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1. Gran olfato

La familia de los lobos grises era la más fuerte en aquel lugar, todos le guardaban respeto, incluso otras razas bajaban la mirada ante ellos pues la ayuda que brindaban había logrado que el pueblo crezca y la paz prevalezca. La familia tenía dos hijos, una hermosa y risueña niña que contaba los días para ser mayor de edad y poder volverse una digna hembra alfa que haría que la manada crezca. La pequeña Karen tenía cerca de doce años pero su mentalidad estaba en una etapa madura en la que vigilaba cada paso que daba y analizaba las consecuencias. Era alguien sumamente impresionante por su alta capacidad de análisis y su efectividad en combate. Nadie se negaría si es que ella llegaría a dirigir la manada.

El hermano mayor tenía cerca de veintitrés años, sus cabellos eran blancos como en toda su familia, un plata que se matizaba con el negro en algunas partes, pero que le hacía lucir más apuesto que nadie. Sus ojos eran dorados como el más puro sol en el cielo y un tatuaje de una mariposa gigante parecía ahorcar su cuello. Su cuerpo hacía que cualquiera se acobarde de enfrentarlo en una pelea. Simplemente un hombre que gritaba "alfa" por cualquier parte que sea contemplado. Contrario a su hermana él era más de actuar, siempre listo para cualquier pelea y dispuesto a enfrentar al mismo rey por proteger sus ideales. Adam jugaba un papel importante en su manada porque era uno de los más grandes guerreros con los que alguna vez contaron.

Su novia era alguien peculiar, Krista parecía ser alguien frágil por fuera, su cabello era de un rojo que se confundía con la sangre y sus ojos de un perla tan puro como las nubes. Su belleza deslumbraba a cualquiera y hacía que el simple amanecer quedara en el olvido, perfecta en cualquier sentido. Su sonrisa siempre auguraba algo malo a su alrededor, agresiva y celosa en grandes palabras pues al haber conseguido un estatus tan grande como la futura hembra alfa no quería que nadie siquiera aspirase a quitarle el nombre y el lugar. Adam tenía cuidado con ella, pero la amaba.

Esa noche ambos fueron a un pequeño bar cerca de su hogar, el lugar era enorme y las luces alumbraban hasta la autopista. El bullicio parecía insoportable en los primeros minutos, pero una vez acostumbrado era la invitación más llamativa a una gran diversión. Junto a aquella pareja estaban dos grandes amigos de Adam.

Nick era tan imponente como un alfa, su piel era morena y su cabello de un negro puro, sus músculos sobrepasaban los de cualquiera y su fuerza era implacable. Tenía una débil cicatriz en su cuello, una muestra del inicio de su amistad con Adam pues ambos se habían conocido en una pelea, una disputa que ni ellos entendían pero que forjó una amistad.

Por otro lado estaba Kaspar, era una diferencia notable. Él era diminuto de cuerpo y su rostro era tan fino como bonito, su piel era porcelana y sus ojos celestes parecían guardar el cielo y sus constelaciones. Su cabello era de un castaño que lo hacía más tierno a vista de todos, pero sus delgados brazos guardaban más fuerza de la que parecía.

El bar no era la gran cosa, no cuando era la quinta vez que lo visitaban. Los cuatro no encontraban nada nuevo en aquel lugar, además de la mezcla de varios aromas que empezaba a causarles dolor de cabeza. Los lobos siempre se habían caracterizado por su gran olfato. Podían distinguir especies a distancia y encontrar lugares con los ojos cerrados, pero aquel lugar, aquel club era un contenedor de aromas que parecía explotar y llenarse cada que la puerta se abría para que alguien más entrara al lugar.

Krista al ser la única dama entre sus amigos siempre era protegida de todas las formas posibles. Los tres la mantenían al centro e incluso, cuando estaban de buen humor, la mimaban. Algo temporal hasta que sus dos amigos encuentren pareja.

En ese momento, ella estaba entre Adam y sus otros dos amigos. Los tres cuidando que nadie siquiera se atreviera a molestarla, y aquello reconfortaba su ego, pero incluso de aquella forma, siendo el centro de atención, pudo sentir cómo una minúscula gota de celos rebasaba de su mente al ver pasar a un cambiaformas felino. Ella los odiaba, porque siempre conseguían lo que querían. Y como lo esperaba, ante el aroma de aquel recién llegado los tres lobos a su lado voltearon.

El joven pasaba de lo común, quizá mucho a decir verdad. Era despampanante. Sus ojos atraían la atención de quien siquiera se atreviese a mantenerle la mirada por más de dos segundos, uno de un color celeste claro, y otro de un café suave, la grande línea en sus pupilas indicaba a todos que se trataba de un felino. Su aroma era demasiado sutil como para poder identificar su especie, pero poseía una cabellera castaña con motas negras que hacía el trabajo un poco más fácil. El muchacho, porque no parecía pasar de los veinte, tenía la piel clara y los labios gruesos que incitaban a cualquiera a besarlos. Su cuello largo era interrumpido por una camisa negra que se perdía en su esbelta cintura. Como siempre, los gatos mantenían una figura fina y unos ojos atrayentes. Bastaron minutos para que lograra acaparar la mirada de todos.

—Hace mucho que no veo uno —Kaspar fue quien rompió el silencio y volvió la vista a la mesa, sintiéndose algo cohibido por aquella figura que los miraba con cierta burla en sus ojos—. Mi padre dijo que son peligrosos.

—Son unos lloricas —opinó Krista, atrayendo finalmente la mirada de su novio y de Nick, ambos la observaban, confundidos—, casi nunca se dejan ver en las afueras porque huyen de las peleas. Son débiles... veloces para huir, pero cobardes para pelear.

—¿Quieres pelear con él acaso? —Adam la miraba divertido, una sonrisa surcaba sus labios al ver cómo su hermosa novia intentaba ocultar sus celos tras aquel comentario mordaz, algo que pocas veces se veía en ella— No molesta a nadie.

—La muñeca tiene razón —Nick elevó la vista hasta Kaspar quien se callaba para no gritar ante aquel apodo que le habían dado en cuanto se conocieron. Solo por ser demasiado bonito, quizá, le habían puesto "muñeca", denigrante a su parecer—. Son peligrosos.

Adam se mantuvo callado ante aquella advertencia, sus padres igual se lo advirtieron.

Mayormente los cambiaformas felinos no eran vistos con frecuencia, eran solitarios y huraños. El acercarse a ellos siempre fue un trabajo muy difícil, a menos que el felino lo quiera. Además que todos conocían el afán por conseguir dinero que los gatos tenían y aquella noche ninguno de los cuatro quería ser robado. Por eso decidieron alejarse del lugar y permanecer juntos a esperar que el aburrimiento sea lo suficientemente grande como para obligarles a irse, pero aquello sería difícil, al menos cuando los tres lobos veían con disimulo como un zorro se acercaba al dichoso joven con heterocromia. Eso definitivamente los mantendría entretenidos.

Incluso Krista se había congelado viendo como aquel gato seducía al zorro, y le parecía divertido pues hasta a ellos llegaba el aroma a excitación por parte de aquel pelirrojo que estaba siendo engañado. Contrario a eso el hábil felino estaba tan frío como un hielo, pero su sonrisa engañaba a cualquiera. Los cuatro entendieron su juego en cuanto lo vieron entrar, incluso estaba en las enciclopedias el que, mayormente, los gatos eran pacientes para observar su entorno y solo entonces mostraban las garras. Usaban poca energía, pero eran eficaces. Fue más que obvio que al final de la noche el zorro de cabello rojo terminaría sin un centavo en su bolsillo.

—Pero —Krista mordió su labio y arrugó su nariz, un gesto que hacía cuando algo atormentaba su mente—, su comportamiento es extraño, los gatos nunca entran a lugares con tanta gente, siempre permanecen ocultos... este es extraño.

—No es el único —Adam volteó al ver cómo la puerta principal del club era abierta una vez más y otro felino entraba. Este parecía ser idéntico al primero, lo único que le diferenciaba eran sus ojos celestes—. Son dos.

—¿Creen que debamos irnos? —Kaspar se levantó de inmediato y de un sorbo terminó su bebida, dispuesto a salir de aquel lugar— no me parecen de fiar.

—Creo que es lo mejor —Nick tomó la mano de Krista y la ayudó a levantarse. Con la llegada del segundo gato las cosas en aquel lugar se habían vuelto tensas—. Vayamos a mi casa.

—Vayan ustedes —Adam estiró ambas manos en el sofá azul e inclinó la cabeza un poco, viendo al cambiaformas felino que recién había llegado al club—, pronto este territorio será mío, necesito ver cómo son las cosas.

—Entonces me quedo contigo —Krista iba a sentarse en sus piernas, pero Nick volvió a jalar su brazo

—Él puede defenderse solo, tú no.

No pasaron más de dos segundos de haberse quedado solo para que el muchacho felino de ojos celestes se acercara a él. Ahora que lo veía de cerca su piel no era tan pura e incluso el fuerte aroma de su perfume barato hizo que Adam arrugara la nariz para evitar estornudar. Sin embargo, le parecía divertido, quería ver hasta dónde podía llegar aquel gato con él. Una investigación que se le antojó hacer en cuanto pudo ver cómo el heterocromático le sacaba la billetera al zorro que hasta ese momento no se daba cuenta, pero este lucía más inocente. Adam pudo ver algo parecido al temor en los ojos del felino, incluso percibió un suave temblor de sus manos cuando intentó servirle una copa.

Adam no era cruel, se compadeció del muchacho y le quitó el trago de sus manos para tomárselo él. Se notaba a distancia que el muchacho de ojos celestes nunca antes había bebido. No hacía falta de mucha inteligencia para darse cuenta que era casi un cachorro, quizá ni siquiera habría pasado su primer celo, porque en ese momento estaba actuando como una virgen con su rostro completamente rojo y el labio entre sus dientes. Tal vez estaban equivocados y los gatos realmente no eran una amenaza. Era cierto que no se les veía mucho y se debía a que no eran buenos para pelear y se resguardaban ellos mismos. No tenían manada y su familia se quebraba en cuanto podían ser independientes. Cabía la posibilidad de que los gatos sean más domésticos de lo que realmente parecían.

—Nombre —Adam dijo aquello con un tono de mando. Le estaba exigiendo que le diga su identidad, quería comprobar sus sospechas.

—Luis —El muchacho felino, que ahora parecía más pequeño, tenía la cabeza gacha, sus ojos eran apresados por las pestañas más largas que nadie podría ver tan de cerca como Adam— Luis a secas.

—Dime la verdad, Luis —Sí, definitivamente Adam estaba pisando suelo peligroso— ¿qué es lo que estás buscando en este lugar?

—Dinero, señor —El pequeño gato estaba tan asustado de haber quedado en evidencia que temblaba más que antes e incluso se podía ver cómo una lágrima quería escapar de sus ojos— y diversión —susurró.

Claro que sí, Adam estaba pisando terreno peligroso. Porque el diminuto gatito le parecía la cosa más linda y tierna que nunca había visto. Sus ojos celestes le encandilaban y el aroma de su perfume barato pronto estaba haciendo su efecto, dominando a un gran lobo gris que estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. Adan tomó la mano de Luis y lo obligó a levantarse junto a él, sonriendo cuando obtuvo lo que deseaba y viendo como le llevaba una cabeza al gato en tamaño. Incluso sus figuras eran demasiado diferentes, pero le era atrayente probar algo nuevo y tenía mucho dinero que desperdiciar.

Por eso salió del club junto al muchacho de ojos celestes.

En la mañana Adam despertó en una cama diferente. La noche fue estupenda, nunca lo negaría, el cambiaformas felino tenía algunos trucos que le gustaría repetir e incluso su aroma empezó a gustarle, aunque dudaba que le pertenezca al cien por ciento. El pequeño gato le había confesado que era la primera vez que hacía aquello y que fue casi una obligación, pues debían comer.

Lastimosamente la mañana llegó más rápido de lo que esperaba, obligándolo a despertar y darse cuenta de lo que había hecho. Era agradable descubrir que los guepardos no eran tan malos como se los pintaban y que tenían un corazón noble dentro de toda aquella belleza desbordante, pero la forma en la que lo había averiguado nadie se lo perdonaría. Krista le haría pagar por su infidelidad.

Se levantó de un salto y empezó a vestirse. Una vez listo tomó su billetera y su celular para salir de aquella habitación, no sin antes ver una última vez al joven de ojos azules que ronroneaba en pequeños ronquidos que le hacían más adorable. Adam arregló su cabello una vez más y salió de la habitación, encontrándose cara a cara con el primer felino que vio la noche anterior. El de ojos heterocrómicos y le inspeccionaba con algo parecido al asco en su mirada.

Adam entrecerró los ojos buscando alguna imperfección en el contrario, pero a diferencia del otro felino que estaba en la cama, este tenía la piel pura e incluso tan limpia que parecía un papel. Sus ojos eran más hermosos de cerca y sus labios se abultaban más cuando hacía una mueca de disgusto. Adam estaba seguro que sería regañado, él haría lo mismo a quien siquiera se hubiese atrevido a dormir con su pequeña hermana, pero la sonrisa de aquel gato lo descolocó por completo.

—¿Noche movida? —le preguntó el cambiaformas felino.

—Algo —Adam rascó la parte baja de su cuello buscando palabras para pedir lo siguiente—, escucha, sería buena idea mantener esto en secreto.

—Tranquilo —El gato ladeó la cabeza y sonrió mostrando dos colmillos pequeños—. Ya sea por mantener tu posición de heterosexual o a tu novia nosotros mantendremos la boca cerrada.

—Eso es bueno... creo.

Adam respiró profundo al ya no saber qué decir y empezó a caminar hacia la salida.

—Soy Luka, por cierto.

El peliplata sonrió de lado sin muchas ganas y salió del lugar, escuchando cómo la puerta era cerrada con seguro desde dentro. Quizá los felinos no eran tan malos.

Adam bajó por el ascensor y se golpeó la cabeza al ya no sentir su billetera ni su celular, eso cambió su posición y pensamiento.

Solo algunos felinos eran buenos.

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