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Capítulo 18


Se despertó aquella mañana de nuevo con el día nublado y para variar con un humor de perros. Era la tercera vez en la semana que hacía tan mal tiempo y la tripulación empezaba a preocuparse.

Pero ahora mismo Kate tenía otras cosas más importantes por las que inquietarse, por ejemplo, el pequeño inconveniente con el que había despertado.

Hoy podía ser un día más para cualquier otro, excepto para ella, que se había despertado con un tremendo dolor de tripa.

Odiaba que pasase cada mes, era vergonzoso, y no sabía cómo ocultarlo conviviendo solamente con hombres. En todo el barco apenas había municiones de papel o toallas que pudieran servirla, estaba perdida.

Y no solo eso, por supuesto que no, el verdadero problema a parte de su abundancia era su muy peligroso humor.

Si ya podía considerarse en días normales arisca o huraña en días como este podía llegar a ser el mismísimo diablo reencarnado.

En un momento podía estar riendo con Tommy y al siguiente enfadada con el mundo, en un segundo podía estar gritándose en una batalla campal con Jake y al siguiente llorando porque él la haya gritado, un instante podía estar tirada en la cama queriendo desaparecer de la faz de la tierra y al siguiente levantarse como resorte queriendo hacer algo productivo con su vida.

En fin, las hormonas.

Pero el verdadero problema era el dolor. Dependiendo de que mujer podía doler más o menos, o incluso no doler si quiera, algo que realmente envidiaba, pero ella en definitiva no era de aquellas. Ella estaba una semana entera con un dolor infernal que a veces hasta la condicionaba caminar, algo que odiaba ya que solía gustarle ser muy animada e hiperactiva, siempre y cuando Jake no le arruine el día.

Todos en el barco notaba el cambio en ella, el cómo una vez al mes se ponía de esa manera; sus discusiones eran más intensas y había veces en las que ella misma las paraba para ir a encerrarse al baño y volver una hora después con los ojos rojos, al final no tardaron en deducir el por qué.

Sin darse cuenta llevaba ya tres meses en el barco, y esta semana, la cual estaba pasándolo mal, Jake decidió intervenir.

Ella estaba tirada en la cama, en posición como le gustaba llamarlo estrella de mar, con los brazos y piernas extendidos vagamente y abrazando un cojín contra su pecho como si fuera su seguro de vida.

- ¿Cómo estás? -preguntó cautelosamente.

Murmuró algo contra el cojín que estrujaba en su cara haciendo que sea ininteligible, lo que supuso que significaba que no muy bien.

Cuando sintió los pinchazos más intensos se encogió haciéndose una bolita y apretando el cojín contra su estómago, como si así fuese a aliviar su dolor.

Él al ver eso dejó la bandeja que traía consigo en la mesita de noche.

-Te he traído algo -añadió intentando captar su atención.

Ella no le escuchó hasta que el aroma a chocolate fundido llegó a sus fosas nasales, entonces y solo entonces, levantó la cabeza con tanta rapidez que no se extrañaría si se hubiese roto un hueso.

- ¿Chocolate? -preguntó esperanzada, como quien encuentra agua en medio del desierto.

-Sí, princesita, chocolate, listo y servido para usted su majestad –bromeó haciendo una leve inclinación divertida.

Ella no contestó a su broma con una enorme dosis cargada de ironía, sino que mantuvo sus ojos brillando como dos estrellas fugares en la noche mirando directamente a la taza de chocolate fundido que le había preparado con el resto de munición de chocolate que le quedaba.

-He oído que el calor es bueno para esto, y que además el chocolate alivia mucho e incluso sube el ánimo, así que he pensado que tal vez... -no pudo terminar la frase ya que se lanzó a sus brazos efusivamente.

-Gracias, gracias, gracias. -chilló emocionada, cual niña pequeña en Navidad.

-No hay de que princesita. Si llego a saber que me lo agradecerías así lo hubiera hecho hace mucho.

Entonces se apartó con las mejillas rojas.

Solía ser muy impulsiva, y que alguien le diese chocolate, algo sagrado para ella, y encima en un día como ese era como darle oro puro.

Lo que la extraño fue el cómo consiguió la taza, pues, que ella supiese, el último rastro de chocolate en ese barco era una mísera onza que ella se había zampado en una de sus aventuras al robársela a Jake.

Mientras, por otro lado, el mencionado se seguía preguntando por qué había gastado su última porción en ella. Se intentaba convencer de que era para que se contentara un rato y dejase de gritar a todo aquel con el que se topase, pero ni él sabía mentirse tan bien a sí mismo.

Así que, una vez más, se preguntaba por qué hacía este tipo de cosas por ella.

¿Por qué se preocupaba por ella? 

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