Capítulo 2
Ahora tenía dieciocho, dos años después y seguía sin tener pajolera idea de cómo controlar sus poderes, era imposible practicar sin que nadie la viese, y escapar de la reacia mirada de los ciudadanos o los guardianes que la custodiaban aun a pesar de su mayoría de edad, pues su padre era muy sobreprotector, aunque para ella era una forma de mantenerla controlada, era muy complicado tener un rato a solas.
Al principio probaba a ir a lo más recóndito del bosque, donde podía estar en paz, sin embargo, temía que llamase la atención si su poder se descontrolaba. Hasta ahora no había descubierto nada más que el fuego y el agua, aunque sospechaba que también podía controlar el clima, pues este variaba dependiendo de su estado emocional, algo que más de una vez había comprobado y la había extrañado.
Hoy era un nuevo día, un nuevo comienzo y una nueva oportunidad. Ese era su lema, aprender a ver lo bonito de la vida.
Se despertó con el canto del jilguero, y se removió perezosa entre las pieles de lobo, las más cómodas del reino, una vez levantada calentó sus pies en la mullida alfombra de labrado árabe y corrió las espesas cortinas de terciopelo, dejando que el sol entrara a la habitación.
Ató su enmarañado pelo pelirrojo en un moño mal hecho y bostezó estirándose cual gato tratase.
Fue a su mesilla de noche, donde cada mañana antes de que ella despertase, una de las sirvientas dejaba su desayuno, solo ellas tenían autorización para entrar a sus aposentos.
Pero justo cuando ese pensamiento cruzaba su mente una persona entró, saltándose olímpicamente cualquier reglamento.
Ella, que en ese momento disfrutaba de su café espumoso con chocolate e intentaba arreglar su selvática melena, miró alarmada a la puerta, por la que entraba ni más ni menos que un joven, con camisa manos enguantas en cuero, pantalones con cinturilla y espada y una gran pedante sonrisa.
Avergonzada se armó de un cojín, lista para lanzárselo, pues vestía ella únicamente su pijama que consistía en una casi transparente camisola, sin nada debajo.
-Fuera de aquí- exclamó sintiendo el rubor subir a sus mejillas.
Él al ver un pelirrojo animal rabioso lanzándole cojines sin parar levantó las manos en son de paz, en cambio Kate, con un humor de perros a primera mañana, al ver que los cojines no hacían su efecto y que se le estaban acabando, cogió el arco con flechas junto a la chimenea, tensando la cuerda con claras intenciones de dispararle.
Pero él, que apreciaba su vida, reacciono primero, lanzándose encima de ella para evitar tener una flecha clavada en el pecho, como probablemente habría sucedido de no haberla detenido.
Con el doloroso placaje y el chico, que podría compararse con una mole de piedra, aplastándola, hizo que su humor empeorase.
Pataleó, peleando con uñas y dientes, y gruñendo como un animal.
Miró hacia arriba, directo a sus ojos miel, que la miraban con travesura escondida en ellos. Y justo entonces fue consciente de la posición en la que estaban.
Él encima suya, con los brazos a cada lado de su cabeza, ella debajo suya con tela fina y casi transparente, y para rematar, sin corsé ni nada que sujetara su pecho, el cual se marcaba perfectamente.
Estaban tan cerca que sus respiraciones se tocaban, y el grado de tensión daba la sensación de estar a punto de explotar.
Entonces ella, ni corta ni perezosa, levantó la rodilla dándole justo ahí, y saliendo de esa comprometida situación con un desconocido, e incluso, quien sabe, un ladrón.
Lo dejó retorciéndose en el suelo y aprovechando su momento indefenso le quitó la espada con un ágil movimiento de muñeca.
- ¿Quién eres y que haces aquí? Contesta- ordenó demandante, con la espada apuntando directamente a su cabeza.
En ese mismo instante entró el rey, su padre, para evitar que matara al pobre muchacho.
-Veo que ya os habéis conocido- al ver que no tenía ninguna intención de soltar el arma añadió- déjalo Katherine, le he pedido yo que entre.
-Son mis aposentos, y este ladrón tiene una nula educación.
-No es un ladrón, Katherine, es algo que tendremos que hablar tú y yo.
Katherine era como la llamaba su madre, decía que era un nombre precioso y que por eso no se lo había pensado dos veces en elegirlo a la hora de nacer ella, pero prefería llamarse por su abreviación, Kath, o en este caso, Kate.
Por otro lado, el chico cuyo nombre no sabía se levantó del suelo, el rodillazo que le había dado era fuerte, vaya, pensaba él, el rey le había advertido del carácter de su hija, pero no imaginaba que fuese un animal salvaje.
-Entró en mis aposentos sin llamar, sabiendo que estaba prohibido y no se molestó en mirar a otro lado a pesar de yo no estar visible- dijo lo último refiriéndose a su escasa ropa.
-Algo que hablaré personalmente con él.
- ¿Quién es? - dijo cambiando de tema.
-Tu próximo custodio, te cuidará cuando yo no este, te protegerá de enemigos invasores y te acompañará al bosque para tu mayor seguridad.
No podía creérselo.
¿Él? ¿el que parecía entrar a robarla y se le habían desviado los ojos más de lo debido.
Imposible.
¿Qué será? ¿mi niñero? Se preguntó mentalmente.
-Mejor dicho, tu guardaespaldas- contestó él adivinando sus pensamientos.
-Exacto, cerbero, pero con una cabeza, y mucho más horrendo.
-Retíralo- dijo siguiendo su juego infantil.
-Eres tan dantesco como la caballeriza persiguiéndote el día entero.
-Seré tu sombra.
-Me espiarás.
-Prefiero llamarlo observar de lejos sin que lo notes.
-Violaras mi privacidad y espacio.
-Solo te molestaré un poquito.
Cuando los dos se quisieron dar cuenta, el estruendo de la puerta cerrarse se escuchó, el rey cansado de sus tonterías se había ido dejando al par de críos discutir a sus anchas.
¿Qué por qué había elegido a ese soldado para ser el guardaespaldas de su hija? Eran amigos desde hacía mucho, además de casi un hijo para él, y confiaba plenamente en él, su humor bromista y burla en los ojos se debía a su jovialidad, pero que no te dejara engañar, era listo como el hambre y vivaz como ninguno.
Ellos volviendo a concentrarse en su animada conversación giraron la cabeza de nuevo para encararse casi coordinados.
-Te quiero ahora mismo fuera de mi cuarto y a tres metros de mí desde este instante.
Él aprovechando que no estaba el rey, el cual era como un padre para él, se atrevió a sonreír con sorna.
Y, queriendo burlarse de ella dio un paso más cerca suyo, solo para desobedecerla.
-He dicho que fuera- su gran y poderosa arma le había sido arrebatada con la llegada de su padre, pero seguía teniendo un par de puños que sabia usar muy bien, además de un nuevo y maravilloso cojín.
-Tengo órdenes expresas de estar las veinticuatro horas del día junto a usted.
- ¿Ahora me tratas de usted? - preguntó con ironía.
- ¿Quieres que la trata de tú?
-Lo que quiero es que salgas de aquí.
-No puedo desobedecer una orden directa del rey.
-Entenderá que me des privacidad.
Él, rendido, reprimió un resoplido y salió avisando que se quedaría en la puerta.
Se termino el café en dos sorbos, y se vistió lo más rápido que pudo. Apretó el corsé, se colocó las calzas y se soltó la mata de pelo, dejándola libre como siempre.
Una vez lista miro a la puerta, preparándose para un día más, uno no tan bueno como esperaba.
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