Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

< /& >

I.

                                 ME HE MUDADO A un nuevo vecindario, es pequeño y tranquilo, donde vivía con mis padres, era más bullicioso. En cambio, acá el tráfico es menor y la tranquilidad se respira en sus calles. Es muy agradable.

    Los vecinos son amables, o al menos es la imagen que pretenden mostrar al nuevo vecino. Una de las ancianas que conocí apenas arribar, dijo que tuviera cuidado, pues las demás veteranas son demasiado cotillas y esparcen cualquier rumor una vez que cazan la información en el aire.

     «Los secretos son mariposas, cuídalos», dijo la anciana, consejo que agradecí con una reverencia y una sonrisa mal hecha por la incomodidad del momento.

    El interior de mi nueva casa no es la gran cosa, su aroma a larga ausencia y sus telarañas en los rincones, fueron los que me dieron la bienvenida.

    Es suficiente para mí, me gusta vivir con las comodidades fundamentales para subsistir. Sí, lo prefiero minimalista antes que vivir en un enorme lugar en el que la soledad, se percibe mucho más en las arterias.

    Mi padre quiso pagarme la mitad del depósito de una residencia más grande que ésta, decliné su oferta, no quiero que mis esfuerzos se vieran insultados de esa manera. Me apoyaba pero yo quiero ser autónomo, valerme por mi mismo. Sé que me aprecia, tanto él como mi madre, me han criado bien, por ellos soy un buen hombre o es lo que me considero, pese a mis varios defectos.

    Uno de los que me ha costado cambiar en estos años, es el de no controlar mis comportamientos perfeccionistas. Lo intenté, y lo intento de varias formas pero nunca hubieron resultados favorables.

    La culpa fue mía y del tóxico ambiente en el que me desenvolví, desde la escuela hasta la secundaria, no me pude dar cuenta... Hasta en mi etapa temprana de en mundo adulto —prefiero no considerarme uno completo, eso es aburrido—.
    Los niños en mi escuela eran competitivos entre sí, aún siguen siéndolo, como pequeñas pirañas que devoran hasta el hueso, y duele, porque me he convertido en alguien que solo desea alcanzar la cumbre académica.

    Pero los esfuerzos fueron compensados. Asisto a una excelente universidad: La Universidad Nacional de Seúl, y no me arrepiento de nada, ni siquiera de haber dejado atrás amistades de la secundaria. Estudio sociología, quiero ser un licenciado en la materia para investigar sobre los problemas sociales de mi país, gestionar y evaluar junto a expertos, un diagnóstico que pueda prevenir mayores conflictos.

    Y es irónico... La presión por el estudio, la necesidad de alcanzar las mejores notas y el temor al fracaso, es un grave problema en los estudiantes. Ninguno quiere quedar fuera, nadie quiere acabar en un empleo mediocre de remuneración baja. Me alegra no tener pensamientos depresivos, de baja autoestima, o necesitar de una novia que estuviera encima de mí. La última que tuve, le corté. Ella no estuvo de acuerdo en que haya faltado a una de nuestras citas, pues preferí estudiar el examen de ingreso.

    «Es importante mi futuro, adiós.»

   Así fue como la despedí de mi vida, a consciencia de que iba a tenerme rencor. Yo no tuve gramo de consideración, podía buscar a alguien que la quisiera más, un hombre que fuera detrás de ella las veinticuatro horas.

   La universidad es igual de feroz que una jungla. ¡Una jungla de cemento! No hay tiempo para salidas de amigos y chicas, no hay tiempo para descansar, no hay tiempo ni de sobra para ir al baño.

   La vida de universitario es muy dura.

    A la mañana siguiente de mi mudanza, preparo un desayuno rápido: huevos fritos y unas tostadas... La comida es lo único que voy a extrañar de mi hogar: el sabor casero. Mi madre elabora los mejores aperitivos, mi paladar agradece haber probado en vida tales manjares y se lo hice saber en cuanto me llamó, ella preguntó como había llegado y le indiqué que me smbienté perfectamente, sin contratiempos. Mee faltaba desempacar algunas cajas para poder sentirme como si todo fuera mío.

    Al menos, las arañas me hacen compañía.

    Guardo las llaves en mi bolsillo tras acabar, acomodo mi mochila y saco mi bicicleta con cuidado, siempre he preferido ir a la Universidad sobre dos ruedas ya que el ejercicio matutino hace circular la sangre y le da oxígeno a mi cerebro.

    Ah, quizá debí escoger la carrera de medicina.

    Circulo recto en la vereda. A un par de cuadras, me sorprende una figura femenina que obstaculiza mi camino, logro esquivarla pero sus bolsas de compras caen de sus manos por la impresión del casi choque. Las mandarinas se esparcen en el suelo y ella, se agacha rápido, yendo detrás de la fruta que no dejó de rodar cuesta abajo por el borde de la calle.

    Una expresión de diversión plasmo en mi rostro, río en voz alta y ella, con un ceño fruncido, grita:
     —¡Eh! ¡No te quedes ahí como un pavo y ayúdame!

     Chasqueo mi lengua, una demora hará que llegara tarde, no iba a manchar mi historial perfecto por ella. Observo el reloj de mi muñeca, niego un par de veces mientras le brindo otro vistazo, ella era encantadora fea y no, no me interesa indagar a fondo cuanta belleza portaba.

     —Voy a llegar tarde, ¡lo siento! —y me esfuerzo en pedalear para huir.

     La muchacha ladró frustrada, toma la misma mandarina que estaba en el suelo y la lanza sin éxito.

     —¡Fallaste!

II.

     Mi mente está agotada. Deseo tomar una taza de té caliente y tirarme en la cama. Esos pensamientos se intensifican, por lo que pedaleo con más esfuerzo al imaginar un té de manzanilla en mis tripas.

    En la intersección, me parece oír un lamento canino. Desvío mi dirección hacia el callejón y veo una grotesca imagen al llegar, es desgarradora: es un perro herido y acostado que solloza, sangra abundante y un charco hay, tanto alrededor como debajo suyo. Él respira con dificultad, como si en sus pulmones contuviera agua acumulada. Algo así como una neumonía. Su lengua está hacia afuera, tocando con su saliva el duro asfalto y su propio líquido carmesí.

    Una arcada me vino de súbito.

    No sé que le ha sucedido, es... Es repulsivo.

    También le falta gran parte de su pelaje y su piel está descubierta. El aroma a sangre fresca me centrífuga el estómago y las manchas de su picazón me incomodan, siento que mi propia piel arde también. Es demasiado doloroso presenciarlo.

    Observo ambos lados del lugar, así que decido estacionar mi bicicleta en la pared para mirar de cerca el can. La zona está poco iluminada, y el filtro de la tarde hace que su sangre brille como perlas preciosas.

    Vuelve otra arcada, la aguanto al confrontar el animal.
    —¿Qué te sucedió, amiguito?

    Soy imbécil, un perro no va a responderme.

    Estiro mi mano con la intención de acariciarlo y estudiar sus heridas sin embargo, este gruñe sin permitirlo. Obligado, alejo mi extremidad con cierto temor.

   Mi corazón se vuelve ansioso, él no quiere mi ayuda, o tal vez es un animal arisco. Rasco mi cabeza y pienso en que no debería intentar moverlo, e igualmente, otra vez busco darle una caricia cuando vuelve a llorar de sufrimiento. No hay peor sonido que el de un perro o un bebé llorando. Mi intención le provoca más gruñidos, y, un intento de mordisco si no hubiera sacado mi mano de inmediato.

    —¡Quiero ayudarte, estúpido perro!

    Nunca me llevé bien con los animales, no les odio aún así, ellos me odian. ¿Será por mi aroma? ¿Por mi rostro? ¡No lo entenderé! Jamás les mostré miedo sino empatía y curiosidad, como ahora cuando pretendo ayudar al pobre perro que no me deja saber que le pasa.

    Bufo. Daba pena dejarlo tirado... ¿Y si su dueño le había maltratado? Verle agonizar me encoge el corazón.

    —Lo siento, de verdad lo siento...

    Con dolor lo dejo allí. Él llora cuando ve que estoy alejándome y no comprendo, él no quería mi ayuda. Vuelvo a montar mi transporte y cierro los ojos antes de continuar, al reanudar mi viaje, el aire golpea mi rostro y mis fosas nasales se limpian. Descubro varios aromas, tales como el de la carne asada y el humo proveniente de un pequeño bar.

    Al llegar, frente a la fachada de mi casa, se halla la chica de esta mañana. Freno, estoy sorprendido aunque no lo suficiente, pues sé a que vino. Mujeres de su tipo no iban a rendirse hasta obtener lo que querían.

    —Me debes una disculpa.

    Sus labios forman un puchero, son pequeños y... Están sucios de salsa. Que asco.

    —Hazte a un lado  —le digo, la aparto de un manotazo sin darme cuenta de la fuerza que ejerzo.

    —¡Ay!

    Tironea de mi brazo, en segundos, acabo en el suelo sin saber el cómo. Contemplo el cielo rojizo, ese rojo me recuerda al perro herido en el callejón que tuve que abandonar.

     —Solo quiero una puta disculpa... Además, ¡arruinaste mis mandarinas!

    Me levanto y no tardo en encararla. No peleo con mujeres pero me está hirviendo la sangre con solo escucharla. Por eso prefiero tenerlas lejos, dan dolor de cabeza.

    —Tú arruinaste las mandarinas, y... ¡Ay, ay!

    Torció mi brazo, y de nuevo acabo en el piso en un pispás, la tengo sobre mi espalda. Calculo que pesa cuarenta kilogramos, o un poco más y aún así parece que pesa setenta. Ella ríe, parece divertirse y no sé cual es su puto problema.

    —¡Déjame! —Le grito, su culo obstruye mi respiración-. Yo no estaba en medio del camino, ¡la calle es para los transportes!

    —¡Me debes mandarinas... y una disculpa!

   —¿No era solo una disculpa?

   Usa mi cabeza de tambor. ¡Esto es agresión! ¡Es abuso! No merezco esto. Estúpida ella y sus estúpidas mandarinas. Voy a comprarles mandarinas para que se las pueda meter por el...

    —Subí el costo del castigo.

    —No es justo —hablo agotado y continuó en decirle: —Fue un accidente.

    —Y no me ayudaste, mínimo debes darme una compensación por los daños psicológicos.

     ¡¿Qué diablos?! Es definitivo: La detesto con todos mis órganos.
     —Está bien —murmuro entre dientes—. Disculpa, fue mi error. Te voy a comprar las mandarinas... ¿Ya puedes dejarme ir?

    Afloja su agarre, estoy aliviado de que se apartara y que el oxígeno regrese a mi cuerpo con normalidad. Limpio la suciedad en mi camiseta, con el asco subiendo a mi campanilla, suspiro agobiado.

    —Cumple tu palabra... —Usa su dedo para señalarme. ¡Ah!, ¡es una lacra social!— ¡O sufrirás las consecuencias!

    Contuve la necesidad de rodar mis ojos y la escaneo por última vez: Sus ojos son pequeños, como frijoles, además de tener líneas negras debajo de sus párpados por la falta de sueño. Es un jodido panda. Su cabellera es dorada, y sus mechones están dispersos sobre sus menudos hombros. Está despeinada... Y odio a las rubias. Además, ¿cuánto mide? ¿Un metro y sesenta? No, un poco más. Mi mirada la incomoda, sus labios abultados -y recalco su suciedad- formaron un nuevo puchero porque ya no tiene nada que decirme.

    Se le agotaron las excusas.

    —Lo haré.

    Comienzo a marchar hacia mi casa, la irritación raspa mi mente y el ferviente deseo de maldecirla se atora en mi tráquea, no iba a discutirle, tenga o no la razón... ¡No han sido modos de tratarme! Ella está parada allí aún, mira como ingreso y sonríe petulante... ¡Agh!

    Le muestro el dedo medio, complacido por su desconcierto, azoto mi puerta.

    Mis pasos son robóticos, realizo la acción de quitarme la mochila y no reparo en que la deje caer al suelo; voy a la cocina a preparar el agua caliente y abro la nevera para meter mi cabeza dentro. Las ideas se enfrían, mi rostro enrojecido de furia, creo que disminuirá... Era un buen método, aunque sea absurdo.

    Confirmo que es estúpido.

    Empiezo a contar la cantidad de ingredientes -no hay nada-, que hay en el refrigerador, debo ir al supermercado.

    Y las mandarinas, no olvides las mandarinas.

    La voz de la chica en mi mente vuelve a enfadarme... Por desgracia, cumplo siempre mi palabra.

III.

    Son alrededor de la una. Pero no dejo de mirar las odiosas mandarinas en la bolsa. Tengo el impulso de aplastarlas... Sacudo mi cabeza, borro esa malicia porque he gastado mi fortuna en fruta que no es para mí.

    Así que decido darme una ducha y acostarme. Fresco y limpio, busco mi pijama sin dejar de secar mis cabellos carmesí con una toalla pequeña. Mi espejo empañado por el vapor, hace mi reflejo borroso e irreconocible. Eso no me molesta.

   Salgo del baño, y buscando mi pijama, aprovecho realizar estiramientos de brazos y cuello. Si no hiciera un poco de ejercicio a diario, mi físico estaría resentido por los golpes de mi fastidiosa vecina.

   Entro despacio a mi cama, las sábanas me envuelven, es agradable la sensación de cobijo y consuelo. Tiemblo un poco porque aún no están tibias, poco a poco mi temperatura corporal ayuda a darme calor y mis dedos, tiran un poco más de los bordes hasta cubrirme por completo.

   Pero empiezo a percibir una pequeña y diminuta mordida en mi pierna izquierda, como la succión de un descarriado mosquito llevándose mi sangre pero, un poco más doloroso. Rasco la zona, y lo pretendo ignorar para que mis uñas no me lastimen. Olvido el ardor, el pequeño bulto palpitante... Es como una quemadura.

   Tengo que rascarme.

   Quiero rascarme.

   No. No debo.

   Abro los ojos, salto de la cama y echo repelente de mosquitos. Putos mosquitos. Me retiro de la habitación, y dejo que haga su efecto.

   Ese tiempo lo uso para mirar la zona afectada

   Bajo mi pantalón, viendo que una porción de mi muslo está rojo, con una leve deformidad en mi piel. Algo así como un pequeño relieve con una perforación en su centro. Lo lavo con agua y jabón, eso aliviará mi desesperación.

   Regreso al dormitorio, controlando que las ventanas estén cerradas -si lo están-, así que dejo mis preocupaciones e intento volver a dormir. La comodidad es satisfactoria, giro mi cuerpo a un lado en el lecho e introduzco el brazo bajo la almohada.

   De nuevo, obtengo una pequeña mordida repentina, allí mismo, en mi brazo. Con prisa enciendo la luz e investigo minucioso la cama.

   Es probable que a un insecto se le ha ocurrido joderme la noche.

   Suficiente tengo con la estúpida vecina que me jode con sus mandarinas.

   Aprieto mi labio con mi diente incisivo.

   Mandarinas, ja.

   Retomo mi búsqueda, y como las sábanas son de un color crema, no iba a tener dificultad en encontrar a mi nuevo enemigo. Levanto la almohada, no hay nada allí excepto pequeñísimos rastros de mi sangre; inhalo, las ganas de restregarme se multiplican. Ambas picaduras colisionan y paso mis dedos, en pos de suavizar la exasperante hinchazón.

    Adiós ganas de dormir, hola insomnio.

   Es raro, en mi primera noche no había tenido problemas... ¿Por qué ahora sí?

   Por no visualizar al intruso, mi nueva estrategia es cambiar la muda de cama. Inconsciente, rasco más fuerte, eso da un alivio fugaz e incrementa paulatinamente el querer hacerlo otra vez.

   Fuera de mi cama, regresa a morderme —o pincharme, no lo sé—, y mientras bebe de mí, veo esa diminuta figura prendida a mi epidermis, odio y repugnancia es lo que me genera. Se la ve tranquila y contenta de su nuevo huésped.

   Hija de puta.

    —Ah, así que eras tú —muerdo mi mejilla interna, la sorpesa y la cólera son los colores que experimento.

   Es una pulga.

   Una. Maldita. Pulga.

   E intuyo de donde provino: El perro.

   ¡Maldito y mugroso perro!

    Intento atraparla pero salta como una circense experimentada. La pierdo de vista, el contraste de la madera imposibilita que la matara por su crimen.

    —Oh, genial. Estupendo.

    La condenada se ha llevado mi sangre.

IV.

   Dormir ha sido imposible, y el amanecer había llegado rápido. Las marcas de mis arañazos y la piel en fiebre me irritan, sintiéndome el doble de cansado. Las luces del día se filtran por las cortinas, no las aparto enseguida sino, mis retinas iban a resentir la irradiación del sol.

   Estoy demacrado, no es la primera vez que me desvelo... pero desvelarme por buscar una pulga ha sido estúpido. De verdad espero que regresase, sus instintos de supervivencia le funcionaron al cien por ciento. No me va a vencer un bicho.

   Deberé tomar medidas, de lo contrario, sufriré nuevos asaltos en las próximas noches.

   Lavo mi rostro con agua fría, esto me despabila y cepillo mis dientes para un aliento fresco. Mi ánimo no cambia ni con un par de tostadas con café, imaginaba a mi padre o mi madre retándome por no balancear mi dieta.

   Y la realidad me abofetea al ver mis pertenencias sin desempacar.

   Me vendría bien una mano...

   Luego recuerdo que el único amigo que poseo, no lo contacto desde hace cuatro meses, la vergüenza me invade, por lo tanto, decido no llamarlo. La ansiedad provoca que rascara mi brazo, justo en donde no debería. La zona cutánea vuelve a palpitar más, mi enrojecimiento no cede.

   Lo estoy empeorando. Detengo mi mano, donde noto un poco de sangre debajo de mis uñas.

   Abandono la taza en el lavabo, como hoy entro más tarde a clases por falta de una materia, haría una lista de cosas primordiales que debo hacer en la mañana.

   La primera, es entregar las mandarinas a la vecina.

   No dudo un momento en plantarme en su casa después de averiguar su número de puerta. Las ancianas en verdad sabían todo con pocas explicaciones.

   Un par de golpes y una niña de aproximadamente diez años, es quien abre.

   —¿Sí? —Luce un adorable uniforme de escuela y enseña u genuino interés: -¿Quién es usted?

   Y es respetuosa. Me cae bien.

    —Vengo a dejar estas mandarinas... —le muestro la bolsa plástica, la niña no comprende la situación y no me esfuerzo en añadir palabras.

    —¡Hermana! ¡Tu novio vino a dejarte tus mandarinas!

    O quizá sí.

   Descompongo mis facciones. Mis mejillas empiezan a enrojecer de rabia, aquello es un insulto. Me controlo, pasando mi mano por sobre la tela de mi chaqueta.

   Debo dejar de rascarme.

   La joven aparece agitada al haber corrido, ella hace a un lado a quien creo, es su hermana menor. Se adueña de la bolsa en un arrebato y no me quejo al respecto; elevo mis hombros y decido retirarme.

    —¡Oye! —Exclama exigente—. Al menos deberías decirme tu nombre.

     —Gasté mi preciado dinero en tus mandarinas —le manifiesto dándole la espalda—, es todo lo que te debo.

    —¡Dime tu nombre!

    No le voy a decir nada de mí.

    —Me llamo: No me jodas —le contesto a una buena distancia.

V.

    En el barrio hay una farmacia, aprovecho ir para comprar una crema, con eso evitaré estar constantemente preocupado por las erupciones que me han nacido por culpa de la asquerosa pulga. El cajero me desea buenos días, apenas soy consciente de mi expresión fruncida, no puedo disimular mi mal humor, todo en mí gritaba que no me hablasen.

    Después de la exitosa compra, me encamino a comprar algún aerosol para pulgas y garrapatas en cualquier supermercado; no voy a arriesgarme a convivir con parásitos en mi propia casa y dormir mal otra vez.

   Y regreso un poco más molesto con la comezón, no he podido parar... no sé parar. He sentido un par de cosquillas en mi piel, patitas que corren de un lado a otro por mis tobillos y escalan de salto en salto para quedarse refugiado en la corva de mi pierna.

   ¿Sería idea mía?

   Me había cambiado cinco veces mi ropa, necesito evitar que la pulga estuviera en mis prendas. He fregado el suelo una y otra vez, con un trapo húmedo, ya que no puedo dejar el suelo de madera como un océano de agua y jabón, esta podría pudrirse y deteriorarse más pronto.

     Al acabar, vierto el veneno cuidadosamente, tal como las instrucciones dictan. Puse en las esquinas, debajo de la cama, y en otras habitaciones por si la condenada, ha decidido moverse de sitio. Pese a su inexistente cerebro, no puedo subestimarla.

     Satisfecho, asiento con la cabeza, la pulga no iba a sobrevivir por más tiempo.

     Dejo el aerosol cerca de mi cama, trasladándome al cuarto de baño, tomo con cuidado la crema y desparramo la misma, me doy cuenta entonces, que el estado de mis picadas se encuentra un poco peor.

   Me he rascado demasiado, he abusado... y mi ropa ahora está con roces y manchas rojas. Así que, aguanto el ligero dolor que me provoca pasarme mis dedos, la crema ayudará a refrescarme y el dolor se adormece cuando hago círculos constantes en mi piel, hasta que logra absorberlo por completo.

    Coloco mi ropa a lavar, es un lavarropa pequeño que vino como extra en mi hogar, pero no me molesta que se viese antigua. Espero que no se tragara mis calcetines y haga un truco de magia que no he pedido.

VI.

   Fiebre... Mi cuerpo está caliente en mitad de la noche, junto a un insano dolor que no me permite acomodarme correctamente en mi cama. Giro quejándome, la cama también parece quejarse como si fuéramos ambos un par de ancianos y percato que, en un estiramiento, me punza el dolor.

   Agitado, sudoroso y con espasmos graves, enciendo la luz y soy testigo de mi propia tragedia: Mi sangre en las sábanas me horroriza, sobretodo las heridas y las nuevas picaduras que me han dejado ampollas más grandes.

   La crema no funcionó, el veneno tampoco.

    ¡Ah! ¡Maldita sea! No dejo de temblar, mi corazón bombea a prisas, y me sostengo en la pared con falta de equilibrio y energía. Mis dedos están sucios por la sangre seca, la agonía como el calor se extiende y se planta profundo en mis entrañas. El asco y el mareo, hacen que mis ganas de vomitar sean el detonante.

    A las apuradas abro la puerta del baño y abrazo el inodoro, sin importarme que mis rodillas tocasen las frías baldosas. Suelto mi cena con arcadas y mi abdomen se comprime para que el líquido subiera hasta mi garganta y llene mi paladar. Un sabor podrido y caliente percibo, un sabor a licuado, como si hubiera cenado hace una semana.

    —Dios... —La palidez se adueña de mi rostro y un par de lágrimas resbalan a causa del amargor del vómito, limpio con mi dorso el hilo de saliva y decido levantarme.

    Mi única salvación de momento es bañarme en agua fría, algo que me ayuda a contrarrestar todo lo que ha ocasionado una mordedura de pulga con aires de vampiro. El perro moribundo llega a mi mente mientras las gotas frías resbalan y acarician cada parte de mi físico con imperiosa necesidad, pienso entonces: ¿y si él estaba enfermo y ahora la pulga me transmite alguna infección?

    Me preocupa empeorar, sin embargo es tarde, e ir a un hospital para una revisión a estas horas resulta imposible... El pánico y la ansiedad cierran mi estómago. Improviso al volver a aplicarme la crema y luego, uso unas curitas que encontré en el cajón del baño.

    Merodeo en todos los lugares de mi casa, alterado y lunático porque temo dormir y que el parásito me ataque con la guardia baja. La fiebre no ha bajado y la inquietud revuelven de nuevo mi estado. Bebo agua de la canilla con tal de acallar mis deseos de arrancarme la piel, es insoportable porque no desciende, se intensifica.

   A la pulga la vuelvo a sentir reptando por mi espalda, ¡genial! Me deshago de la camiseta, la tiro urgente al suelo con rabia y la inspecciono, no hay nada pero sé que está ahí, ella aguarda por el momento decisivo y así volver a beber de mí. ¡Qué ganas de quemarla! Cierro mis ojos, necesito tumbarme en la cama, ¡no doy abasto! Me arrastré hacia la cocina, prefiero dormir allí, en el suelo frío, el cual me dio un agradable confort y seguridad.

VII.

    La luz arropa mis pestañas, acuna mis mejillas y gran parte de mi torso desnudo. No me paro enseguida, y toco mi frente para corroborar que mi temperatura haya bajado.

   No fue así.

    Lucho para no gritar de sufrimiento, mi cuerpo parecía haberse puesto en un estado de descomposición acelerada. Trozos de piel cuelgan por haberme rascado dormido, mi rostro también comienza a darme un picor terrible y siento que mis entrañas saldrán si sigo así.

   Tengo el rostro hinchado, trago con latente miedo de verme, y las náuseas sacuden mi ser. Jadeo, yendo a mi habitación a los tropezones, me visto y busco mi teléfono.

   La primera llamada que recibo es la de mi amigo, él decidió llamarme temprano y le respondo a pesar de sentirme enfermo, transpirado y demacrado.

     —¿Hola? —Me mantengo a la espera de su respuesta, una que nunca llega a excepción de una exhalación—. ¿Es esto una de tus bromas? Baek Hyun, ¿estás ahí?

    Corta. La incógnita hizo que suspire, sin comprender el porqué me había llamado.

    Medito si es bueno irme al hospital y perder una falta, o de lo contrario, asistir a clases sin importar mi estado. Ese debate no dura mucho, recuerdo que el profesor iba a entregar las calificaciones del trabajo de la semana anterior, y yo, no voy a permitir que otro venga a decirme mi nota para tener que lidiar con la mala envidia, o las humillaciones en caso de tener una nota baja.

    Frente al espejo, mi físico se ve anémico pero hinchado. Labios partidos y violáceos, ojeras negras y mirada resignada. En mi mejilla derecha, hay una visible señal de que me estuve raspando, se ve como un golpe.

    Por lo que uso un cubrebocas blanco, y salgo con una capucha de mi casa. Al bajar la bicicleta en el asfalto, la vecina se interpone.

    —¡Hey! —Ignoro su llamado pero ella extiende sus brazos enfrente de mí, impidiendo que me fuera-. ¡Hazme caso, imbécil!

    —¿Acaso no estudias o algo? -Le interrogo rabioso-. Yo sí, así que quítate del camino.

    —¿Por qué te cubres, uh? ¿Estás enfermo? Puedo darte una mandarina si precisas vitamina C.

    —Voy a contar hasta tres —advierto—, si no te sales voy a arrollarte.

    —¡Qué amable! ¿En serio te desagrado?

    —Si, ¡fuera!

    —Pero... Yo... —Baja su vista, desanimada por mis palabras—. Quiero conocerte.

    —No me interesa —respondo y consigo evadirla—, no eres mi tipo.

    Una vez que emprendo el viaje, verifico antes que si el can ya ha muerto o si su cadáver fue quitado. Afortunadamente me encuentro con la segunda respuesta cuando llego al mismo callejón.

    Mi respiración asciende al igual que mi ritmo cardíaco, solo la sombra de un recuerdo queda en aquel sitio, como también la sensación de sufrimiento que se me pegó por su causa. Avisto sangre vieja y pelaje sin limpiar. ¿Quién habrá removido al perro? Le doy poca importancia y sigo la ruta hacia la Universidad.

VIII.

    Mis compañeros notaron que con frecuencia, uso mi mano para aliviar mi picazón con un evidente ataque ansioso. Ellos no me hacen preguntas, lo que agradezco porque no los considero cercanos. Sería traspasar el límite. Sus miradas son de perplejidad ante mi apariencia extraña y voz ronca, tenía más sed de la habitual debido a mi fiebre. Experimento mareos y no logro concentrarme.

    Y en una oportunidad, me desmayé, no recordaba cuando o donde, solo supe que ahora estoy en la enfermería y el doctor Park me atiende con una sincera preocupación.

    —Te trajeron tus compañeros —dice al verme confuso—. ¿Sueles tomar medicamentos o alguna droga?

    —¿Disculpe? —Espeto enfadado, quito la intravenosa de mi brazo de un tirón, el suero es un revitalizador pero, no aguanto que me acusen de algo que no soy—. No me drogo si es lo que cree.

     —Mi trabajo es velar por la salud de los estudiantes, Oh Sehun.

     Entorno mis ojos, no soy un matón, por lo que mis deseos de golpear no existen.
    —No soy un drogadicto si es lo que está pensando —e inevitable, acaricio mi mejilla descubierta.

    —Estudiantes aplicados como usted toman suplementos para la concentración. Conozco varios casos y... no se ve nada bien, usted tiene fiebre, debería irse a su casa.

    —¿Dónde está mi cubrebocas?

    —¡Oh Sehun! —Exclama cuando no le presto atención y tomo mis cosas, sin remediar mi picazón.

    —Fue una pulga. —Soy sincero y obtengo incredulidad de su parte—. Una pulga me picó, señor.

    —Una pulga. —No me cree, lo sé a juzgar por su gesto taciturno—. Tu rostro parece haber sido golpeado, eso no lo hace una pulga.

    —¡Fue una pulga! —Bramo y me fui quitando la ropa para demostrarle mi verdad.

    Las curitas resbalaron y cayeron, las erupciones como mis heridas eran gigantes y horrorosas, tanto que hipo de sorpresa. El doctor Park actúa del mismo modo que yo: estupefacto.

    —¿Cómo te has hecho eso, Oh Sehun? —Susurra preocupado—. Debes ir al hospital cuanto antes, se ve ho...

    —Ya le dije que una pulga... —Insisto hastiado, estoy por irme cuando me detiene del brazo.

     —En el peor de los casos, una pulga puede dejarte anémico... Pero no así de grave —veo un brillo de preocupación en sus ojos—. Ve al hospital, por favor.

IX.

    Rechazo la llamada de mi madre, a estas horas quiere saber si he comido y como pasé en las clases. Aprovecho ir al hospital como me lo sugirió el doctor; en la entrada, observo la figura de mi vecina junto a su hermana menor. Gruño en voz baja, escondiéndome detrás de la columna pero no sirvió, ella me ve y se acerca a mí.

    —Que casualidad, ¿vienes a ver a alguien? —Ella toma el pliegue de mi ropa para retenerme—. ¿Estás enfermo? Tienes un cubrebocas, ¿se trata de un resfriado?

    —Hermana, tengo hambre —avisa su hermana menor frotándose su vientre.

    —Tu hermanita tiene hambre —le quito brusco la mano, mi expresión delata desprecio—. Preocúpate por ella, no por mí.

    Y aunque quiero ir hacia el hospital, la mirada ajena me incómoda. No le debo explicaciones a una desconocida, ¿en qué idioma debo hablarle para qué me entienda? ¿En chino? ¿En inglés? 

   Tras pedir una cita y ser atendido, el doctor me dice exactamente lo mismo que el doctor Park: Que una pulga no pudo haber hecho esto. ¡¿Me toman por loco?! Me da una receta de pastillas para la ansiedad y cremas para las erupciones que nacieron en mi piel, estas se habían extendido hacia gran parte de mi muslo; es un veneno consumiéndome por dentro y por fuera. 

    —¿Qué haces aquí? —Espeto a la vecina que, todavía está parada en la puerta del hospital—. Te dije que no sigas.

   —Jeon Ji Woo es mi nombre, un gusto —extiende su mano a la cual miro y no correspondo, su hermana pequeña suelta una pequeña risita—. Y esta mocosa es mi hermana Jeon Eun Yu. También tengo un hermano pero...

    —No te he preguntado nada de tu vida —guardo el papel del médico en mi bolsillo, y marcho sobre el vehículo de dos ruedas a una velocidad constante.

   —¡Oye! ¡Eres un grosero!

X.

   Las pastillas rebajaron mi ansiedad pero no mis ganas de detener el hormigueo en mi piel. Cada día me concentro menos, sufro de espasmos y mi carne no deja de sangrar, por mucho que haga vendas o coloque una pomada sobre las heridas. La lavo todos los días y no hay progreso. Esto me pone ansioso... ¡Muy ansioso!

Y no puedo detenerme... 

XI.

    Masco mis uñas hasta dejarlas inexistentes para no usarlas, sin embargo, encuentro nuevas formas de rascarme, hago que disminuya mi problema por segundos y regresa a atacarme la necesidad de aliviarme. Nada de eso lo logró, solo me hice más daño con tenedores y limas, las cuales raspan y dejan lesiones graves que me torturan.

     Y creo que la pulga está muerta, no ha realizado ningún movimiento en los últimos días. Eso es tranquilizador, excepto por mi vecina, ah, ¿cómo es su nombre? Ella merodea a mi alrededor siempre que tiene la oportunidad de molestarme. 

   —¡Vecino! ¡Vecino! 

   Golpea mi puerta con ganas de tirarla abajo, ella sabe que estoy aquí y no tengo otra opción que abrirle para echarla de buenas maneras. Me sorprende que tenga el cabello rosado y no rubio.

    —¿Qué carajo quieres ahora? ¿No te cansas de buscarme?

    —¡Nop! Yo te traje, uh... —Me enseña un un juego de potes, hay kimchi y arroz, lo supuse al verlo—. Espero que comas bien y te recuperes, sé que estás enfermo... Bueno, lo escuché de las señoras, siempre están hablando de todo.

    —Ya, claro... No les hagas caso a esas ancianas, siempre inventan algo nuevo. 

    —Me dijeron que tienes gripe, ¿estás bebiendo mucho líquido?

    —¿Eh? —Coloca su mano sobre mi frente y se la quito—. No hagas eso, en serio, detente. Yo no estoy enfermo. 

     Ella espera por la confirmación de mi respuesta, no se la doy y le cierro la puerta en la cara.

    —¡Ay! ¡No seas así! ¡Me preocupas!

    Sonrío. Aunque se haya cambiado de coloración de cabello, no deja de ser una latosa.

XII.

   Pasé la noche moviéndome, tirito de frío y no encuentro el modo de tranquilizar mis latidos desbocados. Tras intentar pararme de mi cama con náuseas, encuentro una tonalidad oscura debajo de mi pellejo; como una cortina, la aparto y veo un montón de pulguitas pequeñas que habían nacido de sus huevos, van de un lado a otro con sus patitas imperceptibles a mi ojo. 

    Mi grito de horror llega hasta el extremo del país. 

    El estupor me hiela al igual que el pánico instalado en mi ser, comienzo a matarlas desespero con mis palmas pero se van más dentro, se hunden y perforan como si disfrutaran asesinarme, comerme... ¡Las siento en mi interior! Caigo al suelo debilitado por la adrenalina y la pérdida de sangre, me arrastro doliente en busca del veneno líquido, depositándolo sobre mi piel. 

    La bebo después inconsciente, sin importarme los efectos colaterales y acabo el frasco hasta la última gota. 

    Mi esófago se quema despacio, mi cuerpo pretende que lo vomite y no soporto la agonía, los retortijones, el dolor abdominal que me acuchilla reiteradas veces, junto a los mordiscos de las pulgas. La fiebre hace que mi vista se nublara y no estoy, vago en la oscuridad. Me desvanezco, dejo de existir...

XIII.

     —¿Has escuchado? —Dice una.

    —No, ¿el qué? —Responde la otra.

     —El chico que vivía allí, murió hace dos días.

     —¡Qué horrible!

     —Se suicidó. 

     —¿Se suicidó?

     —¡Sí! Bebió veneno líquido para insectos... Y me parece que sufría de esquizofrenia, además, parecía un chico conflictivo desde que llegó. Trataba mal a Ji Woo también, ¡pobre chica! Ser su novia no ha debido ser fácil.

     —Escuché que a su última novia le pegaba. 

     —¡Oh, qué horrible!


F I N



PIE DE PÁGINA:

1〕 FLEA: Pulga en inglés.

2〕 La idea nació a partir de una pulga y como me gusta el terror psicológico, quise hacer este one-shot. Recuerdo que una me había picado hace mucho tras adquirirla de mi patio en la época de verano. No saben la desesperación que me daba por querer rascarme, incluso la he tenido en mi cama y, por dios, me daba demasiada rabia porque cuando la encontraba, saltaba y escapaba de mi control. Tampoco pude dormir por su culpa, me quedaban marcas por todo el cuerpo. Hasta que un día la pude matar y adiós problema.

3〕 La idea jamás fue juntar a Ji Woo y Sehun. Sehun no le atraía. Como dijo él: odiaba a las rubias. Probablemente con su nuevo color de cabello, él hubiera cambiado de parecer. Eso jamás se sabrá.

4〕Todo lo que haya sucedido puede quedar a criterio del lector. Yo tengo mi propia versión de lo que pasó para esta historia, así que no quiero arruinar la ávida imaginación de nadie.

5〕 Existe otro one-shot independiente de esta serie. Su protagonista es Baek Hyun, el amigo de Oh Sehun, de quien al parecer no contactaba desde hace cuatro meses. ¿Qué le habrá sucedido? Hay una pista en este capítulo sobre que tratará para quienes no lo leyeron.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro