacia mí hasta que estuvo lo suficientemente cerca para que la fragancia de una colonia deliciosa rozara mi nariz, olía muy bien.
—¿Qué quiero? —Se preguntó, caminando a mi alrededor, poniéndome nerviosa. Me sentí como una presa que estaba a punto de ser devorada por su depredador. Se detuvo detrás de mí; podía sentir su respiración en la parte posterior de mi cuello—. ¿Qué me puedes ofrecer, Fleur?
—Sólo dímelo para que pueda ir a dormir — dije molesta. Me rodeó hasta enfrentarme de nuevo.
—Creo que sé lo que quiero.
—¿Y qué es?
—Quiero que seas honesta por cinco minutos.
—¿Qué?
—Tengo preguntas para ti y necesito que seas honesta con las respuestas.
—¿Eso es todo? —Pensé que él me pediría hacer algo loco o pervertido, pero supongo que estaba equivocada. Él asintió—. Está bien —crucé los brazos sobre mi pecho.
—¿Cómo te sientes, Fleur? —Su pregunta me tomó desprevenida.
—Estoy bi—
—Recuerda, no mientas —interrumpió.
—Me siento... estoy... —dejé de hablar sin saber qué decir.
—¿Triste? ¿Enojada? ¿Deprimida? —Miré hacia abajo, apretando mis puños, no tenía derecho a preguntarme esas cosas.
—Esto es ridículo —levanté mi mirada—. No tengo que hacer esto, no puedes obligarme.
—¿Por qué no enfrentas lo que sientes? —él dio un paso hacia mí—. A caso, ¿es que solo lo acumulas dentro de ti para que te de la fuerza suficiente para volver a intentar suicidarte?
Mi boca se abrió en shock.
—¿Quién diablos te crees que eres? —¿Que se creía ese hombre para hablar de mi vida así tan casualmente?—. Debería irme —le di la espalda y empecé a caminar.
—Sí, huye, eso es lo que siempre haces, ¿no?
—¿Qué?
—Huyes para no enfrentar lo que sientes —me detuve bruscamente y me volví hacia él.
—¡Cállate! ¡No sabes nada de mi vida! ¡No sabes nada de mí! —Grité enojada—. Déjame en paz.
Una sonrisa sínica se formó en sus labios, como si le divirtiera verme enojada.
—Sé lo suficiente, he visto lo suficiente.
—¡Estás loco!
—Y tú eres una cobarde.
Me di la vuelta otra vez y me dirigí al camino oscuro. No necesitaba escuchar a ese arrogante loco. Me di cuenta de que ni siquiera sabía su nombre, sentí pasos detrás de mí.
—¡Déjame en paz! —ordené, dándome la vuelta.
—Ey... cálmate— Lucas, el chico que había conocido en la fogata, dijo levantando las manos en la paz. Sus grandes ojos verdes mostraban su confusión, eché un vistazo alrededor, pero no había señales del chico encapuchado.
—Lo siento, yo... pensé... lo siento.
—¿Qué te paso? Te ves... —hizo una pausa tratando de encontrar un adjetivo—. Muy molesta.
—Lo siento, estaba a punto de irme.
—Supongo, que ya has sido encontrada.
—Sí.
—¿Quién te encontró?
—Fue sólo un tipo al azar.
—Oh —Lucas me sonrió—. ¿Quieres que te acompañe de vuelta al psiquiátrico?
—Eso estaría bien, gracias.
—Toma esto —Lucas me ofreció su chaqueta.
—No, estoy bien.
—Por favor, estás que te congelas —murmuró. Era encantador, tomé la chaqueta y me la puse, era demasiado grande para mí, pero me ayudó a entrar en calor rápidamente, además olía muy agradable. Empezamos a caminar a través del camino que nos llevaría al patio trasero del psiquiátrico.
—¿Extrañas tu país? —Lucas puso sus manos dentro de los bolsillos de sus vaqueros.
—Sí.
—¿Tenías amigos allá?
—Sí, pero no eran muchos —miré hacia arriba para ver las ramas que se movían por el viento frío—. No he hablado con ellos desde... —pausé; No había hablado con mis amigos de Francia sobre lo que le pasó a mis padres, simplemente no quería la lástima. Además, los teléfonos móviles o los ordenadores personales no estaban permitidos en el psiquiátrico como era de esperarse. Recordé a Jasmine, mi mejor amiga, ella era una chica llena de buena vibra; todo era paz y amor para ella, tenía la capacidad de hacer que sonrieras en tus peores momentos.
—¿Desde qué? —La voz de Lucas me sacó de mis pensamientos.
—Nada, sólo no he hablado con ellos en las últimas semanas.
—¿Por qué?
—Bueno, no podemos tener computadoras personales aquí, ¿recuerdas?
—Pero puedes utilizar el teléfono público al lado del puesto de enfermeras una vez a la semana —explicó seguro, yo sabía eso, pero realmente no quería hablar con Jazmín o cualquiera de mis otros amigos. Si sólo escuchaba sus voces sabía que iba a convertirme en un mar de lágrimas.
—Oh, no lo sabía.
—Lo sabes ahora —agregó Lucas, dándome una sonrisa dulce. Era un buen tipo, podía sentirlo—. ¿No te gusta caminar bajo la luz de la luna?
—Sí —estaba de acuerdo sonriendo—. Es refrescante.
—Cuando era un niño, mis padres no me dejaban salir a la calle durante la noche. Dijeron que era demasiado peligroso por lo que me escapaba y me subía al techo de la casa a ver la luna.
—¿De verdad?
—Sí, podía pasar horas allí arriba.
—Eres raro —Sus grandes ojos me miraban con diversión.
—He oído que tú también eres rara.
—No, no lo soy.
—Bueno, la gente normal no toma duchas a las 4 am.
—¿Cómo sabes eso?
—Trent.
—Qué chismoso.
—Entonces, ¿qué haces aquí, Flor?
—¿Qué quieres decir?
—Es decir, ¿por qué estas internada en el psiquiátrico? —me tensé y él lo notó—. Lo siento, no tienes que decirme si no quieres, de verdad.
—No, tranquilo —aseguré—. La verdad mi diagnóstico es largo y aburrido, pero digamos que la razón principal es depresión, ¿tú?
—Trastorno obsesivo-compulsivo.
—No estoy muy segura de lo que es eso, pero espero que estés mejor.
—Algún día te contare toda la historia, es aburrida.
—Algún día te contaré la mía entonces.
—¿Trato?
—Trato —recordé el chico encapuchado, tenía tanta curiosidad de saber más sobre él.
—Lucas.
—¿Eh?
—¿Conoces al hijo de la directora?
—¿El nuevo?
—Eso creo.
—Creo que te refieres a Pierce.
—No sé, todo lo que sé es que él a veces lleva puesta una capucha y no habla.
—Sí, ese es Pierce. Bueno, la gente dice que él no habla en absoluto, así que no sé nada de él, ¿por qué?
—Nada, sólo curiosidad.
Llegamos al patio trasero y nos escondimos detrás de los árboles.
—¿Cómo se supone que voy a entrar? —Di media vuelta y apoyé la espalda en el árbol.
—El guardia ya está durmiendo. Sólo tienes que ser silenciosa —explicó él rápidamente.
—¿Seguro? —Lucas asintió—. Bueno... —Empecé a quitarme la chaqueta para devolvérsela.
—No, no es necesario, puedes quedártela por la noche.
—Pero ¿cómo te la voy a devolver? Estamos en diferentes áreas.
—Nos vamos a ver otra vez —su tono era prometedor.
—¿Cuándo? — puso el dedo sobre sus labios en señal de secreto.
—Te sorprenderé.
Y con eso dio un paso atrás para que pudiera empezar mi camino al psiquiátrico. Empecé a correr hacia la puerta y al llegar a ella, la abrí lentamente. Podía sentir mi corazón latiendo en mi pecho. Entré y vi como el guardia dormía en su silla.
Yo la pasé en silencio, sin producir un sonido. Caminé por el pasillo hacia el ala de dormitorios. Crucé la esquina y pisé algo húmedo en el suelo, antes de que pudiera reaccionar, resbalé y me caí.
—¡Ay! —Me tapé la boca para no gritar, intenté ponerme de pie, pero seguía resbalándome y cayéndome de nuevo. Fue entonces cuando bajé la mirada y me congelé.
La sustancia debajo de mí era carmesí...
No podía ser...
Sangre...
Levanté mis manos manchadas de rojo sangre. El olor hizo que mi estómago se retorciera, era sangre, no, no, no, imágenes de mi familia invadieron mi mente.
—¡No! ¡Ayuda! —exclamé, intentando levantarme, pero resbalé y caí de nuevo, vi una figura parada a unos metros de mí—. ¡Ayuda! ¡Por favor! —me las arreglé para gritar, mi voz se quedó en mi garganta cuando lo vi: Estaba todo vestido de negro, usando una especie de trapo que cubría la mitad de su cara—. ¡No! ¡No! —Traté de arrastrarme lejos de él.
Él se arrodilló frente a mí y me jaló de los tobillos.
—¡No!
Me estampé contra él y él me cubrió la boca con la mano:
—Shhhh —él me giró de forma que mi espalda quedará contra su pecho, no podía ver nada. Su mano también tapó mi nariz, cortándome la respiración. Sabia que no pasaría mucho tiempo para que me desmayara.
Luché, pateé, grité, pero nada sirvió, la oscuridad me tragó de golpe.
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