CAPÍTULO 32
Elliot
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto, observándola mientras se sienta en la cama y se quita las zapatillas con gracia.
—Quitarme las zapatillas y recostarme en tu cama. —responde con una sonrisa.
—¿Por qué? La vas a desordenar.
—¿Y por qué no? Es relajante. ¿Nunca te has acostado sobre tu cama, a ver la nieve caer?
—Si veo la nieve, pero desde la sala. La cama es para dormir.
Eleva una ceja coqueta. —No la ocupamos sólo para dormir. —murmura poniéndose de pie acercándose a mi.
—Bueno, también te hago mía en esa cama... —la rodeo por la cintura.
Se pone en puntillas y roza mis labios con los suyos. —Quítate esos zapatos y ponte ropa cómoda. Yo haré lo mismo.
La observo mientras se dirige a mi armario, tarareando una canción. El sonido de la puerta del armario cerrándose se mezcla con su risa ligera cuando encuentra la combinación perfecta de ropa cómoda. Tras unos breves minutos, regresa hacia mí, llevando un chándal y una camiseta, ambos cuidadosamente.
Entrega el conjunto con una sonrisa cómplice, como si la elección de mi ropa fuera parte de un juego compartido. La suavidad de sus gestos y la delicadeza con la que me entrega la ropa evocan un sentimiento de complicidad, como si estuviéramos creando un pequeño rincón de intimidad entre nosotros.
—Toma, ponte esto. —dice, con una expresión juguetona que ilumina sus ojos.
Elevo una ceja, examinado la ropa que me entrega, pero mi mirada se dirige hacia ella quien me mira con una sonrisa sensual.
—Hazme caso, yo me pondré esta sudadera tuya. —dice, desvistiéndose frente a mí.
Me concentro en el chándal y la camiseta que sostengo, tratando de desviar mi atención, pero su presencia llena la habitación con una sensualidad que es imposible ignorar. Cada curva, cada contorno de su cuerpo parece bailar con la luz de la habitación, y mi mente no puede evitar registrar cada detalle con una intensidad casi embriagadora.
La forma en que se deshace de su ropa, con una sensualidad natural, revelando esa elegante lencería negra que resalta sus curvas, crea un magnetismo indiscutible que no pasa desapercibido en el bulto que comienza a formarse. Me siento cautivado por la manera en que se desenvuelve, con una seguridad que parece emanar de ella, una confianza que se filtra en cada movimiento.
—Deja de mirarme y cámbiate de ropa. —dice sin mirarme.
Aunque sus palabras buscan desviar mi atención, es imposible no sentirme completamente atraído por su presencia en este momento, por su aura de confianza y encanto que parece envolverlo todo a su alrededor.
Carraspeo. —No puedo, estás semi desnuda frente a mí.
Se envuelve con mi sudadera, una prenda que, al tocar su piel, parece transformarse en una extensión de su sensualidad. Su cercanía me sumerge en un torbellino de emociones.
—¿Necesitas ayuda para desvestirte? —pregunta acercándose a mí. —Tal vez pueda ayudarte. —añade desabrochando mi cinturón.
Mi respiración se entrecorta ante su proximidad, cada roce, cada movimiento, es un compás que acelera el latido de mi corazón. La intimidad de ese momento, con la sugerencia de sus palabras, despierta una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo, mezcla de anticipación y deseo.
Con cuidado, deslizo mis manos por sus piernas desnudas, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. La agarro con firmeza, elevándola ligeramente para que enrede sus piernas alrededor de mi cintura.
—Esto no estaba dentro de los planes. —murmura con una sonrisa.
Beso su cuello con una suavidad lenta y deliberada, sintiendo su piel cálida y la ligera vibración de su respiración al contacto. Sus labios apenas se entreabren, y un suspiro contenido escapa de su boca entreabierta. Un gemido suave se escapa de sus labios, una melodía íntima que resuena en el aire cargado de deseo.
—Los planes acaban de cambiar —susurro en su oído, dejando que mi aliento acaricie su piel de manera provocativa.
—N-no. —intenta decir.
Mis dedos acarician con suavidad su piel, trazando líneas invisibles que despiertan sensaciones latentes. Un suspiro escapa de sus labios, un eco melodioso que resuena en el espacio entre nosotros. La resistencia que intenta mantener se desvanece con cada caricia, y su cuerpo responde, dejándose llevar por la corriente sensual que fluye entre nosotros.
—¿Segura? —susurro caminando con ella hasta la cama, mi aliento acariciando su oído, un toque íntimo que envuelve nuestras voluntades en un juego cautivador.
—Sí. —Se separa de mí con una sonrisa, pero sus ojos destilan una mezcla de complicidad y deseo. La distancia recién creada entre nosotros parece ser una prueba de fuego para su autodominio, y puedo percibir cómo le cuesta alejarse.
La suave luz de la habitación resalta los contornos de su figura, cada movimiento de sus caderas mientras se aleja provoca un eco sensual en el espacio. Mis ojos la siguen, atrapados en la elegancia de su andar y en la curva tentadora de su silueta.
—Supongo que tampoco has disfrutado de una buena peli sobre la cama.
—No.
Frunce el ceño. —Te has perdido millones de cosas agente Blackwood. —sonríe.— Voy y vuelvo. —camina hacia la puerta. —Cuando vuelva, quiero verte cambiado y con tu Macbook sobre la cama.
Sonrío y, con suavidad, la jalo del brazo para evitar que se aleje. Su cercanía hace que mi pulso se acelere, mientras nuestras miradas chocan en un juego de complicidad.
—¿Me estás dando una orden? —pregunto con una sonrisa pícara, disfrutando del tenue brillo de desafío en sus ojos, mientras las yemas de mis dedos recorren con delicadeza sus piernas desnudas.
Ella se muerde el labio inferior. —Si, y más te vale hacerme caso.
—¿Y si no? —mi voz se vuelve un susurro, una provocación apenas audible que despierta una chispa de emoción en sus ojos.
—Me iré a mi departamento y te dejaré aquí con las ganas. —susurra sobre mis labios, su mano acariciando sutilmente mi bulto. —Tú decides.
Me deja con la respuesta en la boca, sale de la habitación y hago lo que me dice, me cambio de ropa y llevo nuestra ropa al armario. Salgo de la habitación, caminando por el pasillo hasta mi oficina en busca de mi computadora. Cuando vuelvo a la habitación, la encuentro sentada en la cama en posición de flor de loto, con una bandeja que sostiene una tabla de quesos y dos copas creando un ambiente íntimo. Me ve entrar y su rostro se ilumina con su sonrisa, mi corazón late a toda velocidad al verla.
Palmea el lado desocupado de la cama. —Venga, amor. —sonríe.
Me uno a su lado, entregándole la computadora, y ella la enciende. Observo atentamente cada uno de sus movimientos.
—¿De verdad tienes un fondo negro, tan aburrido? —pregunta en tono desaprobador.
—Si.
—Después solucionaremos eso. ¿Algún género especial que te guste de películas?
Niego.
—¿Algún género que te desagrade?
—Ninguno en particular.
Ella sonríe. —Perfecto. —Teclea el título de la película. —Sirve el vino.
—Si se derrama, podría mancharlo todo. —comento en voz baja.
Su mirada se vuelve seria. —Si se derrama, compraré sábanas nuevas. Deja de ser tan meticuloso y disfruta.
—Vale, no te enojes.
Descorcho el vino y lleno dos copas mientras ella elige la película.
—How to lose a Guy in 10 Day —Leo en voz alta, entregándole su copa. —¿Una película romántica?
—Es una comedia romántica, una de mis películas favoritas, pero si prefieres una de acción podemos buscar otra. —Me mira con una sonrisa tan encantadora que no puedo negarme.
—Es tu película favorita, puedo soportarlo.
Su sonrisa se ensancha y me rodea en un abrazo cuando me siento a su lado. —Te lo recompensare. —se acomoda a mi lado.—Pongámonos cómodos y disfrutemos de esta tarde noche. —dice sonriendo y luego bebe un sorbo de su vino.
La abrazo, sintiendo el calor de su cuerpo cerca del mío mientras nos acomodamos para ver la película. La suavidad de su piel, el aroma familiar de su perfume, todo eso se mezcla en un cóctel de sensaciones que me embriaga de calidez y amor.
Ella sonríe, sus ojos centellean con complicidad y anticipación. Cada gesto, cada risa suave, cada palabra murmurada mientras repite algunos diálogos, me sumerge en un mundo propio. Observo cómo su rostro se ilumina con cada momento de la película, su emoción palpable, y cada una de sus expresiones se convierte en una obra de arte que me encanta descifrar.
En este momento, mi universo se reduce a ella: su presencia, sus palabras, su risa. Todo lo demás se desvanece en segundo plano. Es como si el tiempo se detuviera para permitirme saborear cada instante con ella, cada matiz de su personalidad que se revela con cada gesto.
Mis sentidos están completamente cautivados por ella. Cada contacto, cada suspiro compartido, me sumerge más en este vínculo íntimo que compartimos. En este instante, no hay preocupaciones, no hay distracciones, solo la conexión profunda que nos une, fortalecida por la complicidad en el silencio y en los gestos sutiles que nos revelan lo mucho que nos importamos mutuamente.
Comienzo a acariciar su cabello, sus ojos brillan con una sonrisa mientras se acomoda más sobre mi pecho. Pasan los minutos su respiración se vuelve más tranquila, hasta que finalmente cae en un profundo sueño. Con cuidado, retiro la bandeja y apago la computadora, dejándola en el suelo junto a la bandeja. Cubro nuestro cuerpo con las cobijas, acomodándome a su lado y sin dejar de acariciar su cabello.
—Eres realmente hermosa... —susurro sin dejar de mirarla.
Su rostro sereno, iluminado por la luz tenue de la lámpara, siento cómo mi corazón se expande con un amor que parece trascender el tiempo. Siento la suavidad de su piel bajo mis caricias, el latir tranquilo de su corazón, y cada detalle de su presencia a mi lado parece tallado por los mismos dioses.
Mientras ella descansa a mi lado, tomo el libro que está en mi mesa de noche e intento leer un poco. Su presencia envuelve la habitación como un suave resplandor, creando un espacio donde solo existimos nosotros. La luz tenue destaca la calma en su rostro, resaltando cada detalle que hace que mi corazón se expanda. La serenidad que emana de ella se mezcla con la atmósfera íntima, creando un cuadro donde la belleza se encuentra en la simplicidad de este momento compartido.
De repente, el sonido de su teléfono irrumpe en la serenidad, una interrupción en la melodía tranquila que habíamos creado. El suave murmullo de la vibración resuena en la habitación, y aunque mi atención se desplaza hacia la llamada, mi mente aún está impregnada por la imagen de su belleza en reposo.
—Amor... —la acaricio suavemente para despertarla.
—Mmmhh —responde somnolienta, manteniendo los ojos cerrados.
Sonrío —Te están llamando.
Ella se acomoda más, su pierna se desliza sobre la mía con una delicadeza que parece fundirse con la intimidad de la situación. Su contacto, su suavidad, es como una caricia silenciosa que intensifica la conexión entre nosotros. Siento cómo su calor se mezcla con el mío, creando una fusión de energías que nos envuelve en una burbuja de confort compartido.
—Contesta tú... —murmura con tono adormilado, sus palabras acariciando el ambiente con una chispa juguetona. —Si es del restaurante, dile que estoy en el mejor lugar del universo. —Su voz suena suave, llena de esa peculiar picardía que despierta una sonrisa en mis labios. Mientras habla, su mano se desliza con gracia bajo mi camiseta, como si intentara desviar la atención con su toque travieso y reconfortante al mismo tiempo. —Definitivamente estoy en el mejor lugar del mundo.
Esa frase, tan sencilla y juguetona, se convierte en un vínculo entre nosotros, cargada de complicidad y amor. Es como si en esas palabras encontrara una manera de expresar la belleza de ese momento, la intimidad compartida y la sensación de que, en ese instante, somos dueños de un mundo donde solo existimos ella y yo. Su gesto travieso, ese roce fugaz de su mano, despierta una sensación cálida que se extiende por todo mi ser, haciéndome sentir profundamente conectado con ella y con esa cómplice dulzura que nos une.
Me inclino sobre su cuerpo para tomar su celular, el cual no deja de sonar. La luz tenue de la lámpara resalta su silueta y la suavidad de su piel. Al contestar, una voz masculina pregunta de manera surgente:
—Hola Ale...
Frunzo el ceño al reconocer la voz de Phillips al otro lado de la línea. Alejo el celular por un momento para confirmar mis sospechas, y la sangre comienza a hervir. ¿Por qué sigue llamandola?
—¿Qué quieres? —Murmuro con fastidio.
—¿Elliot? —Pregunta Phillips.
Siento un nudo en el estómago. Aprieto con fuerza el celular, deseando que él entienda que Alessia es mía, está conmigo.
—¿Dónde está ella?
—Ocupada, ¿para qué llamas?
Lo escucho sonreír. —No es de tu incumbencia. Además, no sabía que habían vuelto. ¿Qué excusa le inventaste para que regresara contigo? Sabes que apenas Emily, o como se llame la otra con la que te acuestas con frecuencia ¿Mía? ¿Maia? te llamen no podrás resistirte e iras tras ellas, así eres tú.
La rabia me consume. —¿Qué se supone que quieres? ¿Por qué llamas a mi mujer?
—¿Tu mujer? —Phillips pregunta con incredulidad.
—Ella es mía. Métetelo en la cabeza. —Gruño, sintiendo la tensión en mis músculos.
—Já. —Phillips suelta una risa irónica. —¿Cuánto va a durar esta vez hasta que la cagues nuevamente?
No puedo contener mi enfado. Corto la llamada con brusquedad, sintiendo la necesidad de alejarme. Me deslizo fuera de la cama con cuidado, asegurándome de no despertar a Alessia.
Al abrir la puerta del gimnasio, el olor a hierro y sudor me envuelve, proporcionándome una extraña sensación de calma. La sala resuena con el eco de mis propios pensamientos. Me dirijo hacia el saco de boxeo, buscando liberar la tensión a través del esfuerzo físico.
Cada golpe que le doy al saco, se siente increíble, es una forma de desahogarme. El sudor comienza a resbalar por mi cuerpo, mis músculos se tensan y relajan con cada movimiento. El ritmo constante de mi respiración intenta calmar la tormenta emocional que sigue rugiendo dentro de mí.
Me siento en la banca apoyando mis codos para descansar unos segundos, tratando de recuperar el aliento después de una serie intensa. Siento unas manos bajando por mi pecho, y una cálida secuencia de besos recorriendo mi cuello.
—Estoy sudado. —murmuro tomando su mano y atrayendo a Alessia para que se siente sobre mis piernas.
—No me importa que estes todo sudado. —Murmura Alessia, colocando sus brazos alrededor de mi cuello. —Desperté y no estabas —hace un puchero y capturo su labio inferior entre mis dientes. —¿Quién llamaba?
Mi cuerpo se tensa al escuchar su pregunta. La voz de Phillips vuelve a resonar en mi mente, preguntando por Alessia. Siento una mezcla de molestia y preocupación por su insistencia en buscarla, y mi deseo de protegerla se agudiza.
Alessia ladea su rostro llevando sus manos a mis mejillas para mirarme, intentando relajarme.
—Fue Phillips —le respondo quitando sus manos de mi rostro.
—¡Ey! No te pongas celoso, estoy contigo sí —dice, buscando mis ojos con una mirada llena de complicidad y afecto.
Su tacto suave y sus palabras amorosas calman momentáneamente la tormenta que crece en mi interior. La miro a los ojos, agradeciendo en silencio por su comprensión y por ser el refugio que necesito en este momento.
—Lo sé, amor. Pero no soporto que ese tipo siga buscándote. —mi voz revela la frustración que siento.
Alessia se sienta a horcajadas sobre mí. —No seguirá, y si sigue buscándome puedes golpearlo. —murmura con diversión.
Sonrío. —No me molestaría hacerlo en este momento...
—Cállate y bésame. —Pide interrumpiéndome.
—Como ordene.
Nuestros labios se encuentran en un beso apasionado y urgente. Siento el calor de su cuerpo contra el mío, su lengua jugando con la mía en un baile sensual. Mis manos se deslizan por su espalda, hasta el borde de la sudadera, y se la quitó lentamente acariciando con las yemas de mis dedos cada curva de su cuerpo, quitó la sudadera dejándola solo en ropa interior.
Mis labios regresan a los suyos en un beso hambriento, mientras mis manos bajan lentamente por su abdomen, explorando cada rincón de su cuerpo con ansias y devoción. Al llegar a sus piernas desnudas, las acaricio con la yema de mis dedos, sintiendo la suavidad y la calidez de su piel.
Alessia inclina su cuerpo hacia atrás, dándome más acceso a su cuello. Deslizo mis labios por su piel suave, dejando un rastro de besos húmedos y ardientes. Mi lengua se desliza juguetona por la línea de su clavícula, explorando cada centímetro suyo.
—Te quiero. —Suelto en un susurro al volver a sus labios.
Mis palabras se deslizan entre besos, como una declaración íntima cargada de la pasión y el afecto que siento por ella. Cada sílaba pronunciada es como un susurro de amor, una confesión que se mezcla con el calor de nuestros cuerpos entrelazados.
En cada palabra, trato de transmitir la magnitud de lo que siento. Es como si cada beso fuera una pincelada en un lienzo, creando una obra de arte que ilustra la intensidad de nuestras emociones. La textura de mis labios contra los suyos se convierte en la firma de mi amor, una marca indeleble que grabo en el lienzo de nuestra intimidad.
Alessia responde a mis palabras con sus propias caricias, sus dedos exploran cada contorno de mi piel con delicadeza, sus ojos revelan un deseo profundo, una conexión que va más allá de las palabras. Nuestros cuerpos se comunican en un lenguaje íntimo, revelando secretos y deseos enterrados bajo la superficie de la piel.
—Y yo te quiero a ti. —susurra, su voz resonando con una melodía de deseo.
Mis manos suben por su cuerpo, acariciando la curva de sus caderas, mientras mis labios buscan los suyos con una pasión renovada. Nuestros cuerpos se entrelazan en una danza sensual y ardiente, buscando la conexión más profunda posible.
Alessia responde con movimientos sensuales, sus manos explorando mi torso, desatando la lujuria que arde entre nosotros. Cada suspiro y gemido se mezcla en la atmósfera cargada de deseo, creando una sinfonía de placer compartido.
—Elliot, no pares. —susurra entre gemidos, su voz llena de urgencia y desesperación.
Mis labios descienden por su cuello, dejando mordiscos suaves y besos apasionados. Nuestros cuerpos se funden en un torbellino de sensaciones, perdiéndonos en el éxtasis que solo el otro puede proporcionar.
La habitación se llena con la melodía apasionada de nuestros encuentros, una sinfonía de amor y lujuria que nos envuelve en un abrazo íntimo y ardiente.
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