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Capítulo 9


Al llegar la mitad del día sus tripas rugían, ya que en la mañana apenas había probado bocado por la incomodidad que le causaba el que él se lo diera directamente en la boca, además la noche anterior no había comido.

Al chico a su espalda le hartaba el constante ruido que hacían sus tripas, así que con esa excusa detuvo el caballo y la hizo bajar de él.

-Come- le enseñó las bayas que había cogido antes, a sabiendas de que algo así pasaría, y no estaba por la labor de ir todo el largo camino escuchando sus quejas.

La orden no dejaba lugar a dudas. Ella evidenciando sus manos inutilizadas levantó los brazos atados, conteniendo un resoplido.

Rodando los ojos volvió a darle de comer, a pesar del desagrado de la chica por ello.

Una vez merendaron continuaron el rumbo, y como ella no era capaz de estar dos minutos seguidos callada habló de nuevo.

-Así que, desconocido de guantes de cuero- lo apodó, algo no que le gustó para nada a él. - ¿Podría saber el motivo de mis vacaciones involuntarias? - llamó al secuestro de esa forma, refiriéndose a lo que él había dicho antes.

-Siento decirte que es una sorpresa, te tendrás que aguantar hasta que lleguemos.

-No me gustan las sorpresas.

-Bien por ti.

- ¿Cuánto queda?

-Mucho, así que cállate o te vuelvo a amordazar.

Cerró la boca instantáneamente, pero cinco minutos después la volvió a abrir.

- ¿Por qué me secuestrarias siendo amigo de mi padre y teniendo un buen puesto en las caballerizas? - pregunto directamente sin indirectas que lo delatasen.

Él sabiendo que no tenía remedio que siguiera con su tapadera contestó.

-Me da igual el puesto que tuviera, lo estoy haciendo por una persona.

- ¿Quién es? - todo se quedó en silencio. - ¿Al menos me puedes quitar la venda de los ojos? Ya sé quién eres, no tiene caso que sigas ocultándote.

Él llevó las manos a la venda, deshaciendo el nudo y rozando su nuca, algo que extrañamente sintió con mucha intensidad cuando solo era un simple roce en su pelo.

Una vez le fue retirada el trozo de tela por fin pudo ver, tardo un rato en acostumbrarse a la luz, pero cuando lo hizo no tardo en darse cuenta de dónde estaban.

Eran las afueras de la isla.

Donde el bosque acababa y empezaba la playa. La isla era realmente grande, por eso habían tardado casi dos días en recorrerla a caballo.

Había un barco enorme sin tripulación apenas esperándolos en la orilla, al parecer en su elaborada captura había unos cuantos cómplices.

Era consciente de que a partir de ahí sus posibilidades de huir serian escasas, por no decir ínfimas. Pues por muy irónico que sonara a pesar de vivir en una isla no sabía nadar.

Pero no pensaba rendirse, no señor.

Recordaba cuando era pequeña y su madre la contaba cuentos de princesas huyendo de torres, haciéndose guerreras y peleando contra dragones, princesas que no necesitaban de su príncipe azul.

Pero la que más le gustaba era una historia que le contaba cada noche. Trataba de una cría de elefante, la cual fue capturada y apartada de su progenitora por un circo para ser expuesta a todo el mundo.

La tenían presa y atada su patita con cadenas, la cría desde muy pequeña había tratado de escapar, tirando de esas cadenas una y otra vez. Hasta que un día, después de intentarlo tantas veces, se rindió.

Pasaron los años y la cría de elefante se convirtió en un enorme y majestuoso elefante, tan alto y fuerte como para derrumbar el circo de una patada, sin embargo, nunca lo intentó, pues se había rendido.

Ella ahora era el elefante, y tenía algo muy claro, no se asustaría por nada, y mucho menos por un pequeño ratoncito como el que era el granuja de su secuestrador. 

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