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Capítulo 12


Dos semanas después y aquí seguía.

Las provisiones habían empezado a escasear, y la humedad del ambiente no ayudaba con la sequedad. La garrafa de agua que robó la había servido para limpiar el agua y quitarle la sal, pudiendo beberla la que recogía del mar.

Hasta ahora había sobrevivido con lo poco que le quedaba, que era cada vez menos, pero todavía no había encontrado ni un solo centímetro de tierra en la que pudiera descansar o recargar suministros, sin embargo, ni siquiera se había cruzado con una isla a la vista, ni un islote.

Todo era océano, infinito y profundo océano.

Parecía que nunca acabaría.

Había días, los que más hambre pasaba, en los que contemplaba la posibilidad de morir allí por desnutrición y que todo su esfuerzo al escapar haya sido en vano. Otros en los que se despertaba con la brisa tranquila del mar y el amanecer reflejándose en el agua y por muy poco que fuera eso le daba esperanza, tenía una vida que vivir, una que apenas había comenzado, y no dejaría que nada ni nadie se lo quitara, no antes de conocer lo bonito que podía ser la vida.

Esa mañana el cielo estaba cerrado, las nubes, cada una más negra que la anterior, se esparcían por todo el horizonte, la tormenta se percibía en el aire y las olas estaban empezando a agitarse.

Un mal presentimiento se asentaba en su médula, un mal augurio la avisaba.

El tiempo no mejoro con la llegada del alba, las olas se agitaban inquietas, y la marea subía conforme pasaban las horas.

Ella remaba contra corriente intentando estabilizar su pobre barca, pues como cayese al agua enfermaría por la humedad del ambiente y su ropa mojada.

Cuando tuvo la situación bajo control y creyó por un momento que todo estaría bien, llego su suerte a amargar sus días, y con suerte se refería a cierto barco en el horizonte que la seguía con prisa, más concretamente al que dirigía el barco, ni más ni menos que su captor.

Lo divisó con tiempo, teniendo ventaja para remar más rápido, sin embargo, nada se podía comparar a la velocidad del viento que llevaba al navío.

La habían encontrado.

No sabía cómo ni cuándo, pero tenían un claro objetivo, y ella tenía marcada el punto rojo en la espalda.

La alcanzaron casi al instante, los tripulantes tiraron el ancla al mar y bajaron las escaleras, listos para ir en su búsqueda. Y a Kate no se le ocurrió mejor idea que tirarse al agua y bucear a sabiendas de que no podría estar para siempre escondida entre las algas sin respirar.

No era como en los cuentos que le contaba su madre, y ojalá lo fuera, ya que sería mucho más fácil todo.

Se sumergió todo lo profundo que pudo, aunque no sabía nadar, cosa que era irónica, pues a pesar de eso pataleaba como podía para bajar más.

Intentaba no chapotear y que así no la descubrieran ya que, sino su plan se iría por la borda, pero tener el primer contacto con el agua en esta situación no era lo más sencillo del mundo precisamente.

El aire empezó a faltar, ahora se arrepentía de haberse lanzado tan precipitadamente y no haberse parado a dar una buena bocanada antes de zambullirse.

Siguió hundiéndose, el peso de su ropa y los objetos que llegaba atados en una bolsa a su cuerpo ayudaban a que fuese más rápido, en cambio, ya no estaba tan segura de si quería seguir bajando, pues sus pulmones empezaban a arder y la sensación la estaba desesperando.

Aún bajo el agua, se llevó las manos al cuello, intentando no soltar el aire y que estas se convirtiesen en burbujas que avisasen a los demás, pero por mucho que intento aguantar más llego el punto en el que su cuerpo por mero instinto la hizo intentar llegar a la superficie.

No obstante, ya era muy tarde, pataleó y luchó contra el agua, movió las manos en eses, pero la marea la zambullía una y otra vez. Hasta que las fuerzas en su cuerpo fallaron, las manos empezaron a pesarle, al igual que sus piernas, y sus patadas dejaron de tener la misma potencia, de repente se dejó ir, viendo cómo se hundía poco a poco, sintiendo el aire abandonar sus pulmones del todo y, por último, sus ojos pesar.

Hasta que todo se volvió negro. 

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