[Extra del final original, ruta genocida (?)]

La última nota había sido entregada luego de años de espera, la dulce mañana había llegado y el pequeño rubio con mechones rojizos tocaba tu rostro con curiosidad. Las efímeras gotas de lluvia mañanera cayeron dejando unas suaves y brillante gotitas sobre las plantas del jardín.

Los deliciosos aromas de las tierras húmedas inundaron las fosas nasales del pequeño que conocía el mundo. Asomados por la ventana vieron pasar al —ahora adulto— Midoriya Izuku, cabizbajo, pensativo. Con cajas en mano entró al departamento que daba a tu balcón, ¿Cómo saberlo? Pues los balcones quedaban frente a frente y carecía de cortinas.

Asombrada, confusa y algo desorientada, comprendiste que serían vecinos.

El sudor frío recorrió su espalda con suavidad. Estremecido notó que estabas ahí, frente a él junto a tu pequeño retoño quién veía una pequeña mariposa que revoloteaba por el lugar. Avergonzado movió su mano saludando, correspondiendo aquél amable saludo te adentraste a la habitación, cerrando la oscura cortina.

La flecha recorrió día tras día, llevando cartas a la antigua entre ustedes dos. Acordaron una cita en tu hogar para tomar una taza de café y comer algo.

Las luces fueron apagadas cuando sus cuerpos yacían sobre la cama, el retoño con tu madre y tú disfrutando un dulce momento junto al hombre que en tu juventud había conquistado tu corazón.

Las suaves caricias de un amor recíproco que nunca fue expresado de la manera correcta revolvían las sábanas rojizas en un vals del amor de ágape y eros. La fragancia masculina nublaba tus sentidos llevándote al éxtasis de la felicidad, los dulces y suaves besos que habían sido privados durante muchos años fueron entregados a quien los había estado esperando.

Las palabras no hicieron falta y el amor deseoso de expresión romántica salía a la luz.

Un amor dulce que jamás fue bien expresado.

Un amor dulce que por fin, llegó a sus legítimos dueños.