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Capítulo 1



¿Te imaginarías una isla en lo más remoto del mundo habitado por las últimas brujas supervivientes?

Sería algo ficticio, que nadie se plantearía ni si quiera aunque en verdad existiese, sacado de libros de fantasía donde los dragones existen y las princesas luchan a espada en mano.

Kate era una princesa, pero no una de cuentos de hadas, ella sabía luchar, era la mejor del reino en cuanto a espada se trataba, y si contábamos su maestría con el arco, nadie en todo el mundo sería capaz de vencerla.

Por no mencionar sus pequeños dones ocultos. Unos que no podían ser revelados al resto de mundanos, pues no llegaría al alcance de todos.

Salía ella con su gran manto cobijándola del frío, y su capucha cubriendo su cara. La época de invierno había llegado sin previo aviso y la nieve no había tardado en aparecer, durante tres días había nevado hasta cuajar y ahora las calles del reino eran tan blancas como el papel.

Los copos de nieve caían sin cesar y la nevasca se anunciaba en el cielo negro como el ala de un cuervo, Kate se encontraba en una de sus escapadas del castillo.

La vida que llevaba no era precisamente la idílica para ella y todas sus responsabilidades la atosigaban, vivir en constante vigilancia y tener a los guardias de palacio pisándole los talones era algo de lo que debía descansar de vez en cuando.

Sus rizos color zanahoria caían como cascadas a los lados de su rostro y eran azotados violentamente por el fuerte viento, ella corría escabulléndose de nuevo de los sirvientes bajo las órdenes de su padre, el rey.

Su madre ya no estaba con ellos desde hacía unos años, pues ella era, al igual que su hija, una bruja. Siempre había mantenido su secreto oculto y había escondido durante muchos años muy bien sus, por así decirlo, habilidades, pero en el décimo quinto cumpleaños de Kate el secreto salió a la luz de la peor forma y fue condenada a muerte solo por lo que era.

Kate, a sus quince años de ese entonces, tuvo que presenciar cómo quemaban viva a su madre en la hoguera mientras ella soltaba maldiciones a diestro y siniestro al poblado entero.

Su padre, a pesar de ser el rey, no pudo hacer nada contra la feroz opinión del pueblo. Las brujas no eran bien vistas, de hecho, les daban caza como a las ratas.

Desde ese entonces su relación con su padre no hizo más que menguar, ella era una chica muy terca, como lo fue en su día su madre, y creía fielmente que podría haber hecho más para salvarla, pues era el rey.

Todo el mundo, sin excepción, sospechaba también de la hermosa y revoltosa hija pelirroja, pues era una copia exacta de su madre difunta y a nadie le extrañaría que hubiese heredado no solo su físico o carácter, sino su maldición según lo veían todos.

Hasta su padre alguna vez se había encontrado temiéndola cuando su mal genio, hereditario también de su progenitora, se desataba.

A los dieciséis años la chica zanahoria, como la llamaba su padre cariñosamente, descubrió de lo que era capaz, y aun no había comprobado su potencial completo.

Estaba en el bosque cuando pasó, galopaba a caballo tranquilamente, sintiendo la brisa fresca acariciar su cara y revolotear su cabello, tenía el arco a la espalda y las flechas colgadas a la cinturilla, una vez más huía de sus quehaceres para relajarse en la serenidad del bosque, su lugar favorito.

Estaba alterada, pues había tenido una reciente y acalorada discusión con su padre, y no podía dejar de darle vueltas a lo que había dicho de su difunta madre, que merecía morir, solo por ser una bruja. Se había prometió a sí misma no volver a hablarle nunca, era una joven, aun en la adolescencia, terca como nadie tozuda como ninguna. Era una mezcla peligrosa.

Por eso su padre, cansado ya de su desobediencia y constante rebeldía había intentado hacerla entrar en razón, acabando así en gritos, y, como siempre Kate mencionaba el tema de su padre en cada pelea.

Algo muy injusto para él, también era su esposo, y su amor, los remordimientos de no haber hecho más lo perseguían por los pasillos del castillo en el que su esposa había muerto ante sus ojos, y sus alaridos de dolor al ser quemada en la hoguera lo atormentaban en sus peores pesadillas.

Por supuesto que lo que le había dicho a su hija era mentira, su esposa no merecía morir, era un ángel en vida y lo mejor que alguna vez le había pasado, seguía llorando su muerte años después, pero Kate no lo veía así, a él lo veía como un hipócrita por llorarle a su madre cuando la observó aquel día agonizar y no hizo nada para impedirlo.

No sabía si quiera por qué lo había dicho, cuando su cólera lo controlaba decía cosas de las que se arrepentía al instante, pero ya estaban dichas, y no había vuelta atrás.

Mientras, por el lado de la pelirroja, montaba al caballo a la brida, cada vez ganando mayor rapidez, saltaba obstáculos con soltura y ni siquiera el viejo roble caído era impedimento para que descargara su ira con adrenalina.

Cuando, de repente, un abeto cerca suyo estalló en millones de astillas, seguido de un pino, mandando sus piñas en todas direcciones, y el viejo roble por el que había pasado hace un rato empezó a incendiarse.

Ella al principio pensó que era mera casualidad, el roble era tan viejo que al mínimo accidente se quedaría en nada, pero no había una tormenta que lo causara, ni motivo aparente por el que dos árboles estallarían a su paso. Luego creyó que era un ataque, pero no había flechas ni armas, tampoco soldados enemigos a la vista.

Pero cuando sus puños se apretaron y otro árbol más explotó se planteó la causa de los desastres naturales.

Para comprobar su enrevesada teoría miró a un punto fijo, centrándose y canalizando toda esa ira contenida, cuando menos se lo esperó no solo uno ni dos, sino seis arboles seguidos se prendieron fuego hasta provocar un incendio. Ella, asustada, tiró de las riendas frenando al caballo y contempló las llamas crecer hasta alcanzar otros árboles, y así quemar una gran parte del bosque.

Huyó de allí, preguntándose dónde habría algún riachuelo cercano con el que apagar el fuego, sin embargo, pensando en eso una enorme esfera de agua se creó frente a sus narices.

Era de agua y levitaba sobre su cabeza. Asombrada y asustada a partes iguales inclinó la cabeza, repeliendo el agua, pero cuando esto pasó la bola liquida cayó.

Volvió a crear una con la mente sin siquiera darse cuenta y esta vez la dirigió al incendio con un leve movimiento de cabeza. Así hasta que lo redujo todo a ascuas.

Ese día descubrió que controlaba el fuego y el agua, algo que, después de muchas investigaciones secretas en la biblioteca del castillo a altas horas de la madrugada, se dio cuenta de que no era muy normal, las brujas solían especializarse en un solo elemento, no en diferentes capacidades, además de la magia oscura, tema del que apenas sabía. 

Su vida era relativamente tranquila quitando el pequeño problemita que tenía entre manos, sin embargo, todo estaba por cambiar.

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